martes, 30 de septiembre de 2025

The Asper’s Tour 2025 (Camino de Santiago)




Seguimos viajando en dirección opuesta, hacia el Este, cuando nuestro destino está, como siempre, al Oeste. Es lo que tiene volver a empezar donde lo dejamos el año anterior: en Logroño, capital de esa comunidad autónoma más artificial que su propia bandera tutifruti. En fin, cosas del desgraciado régimen del 78 y el descuartizamiento de nuestra patria, sin ton ni son, al dictado de sucios intereses naZionalistas. Así nos va, con nuestro pasado tergiversado, nuestro presente enfangado y nuestro futuro claramente amenazado. Pero dejemos la política, que esto va de cosas serias. 

Caminamos pues de nuevo en dirección a Santiago de Compostela, donde nuestro santo patrón vela por el bien de España desde hace 1.212 años. Tarea por otro lado cada vez más difícil para el hijo de Zebedeo, que sin duda andará enfurecido viendo en lo que se ha convertido la sagrada tierra en la que predicó y luchó valientemente contra el bárbaro invasor musulmán. “Tanto esfuerzo para nada”, estará pensando, y hasta le veo planteándose su vuelta, montado en su caballo blanco, blandiendo la espada y entrando a sangre y fuego en el Palacio de la Moncloaca para acabar con los traidores a España vendidos al moro y a la mafia globalista. ¡Dios me oiga! Así, en vez de tatuarme las cabezas de moro que me faltan en el hombro, podría poner unos cuantos Saunez decapitados. 


La ida, miércoles 17 de septiembre

Empieza pues esta nueva aventura, que no es algo tan lúdico y estúpido como la flotilla del amor de Greta, Ada y sus secuaces pirómanos. Nosotros no estamos para infantiles movidas woke, cuyo propósito no es otro que dar la nota, visitar islas y calas, fumar porros, practicar sexo a destajo y jugar a bordo con las bengalas, para acabar peleados, despechada la Majareta y atacados por imaginarios drones. Para que nuestro demente presidente encima les mande un barco de guerra, no para su protección, sino para la distracción del respetable ante los juicios familiares que se avecinan. Nosotros preferimos lo serio: tierras patrias, caminos polvorientos y fondas, obviamente. De algo vive el hombre, digo yo.

Cogemos pues un autobús en Madrid, y siendo el destino Logroño en tiempo de vendimia, los blancos somos clara minoría en el pasaje. Como lo seremos pronto en calles, plazas y parques, si esta maldita y fomentada invasión continúa. Paradas en Almazán y en la querida Soria, y a las 12:15 del mediodía nos plantamos en destino, Logroño, prestos a disfrutar de las viandas y bebercios locales. A coger fuerzas. 

Nuestro estimado amigo y camarada Eduardo nos recibe, y disfrutamos en su compañía de una comida realmente exquisita, con caparrones locales, chuletitas, entrecot y unos increíbles pimientos asados pelados a mano delante nuestro. Un ágape de lujo, invitados encima (gracias, Eduardo), y con una charla como siempre interesante, agradable y apasionada. Nos unen filias y fobias, por lo que las palabras y las blasfemias fluyen a la misma velocidad que el excelente vino con el que acompañamos los platos. Una copa digestiva en el Café Bretón, despedida de Eduardo, visita a la iglesia de Santiago con la atenta ayuda de un carpanta portugués, tardeo en una terraza delante de la catedral, y retiro a la pensión para descansar de la siempre festiva jornada inicial. Mañana ya toca calzarse las botas, apretar los dientes y tirar hacia el oeste. Adelante, siempre adelante.



Logroño-Nájera, jueves 18 de septiembre, 29 km.

Después de una noche ruidosa debido a las ya iniciadas fiestas patronales de San Mateo y las pocas ganas de llegar a casa de cuatro borrachuzos apalancados justamente debajo de nuestra ventana, nos levantamos a las 5:30 y a las 6:45 estamos ya caminando. Se me escapó lamentablemente la llamada de Eduardo, que iba a incorporarse al grupo a la altura del pantano de la Grajera, y bien que me arrepiento, porque en vez de una buena conversación con el estimado camarada, se nos pegó una pareja de Zaragoza, montañeros avezados, y con unas ganas de hablar que producía mareos. Sobre todo al tratarse de la primera etapa, a primera hora, con el estómago vacío y la cabeza en otro lado. Imaginad como eran, que Edu los bautizó al poco rato de separarnos de ellos: los Plomez. No nos daba tiempo ni a contestar, por no decir interrumpirle (solamente hablaba él, mientras que su pareja asentía cada tanto, suponemos que acostumbrada a la mortífera metralla). Ni que fuera el asedio al Alcázar de Toledo. Aunque el bombardeo nos sirvió para avanzar a buen ritmo unos cuantos kilómetros sin darnos cuenta, casi en trance intentando superar el castigo sonoro con pasos acelerados, y evitando con maestría la ingente cantidad de ciclistas que nos iban adelantando. Y así, sin casi darnos cuenta, hicimos 12 km en menos de tres horas, y a las 9:30 ya nos plantamos en Navarrete, con varias fotos de uno de mis queridos toros de Osborne, que bordeamos a escasos metros. La necesaria parada técnica incluyó la preceptiva tortilla, las cervezas y el primer y merecido descanso. 

Recuperados, enfilamos el bonito camino hasta Ventosa, sin que consiguiera identificar la roca donde en su día homenajeamos con una placa a Carlos Oriente (¡PRESENTE!). O bien la han quitado, la ha tapado la vegetación, o fue cosa mía, por andar ya mirando al suelo, contando los pasos como si llevara semanas caminando hacia el frente ruso. ¡Y es la primera etapa! Se notan los años. Cada vez más. 

En el merendero de Ventosa, ocupadas todas las mesas, un supuesto peregrino nos ofreció la suya, ya que partía en ese momento. Y digo “supuesto” porque nos quedamos los tres boquiabiertos al interpelarnos con un “anda, si lleváis la cruz del Celtiña” (por el escudo del Celta de Vigo). ¿Qué demonios cree este pájaro que está haciendo? Si no conoce ni la cruz de Santiago, que llevamos los tres, colgadas, bordadas en la mochila o la chaqueta y hasta tatuadas, me pregunto que hace aquí. Esperemos que la clara y completa explicación de Jaime le haya inducido a investigar un poco sobre lo que es el Camino de Santiago. Aunque lo dudo. 

Avanzamos hasta el alto de San Antón, donde nos recibió un dicharachero personaje, que resultó ser un músico, asentado ahí con sus instrumentos, su mujer Montse y su completo juego de instrumentos de música tradicional.  Un bardo de la vieja escuela, como ya pululaban por las aldeas en épocas pretéritas. Y sin llegar a ser tan estridente como Asurancetúrix, algo sí que chirrió la corta interpretación que nos hizo. Pero bueno, todo tiene su lado positivo, y gracias a sus explicaciones pudimos situar a lo lejos el escenario de la batalla de Clavijo del año 844, y hacernos una foto los tres, mirando hacia ese sagrado lugar que marcó un antes y después en la historia de la reconquista. Y que tuvo la estelar y determinante intervención de Santiago Matamoros en apoyo del rey Ramiro I de Asturias. ¡Santiago y cierra! ¡España!

El resto de la etapa fue un recorrido fácil, aunque se nos hizo eterno, y hasta las 16:20 no llegamos a Nájera, antigua capital de Navarra (o hasta Reino propiamente, como nos explica el siempre docto Jaime). Da gusto andar con personas que saben. Y que hablan solamente cuando toca, pero en ese momento, con propiedad y conocimiento. Jaime visitó el museo local, mientras nosotros descansamos y bebimos algunas cervezas. Tampoco muchas. Hasta en el consumo básico estamos un poco desfondados este año. Y eso que hemos pasado un calor terrible a casi 35 grados. Y tenemos ya el brazo izquierdo con un moreno estilo camionero. El tema de la paella popular que nos comentó Plomez, ni nos lo planteamos. Primero por llegar tarde, y segundo, porque con tal de evitar sus letanías, bien valía perdernos un arroz. Aunque fuera barato.  Cenamos pronto, hamburguesas “marranas” y una tortilla para mí, y a las 20:15 ya nos retiramos a descansar. Ha sido una dura entrada al tramo de este año, pero mejor así. La teóricamente peor etapa, superada.


Nájera-Santo Domingo, viernes 19 de septiembre, 23 km.

A pesar de estar la población en fiestas, la noche fue bastante tranquila. A las 6 ya estábamos en pie, tomamos un café antes de partir, y salimos a las 7. Llegamos sin mayores sobresaltos a Azofra a las 8:15, y paramos a desayunar. La calle principal, inundada por la familia de las bicis eléctricas. Si los ciclistas ya son molestos de por sí, faltos de educación, de civismo, de empatía y de respeto, lo de utilizar bicis potenciadas ya es el máximo del tan manido concepto de “turigrino”. Suerte que, como lee Edu por ahí, se van a modificar las normas de obtención de la Compostela para excluir a estos turistas, que hacen más daño que bien a esta ruta milenaria, que a base de masificación, simplificación y explotación, pierde año tras año su esencia y su verdadero sentido: se trata de una peregrinación religiosa, a la tumba de uno de los apóstoles de nuestro Señor, y no de una excursión lúdica para inmortalizarse en Instagram, molestar a los pocos peregrinos que andan por razones superiores, ocupar terrazas y merenderos y joder la marrana. Expresión que por cierto nada tiene que ver con la cerda hembra (aunque las de las bicis eléctricas lo parezcan), sino con bloquear o estropear el eje de la noria que provee de agua al campesino. Y en nuestro caso, bloqueando nuestro acceso a la tan necesaria cerveza, al copar todos los bares a la redonda. Pocas expresiones de nuestra amplia sabiduría popular tan apropiada como esta para describir a los falsos peregrinos. “Ni esfuerzo, ni fe, ni bondad, ni agua para los demás”. Abandonamos el bar, y nos paramos en el siguiente, a escasos 50 metros. Hacía falta comprar algo para el siguiente tramo, carente de posadas y refugios, por lo que no hubo remordimientos al tomarnos otro refrigerio malteado. Al rato de reemprender la marcha admiramos un rollo judicial de siglo XVI, cuya función no era solamente marcar la jurisdicción del lugar, sino que servía también, con sus picotas, para los ajusticiamientos de sentenciados. Igual convendría volver a su uso tradicional y colgar a alguno de los molestos ciclistas. O por lo menos sus modernas bicicletas. Como advertencia de que esto es una ruta de peregrinación religiosa, y no un entretenimiento lúdico deportivo para estúpidos turistas lectores del National Geopgraphic, tan tiesos que no pueden pagarse una viaje a otra parte, pero bien prestos a molestar a los peregrinos de corazón y de Fe. Si es que leen, claro, porque más bien me los imagino sentados delante de su televisor en su sofá de IKEA, viendo alguno de los canales adoctrinadores al que tan acostumbradas están todas estas ovejas iletradas, sumisas y pesadas. Insisto, hacen falta más picotas para acabar con tanto subnormal.

Aliviada la sed y recargadas las alforjas con fuet y pan, reemprendemos la marcha, y recorremos un tramo eterno, con una breve parada en una tubería que provee de agua los cultivos, en medio de extensos y preciosos campos en plena época de cosecha, parada a la que se unen dos asiáticos de cierta edad (nos cuesta a todos diferenciar japoneses y coreanos, más aún determinar su edad: de ojos rasgados, educados y silenciosos y de entre 50 y 90 años de edad).  

Hacia las 12 del mediodía llegamos al club de Golf de Cirueña (un destrozo paisajístico bastante protestado por los lugareños, como me comentó Eduardo O. el día anterior), donde paramos y nos atiende una camarera habladora pero un poco demacrada (nos imaginamos su pasado poco sano, sobre todo cuando nos comenta que las fiestas de los pueblos ya no son lo que eran y que ella no suele ir más allá del siguiente bar), y nos fijamos en dos peregrinos diferentes a los demás, uno de ellos con extraños tatuajes, y que responden a nuestras miradas con pareja curiosidad. Dejamos el bar, y a pocos metros Edu y Jaime se paran en un merendero para dar cuenta de las viandas. Yo decido continuar, una vez arrancado es mejor seguir. Que conozco mis debilidades. Y tampoco tengo hambre. Deambulo pues por la tan poco apropiada urbanización creada alrededor del club de golf, hasta que por fin enfilo una suave bajada. Empedrada, pero en descenso. Una de cal, una de arena. Un alivio que encima se ve recompensado por la repentina aparición de una bien parecida y simpática peregrina suiza, que convierte una tediosa media hora en una amena y hasta divertida charla. Resulta que la joven (45 años) es primeriza en el Camino, y se nota enseguida. Primero me pregunta por mi edad (me echa 10 años menos), después me pide permiso para tocar mi bastón, diciendo que si es “sagrado” para mí, para a continuación explicarme que va sola hasta Finisterre, que busca su destino, etc. etc. Esas frases e ideas quasi woke que tanto mal han hecho al Camino. Ni fe, ni interés cultural, simplemente embobadas por haber leído a Paulo Coelho o por tener insuperables traumas. Esto es la versión malvada, en el fondo era una simple chica necesitada de caso y de cariño. Y divertida. Y hasta guapa, comparada con lo demás que habíamos visto hasta el momento. Disculpa Cathy, pero ando siempre un poco rabioso viendo los cambios en el Camino desde que empecé en 1999, y critico sin antes pararme a pensar un poco. La intolerancia rige mis pensamientos, o quizás sea la verdad. En cualquier caso, ese rato acompañado me hizo olvidar los dolores varios, el brazo quemado por el sol y los kilómetros que quedaban por hacer. Dankeschön. A las 14:40 nos volvemos a reagrupar a la entrada de Santo Domingo, y media hora después llegamos a la pensión. Bien situada, correcta en líneas generales, y a las cuatro ya bajamos al centro, que está a escasos 100 metros, a tomar un refrigerio en la plaza de la Alameda, mientras Jaime hace su visita cultural de rigor. Admirable su interés por todo. Y gracias a él aprendemos algo en cada etapa que recorremos. Visitamos la Catedral, sobre todo para ver al mítico gallo que cantó después de asado, y salimos decepcionados por el estropicio: un Jesucristo que parece Mickey Mouse y unas vidrieras que parecen más bien ventanas de un centro comercial de cualquier suburbio europeo. Con lo fácil que sería mantener las maravillas arquitectónicas de nuestro glorioso y cristiano pasado. Pero bueno, ya sabemos quién y cómo nos gobiernan: todo mal, todo al revés, todo contra la historia de España, todo a favor de la modernidad y la perniciosa globalización. Ya sea en una capital o en un antaño bello y místico enclave cristiano como Santo Domingo de la Calzada. Visto el desastre catedralicio, nos acercamos al albergue de la Cofradía del Santo, y la gentil hospitalera nos deja pasar para ver los gallos de reserva que son cuidados en el jardín del bello albergue, lleno a reventar y con varios peregrinos aliviando sus pies en pequeños pilones de piedra llenos de agua y supongo que sal (algo que antes se ofrecía en muchos albergues, y que no hemos visto en los últimos años). Lo de los gallos sustitutos se entiende: el pobre que le toca el turno de alegrar la cara de turistas y peregrinos, debe de estar hasta la cresta teniendo enfrente al susodicho cristo infantilizado hasta parecer una caricatura estilo Disney. En fin.

Tomamos unas cañas más en la plaza, saludamos al personaje tatuado que vimos en el Golf, que resulta ser italiano, tenemos la suerte de escuchar un poco de las jotas que interpreta un conjunto local, ataviado para la ocasión, pero al final de se impone de nuevo el reggaetón, lo que nos lleva de nuevo a la discusión sobre hispanidad, hispanchidad y la lenta pero continuada desaparición de todo lo auténtico, sustituido por la inmigración descontrolada y la globalización impuesta, convirtiendo toda Europa no en un crisol de civilizaciones, sino en una pestilente fosa séptica rebosante de materialismo, superficialidad, banalidad, uniformidad y falta de historia, cultura, ética y estética. Si la primera reconquista nos costó siglos, la nueva en la que estamos inmersos será más dura si cabe. Porque ya no combatimos solamente al bárbaro moro invasor, también luchamos contra las elites globalistas de Bruselas y su nada disimulada guerra contra las patrias, la tradición y la Fe cristiana. ¡Malditos sean! 

Acabó así la un poco decepcionante estancia en Santo Domingo de la Calzada, me retiro a la pensión mientras Edu y Jaime van a cenar algo, y a descansar, que mañana será otro día. Y toca andar. Como bien cantaba Cecilia. 

Andar como un vagabundo
Sin rumbo fijo, sin meta
A vueltas de veleta, al soplo de viento, al azar
El caso es andar, el caso es andar

Aunque en nuestro caso el rumbo sea fijo y la meta bien clara. Mañana Belorado. Donde las monjas clarisas y su litigio con la jerarquía eclesiástica. O su cisma. O su herejía. No he investigado demasiado los hechos, las razones y los argumentos de ambas partes enfrentadas. Por lo que me abstengo de opinar sin base alguna. O de tirar de Google. Que tampoco es que sea una fuente fidedigna. Sé mucho, pero no de todo. 

Santo Domingo - Belorado, sábado 20 de septiembre, 22 km.



A las 5 de la mañana ya estamos en pie, y a las 6:30 ya andando hacia el oeste. A las 7:50 entramos en Grañón, antaño centro espiritual y cuna de hospitaleros, y ahora presidido por una furgoneta reconvertida en barra, una Food-Truck como la llaman los modernos, y con la terraza llena de hambrientos y sedientos peregrinos de todos los colores y lenguas, hacemos una parada para coger fuerzas y desayunar. A la salida de Grañón han instalado un bonito mirador, y aprovechamos la presencia de un peregrino equipado como tito Rolf, con artilugios varios y hasta un mini dron, y nos hace una foto a los tres con las preciosas vistas de campos de cereales y girasoles hasta donde abarca la vista. Un buen descenso y, como no, su posterior ascenso, nos llevan a la comunidad autónoma de Castilla y León. Lo cual no quiere decir que entremos realmente en la histórica Castilla, que llevamos pateando desde hace tiempo. Simplemente se trata de esa delimitación administrativa y política nacida del desgraciado régimen del 78. Artificial, sin base histórica y simplemente creada para satisfacer las peticiones de separatistas y nazionalistas. La entrada a Redecilla del Camino, población de la que guardo como paño en oro una bonita camiseta que compré ahí hace ¡22 años!, ya no es la misma, al estar construyéndose una autopista o autovía, que bordeamos durante unos kilómetros y cruzamos bajo la atenta mirada de un subsahariano puesto ahí a vigilar (más adelante serían un par de pakistaníes los que vigilaban la obra). Así andamos, con los españoles en paro y cobrando subvenciones, y los inmigrantes asumiendo estas tareas. Un sinsentido, como tantos otros de este putrefacto sistema globalista. El puesto oficial de información del Camino está cerrado (al parecer las 9:45 horas de un sábado no se considera una hora interesante para atender a los cientos de peregrinos que pasan por aquí), entrego mis regalos a Edu y Jaime, paramos en el albergue para tomar un refrigerio, que ya toca, y seguimos a la media hora hasta llegar a Villamayor del Río hacia las 12:30 del mediodía. Un albergue-tienda-bar-terraza-oasis lleno de peregrinos, nos invita a parar y comer algo, aparte de proveer a Edu del cable para su móvil que se había estropeado. Este era uno de los tres problemas que teníamos que solucionar: como si padeciéramos el síndrome de Asperger los 3, cada uno andaba en su mundo, aislado pero feliz. De ahí viene, por cierto, el título de esta crónica. Edu buscando un cable, yo con mi ampolla en el talón haciéndome sufrir de lo lindo, y Jaime deseando una tortilla desesperadamente. Cada loco con su tema. Todos padecemos en cierto grado algún tipo de autismo, y cada vez estoy más convencido de las bondades de estos aislamientos sociales. Sin infravalorar estos desequilibrios mentales, en el fondo suponen una comodidad innegable: no hay que relacionarse con nadie, puedes ir a la tuya, te centras en aquello que te gusta, desarrollas habilidades especiales, puedes escaquearte cuando te viene al pairo, te permite evitar reuniones sociales y eventos poco apetecibles..., visto así, todo son ventajas. Y ya hace tiempo que me siento muy identificado con este trastorno: en el fondo y cada vez más, soy autista por vocación. Pero volvamos al relato. Pasamos casi una hora en esta curiosa parada, comimos algo (las bolas de almidón con queso estaban realmente malas), tomamos algunas cervezas, y bajo un sol de justicia rematamos en una hora lo que nos quedaba de etapa, llegando a Belorado y la pensión Toñi a las 14:30. A las 16:00 jugaban nuestros equipos, el RCD Español y el Real Madrid, pero estando en el Camino, las prioridades cambian, por lo que en vez de buscar con urgencia un bar para disfrutar del partido, decidimos quedarnos descansando en la pensión, mientras que Jaime, incansable en su afán de ver, conocer y aprender, visitaba el pueblo. Nuestro activo explorador averiguó que las díscolas monjas clarisas han dejado de vender sus famosos chocolates con trufas, visitó por fuera el museo de Museo de Telecomunicación Inocencio Bocanegra, que además de un sinfín de aparatos militares cuenta con una reproducción de una trinchera de la I Guerra Mundial, y ya finalizado el partido nos dirigimos a la bonita plaza mayor, sentándonos en uno de los bares de los bellos soportales, y mientras Jaime asistía a misa decidimos olvidarnos de cenar fuera, cambiando el plan por la compra en un súper y un retiro prematuro a nuestra refugio. Teniendo en cuenta que ya empezaba a lloviznar y que la temperatura había pegado un bajón de, agárrate, casi 20 grados, tampoco fue una mala decisión. El resto de la tarde ya pareció de forma definitiva la consulta de un psiquiatra especializado en autismo: cada uno con su móvil, comiendo en silencio mientras atendía sus redes sociales o se informaba de la actualidad del mundo exterior, mientras que el televisor estaba encendido para mayor disfrute de los vecinos de otras habitaciones: porque ninguno de nosotros le hizo ni el mínimo caso. La lluvia arreciaba, y no tardamos demasiado en dormirnos acompañados por el ruido arrullador de las gotas rompiendo en la terraza. Gotas que anunciaban una próxima etapa diferente: del abrasador calor a la siempre molesta lluvia.


Belorado-Agés, domingo 21 de septiembre, 27,5 km.



Esta cuarta etapa, que en teoría tenía que acabar en San Juan de Ortega, la tuvimos que modificar al estar copados todos los albergues de dicha localidad, por lo que de antemano la planificamos hasta Agés. Yo tenía bastante claro que me costaría acabarla, más aún cuando tocaba cruzar los míticos Montes de Oca, ya nombrados en el famoso Codex Calixtinus, la primera y completa guía del Camino de Santiago, publicada hacia el año 1150. Montes citados por dos razones: una por su dureza y la fiereza de sus habitantes y otra por un milagro atribuido al Apóstol. Una bonita historia de un hombre francés, que al no obtener descendencia, acudió a la tumba de Santiago a pedir su intervención. Nuestro santo Patrón le concedió ese hijo tan deseado, al que bautizaron con su nombre y 15 años más tarde la familia al completo emprendió el Camino para agradecer de nuevo al apóstol su intervención. Pero, desgraciadamente, al cruzar estos peligrosos Montes de Oca, el vástago falleció, y su madre, enloquecida de tristeza, dirigió esta oración a Santiago: “Bienaventurado Santiago, a quien el Señor concedió tanto poder para darme un hijo, devuélvemelo ahora. Devuélvemelo, digo, porque puedes; pues si no lo hicieres, me mataré al momento o haré que me entierren viva con él. Entonces, cuando estaban todos presentes haciendo las exequias del niño y lo llevaban ya a la sepultura, por conmiseración de Dios y súplica del bienaventurado Santiago, se despertó como de un sueño pesado”. 
Peligros y milagros aparte, nos levantamos a las 5:45, salimos un poco más tarde de lo habitual, bajo una insistente lluvia, con algún chaparrón fuerte, y después de 8 kilómetros paramos a desayunar en Espinosa del Camino. Aquí sufrí mi pájara anual, asustado (y molido) ante el tramo “salvaje” de los Montes de Oca y escudándome en las leyendas, decidí llamar a un taxi y saltarme el trozo de 12 kilómetros deshabitado que lleva hasta San Juan de Ortega. No fuera a ser que muriera de golpe como el hijo del peregrino nombrado más arriba y que el apóstol Santiago no estuviera atento para interceder ante el Señor y resucitarme. 
Como me contó más tarde Edu, este tramo tampoco fue tan duro como se dice, y, para mi consuelo, tampoco fui el único que se lo saltó. La mitad de los turigrinos que nos acompañaban en la ruta desparecieron por arte de magia y volvieron a aparecer en San Juan de Ortega. Parece ser que no soy el único que se ha leído el Codex Calixtinus. Dejé pues a mis compañeros, y la simpática y habladora taxista me llevó hasta San Juan de Ortega, adonde llegué a las 10 de la mañana, mentalizado que tendría que pasar ahí por lo menos tres horas hasta que llegaran mis compañeros. Por un solo día no pillamos el equinoccio (día en el que la noche y el día duran lo mismo) en este místico lugar, y en el que se produce el llamado “Milagro de la Luz”, consistente en un “rayo de sol poniente que penetra por un ventanal hastial e incide y recorre, en una secuencia perfecta, las escenas esculpidas en un capitel situado en una de sus capillas absidales”. Algo que lamentablemente no pudimos admirar, por pasar por ahí un día antes y encima por estar el único albergue lleno. 
Las tres horas en San Juan de Ortega no se me hicieron nada pesadas, a pesar del frío, y a ello contribuyó una interesante y larga charla con un australiano, Scott, miembro de un grupo de peregrinos de los antípodas, que se iban turnando cada día el papel de guía y encargado de credenciales, manutención y alojamiento. Hoy le había tocado ese rol, por lo que estaba igual de solo que yo, con una bolsa llena de credenciales y haciendo tiempo hasta la llegada del grupo. Hablamos de todo un poco, en espcial de los temas candentes, como la invasión migratoria, la falta de religiosidad en el Camino, la gloriosa historia de España, los turigrinos y hasta de la Inquisición española. Me quedé gratamente sorprendido de sus conocimientos y, sobre todo, de la coincidencia en cada uno de los temas que tratamos. Ya es bien triste que tengan que venir del otro hemisferio para entender y defender el legado del imperio español y del catolicismo. Ojalá tuviéramos más Scotts en España. Y menos corruptos gobernantes e iletrados votantes. 
Acabada la charla y ya refugiado en el único bar del lugar, atendido por dos hermanos atentos y serviciales, fui haciendo tiempo tomando notas, leyendo un poco, curioseando mientras observaba los personajes que iban apareciendo, y tomando algunas cervezas, hasta que me entró hambre y me tomé un plato de exquisitas morcillas con huevos. Tan buenas estaban que avisé a mis compañeros del menú que había, y alerté a los dueños de que alargaran en lo posible la hora de cierre, prevista para las tres, para que pudieran degustar tan apetecible manjar. Y así fue. 

Mientras esperaba apareció de la nada la buena de Cathy (la suiza en busca de su destino), y pasamos un rato entre risas y cervezas esperando a mis compañeros de fatigas. La simpática chica me confesó que nos había puesto un mote: “el trío diabólico”. Me imagino que sería por las vestimentas, o por los tatuajes, pero me hizo mucha gracia. No solo nosotros ponemos motes a la gente, como es de entender, y siendo objetivos, también somos rara avis. Al rato se nos juntaron Edu y Jaime, comieron las buenas morcillas, Cathy se quedó un rato con nosotros, y al acabar el almuerzo emprendimos el tramo final hasta Agés. Un tramo bonito y en bajada, por bonitas pistas y bosques, escuchando a Demon, llegando al bonito albergue hacia las 3 de la tarde.  El atento y hablador hospitalero nos trató de maravilla (hasta mandó a la cocinera a por tabaco, ya que me había quedado sin), nos colocó en una habitación de cuatro camas con un alicantino educado y nada molesto, e hicimos tiempo hasta la hora de cenar. Hasta llegamos a preguntarle por el precio del lugar, y nos ofreció el albergue por 295.000 €. Un precio igual un poco alto, pero teniendo en cuenta su capacidad y su ubicación estratégica, sin duda podría ser una buena inversión. Si tuviéramos los miles de euros que pide, claro.

El lugar elegido para la cena fue una hamburguesería muy recomendada en las guías, y con razón. Tanto el bonito local, quizás un granero o una cuadra restaurada,  como la excelente carne, cumplieron con nuestras expectativas, y ya saciados, cansados y con frío (la temperatura había caído hasta los 7 grados), rematamos la etapa con unos chupitos de hierbas en nuestro refugio  y a las 9 nos retiramos a dormir. Nos quedaba una sola etapa por andar y ya estábamos mirando fechas para el siguiente tramo, que Dios mediante será en marzo del año que viene.


Agés- Burgos, lunes 22 de septiembre, 23 km.


A las 6 en pie, preparación sin prisas, y a las 7 desayunamos en el propio albergue, junto al resto de peregrinos que habían compartido el mismo techo, pero a los que no conocíamos de nada. Salvo al alicantino, que iba con una enorme maleta que le llevaba un servicio de transporte de albergue en albergue. Como tantos otros. Con cada año que pasa, la proporción de personas con mochilas cargadas va perdiendo peso frente a los que prefieren la comodidad de viajar ligeros de equipaje. Nada que reprochar, cada cual que haga lo que le parezca mejor, o lo que pueda. Pero es algo que sin duda muestra el profundo cambio que se ha producido en esta ruta milenaria en los últimos años: de ser una peregrinación mayoritariamente religiosa a ser una ruta turística más, como la “ruta del Inca” o la “ruta por las montañas Apalaches”. Cuando algo se pone de moda, acaba así, absorbido y desvirtuado por la masificación y el negocio asociado. ¡Qué le vamos a hacer! La solución, pues lo que intentamos hacer: andar fuera de temporada y con la mochila bien cargada. Veremos qué tal se nos da en marzo, un mes de poco afluencia, pero bien fresco. Y en una región con un clima bastante duro al final del invierno. 

Después de desayunar emprendimos la marcha marcando el termómetro unos realmente sorprendentes 3 grados. Habiendo sufrido hasta 35 grados en las primeras etapas, la bajada ha sido realmente bestial. A las 10 de la mañana encontramos por fin un bar abierto, en Cardeñuela de Ríopico, y echamos un buen rato, entre cervezas, una charla de Edu con un experto cazador del lugar, regalo de uvas por parte de la posadera… y hasta aparece de nuevo Cathy, que se para un rato para tomarse un café e invitarme a una cerveza. Ha sido un tramo muy bonito paisajísticamente, con un tiempo fresco pero unas vistas preciosas. De nuevo en ruta, bordeamos el aeropuerto de Burgos al son de Hispánica, y llegados a Castañares, polígono industrial a unos 7 km de nuestro destino, decidimos parar a comer el menú en un restaurante abarrotado de currantes, algo que siempre es señal inequívoca de que se come bien, bonito y barato. Y así fue, comimos a gusto, y al acabar decido saltarme la hora larga de polígono industrial, ya sufrida en anteriores caminos, y cojo el autobús urbano que en poco más de media hora me deja en la puerta del apartamento que tenemos reservado. 

Ducha, recuperación, y menos de una hora después, a las 16:15, llegan mis dos compañeros. Ya arreglados e instalados damos una vuelta por el centro de la ciudad, Jaime visita la catedral, y volvemos al barrio de nuestro cobijo, cenamos unos revueltos de morcilla y Edu unas morcillas al natural en un bareto de al lado, llevado por una atenta rumana, y a las nueve y media ya nos retiramos a descansar. 

Burgos y vuelta a casa, martes 23 de septiembre

Sin prisas nos levantamos, ya sin ruta por delante, pero si dispuestos a disfrutar un poco de la ciudad de Burgos. Buscamos consigna para las mochilas, la primera, una tienda deportiva que niega dar este servicio, aunque su propia página web lo anuncie y ofrezca, y otra totalmente digitalizada, que pide un previo registro y la instalación de una app, por lo que optamos seguir cargados. Cuando la solución la teníamos a mano: la propia tienda de la catedral tiene taquillas y encima gratuitas. Ligeros de equipaje, visitamos la siempre impresionante catedral, la lápida del Cid (una de las seis supuestas tumbas del mítico personaje), dos preciosas esculturas de Santiago Matamoros y el resto de impresionantes e históricos objetos del museo catedralicio. Jaime parte hacia la estación, y nosotros aprovechamos vilmente su ausencia para gastar el sobrante del bote y tomar unos excelentes mejillones y unas bravas en la Mejillonería, y otro par de buenos pinchos en la calle San Lorenzo, ya apuntada como primera parada para el próximo mes de marzo. Dios mediante.

Cogemos el bus de línea a la estación del AVE, y, como no podía ser de otra manera con la RENFE destrozada y desprestigiada por el impresentable simio que ejerce de ministro de Transportes (por cierto, la mañana anterior pasamos por Atapuerca y vimos imágenes de sus antepasados), el tren de Jaime lleva retraso y aún pasamos un rato juntos.

El nuestro, gracias a Dios, llega puntual, y sin más sobresaltos nos plantamos a las siete y media de la tarde en Madrid.

Vuelven la soledad, las charlas con Wilson y la habitual rutina, pero quedan los recuerdos de otro precioso e histórico tramo recorrido por nuestra querida España, en inmejorable compañía, sin molestar a nadie, hablando poco pero con propiedad, y, sobre todo, con la ilusión de que llegue pronto el mes de marzo y retomemos el camino hacia el oeste.

Adelante, siempre adelante. 

Un placer como siempre, Jaime y Edu. Gracias por todo, Aspers.

¡Ultreia!






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