Después del tramo del Camino de Santiago del año pasado, de Vigo a Santiago para rematar el camino portugués, la desazón y la rabia de ver esta milenaria ruta peregrina convertida en una feria de tipos de todo pelaje, carente de los valores originales y devenida en una marea de turigrinos ávidos de sellos, de masas enloquecidas copando las pocas sillas de los bares dejándonos sin el precioso líquido tan necesario para resistir las etapas, decidimos, después de muchos años caminando a finales de septiembre (26 en mi caso), cambiar de fechas y andar en invierno. Menos gente, más espíritu peregrino. Por lo menos era nuestra intención e ilusión…
La llegada
Partimos pues un sábado en la habitual y querida RENFE, en un recorrido por primera vez en muchos años en dirección este, con la suma alegría de que han incorporado Estrella Galicia a las bebidas disponibles, con 25 minutos de retraso y con unos asientos que volvieron a quedarse sin utilizar hasta casi llegar a Pamplona. Habiendo bar, cerveza, y charla con los atentos empleados del vagón restaurante, poco nos llamaba la comodidad de un asiento. Así pasamos la mañana, con cervezas, recuerdos, algo de picoteo, alguna calada al Ducados con el revisor en las pocas paradas del recorrido y comentarios sobre el mítico Antonio, de los revisores más antiguos de la empresa jubilado forzosamente a los 67 años, dejándole sin uno de los tres pilares de su vida, a saber: el tren, los vinos y el Depor. Ahora ya le queda solamente el vino para llorar o celebrar los resultados de su equipo del alma.
En Pamplona se incorporó Jaime,
un fichaje imprescindible por su cultura, sus valores, su educación y sus
diversas habilidades (de estas hablaremos más adelante). Siendo navarro de pura
cepa, sus explicaciones sobre ese paisaje, aquel monumento, esa senda y aquella
bandera, fueron didácticas y enriquecedoras. Por lo menos para nosotros. Si al brasas
que intentó entrarnos con el tema de la Cruz de San Andrés, que
orgullosamente llevo en la chupa y que detectó cual agente encubierto de la
STASI (o de BILDU), le gustó la lección de historia que le dio Jaime, es harina
de otro costal. Pesado, más que pesado. Aunque este sucedió más adelante.
Sin novedad destacable llegamos a
Roncesvalles, ocupamos nuestras literas en el albergue de invierno, limitado a
30 plazas y lleno hasta la última plaza (eso nos salvó de tener que aguantar a
dos frikis que aparecieron a última hora, un murciano graciosillo seguidor de
Leño y un iluminado con frases profundas y cerebro sin duda lleno de basura y
simplezas. Aunque esto sea un prejuicio: igual eran ambos encantadores y se
hubieran convertido en las amistades de nuestras vidas. Pero como no lo
sabremos jamás, dejémoslo en que no los vimos más.
Lo que si vimos fue el pequeño
museo de la Real Colegiata, con los
objetos capturados a Miramamolín y los suyos y asombrados con los pies XXL de Sancho
VII el Fuerte y acto seguido asistimos a la misa del peregrino en la iglesia de
Santiago. Misa correcta, con un fraile que pasó de ser en la distancia un joven
monaguillo con una buena voz a un siniestro ser mayor digno de “El nombre de la
rosa”, cuando le vimos a menor distancia al acercamos para la bendición final,
y una advertencia del oficiante que me pareció muy correcta: “Aquí a comulgar
que se acerquen solamente los católicos y de estos los que estén en condiciones
de comulgar”. Sin medias tintas. Como
tiene que ser.
Quedaba pues la cena, en este
caso en Casa Sabina, posada propiedad, al parecer, de una familia afín y fiel a
la Guardia Civil, según nos explicó Jaime. Sin duda un argumento adicional para
optar por este restaurante: el otro argumento es que no había otro local
abierto.
Entre charlas, bocadillos, huevos
con setas y algunas cervezas, hicimos tiempo antes de retirarnos a las literas.
Todo ello amenizado, por llamarlo de alguna manera, por un grupo de franceses de
mediana edad: zafios, ruidosos y molestos. Lo que viene a ser la definición de
un gabacho. ¡Qué triste debe de ser su vida y que feos sus pueblos para tener
que subir a emborracharse a un lugar como Roncesvalles! Sobrevivimos esta mini
invasión de los nuevos hijos de San Luis, al albergue, noche durísima con un
extraño ser que roncaba lo que no está escrito, hasta el punto que de la
habitación de al lado se acercó un asiático para cerciorarse que se trataba de
ruidos humanos, y comenzaba la aventura. Con nieve, según las predicciones. Por
la mañana se vería…
Primera etapa (Roncesvalles – Zubiri, 21,4 km,)
Después la ruidosa noche, sin pegar ojo más que unas horas, a las 5:40 ya estábamos en pie, y después de prepararnos sin prisas, a las 6:45 partimos hacia esta nueva aventura, cayendo los primeros copos de nieve justo al salir, mientras nos entreteníamos con las fotos de rigor de los carteles de tráfico que marcan la distancia a Santiago. 790 km que nos quedan por delante, a saber en cuantos tramos. Por ahora haremos esta semana hasta Logroño. Dios dirá lo que vendrá después. Previsores que somos, no llevábamos nada comestible en las mochilas, por lo que la preciosa marcha entre la nieve que cuajaba paso a paso y que acabó cubriendo casi toda la etapa de ese manto blanco tan inusual en nuestros caminos, y hasta que no llegamos a Espinal no encontramos una máquina de café y pudimos calentarnos un poco. Esto nos ayudó a llegar sin problemas a Viscarret, lugar en el que acertamos de pleno con la elección del bar: Españita por los cuatro costados. Comida casera de cuchara a las 10 de la mañana, paisanos jugando al mus, simpatía por doquier y una decoración “Spanish Flamenco y Olé Style” apropiada para la marea de extranjeros que suelen pasar por aquí. Un buen desayuno, bocadillos, huevos y queso a discreción como detalle de la casa, y a por el alto del Erro. Aquí empecé a notar mi declive físico, convirtiéndose cada pequeño repecho en un verdadero martirio. Y en un lastre para mis dos compañeros, que se pasarían el resto de la semana esperándome cada tanto con paciencia y solidaridad. Las chanzas sobre un carricoche para el año que viene no se hicieron esperar. A este paso acabaré robándole la silla motorizada a Echeminga. Para el uso que le da esa siniestra rata, mejor que sirva de ayuda a un veterano peregrino.
Superado el alto y con unos 10 km
más recorridos, llegamos a la pensión sobre el río Arga a las 15:00. Mientras me
instalaba, Edu y Jaime fueron a por suministros, y en cuanto estuvimos
duchados, cambiados y recuperados, decidimos cruzar el pueblo entero para ir al
único bar abierto, el clásico punto de encuentro de carretera de lugareños
aburridos, camioneros cansados, peregrinos perdidos y un camarero muy poco
apropiado para el entorno: un hermafrodita de libro, alegre y dicharachero y
que nos atendió de maravilla. Hasta el punto de que Jaime derramó de la emoción
el “riquísimo” vino (con gaseosa) que tomamos comiendo chistorras con huevos,
algo imprescindible en esta localidad, famosa justamente por sus chistorras
(aunque probaríamos algunas mejores durante la semana). Saciados ya, compramos todas las cervezas que había
en la gasolinera lindante y volvimos al cobijo del albergue a la sesión de
tardeo peregrino.
Compartimos pues mesa, lumbre, altavoz
y buena música con los demás peregrinos: un grupo de coreanos sorbiendo
espaguetis en un vaso de Duralex con ayuda de sus palillos y con las tres “valquirias”
a las que entré sin problemas en su idioma materno, algo que siempre ayuda.
Teníamos pues a Brunilda, la mayor y más agraciada, a Helmwige, más bien fea y pelopaja,
y a Gerhilde, la más joven y obsesionada con explicar a sus “hermanas” que le
dolían los pechos por culpa de la mochila, sabiendo que yo entendía todo lo que
hablaban entre ellas. La multé por chatear mientras comía, se dio cuenta que
tenía razón, dejó el móvil y se zampó dos grandes platos de pasta, mientras que
nosotros le dimos a la música, acabando la sesión como siempre con tres
monologuistas, cada loco con su tema e intentando mostrar el último video o
poner tal o cual canción. Lo de estar enganchados a las pantallas, a la inmediatez
y lo efímero, nos impidió entrar en profundas conversaciones con las alemanas.
Y menos aún con los coreanos. Nunca sabremos si nos perdimos algo. En cualquier
caso fue una tarde agradable, y perdonado el desliz del vino a Jaime al
contarnos quienes fueron sus antepasados, nos retiramos a descansar.
Segunda etapa (Zubiri - Pamplona, 20,4 km.)
A las 7:30 desayuno en el bar vecino (de un albergue, caro y con los enchufes tapados para evitar cargas de móviles), y en marcha. Siendo lunes, la esperanza de encontrar más servicios nos animaba un poco, aunque tampoco fue así. Ni en Larrasoaña, a 5 km de fácil camino con pocos repechos, ni en ninguna de las siguientes poblaciones encontramos nada abierto, hasta el punto de que un paisano en Irotz nos quitó la última esperanza: hasta Pamplona no hay nada abierto. Tampoco fue para tanto, y por fin, después de más de 16 km, llegamos Arre y Villava, y el bar Paradise hizo justicia a su nombre, aunque poco nos demoramos ahí, entre el frío, la intermitente lluvia y las ganas de llegar, nos conformamos con dos cervezas y reemprendimos el camino para rematar la entrada a Pamplona. La histórica ciudad, capital de uno de los grande reinos hispanos, cuna de bravos reyes y valientes y nobles súbditos, monumental y tan conocida por todos por las retransmisiones de los Sanfermines, y tan diferente en invierno, con las calles vacías, los bares cerrados, el suelo mojado y la plaza del ayuntamiento convertida en una minúscula plaza de una casita de muñecas. La visita al local de un armenio, marcado y señalado por los perros etarras de siempre por haber celebrado un acto de VOX en su local, no fue exitosa, picamos unos pinchos, nada del otro mundo, y a otra cosa, mariposa. Seguimos el trazado del camino por el casco urbano hasta nuestra pensión, y visto el tiempo lluvioso y la tardía hora, decidimos cerrar la etapa a las seis de la tarde y nos retiramos cada uno a su nido, emplazándonos al café a las 7:30 del día siguiente en la cafetería del hotel que teníamos enfrente, conocido por haber sido la residencia de la familia real durante los tratamientos médicos de Don Juan en el cercano y famoso hospital universitario. Una etapa de transición, sin contacto con otros peregrinos, sin demasiado alcohol pero con interesantes momentos y constantes explicaciones de Jaime, sobre tal o cual hecho, rey, escudo o edificio. Nada como andar con un guía local, amante de su tierra y docto en la historia de Navarra y de España.
Tercera etapa (Pamplona – Puente de la Reina, 23,9
km.)
Reunidos de nuevo los tres ante unos cafés, a las 8 salimos de Pamplona, con la lluvia como compañera y el Alto del Perdón como gran obstáculo del día, por lo menos para mí, aunque realmente me costó todo el camino. La subida Cizur Menor, con equivocación de dirección incluida, ya fue un tormento, y a las 10:30 paramos a desayunar en Zariquiegui, con las viandas y las bebidas que habíamos comprado la noche antes. Mi decisión de cargar con el pan, el queso y el fuet tuvo su compensación: por mucho que me alejara de los dos atletas que me precedían, tenia claro que en algún recoveco del camino me esperarían. Ya no solo por solidaridad, sino también por hambre. Y así fue el resto del camino. Andando en soledad, y reuniéndonos cada tanto para recuperar fuerzas. Como tiene que ser el Camino. Sufrimiento, hambre, sed y soledad, compensados al poco tiempo con charlas, pan, cerveza y embutidos. Castigo y premio. Esa meritocracia que se ha perdido del todo, en la que todos exigimos y pocos damos. Bien ganados pues los bocados a la intemperie. La bajada del Alto del Perdón, desagradable como siempre. Charla con un sabio paisano en Uterga, última parada en Óbanos a las 15:00, en bar rural muy acogedor, con chistorras tan buenas que acabamos tomando dos raciones, y a las cuatro ya llegamos a Puente de la Reina, con al albergue de los padres reparadores recordándome mis anteriores visitas con Carlos Oriente. ¡Presente! Jaime se queda en el albergue y nosotros nos instalamos en el cuco hotel Bidean, decorado cual albergue alpino, con música chill-out y una habitación pequeña pero muy correcta. Dejándonos llevar por las guías, fuimos al restaurante conocido por sus menús de peregrino, y estuvimos desde las seis hasta las siete y media haciendo tiempo hasta que abrieron la cocina. Cada uno con su móvil, incluida la extraña pareja de chicos, quizás padre e hijo, y poca conversación. Por no hablar de las hamburguesas, una de carne de Angustias, como la bautizó Edu, y que sinceramente comí a disgusto. Quién sabe lo que contenían, más aún vista la suciedad general del local. Pero sobrevivimos, hicimos unas ultimas hierbas en las salita de nuestro hotel, y retirada a la habitación para dormitar mientras el Real Madrid se batía con el Atléti en la Champions.
Cuarta etapa (Puente de la Reina - Estella, 21,6
km.)
A las 6 de la mañana ya estamos en la panadería / cafetería de enfrente, cruasanes y cafés, a las 7 se incorpora Jaime, y sin demasiados problemas nos plantamos a las 9 de la mañana en Mañeru, donde desayunamos la tortilla de rigor, con alguna cerveza para facilitar la digestión y oxigenar las piernas. A Jaime se le ha abierto su “camel bag” durante el camino, por lo que tenemos claro que lo mejor es llevar una bota tradicional. La tradición manda. Odio al mundo moderno. Para evitar un estrecho camino de bajada y subida opto por la variante ciclista, y me triquiñuela acaba en un tramo adicional de 2 km, pero finalmente nos juntamos, saco por fin la bandera de los tercios que llevaba como regalo para Jaime, foto de conquistadores y afrontamos la subida a Lorca juntos, aunque no hay premio y está todo cerrado. Seguimos por lo tanto y en Villatuerta, a 4 km de destino, encontramos por fin refugio en el bar del polideportivo y nos tomamos un descanso, son las dos y diez. Hacia las 3 y media llegamos al precioso albergue de Curtidores, a la entrada de Estella, y mientras Jaime visita el museo carlista y compra su billete de vuelta, nosotros nos dedicamos a la lavadora y la secadora, al borde de río y en un edificio histórico restaurado con estilo y equipado de maravilla. Aunque nos quedamos sin monedas y por lo tanto sin beber hasta la vuelta de Jaime. Paseo por Estella, dudas varias en la elección del restaurante, y al final cenamos en el tradicional bar San Juan, ahora regentado por una china mayor, con risottos, entrecots y bacalao. La comida, normalita, el servicio, atento, y de vuelta al albergue, donde pasé una noche dura, ya no sé si por el esfuerzo, el risotto que me repetía o el irremediable declive físico por mi edad y mi poco sana vida. En fin, es culpa mía. Acabó la etapa, descansamos lo que pudimos, y a por la siguiente. El “walk, eat, sleep, repeat” de cada año que le había comentado a la joven valquiria unos días antes, y que ella complementó con un “shit”, algo muy feo, más aún en boca de una joven alemana. En fin, tiempos modernos y falta de educación y de etiqueta. Y por cierto, lo de valquirias no implica belleza ni gracia, simplemente lo usamos cono alias para unas alemanas, que más bien eran feas. Que nadie crea que andábamos acompañados por bellezas teutonas. Esas las vemos en sueños, como mucho.
Quinta etapa (Estella - Los Arcos, 21,3 km.)
Después de la mala noche, no me veo en condiciones de andar mucho. Salimos pronto, desayuno en cafetería que abre a las 5, y después de 2 km. en Ayegui, decido retirarme, buscar un bus y esperar a la pareja en Los Arcos. Un paisano muy agradable al que preguntamos por los buses se ofrece a llevarme y a las 9 de la mañana ya estoy en el hotel de los Arcos, mientras que a mis dos compañeros les quedan varias horas de mojado y duro camino. Por lo menos les he liberado de las constantes esperas, por lo que andan a un buen ritmo, y hacia la una, si no recuerdo mal, ya llegan cansados pero enteros. Yo he dedicado la mañana a descansar, a tomar unas rabas y unas cervezas y a escudriñar un poco los alrededores. Jaime pilla habitación, comemos de maravilla en el restaurante que comparte edificio con el hotel Mónaco, y pasamos el resto de la tarde entre las habitaciones, y un posterior paseo por el pueblo y la parada final en el bar de enfrente para tomar una rabas y unas bolas de carne, lo último antes de retirarnos. Por ahora hemos puesto pocos motes: el gordo infame roncador de Roncesvalles, la alemana cagona y un nuevo personaje, el Brasas, al que ya nombro al principio, que me ve la cruz de San Andrés e intenta explicarnos su origen. Misión imposible, por lo que la lección de Jaime acaba con sus ansias de protagonismo, y se va con sus sabidurías a otra parte. Una pena haberme retirado, pero me encuentro mejor y creo que llegaré sin problemas. Queda una etapa, encima corta ya que solamente iremos hasta Viana. Ultima población de Navarra, que hemos cruzado de norte a sur en cinco días. El siguiente tramo ya será por las bellas tierras riojanas. Sin duda uno de los tramos más bonitos de todos los caminos. Pero eso será en septiembre. Aquí aún nos queda un día para rematar la faena y cortar las dos orejas.
Sexta y última etapa (Los Arcos – Viana, 18 km.)
A las seis de la mañana estamos en pie, nos pasamos media hora buscando el mando de la tele, y a las 6:30 estamos en el bar del hotel desayunando. Llueve un poco, pero siendo la última etapa, y encima corta, no me preocupa demasiado. La caminata, con momentos soleados, música hispánica y céltica, con repechos asumibles, es de las más bonitas de todo el camino de este año. Paramos a las 9:15 en Sansol, dejamos al propietario del ultramarinos sin pan, comemos queso, cervezas y cafés, cargamos más pan y bebida en las mochilas, y seguimos ruta sin ningún sobresalto. Hacemos una pequeña parada en Torres del Río, me quedo en el albergue de la Pata de Oca del italiano mientras Jaime y Edu visitan la iglesia románica del Santo Sepulcro, me invita a un anís mientras me pregunta si aún soy activo sexualmente, una pregunta fuera de lugar y momento, regalo un par de cigarrillos a un joven alemán que viaja literalmente con la casa a cuestas (él mismo acepta que está un poco loco, con una mochila enorme y otras cuatro bolsas adicionales, que por lo que veo contienen desde ropa sucia a envases vacíos), y a 5 km. de Viana hacemos la última parada en un bosque, con sillas para los tres reyes, piedras y muchas fotos y recuerdos de peregrinos anteriores. Todo un santuario.
A las dos llegamos a Viana, sello
en la oficina de turismo, y hacemos tiempo en el primer bar que pillamos hasta
las cuatro, hora del bus y del final del Camino de este año. Jaime se vuelve a
casa, que tiene concierto, y nosotros bajamos a Logroño, buscamos el feo y
desagradable albergue, según Eduardo Oriente en la peor parte de la ciudad, y
nos juntamos con él en el Laurel, donde disfrutamos del encuentro entre cervezas,
pinchos, vinos, empanadillas, jamón y demás delicatessen de un casco antiguo
que rebosa bares y vida. La alegría y emoción de volver a ver a Eduardo, los
planes para septiembre, incluyendo las siempre generosas ofertas de Eduardo,
que nos abre su corazón y su casa, como solamente hacen los camaradas, rematan un
camino diferente, pero bastante más auténtico que el del año anterior. Sin
turigrinos, sin masificación, con más esfuerzo y menos bares, pero con momentos
inolvidables, paisajes brumosos, nieve, esfuerzo y ganas de continuar cuanto
antes. Y con la incorporación de Jaime que ha sido una agradable sorpresa.
Repetiremos, sin duda.
Los tres reyes, que no son ni
Melchor, Gaspar y Baltasar llegando a Belén, ni tampoco Alfonso VIII, Pedro II
y Sancho VII cargando contra el moro invasor en las Navas de Tolosa.
Simplemente tres camaradas, peregrinos por los caminos de España. Como bien
cantaba Cecilia:
“No me propongo destino
No quito puestos a nadie
Porque mi puesto es el aire
Como el olor del buen vino
Sabiendo que nunca es tarde
Mi pie siempre en el estribo
Y cada paso que piso, un paso menos que dar
El caso es andar, el caso es andar
No me pertenece el paisaje, voy sin equipaje por la noche
larga
Quiero ser peregrino por los caminos de España”.
¡Ultreia!