En el
fondo quería escribir un corto relato sobre la muy agradable visita de Alberto y
Marta a mi casa durante el pasado fin de semana. Pero visto que casi todo lo que
hicimos y vivimos no da para un buen artículo, y más aún si tengo que empezar a
ocultar un poco de aquí y un poco de allá para no enseñar todas mis cartas,
pues mejor será dejarlo y dedicar estas líneas a hablar de las personas altamente
limitadas. ¡Que haberlas, haylas! Y aunque no hable del pequeño Nicolás, de los
mocasines sin calcetines, de las camisas a rayas con la vuelta de mangas y
cuello en blanco, del himno del PP, de Pepe el parapléjico poli-consumidor, de
los ídolos de plata, los judíos destrozados, de la maestría a la guitarra, de
lo poco que nos gusta enseñar los tatuajes o del momento clave de nuestras noches
en el que toca regalar algo a la persona que tienes a tu lado, seguro
que a ambos les hará gracia leer esta pequeña reflexión. Digo yo.
Bien
sabemos que los paletos siempre han existido. Y tal como los define el
diccionario de la RAE, es decir, alguien “poco educado y de modales y gustos
poco refinados”, o “rústico y sin habilidad para desenvolverse en ambientes
urbanos”, no hay duda de que todos conocemos a bastantes. Pero a pesar de su
falta de educación, modales o cultura, a mí siempre me han inspirado más simpatía,
ternura y hasta pena que otra cosa. Nadie tenía (en otras épocas) la culpa de
haber nacido en un pueblo, de no haber podido formarse en un buen colegio, de
no haber heredado aficiones como la escritura o la lectura o de no haber podido
viajar. En otras épocas, digo, ya que hoy en día todo lo anterior me sonaría a burda
excusa. En pleno siglo XXI nadie puede ya justificar su ignorancia, su no saber
estar, su grosería y su mala educación con dichos argumentos. Cualquier pueblo de
nuestra geografía ofrece hoy en día casi las mismas posibilidades que una gran
ciudad: la educación es obligatoria y de calidad (bueno, calidad lo que se llama
calidad…) , viajar ya no cuesta la herencia del abuelo (se llame Florenci o Fulgencio)
y, encima, la digitalización y el abaratamiento de las comunicaciones permiten
a cualquier "mindundi" acceder a un mínimo de cultura y conocimiento. Si es que se
da cuenta y lo desea, claro está. Porque ahí radica el nuevo y grave problema: hoy
en día la mayoría de personas son incapaces de entender o asimilar que son
paletos. Se han subido al burro de la “culturilla” televisiva, de las cuatro perogrulladas
que les llegan por Whatsapp y de saber recitar las alineaciones del Real Madrid
o el Barza sin equivocarse, después de repasar en el bar artículos súper complejos
(de 2 inmensos y eternos párrafos) del diario AS o del Sport, para al final de
la mañana y después de varios botellines erigirse en personas cultas,
preparadas y capaces de contestarte con un “eso ya lo sé” o “nada nuevo para mí”
a cualquier pregunta complicada que les plantees. O de atreverse a retarte a una
partida de Trivial en la máquina del bar, juego al que a base de borracheras y
horas de tedio y soledad le han dado ya 50 veces la vuelta y cuyas respuestas
conocen por el color y la posición en la pantalla. ¡Cultura en mayúsculas a 1 euro
la partida!
Pues
estos nuevos “paletos” son mayoría en nuestra sociedad. Sin duda. Simplemente
hay que mirar que programas lideran las audiencias en la televisión, las ventas
de los periódicos, la relación de monumentos o museos más visitados del país, las
películas que triunfan en el cine o a los partidos políticos a los que votan, para
darse cuenta que vivimos en un mundo culturalmente acabado. Listo para ser
engullido por cualquier enemigo que se lance sobre los restos de nuestra sociedad.
Ya sea el capitalismo salvaje, la dictadura de género LGTBI, el integrismo
islámico, el populismo manipulador o la masonería camuflada de democracia y liberalismo
en estado puro.
Pero
aún hay algo peor. Mucho peor a mi entender. Son los cosmopaletos. Palabra que
no acuño yo, sino que ya ha sido usada en bastantes artículos, editoriales y
comentarios por personas bastante más preparadas y cultas que yo. Hasta leí una
posible definición que encaja como anillo al dedo: “el cosmopaletismo es la tendencia
a mostrar un cosmopolitismo forzado que revela precisamente el carácter aldeano
que se pretende ocultar”. Es decir, en
vez del cosmopolita de otras épocas, una persona que “se ha movido o se mueve
por muchos países y se muestra abierta a sus culturas y costumbres”, tenemos
hoy en día al nuevo paleto, al cosmopaleto, que usando expresiones extranjeras
y repitiendo sandeces que ha oído, que no escuchado, en televisión, se cree de
golpe el rey del mambo, políglota, culto, ciudadano del mundo y poseedor de la verdad
absoluta.
Es
decir: el Agapito de turno que en vez irse a correr con sus deportivas se va a
hacer running con sus sneakers, que celebra Halloween en vez de la festividad
de Todos los Santos, que se gasta su semanada en un black, red o blue Friday en
vez de esperar a las rebajas de verano del Corte Inglés. Los limitados jóvenes
formados por la LOGSE que en vez de ir de una santa vez al psiquiatra acuden a
un coach, que prefieren decir que compran productos low-cost cuando lo que les
falta es parné para comprar algo de calidad, que ante una party lanzan un
crowdfunding en vez de hacer la clásica recolecta entre la peña para montar la
fiesta, que en vez de resumirte la reunión te hacen un debriefing, un forward
en vez de un reenvío y hablan de tu look desfasado en vez de mirarse en el
espejo y darse cuenta de que parecen los payasos de antaño.
Y así
podría seguir hasta el infinito. Hasta llegar al punto de decir “This is the
end”. Que en cristiano no significa nada
más que nuestro mundo se ha acabado.
Adiós a nuestra cultura, adiós a los
cosmopolitas que aportaban algo, adiós al placer de la lectura, del aprendizaje
de idiomas extranjeros, de los viajes, al inmenso beneficio de saber por saber
y no para sentirte superior al prójimo, a los modales, a la hospitalidad, a la educación, a la humildad, al saber estar y a la modestia.
Malditos
los nuevos paletos, los cosmopaletos y todo el asqueroso e inhumano sistema que
los ha engendrado con el único fin de dominarlos a todos.
¡Maldito Sauron y malditos los cosmopaletos!
Hombres mujeres y viceversa ha hecho mucho daño!!!
ResponderEliminarJjajaja Muy crítico, pero no te falta razón.