El
viernes 22 de junio tocaba viajar vía Berlín a Leipzig, la llamada “ciudad de
la literatura y la música”, para ver de nuevo a los Böhse Onkelz en acción. Con
un tiempo desapacible y un notable cansancio acumulado, debido sobre todo al partido
de la selección del miércoles anterior y a la posterior fiesta privada de
reconciliación que acabó a las tantas de la madrugada en mi nuevo hogar, el
viernes a las cuatro de la mañana nos pusimos en marcha rumbo a la capital de
Alemania.
Berlín,
esa ciudad mitificada por tantos, ciudad de nacimiento de mi madre y otrora
capital de un reino que iba a durar varios milenios, pero que acabó pasto de las
fuerzas de ocupación y de sus hordas de violadores, nos recibió con lluvia y
frío. Nichtsdestotrotz (en cristiano “a pesar de todo”) sentía una enorme
ilusión de pisar tierras germanas, de reencontrarme con esa parte de mi sangre,
cultura y herencia, y de disfrutar de unos días de risas, música y buenas
cervezas.
Risas y música hubo, pero en cuanto a las cervezas, como bien puntualizó
a la vuelta el amigo Ramiro, fue un desastre. Ni las pocas que tomamos en
Berlín ni las muchas que probamos en Leipzig cumplían con lo esperado. Se
salvaron algunas, la siempre segura y muniquesa Agustiner del primer bar y la
Ur-Krostizer de la comida del sábado. Esta última una clásica cerveza sajona de
una fábrica fundada en 1534, es decir 18 años después de la promulgación de la
norma de pureza (Reinheitsgebot). Y aunque no llegue a la antigüedad de la
imaginaria nación catalana, que por lo que dicen los enfermos “lazis” iluminados
ya va por los dos milenios, se dejaba tomar. En resumen, donde esté una Mahou que
se aparten las demás.
La
visita a Berlín fue lo más parecido al temido “Blitzkrieg” del tito Adolfo que
uno pueda imaginar. Paseo en coche, mini receso con fotografías en la Puerta de
Brandemburgo, y salida de la ciudad enfilando la autopista a Leipzig. Ni la
toma de Holanda en 1940 duró tan poco.
El viaje por una de las tantas
autopistas que cruzan el Reich de norte a sur y de este a oeste (o como rezaba la
primera estrofa ahora prohibida de la “canción de los alemanes”, del himno
nacional hoy mutilado: “Von der Maas bis an die Memel, von der Etsch bis
an den Belt”), se tornó en un martirio debido a las inclemencias del tiempo y a
las múltiples obras que interrumpían cada tantos kilómetros las ansias de
Antonio de pisar a fondo. Pero no hay mal que por bien no venga: esta vez no
pasamos el miedo de circular por encima de los 220 km por hora. Aunque al final
el trayecto de 188 km que nos separaba de Leipzig se nos hizo pesado. ¡Qué le
vamos a hacer! El verano se usa en todo el mundo para realizar esas obras que
las inclemencias del tiempo impiden en otras épocas del año. Y a nosotros nos
tocaron. Las obras y de paso también las lluvias. Menuda bienvenida a la vieja
Sajonia. A Sachsen.
Bajo la incesante lluvia entramos en la triste y gris ciudad
de Leipzig. Se trataba de mi primera visita a la otrora llamada DDR (la RDA en
español), la parte oriental de Alemania ocupada por el pernicioso y genocida comunismo,
y no hizo más que confirmar mis sospechas: el retraso social, cultural,
económico y hasta de comportamiento y aspecto físico, sigue latente. Edificios
gigantescos en estado ruinoso, amplias avenidas con nula vida y menos
decoración y unos habitantes huraños y carentes de un mínimo de empatía, daban
muestra de que aún queda mucho por hacer en esta parte de la otrora gran
nación. O por recuperar. Que nunca se sabe cuándo volverá a salir el sol.
Teniendo
en cuenta que Leipzig era conocida años ha por ser cuna o lugar de creación de inmortales
escritores como Goethe y Schiller, o de magistrales compositores como Bach y
Wagner, su imagen actual deprime bastante. Lo único que se salva, como en casi
todas las ciudades alemanas, es el coqueto y bien cuidado centro peatonal, con
sus iglesias y plazas, sus cafés y restaurantes bien decorados, sus inevitables
tiendas de marcas globales y la incesante circulación de autóctonos y turistas
en busca del suvenir en forma de fotografía o postal, de una Bratwurst o una
Currywurst a pie de calle, de una cerveza decente y de una camiseta de Zara a
buen precio. La maldita globalización que convierte cualquier rincón del mundo
en el mismo parque temático: un poco de cultura local, normalmente superficial
y a todas luces artificial y un mucho de moda y accesorios a buen precio. La
sociedad para borregos que nos ha impuesto el Sistema. Como si viajas por Italia.
O por Francia. O por Tailandia. O por España. Más de lo mismo. Lamentable.
Llegamos al hotel y en vista de la falta de alegría del
entorno nos dedicamos al “dolce far niente” en los salones del hotel a la
espera de la llegada del resto de la banda. En cuanto nos juntamos todos hubo
reparto de abrazos, camisetas y fanzines y un feliz reencuentro con un gran amigo
(después de una a todas luces injusta ausencia de dos años), y con el tranvía que
teníamos a la puerta del hotel nos dirigimos al concierto, que se celebraba en
la “Messe” de Leipzig, es decir, en el recinto ferial.
Llegados al lugar, nos encontramos con el otro grupo de amigos
que venían de Barcelona (gracias Miguel Angel por acogerme una noche en vuestro
hotel), pillamos la pertinente pulsera de acceso y nos encaminamos al
descampado en el que se celebraba el concierto de este año. El “Barrio” con sus
tenderetes, tatuadores y un pequeño escenario (en el que tocaban varias bandas,
entre ellas los propios Onkelz haciéndose pasar por banda de versiones, sin que
nosotros lo supiéramos (yo por lo menos no lo sabía y lo he descubierto en una buena crónica que publicó ayer por la tarde el periódico local y que podéis
leer traducida de forma automática por Google aquí: https://goo.gl/pyPVHK ), abrían paso al
escenario principal, en el que nos situamos de forma estratégica entre una
barra y una pantalla y no demasiado lejos de los rudimentarios y sobrecargados
aseos. La experiencia de tantos años de conciertos de “La Familia” se nota.
Del concierto poco hay que decir. Siendo seguidores
acérrimos de esta banda importaron poco los errores, el cambio total del “setlist”
que con tanta ilusión había incluido en el fanzine o las intermitentes lluvias
que nos acompañaron en las 2 horas y pico de eternas y sagradas canciones. Algún
vómito, alguna bofetada, alguna ensaimada volando y muchas risas nos acompañaron
mientras coreábamos (“la Familia” en su perfecto alemán) las tan conocidas
canciones. Y al igual que en los conciertos de otras grandes bandas, el
contraste entre la letra de su canción "Religion", hablando mal de nuestra fe, y la
liturgia sustitutiva que significan cada una de sus canciones fue brutal. Ni
los músicos ni los seguidores quieren saber nada de la religión, sus ritos y sus
cánticos, pero cada una de sus canciones genera bien ensayados movimientos,
gritos y coreografías seguidos por miles de personas sin rechistar, más bien
disfrutándolo. Está claro que las sociedades no pueden vivir sin religiones, y
en este caso la “Fe” se llama “Böhse Onkelz”,
los oficiantes son la banda, los creyentes nosotros, los sacramentos se toman con
una cerveza en la mano, las confesiones se celebran orinando frente a una valla
y el agua bendita cae del cielo. Lo más parecido a una misa de domingo.
Aunque fuera viernes.
Sin más incidencias que destacar finalizó este primer
concierto y nos encaminamos a la estación del tranvía para volver al centro. La
entrada en los abarrotados vagones fue terrible, una verdadera batalla, y
encima acabó con un desagradable incidente entre un borracho alemán que se
dedicó todo el viaje a insultarnos, provocarnos y buscar seriamente un
conflicto. Al principio aún intenté ejercer de traductor, pedirle disculpas
(que no hacían falta), e intentar calmarle, pero el inaguantable elemento no
paraba de insultar, llamándonos de todo, desde cerdos hasta violadores, acabando
por usar una palabra que hace tiempo que no oía, “Kanaken”, la forma despectiva
que utilizan los alemanes para referirse a los inmigrantes, en especial a los
turcos. Por suerte la experiencia y paciencia de la mayoría del grupo evitó
males mayores, ya que la chispa pudo prender en cualquier momento y acabar en
tragedia. Sin mayores problemas, pero con un amargo regusto, llegamos de vuelta
al hotel.
Así acabó el primer día.
El sábado nos volvió a recibir con un cielo encapotado y la
lluvia cayendo sin cesar, y poco más pudimos hacer que pasear por el centro,
probar alguna salchicha y hacer tiempo hasta la tarde. Intentamos comer en el “Agustiner”,
pero fue imposible por falta de mesas (y por la negativa del soso camarero a
juntar 2 mesas de cuatro), y finalmente acabamos en un restaurante más normal,
con una comida normal, una cerveza normal (pero tolerable, la Ur-Krostizer
nombrada al principio), una camarera más guapa de lo normal y muy educada y una
cuenta normal teniendo en cuenta lo que tomamos. Todo normal. Menos el agua del
florero que se tomó uno. Aunque fuera por fuerza mayor.
Y fuimos a por la segunda parte. Esta vez unos cuantos fuimos
en coche por tener que salir directamente hacia Berlín al acabar el concierto,
nos encontramos de nuevo ante la bonita “M” de Matapaloz, se unieron los que llegaban
ese día desde Berlín y vivimos el segundo concierto sin mayores sorpresas, con
muchas y queridas canciones, con menos cervezas y más errores de los músicos, y
la noche acabó de forma correcta. Lo bonito, al igual que en el concierto del
año anterior, fue tener al lado a una familia de pelo rizado y sonrisa en los
labios en la que padre, madre e hijo adolescente compartieron la noche cantando,
bailando y disfrutando. De padres a hijos. Familia y tradición. Lo que nos
gusta a todos.
Otro Matapaloz, otra ciudad, la misma historia. Y las que
quedan. Dios mediante.
De la vuelta poco que contar. Autopista eterna, aeropuerto
cerrado y espera interminable desde las 2 hasta las 7, salida puntual y llegada
a una calurosa ciudad de Madrid a media mañana. Cansados, agarrotados, roncos,
hambrientos. Quizás un poco resacosos. Aunque menos. La calidad de la cerveza y
la ausencia de alcohol de mayor graduación ayudó a reducir el consumo. O igual fue
la edad. O ambas cosas.
Volveremos. Sin duda. Los “Kanaken” seguiremos de gira. Y si
hace falta con nuevas camisetas. Y con fanzines. Y con adhesivos y banderas. Se
llama vivir.
P.D.: Muchísimas gracias a todos por la compañía, las risas y la
paciencia. Un placer viajar, beber y cantar con vosotros.
Una de tus mejores crónicas :-)
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