La terrible
ola de calor que está asolando la piel de toro tiene muchos y variados efectos:
el incremento del consumo energético, las subidas de dos dígitos en las ventas
de cerveza, lipotimias y demás achaques, los desvaríos de aprendices de
oradores y políticos de tres al cuarto (o de “todo a un euro”, como se diría en
la actualidad), y, por lo menos en mi caso, la aparición de intensas y
continuadas pesadillas durante las interminables noches a merced del implacable mercurio.
Documentándome
un poco sobre las fases del sueño, algo
que en algún momento de mi vida conocía pero que como otras tantas cosas ha
pasado a mejor vida en mi cada vez menos accesible memoria, resulta que la fase
del sueño REM, o sueño paradójico, que abarca hasta un 25% del total del sueño,
es el intervalo en el que el cerebro se activa, las neuronas motrices se
bloquean, y nacen sueños y pesadillas. Curiosa casualidad el nombre REM: bien
pensado también podrían ser canciones de dicha banda las que generen mis
extraños sueños, ya que nunca ha sido un grupo musical de mi agrado, salvo contadas
canciones, y algo de “mareante” siempre han tenido. Pero dejemos de lado a los
chicos de REM, que ni pinchan ni cortan en este relato.
Los “nightmare”
en inglés, y Nachtmahr o Albtraum en alemán, proceden etimológicamente de los “mare” o “albs”,
pequeños elfos malignos, que de noche se acomodaban sentados sobre el pecho de
las personas para darles miedo. Acompañados de un caballo son, según la
mitología nórdica, los responsables del desvelo, el insomnio y, sobre todo, del
miedo que nos insuflan mientras intentamos descansar.
Y ayer,
como en otras noches de este tórrido mes, parece que se reunieron en mi casa,
alrededor de mi cama o directamente bailando en grupo sobre mi cuerpo, toda una
banda de pequeños goblins ansiosos de destrozarme la noche y hacerme sufrir más
de lo debido. Tan real fueron los malos sueños, esos “malsons”, pesadillas en catalán, que a
pesar de desvelarme cada hora, beber algo e intentar pensar en cosas agradables
para volver a conciliar el sueño, me fue imposible liberarme de un continuado,
largo y triste sueño, de una pesadilla por episodios que incluía personas y
situaciones de mi presente, mezcladas con hechos y amigos del pasado, todo ello
pasado por la batidora de la sinrazón, la fantasía, el miedo y la ansiedad,
hasta crear una película terrorífica de la que no me he librado hasta ahora,
cuando ya han pasado 3 horas desde que me levanté.
Dichosos
los que son incapaces de recordar sus sueños o pesadillas por la mañana, porque
su absoluto “realismo” y los insistentes sentimientos que producen, van en
muchos casos más allá de la propia realidad. Sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas,
parafraseando a Churchill, me ha costado
volver a poner en su sitio las neuronas desbocadas y hacerles entender que todo
ha sido un sueño, que en realidad no ha
sucedido nada extraño esta pasada noche, que sigo vivo, sigo teniendo amigos, la
autovía a Burgos sigue ahí marcando la ilusión por subir al Norte (y pillar algo de fresco), que el
camino de la vida sigue y el Camino de Santiago, con su magia regeneradora, nos
espera de aquí poco más de 2 meses
Y ya
que hablamos de sangre, sudor y lágrimas, que mejor que aplicarnos lo que nos
cantaban “Blood, Sweat and Tears” en el lejano 1969.
What goes up must come down
spinning wheel got to go round
Talking about your troubles it's a crying sin
Ride a painted pony
Let the spinning wheel spin
Y dejar que la rueda siga girando.
Que los sueños (y las
pesadillas), sueños son.
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