jueves, 26 de abril de 2018

Agotados de esperar el fin


Viejas caras, nuevas caras,
pero las mismas cabezas.
¿Qué les empujará?
No viven, solo esperan.
Están agotados de esperar.

Du sollst mit dem Tode zufrieden sein,
Warum machst du dir das Leben zur Pein?

Decía Goethe en uno de sus famosos aforismos: “Confórmate con la muerte y no conviertas tu vida en una tortura”. 
¡Qué fácil decirlo y qué difícil cumplirlo! Tan difícil que ni el genio alemán siguió su propia recomendación de acelerar su muerte y aguantó vivito y coleando hasta los 82 años para morir de un vulgar infarto.
Maldita y cíclica es la desesperación que nos ataca de tanto en tanto. De pequeños, de jóvenes, de adultos, de ancianos: no hay edad en la que por hache o por be de golpe nos sentimos vacíos, cansados, vagando sin rumbo, buscando razones a la sinrazón, maldiciendo a diestro y siniestro, renegando de la vida, de los amigos, del clima, del tráfico, de la supuesta cerveza que nos han querido colar en un bar y de la última rubia que vino a probar el asiento de atrás.

Pero hay cosas peores. Mucho peores. Porque nuestra desesperación, la del yoyó, la del materialista y exagerado egocentrismo, se ha convertido en un mal general. Ya no somos personas individuales que estamos hartas de esperar el fin, es la sociedad en su totalidad la que deambula por este planeta antaño llamado azul, implorando que llegue el anunciado apocalipsis cuanto antes. Un planeta negruzco, lleno de humo, de maldad, de sombras, de penumbra, de nubarrones oscuros que tornan el precioso azul celestial y el verde del mar en una amalgama de grisáceas mentiras y negras realidades.

Solamente hay que fijarse en las absurdas y rocambolescas historias que estamos viviendo hoy en día en Cataluña y en el resto de España: empezando por el cuento del “prusés” y el maldito montaje separatista, que no es más que una burda campaña para encubrir 30 largos años de latrocinio, pasando por la nueva historia española y mundial (esa desmemoria histérica) que cuatro lelos mal formados están redactando a toda prisa para justificar la inversión de la verdad con un “donde dije digo, digo Diego”; los tejemanejes, las rencillas, las mentiras y las puñaladas traperas de una clase política y unos sindicatos que obviamente no representan a nadie desde hace muchos años; la existencia de cargos públicos muy bien pagados pero con menos cerebro que el pulpo Paul, como Echenique, Colau, Rufián, Tardá, Pablo Iglesias y su concubina Irene Montero, o cualquier otro de los 350 diputados del Congreso, los 266 senadores y los miles de alcaldes y concejales. ¡Qué aquí no se salva ni el tato!

Dejémonos de siglas, de ideologías y de banderas. Son todos de la misma banda: ni los hermanos Dalton, ni Ali Babá y los 40 ladrones, ni Al Capone, ni el Lute, ni el Vaquilla, ni el Dioni, ni Ruiz Mateos y su prole, ni los líderes de la nefasta, asesina y ladrona Segunda República Española, ni los mangantes de Matesa o del Fórum Filatélico, ni Idi Amín en su peor época, ni las tan abundantes y falsas oenegés de foto lacrimógena (y seguro que falsa), comida y comisión: ninguna de estas bandas de malhechores llega al nivel de la chusma que nos dirige, manipula y roba hoy en día. De forma estructurada, normalizada, jerarquizada y supuestamente elegida por nosotros, el estado, la clase política y su entramado político-financiero-asociado-interesado nos llevan por donde quieren, se ríen de nosotros en sus reuniones de trabajo, sus consejos de administración, sus congresos, sus comisiones, sus cursos de formación, sus falsas primarias, sus sesiones de coaching ejecutivo, sus viajes solidarios…es decir, en sus continuas fiestas y bacanales, y cada tantos años se disfrazan de corderitos para soltar sus cuatro frases infantiles (pero adecuadas y dirigidas a esta nuestra sociedad inculta e idiotizada), para seguir viviendo unos años más (y mejor) a costa nuestra.

Nuestro día a día en esta sociedad tan enferma se reduce al sensacionalismo, al meme del día, a lo superficial, a lo efímero. Al clásico “y yo más” y el “y tú qué”, a denunciar a tu mejor amigo para ganarte el favor de alguien, a guardar vídeos o información comprometida para poder chantajear en el momento oportuno, a mentir sin pudor alguno ante los cómplices medios de comunicación (cuando no instigados y dirigidos directamente por ellos y su imperiosa necesidad de ganar audiencia), a cambiar de bancada, de bandera, de religión y hasta de sexo por un par de duros y algún enchufe de provecho (en esta triste Expaña cambiamos de todo menos de equipo de fútbol, esa sagrada fe patria que está por encima de todo lo demás). Así nos va.

Nuestro día a día gira en torno a todo lo superfluo, cuando la vida de un ser humano en una sociedad teóricamente avanzada debería de centrarse en valores eternos, en el amor al prójimo, en la familia, en la cultura, en la ciencia, en la música, en el honor, en la solidaridad, en la generosidad, en la empatía, en la aportación de algunos granos de arena al bien común.

¿El bien común? A quién cojones le importa el bien común. De lo que se trata es de vivir lo mejor posible… y a poder ser sin trabajar. Poca diferencia hay hoy en día entre los mafiosos, los delincuentes profesionales, los pícaros de toda la vida, los embaucadores, los vividores y los cientos de miles de políticos que pasean sus cochazos y sus modelitos (comprados con el sudor de nuestra frente y nuestros impuestos) por nuestra sagrada tierra, soltando nauseabundas y variables mentiras, cual veletas en lo alto del campanario. Y si sumamos a toda esta cohorte de garrapatas de la sociedad a los líderes del entramado económico, a los poderes ocultos de la banca internacional, a la masonería, a los organizadores de Eurovisión y a los burdos cantantes que nos representan este año, a los dictadores de Bruselas y su falsa Europa, a los bares que sirven Heineken o a los estados racistas e imperialistas. ¿Qué bien común vamos a encontrar? Cero patatero.

No vivimos, solo esperamos. Estamos agotados de esperar.

P.D. Pero mientras esperamos y desesperamos siempre podemos intentar hacer sonreír a alguien, beber una o varias cervezas de verdad, escuchar unas buenas canciones y conocer a personas que aportan algo a la sociedad. Como nos pasó por ejemplo el otro día en una clase / exhibición de swing.  O en el entrañable bar la Isla. Valor añadido.


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