El
descanso veraniego (aunque por su cada vez más corta duración podríamos llamarlo
asueto) suele ser la época del año en la que los españoles leen más. Sobre todo en el caso de las féminas, tal como indican todas las encuestas, algo que
quizás se deba a sus ganas de evadirse, a la carencia de tiempo libre durante
el resto del año o simplemente a que su mente tiene otras prioridades frente a
la simpleza del cerebro masculino. Y escribo esto convencido de que no hay
diferencias entre hombre y mujer, sino entre personas, pero como está tan de
moda enfrentar a ambos sexos en una estúpida contraposición, por no hablar de
la suprema majadería (carente de cualquier base científica) de los múltiples
géneros que van apareciendo cual setas en un húmedo bosque (creo que ya se han
comido el alfabeto entero con el LGTBHIJKXZ), pues me apunto al carro y lo dejo
caer. A estas alturas no voy a ser menos que los parlanchines, los “influencers”,
los descerebrados podemitas, los garrulos nacionalistas y su nueva historia
(ese perfecto oxímoron), los indigentes culturales Rufián, Garzón y Sánchez
Castejón o que inútiles seudointelectuales como la Fallarás o la Talegón.
Mis
lecturas para el verano se reducían a dos libros: “Devastación”,
de mi amigo y camarada Juan Ricart, y “6 relatos ejemplares 6” de Elvira Roca Barea. Intenté empezar por “Devastación”
pero tengo que reconocer que me fue imposible. La temática sombría (aunque
tristemente real) no pegaba mucho con el espíritu alegre y veraniego, por lo
que momentáneamente queda aparcado para los días grises, que no negros, que se
avecinan (Juan, prometo continuar la lectura sin dilación). La segunda opción
en cambio, “6 relatos ejemplares 6”,
ha sido una gran y muy agradable sorpresa. Después de haber leído el anterior, exitoso
y denso ensayo de la autora (“Imperiofobia y leyenda negra”) no me esperaba una prosa tan rica y unas historias tan
entretenidas, divertidas e interesantes. Lectura ligera para la época de relax,
pero con un trasfondo histórico que engancha. Os recomiendo encarecidamente su
lectura.
Y
leyendo este libro volví a descubrir, desde sus primeras páginas, nuevas
palabras que con sumo interés apunté y busqué en el diccionario (cómodamente a
mano gracias a la tecnología y al omnipresente amigo Google). Y me quedé prendado
de la expresión que encabeza este artículo, trujamán. Entiendo que muchos de vosotros ya conocíais esta
palabra, sobre todo aquellos de vosotros que sois lectores habituales, cultos y
formados, pero yo la desconocía. Hasta publiqué un tuit al respecto. “Nunca es tarde cuando la dicha es buena”, como bien expresa nuestro refranero. Y nunca
es tarde para aprender, entender, descubrir.
Trujamán,
según el diccionario de la Real Academia, tiene dos acepciones: “Persona que aconseja o media en el modo de
ejecutar algo, especialmente compras, ventas o cambios”, e “Intérprete” como segunda y más conocida
definición. Tal cual leía su enunciación me sentí representado por ambas,
aunque bastante más en el papel de intérprete. Y también pensé en el juego que
daría esta expresión a amigos y enemigos: de trujamán a truchamán hay poco recorrido, pero gracias a Dios las
variantes existentes cubren con creces la posible creatividad del gracioso de
turno, que a falta de cultura solamente aporta chistes fáciles, cuando no insultos
y desprecios. Son pues sinónimos de trujamán las expresiones dragomán, truchimán y trujimán. Y hasta
podría usarse la más conocida “lenguaraz”, no por
deslenguado, sino por hablar dos o más lenguas. En mi caso claramente
aplicable. Mal que les pese a algunos soy un quintuple lenguaraz por los idiomas
que uso y domino (en mayor o menor medida).
Este
descubrimiento, junto a otras palabras que no soltaré ahora pero que guardo en un
archivo llamado “palabras nuevas y raras” que mantengo desde hace años y que
seguro usaré en algún escrito en el futuro, me llevó a reflexionar sobre la triste
obsesión de tantas personas en aparentar saber algo, incapaces de mantener una
conversación sin ser el protagonista, obsesionados en ser el centro de atención
a base de contestar con un “si, pero,
bla, bla, bla”, o directamente con un “no
es así, bla bla bla”, como si el saber más o menos sea un desprestigio a
ocultar o negar. Y hablo por experiencia: de joven tenía la misma obsesión,
como casi todo el mundo, de ser alguien, de ser el protagonista, de sentirme
importante, y todo ello me llevaba en muchos casos a ser un resabido, un
sabelotodo.
¡Ojalá hubiera existido Internet en los años 80, sin duda hubiera sido
el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro: el
protagonista absoluto en todos los eventos!
Pero esto te puede pasar cuando eres joven,
en la adolescencia, quizás entre los 12 y los 18 años. Lo que no puede ser es
que ya maduro, adulto, cuando no viejo a punto de jubilarte, sigas obsesionado
con saber todo, con tener el coche más rápido, el miembro más largo, la piel
más tersa, la ropa más cara o los títulos más prestigiosos (masters falsos y demás).
Denota una falta de madurez, una inseguridad y una obsesión por el infantil “y
yo más” y “tú qué” que al final no es que se haga pesada y cansina, al final
hasta da pena y produce tristeza. Ver a personas cuyo único objetivo en la vida
es inventarse su pasado, su presente y hasta su futuro, obsesionadas por no quedar
mal, por ser el protagonista, es penoso. Y la culpa de ello, aparte de las propias
limitaciones de las personas (que todos seamos iguales ante Dios no significa
que todos tengamos la misma capacidad intelectual), recae obviamente en la
sociedad que hemos creado, en la exaltación de lo superficial, lo monetario, lo
físico, lo material, lo efímero, frente a los valores naturales, profundos, reales y
eternos.
El
capitalismo salvaje, y con ello el consumismo, la obsolescencia programada, las
modas inducidas y la desvirtuación de las necesidades reales del ser humano,
han creado y siguen creando estas mentes vacías,
dóciles, limitadas, dirigibles, en resumen, esclavas de intereses
totalmente espurios que solamente sirven a los intereses de los que manejan los
hilos en la oscuridad. Ovejas aleladas al servicio del mal, ya sea capitalista, populista, nacionalista
o consumista, ya sea una multinacional, una secta, un partido político o una religión
mal interpretada y peor aplicada.
No creo
que necesite dar ejemplos. Desde las largas colas nocturnas para comprar el
nuevo modelo de teléfono móvil hasta la plantada obsesiva de lazos y cruces amarillos,la mención continua de un tal Francisco Franco que murió hace casi 43 años, la negación
de la historia o la invención de la misma (Colón era catalán dicen los enfermos lazis), los programas de TV zafios cuando no vomitivos como Sálvame, todo ello son síntomas de esa
inmadurez, de ese infantilismo, de esa limitación intelectual que padece la
sociedad.
Despertad.
Despertemos todos. Y leed (que no leer, que para algo existe el imperativo). En
caso contrario, pues idos a la mierda (“iros” en cuanto la RAE acepte la nueva
variante por imposición popular, o populista).
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