A Fernando Ginesta.
¡Presente!
Preámbulo: mientras estoy escribiendo esto me interrumpen
con la triste noticia de la repentina muerte de Fernando. Malditos caprichos
del destino. Dedicado a él, por supuesto, todo este artículo. Nadie mejor que
él para ilustrar esta pequeña reflexión. Descansa en paz, querido amigo.
Ya he escrito en varias ocasiones
(llevo 18 años publicando en este blog, que se dice pronto) sobre los amigos,
los seguidores en las redes sociales, los conocidos, los camaradas, el número
máximo de amigos íntimos que se pueden tener y temas similares: y por algo
será.
Porque nuestra vida, al fin y al
cabo, se basa en las relaciones familiares y sociales. Salvo que seas un eremita
encantado de gritar Jehová a los cuatro vientos, como nuestro querido amigo de “La
vida de Brian”, o un demente como Pedro Sánchez, al que le bastan unos cuantos
espejos bien distribuidos en uno de sus palacetes veraniegos y la compañía de
sus amigotes palmeros para ser feliz. Palacios que por cierto son propiedad del
Estado, pero como este déspota malvado hizo suyo el tópico de “
l'état c'est moi”
del Rey Sol, pues todos estos edificios históricos han pasado a engrosar su patrimonio
particular. De ahí su enfermiza obsesión de mantenerse en el poder contra
viento y marea. Le importa un pepino que todo se derrumbe a su alrededor, que
se queme el bosque, que se arruinen las familias, que España sea el hazmerreir
de moros y cristianos: mientras sobrevivan él y los suyos y pueda seguir
volando en su Falcon a cualquier destino que se le ocurra a Begoño/a, el/la
experta en no sé qué, titular de falsas cátedras y editora de la guía
“Lonely
Planet para Dummies y vividores”, que por cierto esta semana ha incluido un lago
nudista en el pirineo catalán para disfrute de la familia y sus 25 íntimos. No
vaya a ser que pasen calor, pobrecitos. Los de siempre. Los caraduras. Los
jetas.
Los hijos de la gran puta.
Siento haberme desviado del tema:
no quería hablar de estos cortesanos de graduado escolar y rodilleras gastadas,
quería hablar de la buena gente, de esos conocidos o amigos que ves de tanto en
tanto, a veces de decenio en decenio, pero que siguen ahí. Y que cuando te
encuentras con ellos parece que fue ayer que estuvisteis juntos, aunque quizás
hayan pasado varios años desde coincidisteis por última vez. Es lo que me pasó
el otro día con mi tan querida Almudena y su marido Federico. Y sin duda fue
algo buscado: no quizás encontrarme con Almu, pero si que tenía la seguridad de
que, en la inauguración de un
Frankfurt en Madrid, al estilo de los nuestros de
BCN, de la mano de la esposa de Jaume Vives Vives, a algún amigo me
encontraría, a alguien de los de siempre. Y así fue. Y esa magia, ese momento
de encontrarte con un ser querido y que de inmediato el tiempo transcurrido sin
verle pase a mejor vida y te sientas feliz, arropado, ilusionado, cual niño a
la vuelta de vacaciones al ver a su proyecto de novia, cual recluta en la mili
disfrutando de su primer permiso, como encontrarte a un periquito rural en un partido
del Real Club Deportivo Español en un campo jamás visitado, o iniciar en
solitario una etapa del Camino de Santiago y que la calle del albergue se llame
“Oriente” y sientas su protectora presencia… esos son los momentos mágicos. Como
el largo rato que compartí con Alberto y Pedro. De bar en bar, de cerveza en
cerveza (de alguna manera había que digerir las excelentes salchichas que nos
sirvieron).
Y quizás por ello, por caprichos del destino, al acabar la
agradable velada en dicho local, que os recomiendo fervientemente, camino del
metro me crucé con el inigualable
mago Tamariz y su familia. Justamente el día
antes había leído un artículo sobre él, sobre su nuevo espectáculo que
presentaba junto a su hija, y, chan ta ta chán, ahí estaba. Risueño como
siempre. Otro de los de siempre. Aunque jamás hubiera hablado con él. Hasta
ahora.
Llevaba yo varios días, o quizás
semanas, tomando notas para este artículo. Y creo que fue a raíz de un artículo futbolero que publicó “el Mundo”, escrito por Jesús Beltrán (si si, de los Beltrán de
toda la vida, que son varios y encantadores todos), que decidí dedicar mis reflexiones
a todos esos conocidos, amigos y camaradas, a los que más bien tratas poco, a los
que ves de pascuas a ramos, pero que están ahí, en tu subconsciente, en tu vida
pasada, en tus recuerdos, y que jamás dejan de ser parte de tu vida. Aunque
quizás no hayáis sido amigos íntimos, o llevéis largas temporadas sin compartir
una cerveza, existen esas personas en tu circulo de amistades, que permanecen. Y
te dan sorpresas y alegrías. Como ver a Juanjo como diputado impartiendo
lecciones a tanto lerdo que puebla nuestra santa tierra. O admirar a Chiquillo
trabajando duramente y sin acercarse ni en broma a la bandeja de cruasanes. O
disfrutando de la maestría oratoria y la lucidez de Buxadé. O leer un libro de
Juan Ricart. En fin, que os voy a contar. La mayoría de los lectores sois del
mismo grupo, de los de siempre. En algunos casos compartiendo mi vida desde el
año 1979. O 1980. Y algunos de vosotros lleváis algunos años más juntos (mis
dos años pasados en Friburgo entre 1977 y 1979 me alejaron quizás un poco, pero
recuperé rápido el tiempo perdido).
Y tal vez por ello, cuando alguna
de estas queridas personas por desgracia fallece, ni lo asumes. Ni te lo crees.
Como los encuentros cada vez van siendo más espaciados, tu cerebro, o quizás tu
corazón, es incapaz de procesar que ya no está: sabes muy bien que un día u
otro te lo volverás a encontrar.
En un parque, en un bosque, en un
campo de fútbol, en un concierto, en una iglesia, en un albergue, en un bar (en
mi caso quizás lo más probable). Y si no es ahí, sin duda te lo encontrarás en
el cielo. Que es donde nos veremos todos. Y encima sin la molesta presencia de
aquellos que jamás pasarán el filtro de San Pedro.
Va por todos vosotros. Por los de
siempre. Por Fernando.
¡Sólo los mejores mueren jóvenes!
D.E.P.
ResponderEliminarUn grato homenaje a nuestro querido Fernando. Gracias, Ernesto.
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