miércoles, 20 de marzo de 2019

Operación tinte


Después de mi artículo de ayer, en el que hablaba de la operación de blanqueo (lejía Conejo de por medio) de los delitos y faltas de los golpistas separatistas en Cataluña (nótese que no digo de los golpistas catalanes, a ver si la gente allende del Ebro entiende de una vez que la mayoría de los catalanes ni somos golpistas, ni odiamos a España ni padecemos demencia), hoy toca hablar de lo contrario, de la operación tinte, del proceso de ennegrecer con medias verdades, completas mentiras y noticias falsas a los contrincantes políticos.

Sabemos muy bien que los de siempre, los manipuladores, embaucadores y mentirosos, no dan puntada sin hilo. Y en cuestión de echar mierda sobre los demás somos, por desgracia, campeones del mundo. Hasta destacamos hablando mal sobre nosotros mismos, como bien demuestran la persistencia de la leyenda negra acerca de la historia de España, los prejuicios hacia los vecinos del norte, del sur, del este y del oeste de nuestra patria, la expresión “panchito” para referirse a los otrora conciudadanos de las provincias de ultramar, los chistes sobre Lepe, las chanzas sobre la siesta continuada en Andalucía, los prejuicios sobre la racanería de los catalanes y la chulería de los madrileños o las risas sobre los ridículos peinados y las pobladas cejas de las mozas de las provincias vascongadas (esto último quizás sea lo único acertado).

Ya lo decía el escritor catalán Joaquín Bartrina:” Oyendo hablar a un hombre, fácil es / acertar dónde vio la luz del sol; / si os alaba Inglaterra, será inglés, / si os habla mal de Prusia, es un francés, / y si habla mal de España, es español”.

Entre amigos nos reímos mucho del “y tú qué”, “y tú más” que solemos usar cuando somos incapaces de responder a nuestro interlocutor con argumentos, con sensatez, con conocimiento de causa y con educación. Pero por desgracia justamente esto es uno de nuestros grandes defectos: somos incapaces de aceptar que algo no lo sabemos, de digerir una derrota, de que el contrario sea mejor que nosotros o que nos hayamos equivocado en algo. Y de esta triste manera de ser solamente dista un pequeño paso hasta el insulto, la tergiversación, la manipulación y la difamación.

Y así andamos ahora, en plena vorágine electoral, con las espadas alzadas, las lenguas afiladas y los documentalistas trabajando a destajo para encontrar el mínimo error o la mayor equivocación en la vida pasada del contrario (o de su familia, sus vecinos, sus allegados, sus antepasados o sus animales de compañía), y así poder insultar, exagerar y vilipendiar a cámara y micrófono abiertos  hasta quedar roncos de voz y llenos del placer que al parecer produce hacer daño al prójimo. Daño al contrario y sobre todo réditos electorales. Que de eso se trata en estas semanas previas a unas importantes y trascendentales elecciones generales.

Y si a todo este proceso de hurgar tanto en lo público como en lo más íntimo de la vida de los adversarios políticos, añadimos la mentira estratégicamente planificada y organizada, la complicidad de los medios afines, los medios económicos disponibles sin control alguno (como el abusivo uso de las instituciones del estado para su campaña electoral que está haciendo Pedro "cum fraude" Sánchez) y la creación de bulos y noticias falsas usando las facilidades técnicas de nuestro entorno social tan altamente conectado, pues poco podemos hacer para evitar que una persona de historial blanco y virginal se convierta en un ser de color gris ceniza, y un contrincante político con algunas mínimas manchas grises en su por lo demás admirable currículum acabe más negro que un túnel sin tren expreso (Sabina dixit).

Añadamos a esta maldad “democrática” la recién aprobada “ley de protección de datos” que permite a las formaciones trazar perfiles ideológicos de sus potenciales votantes en las redes sociales y lanzar publicidad por sistemas electrónicos de mensajería, sin que podamos oponernos, y que obviamente fue refrendada por unanimidad por todos los partidos políticos (listillos todos ellos), pues qué queréis que os diga.

Esto acaba de empezar: nos quedan 39 largos días y sus correspondientes noches de sucia, perversa y poco humana campaña electoral, en la que quien más quien menos repartirá o recibirá estopa. Sin piedad. Con toda la maldad posible. Sea verdad o no lo sea, eso no importa. Lo que prima (y aquí enlazo con mi artículo anterior) es el resultado: conseguir mis votos y mis privilegios. 

A los demás, a su nombre, su integridad, su familia, su honor y su salud, que les den morcilla.

Asco de sistema, asco de democracia, asco de políticos. Asco en general.

martes, 19 de marzo de 2019

Operación lejía


Ya estamos. A los que tenemos un mínimo de intelecto y cultura y conocemos el objetivo último que persigue cualquier político, la operación de blanqueo de los golpistas separatistas no nos sorprende un ápice. Y por mucho que me repita y algunos conocidos me llamen cansino, hay que proclamarlo a los cuatro vientos, cien veces, o mil, hasta que todo el mundo lo entienda: los políticos no son personas altruistas y preparadas que se ponen al servicio de la sociedad que los elige por sus capacidades y sus buenas intenciones. Por lo menos no lo son los políticos al uso, léase los socialistos, los blandengues populares, los populistas manipuladores, los patéticos comunistas o los mentirosos, poseídos y racistas nacionalistas. Todos estos grupos de vividores que se agrupan alrededor de una bandera sin historia, un logotipo infantil, una historia milenaria inventada, una herencia manipulada, un falso mandamiento de la sociedad, una veleta anaranjada al viento, un ridículo himno o veinte promesas que no piensan cumplir, no pretenden otra cosa que o bien mantenerse en el poder o bien llegar a él. Y sanseacabó.

Obviamente (por ahora) no existe solución a este grave problema. En las falsamente llamadas “democracias” occidentales, los que mandan no son los ciudadanos con sus votos: mandan los lobbies, ya sean económicos (la banca y las multinacionales) o políticos (los partidos políticos y sus matrices internacionales), que utilizando los medios de comunicación cautivos y los amplios resortes del poder que les entregamos como borregos cada tantos años en esa simulación de libertad que llaman elecciones, se perpetúan en el poder, manteniendo así su hegemonía social y económica mientras se ríen en nuestra cara día tras día.

Cientos de veces habré hablado y escrito sobre el valor añadido de un político, sobre ese cero a la izquierda que representan estos tan bien pagados “intermediarios” entre el ser humano, la voluntad popular, las necesidades de la sociedad y las actuaciones reales para mejorar la vida de las personas. 

¿Qué aporta un político al bien común?
¿Una buena gestión de los recursos de un país?
¿Una buena dirección de las empresas públicas en aras de mejorar las condiciones de vida de la población?
¿Un esfuerzo diario por mejorar y con ello ayudar al resto de la sociedad?

Anda ya. Eso lo hacían los dirigentes en la antigua Grecia, o los buenos reyes (que los hubo), o los tribunos romanos antes del declive del Imperio Romano (al que debemos tantas cosas, por cierto), o los buenos pastores de la Iglesia (que los hubo y los sigue habiendo), antes de su conversión en enfermos dictadores, minoritarios pero asquerosos pederastas, déspotas iluminados o revolucionarios trasnochados.

Hoy en día no queda nadie bueno de verdad, salvo algunos misioneros en remotos países, expuestos a ser degollados por integristas sin que a la sociedad occidental le importe un pimiento (el mismo día de la masacre en Nueva Zelanda murieron asesinados 200 y pico cristianos a manos de islamistas y nadie se hizo eco de ello), algún que otro profesor de pueblo lleno de bondad e ideales, una decena de periodistas independientes, un puñado de intelectuales desconocidos por la amplia mayoría de la sociedad y que predican en el desierto intelectual en el que se ha convertido el mundo occidental y quizás una pequeña parte de la juventud que parece que se está despertando y que pretende rebelarse contra la mediocridad general, el letargo de la sociedad y la inacción de la anterior generación. Sin olvidarnos de los amigos de verdad, los camareros de los bares, los sumilleres en los restaurantes y los cocineros que preparan un buen arroz, que son la única reserva cultural, espiritual y social que nos queda.

Por lo demás, un pozo negro.  Y que encima pretenden blanquear ahora que estamos en periodo electoral. Lo que podríamos llamar “operación lejía”. O para ser más creativos “Operación Conejo”, por ser dicha marca la primera lejía que se hizo popular en nuestro país allá por el 1889, hace nada menos que 130 años.  Época para más inri de nefasto recuerdo, de la Regencia, del Pacto del Pardo, de inestabilidad, de corrupción…, en resumen, de preludio a las desgracias que derivaron de todo ello, la pérdida de las últimas provincias de ultramar, la Semana Trágica de Barcelona, la huelga de 1917 y finalmente la maldita segunda república, el golpe de estado de la izquierda asesina y genocida y el levantamiento militar de los últimos patriotas para salvar los pocos muebles que quedaban enteros en nuestra patria.

Pues así andamos de nuevo, en esa inexorable repetición de los mismos errores. De dejarnos embaucar por los intermediarios, los políticos, para al final salir perdiendo.

Los golpistas catalanes están ya a remojo en los barriles de lejía que han situado en todas las estratégicas esquinas de la piel de toro. En Cibeles, en las maniobras de Sociedad Civil Catalana, en el Orinal (también llamado Nou Camp), en las interferencias masónicas del gabacho Valls en la política española, en el descafeinado juicio por el “procés” que acabará sin duda en generosos indultos o en las maquiavélicas intenciones del PSOE de Sánchez y su afán por alargar su estancia en la Moncloa a costa de desmembrar lo que queda de España.

Al racista PNV le darán lo que haga falta, sea quien sea el que se lleve el pato al agua el 28 de abril. El PP de Galicia está emulando lo peor de CiU en Cataluña, apartando la lengua mayoritaria y común de la sociedad para ganarse los favores de los enfermos nacionalistas, en Valencia llevan tiempo intentando ser más estúpidos que los separatistas catalanes (y están a punto de conseguirlo), en Andalucía todas las promesas de los veletas de Ciudadanos y los inanes dirigentes populares han caído en saco roto y en el resto de España la sociedad solamente está pendiente del calendario laboral y del próximo puente que puedan disfrutar en nuestras costas, prados, valles o montañas.
Cerrando los ojos a la triste realidad. Ojos que no ven, corazón que no siente. Como no entiendo y no me interesa la política, pues nada, a ver la tele, a consumir y a vivir que son dos días.

Y aprovechándose de esta sociedad aletargada y carente de intelecto, los malditos partidos ficharán a cualquier figura que les pueda aportar esos cuatro votos que les faltan para conseguir su sueño dorado, su concejalía en un ayuntamiento, su asiento en el parlamento autonómico o su escaño en el Congreso o en el Senado. Desde actores, pasando por militares de uno u otro signo, deportistas, astronautas, músicos o “influencers” (antes llamados cantamañanas). Cualquier personajillo, personaje o hasta eminencia es útil para alcanzar sus últimos y únicos objetivos: vivir bien, ganarse una pensión vitalicia y observar el hundimiento de una de las naciones que más han aportado a la historia del mundo desde la barrera, con un libro plagiado, una carrera no estudiada, un master inexistente, un currículum hinchado, una mansión en Waterloo, unas embajadas inventadas e ilegales en Europa y los EE.UU., un chalet en la sierra o en la costa y un coche oficial o un avión a su disposición. Cada uno con sus caprichos, sus obsesiones, sus anhelos y sus locuras.

¿Y aún os creéis que alguno de todos estos lamentables y nefastos actores llamados políticos buscan el bien común?

Yo no me creo nada. Sigo siendo, como tantos otros, una humilde “vox clamantis in deserto”.  En ese desierto que cada ene años intentan blanquear con lejía para ocultar la realidad. En ese maldito "año del conejo” que estamos viviendo. Ni que fuéramos chinos. Y nos vuelvan a engañar como les sucedió a ellos en el Perú del siglo XIX (y ahora nos están devolviendo a base de productos falsificados, gato por liebre en los platos, sonrisas engañosas y una lenta pero continua colonización dirigida por el poder de Pekín).

martes, 12 de marzo de 2019

La picaresca


Hace un par de semanas tuve el honor de hospedar en mi casa al gran Don Alberto (gracias por la vista amigo), y como suele pasar cuando nos vemos, acabamos hablando de casi todo, del bien y del mal, de los tontos y los sumamente estúpidos, de los malditos rojos y las gordas feminazis, de los vividores y los vagos, todo ello bien regado con cervezas (bastantes) y finalmente disfrutando de varias películas vistas en más de una ocasión, en ese eterno “déjà vu” que buscamos y disfrutamos conscientemente cuando nos vemos. No tenemos edad para experimentos, sabemos muy bien lo que nos gusta, y en consecuencia hacemos lo que nos apetece, con quien queremos y en el lugar que más nos rota. Y no es por hurañía que evitemos el contacto con demasiada gente, con esa patulea que por desgracia puebla nuestra patria, sino una simple y consciente decisión. 
Mejor solo que mal acompañado, como se suele decir.

Y entre pitos y flautas (expresión cuyo origen sigue siendo un misterio, aunque muchos estudiosos opten por este origen), anécdotas y risas, volvió a aparecer la tan común y al mismo tiempo tan odiada palabra: la picaresca. Lo que practican los pícaros. Que son muchos. Demasiados.

El grave problema es la evolución de las acepciones de la palabra en cuestión, y con ello, en mi modesta opinión, la justificación o excusa que usan todos los pícaros que nos rodean. Del “personaje de baja condición, astuto, ingenioso y de mal vivir” original de la novela picaresca del siglo XVI hemos pasado al “listo y espabilado”, mutando la palabra de su vertiente negativa hasta casi convertirse en un valor. Tendríamos que proponer a la RAE que como mínimo invierta el orden de las dos primeras acepciones de la palabra en su diccionario, para adecuarlo a la realidad, aunque creo que sería una tarea harto difícil. 

Nuestra sociedad occidental, y en este caso no hablo solamente de España, sino de la mayoría de los países que nos rodean (no vayamos a creer que tenemos la exclusiva de la picaresca), ha ido perdiendo progresivamente sus valores fundamentales, como son la lealtad, el amor, el esfuerzo, la ética, la estética, la solidaridad, la caridad o el honor, sustituyéndolos por una nueva escala de pseudovalores que son culpables de la decadencia y la falta de rumbo de la mayoría de las personas. Y de su picaresca. Hablamos aquí de supuestos valores como la riqueza, el poder, el tamaño del coche, la casa, el yate, los pechos o el pene, la cantidad de mujeres o hombres que has poseído, los siniestros falsos que has simulado, el importe que has conseguido defraudar a Hacienda en el último ejercicio o las horas, días, meses y hasta años que te has podido escaquear del trabajo (como se ha descubierto en múltiples casos de funcionarios públicos).

Y puestos a poner ejemplos de la generalizada picaresca en nuestro país, estos últimos años dan para escribir varios libros. Aunque lo de los libros en el fondo sería inútil por dos razones: aquí no lee ni el tato, y menos aún los pícaros, y en el caso de que leyesen cualquier libro de este tipo simplemente les serviría como manual de instrucciones para su siguiente acto indigno.

Para evitar indigestiones, depresiones y ataques de ira solamente citaré unos pocos y recientes ejemplos, tanto patrios como ajenos a nuestra pícara tierra:

  • El fraudulento, limitado, mentiroso y egocéntrico presidente por accidente Sánchez Castejón convoca las elecciones justamente el día en el que cumple el mínimo de jornadas en el cargo para cobrar una pensión vitalicia de más de 90.000 euros.
  • Su tan trabajadora esposa Begoña asiste a una mal llamada “huelga” (¿contra qué empresa o institución que les explota laboralmente se estaban manifestando?) feminista, cuando cobra un sueldazo por no hacer nada y está disfrutando de una vida de lujo a costa de nuestros impuestos.
  • Riveleta y sus secuaces organizan un pucherazo en las primarias de Ciudadanos en Castilla y León para colocar a su candidata y el tiro les sale por la culata.
  • En Andalucía  existen 2.250 asociaciones feministas por 778 municipios. Es decir, 2,9 asociaciones de vividoras por municipio. ¿Cuánto le queda de verdad a las mujeres, hombres o niños acosados o en peligro? Cero patatero. 
  • Ana Pastor se inventa una nueva empresa, Newtral, para vigilar las noticias falsas, y de entrada miente sobre los años de trabajo en esta honorable tarea. Falsa ella, falsa su empresa. 
  • Portugal reclama la hazaña de Magallanes de haber dado la vuelta al mundo, cuando los hechos demuestran lo contrario: España financió y lideró la expedición, él cambió su apellido, renegó de su origen portugués, en su testamento dejó escrito que sus herederos fueran por siempre españoles y encima la flota portuguesa intentó por todos los medios evitar la hazaña de nuestra gloriosa marina.
  • El ex presidente de Greepeace reconoce que el cambio climático es una exageración, cuando no una gran mentira.
  • Maduro se inventa un ciberataque internacional a su sistema eléctrico mientras sigue robando y el pueblo llano muere de hambre, sed y falta de electricidad. Y para mas inri la gestión del sistema eléctrico de Venezuela es analógica, es decir, no puede ser atacado remotamente, por mucho "hacker imperialista" que lo intente.

Y así podría seguir hasta llenar cientos de páginas. Aunque también se puede resumir con una tira del siempre magnífico Dilbert



Pero eso nos llevaría a hablar del marketing, la constante y abusiva mentira de los publicitarios, las falacias de los bancos y las aseguradoras o las promesas electorales de los partidos políticos. Y siendo martes no sería de recibo estropear lo que queda de semana. Ya retomaré el tema en otro momento.


Y citando a Matilde Asensi en esta magnífica entrevista: “No permito que nada indigno entre en mi vida y eso incluye la política”.

Y la picaresca, añadiría yo.