Suenan
los primeros compases de la Marcha Real, ese nuestro himno patrio que pese a
haber tenido ya 4 letras diferentes sigue anclado en el “lo lo lolo lo lolo lo”
popular, universal y transversal; se alza el telón de la copa de Europa de selecciones
nacionales, saltan los jugadores al campo y aparecen por doquier esos
aficionados disfrazados, alegres y bulliciosos que suelen acompañar a nuestro
equipo. Aunque este año haya causado baja el mítico ciudadrealeño Manolo Cáceres
Artesero, el “del Bombo” (cosas de la edad y los achaques asociados), seguimos
disfrutando de toreros, toros, flamencas, travestidos, obispos, Guardias
Civiles y demás personajes arquetipos de nuestra sociedad, animando los estadios,
las calles y los bares de Europa al son de Paquito el Chocolatero, el Eviva
España (nacido por cierto en Bélgica) y otras “joyas” musicales que son parte
de la banda sonora de nuestras vidas.
Y como
no puede ser de otra forma, en esta España fratricida en la que lo más importante
siempre es meterse con el vecino, soltar un “y tú qué” para recibir de
respuesta el “y tú más”, aparecen también los comentarios, apuntes y artículos
sobre lo poco valiosa que es esta pachanga
patriotera, sobre la superioridad moral de los verdaderos “patriotas” que
trabajan día y noche para engrandecer nuestra nación, sobre lo patéticos que
somos los aficionados al fútbol y sobre el tiempo malgastado en animar a una
selección que en el fondo se nutre de mercenarios y renegados, ávidos de dinero
y carentes del mínimo sentido del respeto hacia nuestra historia imperial y
milenaria y nuestra revolución pendiente.
Nadie puede
negar esa inicial vergüenza ajena que sentimos la mayoría cuando vemos aparecer
a 10 fornidos machotes vestidos de toreros, sudando de lo lindo y vocalizando
con evidentes problemas las complicadas letras de nuestros himnos, pero, “qué
carajo” (que por cierto significa miembro viril):
¿Quiénes somos nosotros para
criticar a un grupo de personas que se juntan para disfrazarse y animar a un
equipo de fútbol?
¿Qué sabemos de su vida diaria, de los esfuerzos que han
realizado y las penurias que han pasado para poder permitirse el alquiler del
traje, el billete de tren, la entrada al campo y el relleno de su bota de vino?
No es
nada nuevo: a mi edad he tenido que aguantar ciento y un discursos sobre el
verdadero patriotismo, sobre la estupidez del fútbol, las charangas y las
borracheras o la violencia en las gradas, frente a la noble militancia, el
esfuerzo, la lucha diaria… y al final siempre acabo reafirmándome en lo mismo:
sin
lugar a dudas existen personas despreciables y sin preparación alguna que utilizan
el fútbol para descargar sus complejos en esa desagradable violencia gratuita contra
los demás; folclóricos disfrazados que salen una vez al año del armario para
chupar un poco de cámara y dar una imagen lastimosa de nuestro pueblo; manipuladores
de partidos políticos que aprovechan las competiciones deportivas para
arañar algún voto al incauto aficionado y dirigentes que se apuntan
al carro sea cual sea el evento con el fin de apurar su posición
de privilegio
y sus asociadas dádivas.
¡Sin
duda que existen! Existen en el fútbol porque existen en nuestra sociedad.
Pero luego
está esa mayoría normalita, sin pretensiones, que trabaja día a día, que
defiende a su patria en el puesto de trabajo, cuidando a sus hijos, a sus
padres, que en su tiempo libre igual escribe bonitos poemas o apasionantes novelas
históricas , que ayuda en la parroquia, o realiza otro tipo de labor social, que
compone música, o pinta, o milita en un partido político o en un sindicato (de
los de verdad, no los de las mariscadas) , que hace pintadas por las noches
reclamando justicia, o reparte comida a los españoles necesitados, que anda por
el Camino de Santiago ayudando a toda persona con la que se cruza, que dona
sangre cada 2 meses o diseña camisetas reivindicativas con cuya recaudación
mantiene vivo un local social, que mantiene un despacho de abogados que da
trabajo a decenas de personas, o gestiona una bodega que alegra las horas del
vermú de mucha gente... ¿Qué sé yo?
Igual se
trata simplemente de personas humildes y honestas, a las que les gustan los éxitos
de sus conciudadanos. Ya sea en el fútbol, en las motos, los coches o el balón volea;
ganemos un concurso internacional de música o seamos el primer país en donaciones
de órganos del mundo; los que nos emocionamos viendo a nuestro ejército ayudando
en misiones internacionales, o viendo la botadura de una nueva fragata para
nuestra gloriosa Armada; que disfrutamos con la publicación exitosa de una
novela sobre la historia de España o con un “Oscar” a una película española
(bueno, esto quizá menos, teniendo en cuenta el tipo de chusma falsa y “roja” (de
pico que no de cartera ni de estilo de vida) que suele ganar dichos premios),
en resumen, los que nos alegramos de ser españoles y ejercemos como tales.
Como decía
el anuncio de las Cajas
de Ahorro Confederadas de hace algunos años:
“Estamos
con la gente con toda la gente, la buena gente
Estamos
con la gente que vive la vida sinceramente...”
¡VAMOS
ESPAÑA! ¡VIVA ESPAÑA!
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