“Somos lo que hacemos día a día. De modo que la excelencia no es un acto sino un hábito”. Aristóteles
Cuando ya confundes el bar Mufasa
con la mutua Muface solamente caben dos explicaciones: o has bebido demasiado o estás obnubilado por
otras razones. En mi caso quizás se junten ambos factores. Demasiado alcohol y
la emoción de compartir mesa, risas y el sol de primavera con Rosario Flores,
perdón, con Lola. Una primera cita a la antigua: rodeado de consejeras, alcahuetas
y viejos gruñones envidiosos. Regodeándome, pero menos. Porque en este caso soy
uno de los protagonistas de la fiesta. Y eso es algo nuevo, emocionante pero
sumamente complejo. Como si me pidieran ahora que resolviera una compleja ecuación:
después de tantos años, tantas cervezas y tanta soledad (infravalorada, como suelo
decir, pero rápidamente denostada ante la sonrisa de una bella mujer. A lo
Groucho: “tengo mis principios, pero si quiere los cambio”.), lo de enfrentarse
a lo más bonito de la vida se vuelve complicado. Tiraremos de manual, como ya
le dije a Lola. Y en este caso no es la Lola virtual del bar de Pérez-Reverte, esta vez se trata de algo real. De (bonito) cuerpo
presente. ¡Qué miedo!
Y la mesa que compartimos no es una mesa cualquiera: hablo de la terraza del bar Envite, una mezcla de bar al uso (con olor a fritanga, como dice la señora de Manel) con un centro de rehabilitación, psiquiátrico, ONG y lugar de retiro de dinosaurios varios. Lo que en cualquier pueblo sería una mezcla del hogar del jubilado, el zoo y el manicomio. Simplemente imaginad que yo soy el más normal del local 😉 para entender de que hablo. Claro, claro.
Y tampoco es algo nuevo (no lo de
ser yo el más cuerdo, digo lo de un bar curioso). Hay muchos artículos míos que
hablan de bares, ya que, como bien canta Jorge Ilegal (al que veremos en
directo en breve), “el bar, la verdadera patria, con que puedes contar”. Los bares han sido y serán
nuestro refugio patrio. En otras latitudes, las personas con problemas o
aburridas se van a la montaña, se ponen a correr como si les persiguiera el
mismísimo Pablo Iglesias, se encierran en un monasterio, van al psicoanalista,
se hacen veganos, abrazan cualquier fe por muy ridícula que sea, echan las cartas,
invocan a los espíritus con la güija o directamente se tiran de un precipicio;
mientras que en España tenemos la mágica solución a todos esos males mentales: el
bar.
Parafraseando la cita aristotélica
del inicio: “Somos lo que bebemos día a día. De modo que la dipsomanía no es un
acto sino un hábito”.
Como años ha, con buen ritmo y
mejor letra, nos cantaba Gabinete Caligari:
Mozo, ponga un trozo
De bayonesa y un café,
Que a la señorita la invita Monsieur
Y dos alondras nos
observan
Sin gran interés
El camarero está leyendo el "As"
Con avidez
Los bares, que lugares
Tan gratos para conversar.
No hay como el calor
Del amor en un bar.
Vamos de bar en peor !!! Jajajaja
ResponderEliminar