miércoles, 10 de abril de 2019

Que se hable de VOX, aunque sea bien

There is only one thing in life worse than being talked about, and that is not being talked about
Oscar Wilde

Escuchando ayer "La Linterna" de la Cope, y en concreto la intervención siempre entretenida y didáctica de Fernando Vilches, profesor titular de Lengua Española de la Universidad Rey Juan Carlos, salió a colación la frase “que se hable de mí, aunque sea para bien”. Intrigado, a la par que divertido, la apunté para usarla como introducción a esta entrada.

No hay duda de que la mayoría de nosotros diríamos lo contrario, es decir, “que se hable de mí, aunque sea mal”. Es sin duda la expresión más común, y entiendo que también la más lógica, quizás basada en la famosa frase de Oscar Wilde que cito arriba: “hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti y es que no hablen de ti”. 
Y tal cual es una estrategia usada por infinidad de empresas, organismos, partidos políticos y particulares. Mercadotecnia pura y dura. O marketing, como se dice hoy en día, relegando a nuestro rico idioma, como en tantos otros casos, con el absurdo fin de sentirse moderno, culto y cosmopolita.

Esta publicidad de shock, bien conocida en marcas como Benetton o Ryanair y en campañas oficiales de prevención de accidentes (justamente en estos últimos días la DGT ha lanzado una campaña de este estilo ante los masivos desplazamientos previstos para la Semana Santa), sin duda alguna es efectiva, aunque también pienso que es algo muy visto y cuya eficacia no dudo que ha ido a menos. ¿Quién no se acuerda de la primera campaña de Ciudadanos, con un Albert Rivera en cueros engañándonos con lo de “sólo nos importan las personas” (cuando realmente quería decir “sólo me importo yo”)? El anuncio sin duda fue efectivo, aunque visto ahora, desde la distancia y el descubrimiento de la realidad que había detrás de muchos de los fundadores de dicho partido, no fue nada más que un eslogan engañoso que encubría un narcisismo y un afán de poder enfermizos. De eso se trataba, obviamente. De vender un producto, ya sea con argumentos y datos reales, con falsas promesas o con hechos manipulados.

Tres cuartos de lo mismo ha sido la campaña orquestada durante años alrededor de la inexistente república catalana, su justificación histórica y su supuesta mayoría social (lo de inexistente sin duda un hecho objetivo, como bien ha argumentado en sus alegaciones el bueno y sensato Mosso sancionado ayer con 14 días de inhabilitación por decir la pura verdad).

Y qué os voy a contar después de lo visto en la sumamente sucia precampaña electoral: no quiero ni imaginarme como va a ser la campaña en sí, ni los miles de bulos, intrigas y manipulaciones que vamos a tener que soportar en los próximos quince días, como ya decía en un reciente comentario mío. Suerte tengo que la mitad de ese tiempo lo pasaré andando por tierras gallegas en pos de mi quinta Compostela, ajeno al mundanal ruido, a la bajeza moral y a la maldad intrínseca de nuestro sistema político.

Pero hay esperanza. La verdadera y sensata España está despertando, los actos de los partidos tradicionales están pinchando, las encuestas, por muy cocinadas que estén, no se las cree ni un pardillo y lerdo espectador de la Secta, y empiezan a sonar tambores de resistencia, de alegría, de verdad y de una nueva y brillante luz al final del camino (lo de los tambores es por gentileza de Ignacio Garriga).



Digamos pues como el inmortal genio Salvador Dalí: “que se hable de mí, aunque sea para bien”.


lunes, 8 de abril de 2019

Nacionalismo, populismo y religión.


Una vez elegido el bando, se autoconvence de que este es el más fuerte, y es capaz de aferrarse a esa creencia incluso cuando los hechos lo contradicen abrumadoramente. El nacionalismo es sed de poder mitigada con autoengaño. Todo nacionalista es capaz de incurrir en la deshonestidad más flagrante, pero, al ser consciente de que está al servicio de algo más grande que él mismo, también tiene la certeza inquebrantable de estar en lo cierto”
George Orwell, Notas sobre el nacionalismo

No va nada mal que, en estos momentos, a punto de iniciarse la campaña electoral oficial (aunque realmente la campaña empezó el fatídico 2 de junio de 2018, día en el que el falso y ególatra Pedro cum Fraude llegó al poder con la mochila llena de sucias maniobras e incontables mentiras), se publique un estudio sobre la enseñanza de la religión en las diferentes regiones de España.


Como era de esperar, las regiones en las que se limita, excluye y hasta persigue la enseñanza de la religión católica, son aquellas en las que dominan una o ambas de las dos fuerzas malignas que quieren acabar con nuestros valores, nuestras historia y, sobre todo, con nuestro futuro.

Tanto el rancio populismo izquierdista, culpable de los mayores desastres sociales y culturales de la historia, además de la muerte de cientos de millones de personas, como el maldito nacionalismo que se sitúa por encima del bien y del mal arrogándose rango de verdad y eternidad, tienen muy claro quien es su principal enemigo. La lucha contra los valores emanados de nuestra herencia griega, romana y cristiana es continuada e implacable: es la única manera que tienen para llegar al poder los enemigos de la persona, de la libertad y de la justicia.

Decía Orwell en su “Notas sobre el nacionalismo” lo siguiente: “Todo nacionalista acaricia la idea de que el pasado puede alterarse. Pasa la mayor parte del tiempo en un mundo fantástico en el que las cosas suceden como deberían suceder, y, cuando es posible, no duda en transferir fragmentos de su mundo a los libros de historia”.

¡Qué acertada definición de lo que estamos sufriendo hoy en día en España! Ese mundo fantástico en el que residen los dementes Torra, Puigdemont y demás enfermos, o los falsos e hipócritas nazis del PNV que van de sensatos y superiores cuando su trayectoria es el mayor ejemplo de manipulación histórica y social (y sangrienta) sufrida en Europa en los últimos siglos, junto a los demagogos populistas de izquierda que repiten sin cansar su mantra igualitario, libertario y renovador, cuando cualquier persona sensata sabe que ni persiguen la igualdad, ni creen en la libertad, ni dejarán más rastro de su apestosa presencia en nuestra sociedad que miseria, injusticia y privilegios para unos pocos acólitos (véase la situación actual de Venezuela).

¿Y qué podemos hacer para evitar este desastre y salvar los muebles de nuestra patria, nuestra historia, nuestra herencia y con ello garantizar un futuro a nuestros hijos y nietos?

Pues yo diría que está bastante claro: luchar en el día a día por nuestros valores y contra la indecencia que representan la mayoría de los partidos políticos. Leer, estudiar, entender, escribir, debatir, dar ejemplo, enseñar…, en definitiva, ayudar a las personas de cerebro huero, abducidas por las mentiras, la superficialidad y la mediocridad de las malignas y manipuladoras cadenas de televisión y radio, dedicadas en cuerpo y alma a minar los valores y cimientos de nuestra sociedad para conseguir el máximo provecho económico, a 
costa de convertir a la audiencia en simples ovejas consumidoras de bazofia.

Y aquellos que votáis, hacedlo conscientemente, sabedores de que estamos ante una de las últimas oportunidades de salvar la que otrora fue reserva espiritual de Occidente, faro de libertad, justicia e igualdad. Nuestra patria. Nuestro pasado. Nuestro presente. Y Dios mediante, nuestro futuro. Por España, todo por España.