Alguno
de mis fieles lectores igual se acuerda de un personaje digitalizado, si es que
a los efectos especiales del final de la década de los 80 los podemos llamar
así, llamado Max Headroom. Se trataba de
la historia de un reportero que descubría la manipulación oculta que realizaba
su cadena de televisión insertando “blipverts” (frente a adverts), mini
mensajes camuflados en programas o anuncios, para enviar informaciones subliminales
a la audiencia. La película basada en este personaje se llamaba “20 minutos en
el futuro”, de ahí el título de mi artículo.
Esta
película, posteriormente convertida en serie, no trataba sobre nada nuevo sobre la
faz de la tierra: el poder, sea visible u oculto, siempre se ha dedicado a la
manipulación de su público, con el fin último de mantenerse en esa posición de
privilegio, manejar los hilos de las marionetas a su cargo y vivir de la
inocencia, estupidez, incultura y, sobre todo, del esfuerzo de los demás. No
hace falta que relate a mis preparados y cultos lectores los cientos de
ejemplos conocidos en la historia, los Grandes Hermanos, las estrategias
propagandísticas de los sistemas dictatoriales, sobre todo los comunistas y
socialistas, las manipulaciones informativas
de los grandes gobiernos sobre hechos históricos, los descuidos de los
mezcladores de las televisiones públicas y privadas insertando imágenes de
“enemigos” fuera de contexto en reportajes sobre violencia, maldades o calamidades, algo muy
en boga por cierto en nuestras televisiones patrias, o las últimas patrañas
inventadas por lady Botox Kirchner y su adlátere (¿y no será más que eso?), el
inefable neokeynesiano Axel Kicillof, para justificar el expolio de una
multinacional española. Patrañas a las que por cierto los argentinos son muy
aficionados: ¿quién no conoce a un argentino guapo, alto, de ojos verdes, dicharachero,
pero sobre todo, mentiroso, exagerado y engatusador?
Pero lo
que me ha llevado a recordar a Max Headroom y sus coloridos fondos de pantalla
no han sido ni las actuaciones teatrales de la nueva Evita, ni la
escenificación de arrepentimiento del Borbón que encabeza nuestro estado,
actuación esta que ha calmado a las fieras en un santiamén, cuál bálsamo de
fierabrás que cura todo, y que ha obrado el milagro de que donde ayer todos
decían digo y se rasgaban las vestiduras pidiendo una nueva república, la
renuncia del rey, más tiros a los pies
de sus nietos y sexo gratuito con su nuera, por aquello de enseñarle algún
juego erótico que no haya probado en su dilatada carrera, hoy dicen Diego y se
proclaman orgullosos de su Majestad, como si cuatro palabras balbuceadas
solucionaran todos los problemas que nos afectan hoy en día en España y facilitaran
olvidar el pasado poco glorioso del actual monarca y su familia; nada de todo
esto me ha incitado a escribir esto, sino algo mucho más grave, por lo menos en
mi opinión: la absoluta y constante manipulación que lleva a cabo el
nacionalismo catalán en todos los
ámbitos. Me explico.
Después
de más de 40 años viviendo en Barcelona, mi ciudad de nacimiento, mi patria
chica y cuna de mi equipo del alma, el más que centenario Real Club Deportivo
Español (esto lo detallo para aquellos tan manipulados que hasta ignoran que
Catalunya es más que un Club, que aparte del Bar$a también existen el Español, el Júpiter, el
Europa, el Joventut y cientos más), ahora llevo residiendo desde hace unos
meses en Madrid, España (no en otra de las 9 ciudades llamadas igual en el
mundo).
Y aquí,
a unos pocos cientos de kilómetros de Barcelona, se siguen los temas políticos, el fútbol, la
economía y las noticias de sociedad igual que ahí, pero con una gran
diferencia: en la calle, en el día a día, existe una tolerancia absoluta hacia
las opiniones de los demás, por muy diversas que sean, y, sobre todo, no se
convierte absolutamente cada detalle, cada gesto, cada palabra, cada bandera,
cada cántico, en un agravio, en un ataque a la identidad del otro ni en una
oscura intención de acabar con algo o con alguien. Las personas no viven
obsesionadas, ni todo gira en torno al Madrid, al Atlético, al Rayo o a los
catalanes o vascos, ni todas las conversaciones versan sobre lo malo que es tal
político, lo explotadores que son los de la región de al lado y lo poco que
tenemos que ver históricamente con los vecinos del 4º1ª.
Es como
haberse trasladado, por fin, a un mundo
normal, en el que existe la libertad, en el que las diferencias no se
convierten en obstáculos infranqueables, en el que las aficiones y las ideas no
son sinónimo de odios y venganzas, en el que puedes opinar, contradecir y
discutir sin que te tachen de loco, de enfermo, de reaccionario o de fascista.
En resumen,
que la obsesiva e insistente manipulación a la que se ven sometidos los
ciudadanos en Barcelona, en Cataluña (y supongo que pasará tres cuartos de lo
mismo en las vascongadas), y el constante goteo de “blipverts”, de pequeñas
manipulaciones de la realidad que van entrando en tu subconsciente, y que al
final, a base de insistencia, asumes como normales, han desparecido de golpe de
mi vida. Y no ha sido por cambiar de hábitos o de ideas ni por dejar de leer la
misma prensa que leía en Barcelona, no, ha sido simplemente por dejar de estar
sometido al dictado del nacionalismo que impregna hasta el aire que se respira
en mi tan bonita y añorada Barcelona.
Porque ayer
tuve el pronto de sintonizar durante unos pocos minutos el canal por satélite
de la corporación de radio y televisión catalana, y fue en ese preciso momento cuando
de golpe recordé a Max Headroom y comprendí que este periodista virtual se
adelantó a la realidad en más de 30 años, y que la cadena perversa para la que
trabajaba, que insertaba cuñas imperceptibles en el subconsciente de los
ciudadanos, no se llamaba Network 23, sino TV Three. No doubt.
Hombre, es que Max Headroom se llamaba en realidad Màxim d'Alçada i Disponible, aunque los amigos y la familia, allá en su Ulldecona natal, ya le llamaran cariñosamente Max, acortando su nombre, claro.
ResponderEliminarEl "de" que antecede a su apellido indica, por descontado, su origen noble. Es que, de hecho, estaba entroncado con Marti I, l'Humà y, como Bernat Metge era el secretario de éste, se fue a Barcelona a estudiar en el IES del mismo nombre (que está en la Vernéa) y luego... pues ya al Abad Oliba, claro, que históricamente es exactamente posterior.
¡Toma blipver de calidad! ¡Esto no lo supera ni el mejor programa cultural del 33! ¡Juás!
com que no ets català de soca-rel malparles de Catalunya,xarnego, ja fas be marxant de la nostra Patria.
ResponderEliminarPues tendrás razón. Aunque nací en Barcelona en 1963, en la calle Copérnico, y haya vivido 47 años repartidos entre las calles Avenida de Sarriá, Mayor de Sarriá, Craywinckel, Angli y Muntaner, haya estudiado en el Colegio Alemán de Esplugas, en la Universidad Abat Oliba de Pedralbes, en la Universidad Central de BCN de la Diagonal y haya trabajado 21 años en una empresa catalana en la Plaza de España de Barcelona, NO SOY CATALÁN DE PURA CEPA (o soca-rel), sino uno más de esos charnegos a los que insultáis pero bien aprovecháis cuando os hacen falta, ya sea para votar o para trabajar. Aunque al no provenir de otra región de España lo de charnego no aplica ( http://buscon.rae.es/draeI/SrvltGUIBusUsual?LEMA=charnego ) , por lo que igual podrías llamarme guiri.
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