Todos sabemos que el cuento de quedarse en verano en la
ciudad disfrutando de la tranquilidad, la ausencia de tráfico, la facilidad de
aparcamiento o la posibilidad de visitar museos y monumentos sin hacer colas es
justamente eso, un cuento. Por no hablar de los romances y aventuras que
dicen que se suelen vivir en esta época del año. Como si el estío en la gran
ciudad fuera un continuo “Sueño de una noche de verano” en el que Hermias,
Helenas, e Hipólitas danzan ligeras de ropa a nuestro alrededor cautivadas por nuestra
simpatía y encanto.
Esa soltería veraniega mitificada en España con la expresión
“estar de Rodríguez”, que bien define la RAE como “hombre casado que se queda trabajando mientras su familia está fuera,
normalmente de veraneo”, y que al final acaba siempre en tediosas tardes
delante del televisor, largos paseos para encontrar una panadería o un bar
abierto en el barrio y un spleen absoluto que se va apoderando del pobre Rodríguez,
del Martínez, del Pérez y hasta del Martí. Si por lo menos tuviéramos un avión Falcon
a mano para cumplir con nuestra agenda cultural. Pero ni eso. Como mucho
tenemos a amigos detectives que de forma altruista nos financian alguna que
otra fiesta. Bienvenidas sean.
Hot town summer in the city
Back of my neck getting dirty and gritty
Been down, isn't it a pity
Doesn't seem to be a shadow in the city
All around people looking half dead
Walking on the sidewalk hotter than a match head
cantaban los Lovin’ Spoonful en
1966 (canción posteriormente versionada con éxito por Joe Cocker en 1994), en una más
de tantas canciones veraniegas que han marcado nuestra vacaciones desde pequeños.
Esos “hits” de sol, playa y felicidad que en muchos casos solamente servían
para dulcificar la realidad de los meses veraniegos: un calor insoportable, la marabunta cubriendo
la playa y la prometida felicidad atrapada en algún embotellamiento a la salida
de la ciudad o a la entrada del lugar de veraneo.
Y eso que, rememorando mi infancia, adolescencia y juventud,
los veranos tampoco fueron tan malos. En clara dependencia de donde caía la bola de la ruleta en las semanas
previas a la época estival, si en rojo, par y pasa o en negro, impar y no pasa,
las vacaciones familiares siempre tenían algo de sorpresa. Como las vueltas de
la maldita bolita. De no hacer nada y quedarnos encerrados en el piso de la
Avenida de Sarriá con el triste consuelo de poder ir a bañarnos a “Piscinas y
Deportes”, a disfrutar de una torre o apartamento de lujo en la cercana costa distaban
pocos números. Pero como
la mente infantil y juvenil es más olvidadiza que la expresidenta
Cifuentes con las pruebas de su máster, que el rey felón con sus comisiones y
demás tropelías o que el nuevo ladronzuelo Rubial con el origen del dinero para
las reformas de su piso, al final los recuerdos que han perdurado de los
veranos son todos positivos.
Desde los divertidos y frescos veranos en el
hotelito “Burg Waldeck” en Heiligkreuzsteinach, en el Odenwald alemán, pasando
por los apartamentos en Gavá o Castelldefels, alguna estancia excepcional en
Calella de Palafrugell o Begur, los inolvidables veranos en Vilafortuny en casa
de mis tíos José María y Montse, hasta los dos veranos trabajando como “student
helper” en Elstree, Newbury, Inglaterra, o la temporada gloriosa de animador
turístico en Arenal d’en Castell en Menorca, todos y cada uno de estos periodos
estivales han dejado recuerdos imborrables. Po no hablar de los maravillosos 9 años disfrutando de “l’estate” en el Bondano, en Marina di Massa, entre playa,
agua hirviendo para la pasta, paseos por los “mercatinos”, la batalla de sandias
por “Ferragosto", los concursos de pizzas y las siempre bonitas excursiones por las “Cinque Terre” o los Alpes Apuanos. Tempus fugit.
De ahí que me invada ese esplín (adaptación al español hecha por la RAE) que nombraba arriba,
expresión francesa de origen inglés que viene a significar más o menos una “melancolía
sin causa precisa”. Cuya etimología viene de la falsa creencia de que el bazo
(spleen) segregaba una bilis negra maligna. Pues no será el bazo, ni será la
bilis, pero la melancolía sin causa precisa sí que está presente. Y no por ser
verano. Creo que es un estado ya perenne del que solamente nos librará la
muerte. O la lotería.
Pero bueno, dejémonos de esplines y demás tristezas varias. Tiremos
de las canciones del verano, de los recuerdos, de la ilusión de recibir la semana
que viene la visita del ilustre Perales y de la posterior semana que, Dios
mediante, pasaré bien acompañado en la playa disfrutando de arroces varios, sardinas y cervezas
bien frías en sus jarras de barro.
Y quién sabe…
igual será otra canción
la que marque el verano del 2018. Nunca se sabe.
Feliz verano
tengáis todos.
Summer loving had me a blast
Summer loving happened so fast
I met a girl crazy for me
Met a boy cute as can be
Summer days drifting away to oh oh the summer nights
Summer loving happened so fast
I met a girl crazy for me
Met a boy cute as can be
Summer days drifting away to oh oh the summer nights
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