No hay duda de que estas dos palabras, y sus combinaciones, tan usadas en nuestro rico idioma, dan para mucho. Que se usen según sus acepciones originales, es decir, para indicar que algo está a la derecha o a la izquierda, ya es más raro. Salvo reputados columnistas (como el “Trasgo” de la Gaceta, que las suele usar en todas sus variaciones) o escritores de renombre, como Arturo Pérez-Reverte, pocas veces tenemos la ocasión de ver estas palabras tan propias de nuestro idioma escritas en alguna publicación haciendo referencia a derecha e izquierda.
Hasta hemos llegado a adaptar una palabra del vascuence, ezkerra, convirtiéndola en “izquierda” y desterrando la “siniestra” original, quizás por culpa de la acepción negativa que subyace a la misma. Y aún así, intentando evitar la original, nos hemos quedado con la ezkerra “vasco-celta “que según algunos etimólogos podría significar “mano torpe”; son cosas que nos pasan, por torpes.
Que lo diestro sea algo positivo, hábil, sagaz, favorable, benigno o venturoso, o que a los hombres heroicos, aquellos que saben manejar la espada o son matadores de toros, se les llame directamente diestros, no significa nada, dirían seguramente los iletrados progres de pacotilla. Probablemente argumentarían que son imposiciones de una Real Academia trasnochada, machista, violenta de género, reaccionaria, fascista, aliada de las agencias de rating, del Real Madrid o del RCD Español y no sé cuantas cosas más. Porque decir que la Real Academia es diestra en su trabajo no se les ocurriría. Seguro.
Y menos aún se atreverían a utilizar la tan bonita palabra siniestro para referirse a lo opuesto a la derecha. Válgame Dios. Te imaginas, querido lector, a los líderes sindicales y de los partidos siniestros (esos políticos de los EREs falsos o aquellos obreros de los Rolex de oro y los generosos sueldos) proclamar a voz en grito: “Nosotros somos siniestros” o “viva la siniestra unida”. ¿A qué no? Y eso que la Real Academia lo deja bastante claro: lo siniestro es algo avieso, malintencionado, infeliz, funesto, resabio o viciado. Podría entrar en cada una de estas acepciones y seguramente en todos los casos sacaría la misma conclusión: cuanta razón tiene la Real Academia en algunas ocasiones. O para decirlo de forma más apropiada, cuan diestra es la RAE.
Pero por desgracia la vida no se circunscribe a la dualidad del blanco y del negro, del yin y del yang, del mod y del rocker, de los Beatles y los Rolling Stones, del skin y del punky, del diestro y el siniestro. Siempre tienen que aparecer los blandos, los que Jesús maldeciría, los indefinidos, los que no son ni carne ni pescado, los hermafroditas sociales y políticos, que juegan a dos barajas, cuando no se dedican directamente al trile añadiendo esa tercera bola a su quehacer diario, a su ideología y a sus principios.
Esos que quieren estar sentados a ambos lados de la mesa, los que pretenden contentar a diestro y siniestro sin mantener una postura homogénea ante sus electores, o peor aún, ante sí mismos. Los que de la diestra solamente quieren la parte capitalista y de posición social, pero que al mismo tiempo se arriman a la siniestra en todo aquello que es “chic”, “trendy”, “social”, “moderno”, “avanzado”, y que se lleva mucho en poblaciones tan siniestras como pueden ser Somosaguas, París o Nueva York.
Los que ven bien que a una unión entre personas del mismo sexo se le llame matrimonio, que ven mal que un partido político mantenga la palabra “cristiano” en su definición, o que ayer maldecían en Cataluña a una coalición diestra en su definición pero siniestra en su posición ante España, y hoy se alían con ella por el “bien” común, es decir, para sacar adelante sus presupuestos y poder repartir, adjudicar y subvencionar a su antojo, es decir, a diestro y siniestro.
Esos personajes que hoy dicen blanco y mañana negro. Que basan sus ideales y convicciones en una simple regla de tres, en el objetivo de sacar el máximo rédito particular y sobre todo económico a su actividad pública, bien pagada por todos nosotros, por cierto.
Esos, los ambidextros. O ambidiestros. Esos si que son personajes auténticamente siniestros.
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