Andábamos el otro día por Colmenar Viejo disfrutando de las siempre deliciosas tapas del bar Tarifa (local muy recomendable, por cierto, tanto por la calidad de sus productos como por la atención de sus empleados y la impecable y tan querida ambientación y decoración ) , cuando la conversación derivó hacia la corrección de los actos, los valores, lo bueno y lo malo, es decir, que acabamos hablando sobre esa delgada línea que siempre separa lo bueno de lo malo.
Nadie puede negar que, ante cualquier
acto, hecho o pensamiento, existe una delgada línea que separa lo correcto de
lo incorrecto. Como si fuera cualquier escala con valores por encima o por
debajo del eje, el limes romano que separaba la sociedad evolucionada de los bárbaros,
la chulería de la mala educación, la defensa propia de la violencia irracional,
la nota de corte en unas oposiciones o la evaluación de los resultados escolares
entre aprobados y suspensos. Bueno, esto último parece que ya pertenece a la historia,
vista la reciente aprobación de la nuevas y dictatoriales normas sobre la educación
que se sacan de la manga los dementes del gobierno actual. Esos impresentable
que están sin duda por debajo de esa línea que separa el conocimiento de la
indigencia mental, el intelecto de la estupidez y la verdad de la mentira.
Nos adentramos pues, mientras el
rico hígado y los callos con garbanzos iban formando el necesario colchón para
poder ingerir una cerveza tras otra, en
ese laberinto que significa establecer lo que es éticamente correcto, dónde
acaba la galantería y empieza el acoso, en qué punto pasas de ser un “latin lover”
a ser un depravado sexual, si la zalamería siempre persigue un oscuro (o
visible) objetivo…
Igual la disquisición filosófica
ya empezó una horas antes cuando, a pesar de resaca, malestar general y un
tiempo endemoniado, tuvimos los arrestos de madrugar (a las 10 de la mañana,
tampoco os asustéis), coger el coche y subir a este querido municipio, parte
del antiguo “Real de Manzanares” incorporado por Alfonso X el Sabio a la corona
de Castilla. Si habíamos quedado con unos amigos, pues cumpliríamos con la
palabra dada. De eso se trata, digo yo. De estar por encima del eje, de estar
en el lado positivo de la escala. Bien podríamos haber echado la marcha atrás,
haber inventando una o mil excusas y habernos quedado tranquilamente en casa,
disfrutando de la calefacción, el sofá y los entretenimientos apropiados. Que para
unos podrían haber sido cuatro episodios de una burda serie televisiva, para
otros un par de buenos LPs de esa inmortal y necesaria música que siempre nos
acompañará, y para otros hasta la lectura de un buen libro. Y aquí ya no meto
cizaña ni valoro lo que cada uno haga en su tiempo libre. Todos somos libres y
podemos dedicar nuestro tiempo y nuestra existencia a lo que nos salga de los
cataplines. Aunque muchas veces perdamos el tiempo en simplezas, en vez de dedicarlo
a cualquier actividad que genere valor, conocimiento y bienestar mental y físico.
O de generar felicidad y aportar compañía al prójimo que tenemos olvidado.
Esa delgada línea que separa los innecesarios
y exagerados celos o la puntual rabia, de la necesaria y obligada defensa de tu
pareja, como le pasó recientemente a Will Smith.
Esa delgada línea que separa al
omnipresente Andrés y su interés, de la generosidad sin espera de recompensa.
Esa delgada línea que separa la verdad
de la mentira. Línea que, por cierto, no existe para la inmensa mayoría de los políticos,
ya sean de la peste roja o los hermanitos Pinzones, léase el PP y el PSOE,
marineros compinchados que llevan 40 años navegando en las sucias cloacas de la
mentira, la connivencia y la corrupción.
Aunque ahora vislumbremos en la
lejanía un puente que nos permitará superar estas infectas y turbulentas aguas
fecales que generan los partidos que están destrozando España. Un necesario
puente sobre aguas turbulentas, como bien cantaban Paul y Art.
Un puente que nos ayude a cruzar esa
línea que separa el bien del mal; la verdad de la mentira; la esperanza de la
desesperación; la primavera sonriente del otoño decadente; un brillante, culto y noble futuro del frustrante, sucio, zafio y “regre” presente.
La vida de la muerte.
P.D. Sin olvidar esa delgada
línea que separa al verdadero Kiko Veneno de su doble, quien se prestó sin
dudarlo a una fotografía de grupo en esa mañana lluviosa, pero amena, divertida
y como siempre enriquecedora. Aunque no fuera él. 😀
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