There is only one thing
in life worse than being talked about, and that is not being talked about.
Oscar Wilde
Escuchando ayer "La Linterna" de la
Cope, y en concreto la intervención siempre entretenida y didáctica de Fernando
Vilches, profesor titular de Lengua Española de la Universidad Rey Juan Carlos,
salió a colación la frase “que se hable
de mí, aunque sea para bien”. Intrigado, a la par que divertido, la apunté
para usarla como introducción a esta entrada.
No hay duda de que la mayoría de
nosotros diríamos lo contrario, es decir, “que
se hable de mí, aunque sea mal”. Es sin duda la expresión más común, y entiendo
que también la más lógica, quizás basada en la famosa frase de Oscar Wilde que
cito arriba: “hay solamente una cosa en
el mundo peor que hablen de ti y es que no hablen de ti”.
Y tal cual es una
estrategia usada por infinidad de empresas, organismos, partidos políticos y particulares.
Mercadotecnia pura y dura. O marketing, como se dice hoy en día, relegando a nuestro
rico idioma, como en tantos otros casos, con el absurdo fin de sentirse
moderno, culto y cosmopolita.
Esta publicidad de shock, bien
conocida en marcas como Benetton o Ryanair y en campañas oficiales de
prevención de accidentes (justamente en estos últimos días la DGT ha lanzado una campaña de este
estilo ante los masivos desplazamientos previstos para la Semana Santa), sin
duda alguna es efectiva, aunque también pienso que es algo muy visto y cuya
eficacia no dudo que ha ido a menos. ¿Quién no se acuerda de la primera campaña
de Ciudadanos, con un Albert Rivera en cueros engañándonos con lo de “sólo nos
importan las personas” (cuando realmente quería decir “sólo me importo yo”)? El anuncio sin duda fue efectivo, aunque
visto ahora, desde la distancia y el descubrimiento de la realidad que había
detrás de muchos de los fundadores de dicho partido, no fue nada más que un
eslogan engañoso que encubría un narcisismo y un afán de poder enfermizos. De
eso se trataba, obviamente. De vender un producto, ya sea con argumentos y datos
reales, con falsas promesas o con hechos manipulados.
Tres cuartos de lo mismo ha sido la
campaña orquestada durante años alrededor de la inexistente república catalana, su justificación histórica y su
supuesta mayoría social (lo de inexistente sin duda un hecho objetivo, como
bien ha argumentado en sus alegaciones el bueno y sensato Mosso sancionado ayer
con 14 días de inhabilitación por decir la pura verdad).
Y qué os voy a contar después de
lo visto en la sumamente sucia precampaña electoral: no quiero ni imaginarme como
va a ser la campaña en sí, ni los miles de bulos, intrigas y manipulaciones que
vamos a tener que soportar en los próximos quince días, como ya decía en un reciente comentario mío. Suerte tengo que la mitad de ese tiempo lo pasaré
andando por tierras gallegas en pos de mi quinta Compostela, ajeno al mundanal
ruido, a la bajeza moral y a la maldad intrínseca de nuestro sistema político.
Pero hay esperanza. La verdadera
y sensata España está despertando, los actos de los partidos tradicionales están
pinchando, las encuestas, por muy cocinadas que estén, no se las cree ni un
pardillo y lerdo espectador de la Secta, y empiezan a sonar tambores de
resistencia, de alegría, de verdad y de una nueva y brillante luz al final del
camino (lo de los tambores es por gentileza de Ignacio Garriga).
Digamos pues como el inmortal
genio Salvador Dalí: “que se hable de mí, aunque sea para bien”.
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