Por
mucho que le dé vueltas al tema, aún no tengo muy claro si la creciente
digitalización de la sociedad es positiva o si por el contrario se trata de un paso atrás en la evolución del ser humano.
Como supongo que le pasará a la mayoría de mis lectores, hay días en los
que doy gracias a Dios por las ventajas que nos ha traído la digitalización, mientras
que en otros momentos llego a detestar ese constante “estado de conexión” que en
muchos casos se asemeja a la esclavitud de otras épocas. Y no dudo de que Charlie Chaplin, si aún viviera,
rodaría un remake de “Tiempos Modernos”,
criticando en este caso no la industrialización del trabajo sino la digitalización
de las relaciones sociales. Material hay, hasta para una trilogía.
Retomo
pues el mismo tema que ya usé como leitmotiv hace casi 3 años en otro artículo,
titulado “No sin mi móvil”, pero con un largo recorrido por medio en cuanto a
la evolución de la digitalización en la sociedad, a mis conocimientos al respecto y al propio uso que le estoy dando
en mis quehaceres diarios. Porque tres años son una eternidad si hablamos de
innovación y tecnología: habiéndome dedicado los últimos cuatro meses a investigar
con profundidad tecnologías innovadoras y a la plasmación de la situación en
informes técnicos para diversas instituciones financieras, doy fe de que la innovación ya no se mide en
años o meses, sino más bien en tramos de semanas, días y hasta horas. Valga como
ejemplo esta curiosa pero muy explícita iniciativa que muestra todo lo que
sucede en el entorno digital segundo a segundo. Si todo esto sucede en tan poco
tiempo, como no van a inventarse diariamente nuevos servicios, plataformas, aplicaciones,
dispositivos o tecnologías.
Bien
sabéis algunos que siempre he seguido
con interés iniciativas como “la vuelta al campo” y el abandono de la vida
urbana o corrientes sociales como los “downshifters”,
evoluciones por otro lado cíclicas en nuestro mundo, que cada tantos decenios llega a un momento de
saturación social, tecnológica o política, abriéndose fugas de agua en forma de
revoluciones, involuciones, guerras o simples movimientos alternativos, como
los hippies en los sesenta, los terroristas en los setenta, los movimientos
ecologistas en los ochenta o los ya nombrados “downshifters” en los
noventa. Y prefiero no hablar de cosas
peores, como la vuelta al integrismo radical en el mundo musulmán o el
resurgimiento de anacrónicos nacionalismos y de burdos populismos que intentan
hacernos olvidar todo lo malo que trajo consigo el marxismo-leninismo.
¿Pero
será posible parar esta digitalización de la sociedad? ¿O, planteado de otra
manera, tendría algún sentido echarle el freno de mano a la hiper-conectividad
y a la conversión de todo lo que nos rodea (hasta nuestras prendas) en continuos
emisores de datos que van a parar a manos
de hábiles analistas de la información para su uso comercial o a ocultos archivos
particulares o gubernamentales para incrementar el control sobre lo que
hacemos, dónde estamos, qué soñamos y
con quién dormimos?
Lo
dudo. El otro día, a modo de prueba del algodón, me puse a anotar durante unos minutos todas mis interacciones digitales. ¿Qué pasó? Pues que al poco rato,
después de enviarme a mí mismo (desconfiando de mi propia memoria) unos cuantos
correos electrónicos con mis notas, lo tuve que dejar. Era tan constante el uso de aplicaciones,
utilidades, portales, buscadores y demás facilidades digitales que nos brindan (o nos imponen) los ene dispositivos que son
ya parte del mobiliario de cada hogar, como antes podían serlo lámparas o
ceniceros, que acabé rendido ante la evidencia: esto no hay quien lo detenga.
Como bien firma sus correos mi compañero Juancho, “el mundo es móvil, no lo pares”.
Los
pocos minutos de prueba dieron el siguiente resultado (y seguro que me dejo muchas cosas
en el tintero):
· mirar unas cuantas veces el saldo bancario en la banca online (como si esperara ese ingreso sorpresa del espacio que nunca acaba de llegar)
· encontrar la ubicación de un pueblo con Google Maps
· buscar la letra y los acordes de una canción de la Creedence
· afinar la guitarra con el afinador digital incluido en el programa de acordes y trasponiendo los mismos a un tono que pueda entonar con aceptable acierto (harto difícil, como bien sabéis los Rommelanders)
· mirar los titulares de la prensa diaria (como si fuera necesario hacerlo cada hora)
· manejar el reproductor multimedia del PC desde la tableta (no me vaya a herniar levantándome del sofá)
· buscar una receta para la cena (teniendo la nevera vacía poco sentido tenía hacerlo en ese momento)
· bajar el último disco de Mark Knopfler 3 días antes de su publicación
· intentar sintonizar un partido de futbol de pago a través de un portal pirata
· borrar decenas de boletines de noticias de mi correo (preguntándome en la mayoría de los casos sobre la razón de haberme abonado a dicho newsletter)
· hacer un par de fotos a una lata de cerveza (como prueba fehaciente de que estaba bebiendo y brindando)
· grabar un corto video de una actuación musical en la tele para publicarlo en una red social
· “hablar” mientras tanto por Whatsapp con Matrix (sin lugar a dudas lo más valioso de todo)
· buscar en Google palabras de un concurso televisivo (perdiendo obviamente comba de las siguientes definiciones)
· buscar varias palabras desconocidas del libro que estaba leyendo en la aplicación de la RAE, copiarlas y pasarlas a un archivo de nuevas palabras que mantengo en mi PC
· y finalmente fotografiar una página del mismo libro por la belleza e interés de alguna frase, con la intención de tuitearla a la menor ocasión.
Hasta aquí
llegué. Por lo menos dejé de apuntar lo que iba haciendo, lo que no significa
ni por asomo que dejara de usar mis múltiples dispositivos para dejar constancia ante el resto de la
humanidad (con mi actividad y su consecuente huella digital) de que estoy vivo, de que tengo una gran vida
social y de que estoy a la última en todo. Impronta digital que a los pocos
minutos ya estaba siendo aprovechada por los servicios de publicidad de los
diferentes portales para cubrir mi pantalla de anuncios de música, viajes, recetas,
cursos de lengua castellana y servicios de comida a domicilio.
Aunque igual tendrían
que perfeccionar un poco el algoritmo usado en el portal (para mostrar anuncios
en base a mi actividad en la red) e incluir servicios de psiquiatría o terapias
relajantes en algún santuario budista.
O mejor
ofertas de escapadas a las tierras del Norte. Que eso sí que tiene vida y calor. Y alimenta.
Tanto el alma como la tripa.
Conclusión:
la misma que hace 3 años. Démosle el mejor uso posible a todo este entorno
digital pero sin perder el norte. Mejor encontrándolo.
Intercalemos
cada tanto algo mundano, tradicional, antiguo,
a poder ser analógico, con su parte física y con un valor tangible de vida real que acabe
convirtiéndose en un bello recuerdo.
Un
beso, una canción, unas risas, un paseo, un abrazo, un brindis, una charla sin
teclado, una buena comida, un anochecer en silencio, un descanso en compañía.
P.D.: Habiendo llegado la primavera habrá
que poner en marcha otra cuenta atrás. Digo yo.
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