
Se trata de los “Imbéciles de
valor añadido 0”. Para entendernos: los IVA al 0% son todas aquellas
personas que no aportan nada al bien común, al crecimiento, a la cultura, al bienestar,
a la paz, a la felicidad, a la riqueza, al prestigio, al arte, a la
gastronomía, a la medicina, al deporte, a la docencia, a la gobernabilidad, a
la justicia, a la ciencia en general…, es decir, los cenizos y vividores que
sobran en cualquier sociedad. Esos seres tóxicos que todo lo que tocan lo
destrozan. Esos malvados que solamente viven por y para sí mismos, sin mirar a
izquierdas o derechas, al frente o hacia atrás, arriba o abajo, los que se
pasan el día regodeándose ante el espejo, tocándose con autocomplaciente pasión
y disfrutando de su feliz día a día destrozando todo lo que hay a su alrededor.
Y para nuestra desgracia, en esta
histórica y gran nación llamada España, cuna de tantas personas que han
aportado a lo largo de los siglos su esfuerzo, su bondad, su capacidad
intelectual o su liderazgo para engrandecer a la sociedad, para avanzar y crecer,
pues resulta que tenemos “IVAS0” para dar y tomar. Tantos como “billetes para
asar una vaca” tenía el sindicalista Juan Lanzas, implicado en el tan pernicioso
y vil como ocultado y silenciado caso de los EREs en Andalucía.
La relación es interminable:
desde el presidente en funciones, el falso doctor Pedro Sánchez, pasando por el
enano bailongo Iceta y sus ocho históricas naciones (que de históricas tienen
tanto como Bardem de ecologista, Greta Majareta de científica, Ramoncín de
músico, la Fallarás de culta, la Secta y Newtral de objetividad u Otegui de ser
humano), hasta los malvados asesinos de ETA que ahora se permiten dar charlas
sobre derechos humanos en las universidades de las provincias vascongadas: vivimos
rodeados de tantos elementos tóxicos que es harto extraño que nuestro país no
hay desaparecido del mapa hace muchos, muchos años.
Y aunque el gran Otto Eduard
Leopold von Bismarck-Schönhausen jamás dijera que “España es el país más
fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han
conseguido”, la persona que se sacó el chascarrillo de la manga no andaba equivocada:
los españolitos de a pie, todo corazón y bondad, parecen hechos de otro material,
y sin saber cómo, siempre conseguimos salir a flote, reinventarnos, salvar los
muebles y recuperar nuestra estabilidad, nuestra grandeza y nuestro prestigio.
Esperemos que en estos graves momentos
en los que la cuerda de nuestra propia existencia está tensada al máximo,
alguien (o quizás todos juntos) consiga parar la locura que se ha apoderado de
nuestra clase política. Sinceramente no tengo claro quién o qué puede ser ese
salvador, esa persona, institución o autoridad, que sea capaz de frenar la
oligofrenia del presidente en funciones que nadie votó.
¿Quizás sea el rey? ¿O los
partidos constitucionalistas? ¿Los pocos miembros del PSOE con cerebro y agallas
(dicen por ahí que existen)? ¿Los partidos minoritarios con sus votos puestos a
subasta en la lonja del Congreso? ¿Los miembros del Consejo de Estado? ¿La
Junta de Jefes del Estado Mayor? ¿La Conferencia Episcopal? ¿Luis Enrique?
Buf. No veo a nadie capaz de
arreglar el desaguisado.
Y no quiero volver a mentar al
deseado, ese meteorito salvador al que, desesperado ante tanta sinrazón, recurro
cada tanto.
Menos ahora, cuando estamos a pocos
días de celebrar la Navidad y yo de poder disfrutar de unos días en familia,
con la escudella, la carn d’olla, el capón y las posteriores copas
navideñas por los barrios de Sarriá y San Gervasio, en la siempre agradable compañía
de la buena gente de Barcelona.
Los que enriquecen a la sociedad.
Con su generosidad, simpatía, paciencia y bondad.
Que comparado con lo que aportan los
imbéciles de valor añadido cero, es mucho. Muchísimo.
P.D. Sirva este pequeño artículo
como recuerdo y homenaje a Miguel Ángel Gómez Martínez, un amigo de
muchos de nosotros, recientemente fallecido a demasiado temprana edad: sin duda
un ejemplo de persona con valor añadido, buena, simpática, generosa, paciente y
bondadosa. ¡Miguelón, presente!
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