Con la
Semana Santa recién finalizada en la jornada de hoy, para los católicos
creyentes el día más importante del año, la Pascua de Resurrección, acaba
también un fin de semana largo de asueto, viajes y consumo para una parte de
los ciudadanos de España.
Para otros muchos, la situación económica que
sufrimos (excluidos, como no, aquellos que deberían de velar por el bien de la
nación, ya sea en el poder o en la oposición, por su vocación en el caso de los
políticos opositores y por su promesa o juramento prestado en el caso de los
gobernantes, que se libran en ambos casos de cualquier crisis sin que la
mayoría alelada se inmute), esta Semana Santa habrá significado la renuncia al
viaje a la costa o a la montaña, por no hablar de las añoradas salidas al
extranjero que no recuperaremos en mucho tiempo, a no ser que algunos
manipuladores en Cataluña o las Vascongadas den el paso definitivo y planteen
su salida de la nación común (esa patria forjada por nuestros héroes,
escritores, inventores y gobernantes durante muchos, mucho siglos, cuya
historia tergiversan a su antojo y convierten en enemiga en sus respectivos
sistemas educativos totalitarios), y una
visita a Barcelona o a Bilbao precise trámites previos, visados y hasta vacunas.
Pero gracias a Dios, como bien describe mi admirado Juan Carlos Girauta hoy en
ABC, una posible independencia de partes de España está muy lejos de la realidad,
tanto como que los árbitros juzguen por igual al Barza que al Real Madrid o al RCD
Español (esto último es mío, no de Juan Carlos, obviamente). Si en cualquiera
de estas dos regiones (cantones, aldeas, taifas, nacioncillas, autonomías o
como quieran llamarlas) se planteara una consulta popular “oficial” y seria
sobre su destino, este acabaría siendo una unidad en lo universal, como bien
definió José Antonio hace ya casi un siglo. Más aún en los tiempos de
globalización que corren, en la dependencia económica que tienen unas regiones
de otras y, sobre todo, en la realidad social de dichas autonomías, en las que a
la mayoría seria, silenciosa, sufrida y trabajadora se la traen al pairo los
mitos nacionalistas, los supuestos robos que sufren por parte del resto de
España o los concursos autóctonos de arrastrar bueyes o bailar las milenarias
sardanas inventadas por un jienense hace poco más de un siglo.
Lo que le importa a la
gente es el día a día, es pagar la factura del gas, es poder dar de comer a sus hijos y poder hablarles en
su idioma materno. Encima, para rematar, todos se saben y se sienten españoles, por
muchas sandeces que suelten los medios afines y subvencionados con encuestas sesgadas
y celebradas de tapadillo en calçotadas populares o aquelarres vascones, o por
mucho ruido que hagan cuatro histéricos manipulados por los poderes ocultos y
oscuros del empresariado nacionalista (y sus lacayos políticos a sueldo), elementos
estos que usarían hasta las urnas con las cenizas de sus ancestros para guardar
sus pingües beneficios y sus prebendas a buen recaudo ante el inexistente robo
centralista.
Siendo
pues imposible salir de viaje por la falta de parné, una gran parte de la
ciudadanía se ha volcado, donde la lluvia lo ha permitido, en la asistencia a
las procesiones de Semana Santa, tan ricas, emocionantes y variadas, que se
celebran en nuestra piel de toro, de Norte a Sur y de Este a Oeste, incluyendo,
claro está, Cataluña y las Vascongadas, aunque ahí las conviertan en muy suyas
y diferentes a las del resto de España, otro sinsentido al tratarse de
celebraciones religiosas y encima de una religión común y compartida. Pero no
les demos ideas desde aquí, no vaya a ser que planteen una nueva herejía, cual
Luteros del siglo XXI, y veamos a Arturito Mas o Patchi López clavar un “stick”
usb en el ordenador de la Conferencia Episcopal desafiando a la unidad de la
Iglesia española.
Y
tampoco nos vamos a engañar a estas alturas: la asistencia a las procesiones
tiene, por desgracia, mucho más de folclore que de fe cristiana, y en tiempos
de crisis y necesidad, como bien es sabido, todo el mundo recurre a las fuerzas
superiores, ya sean religiosas (como nos demostró ayer hasta el dictador “bolivariano” Hugo Chavez asistiendo a una
misa por su curación), o pura superstición, como consultar a videntes, brujas o
ir a echar un cartón al bingo de la esquina. Cuanta más crisis, más suben las
recaudaciones de los juegos de azar y de los falsos profetas con sus tarots
comprados en un “Todo a 1 eulo”. Algo comprensible, por otro lado, siguiendo el
clásico dicho español “de perdidos, al río”. En esto no cambiaremos nunca, a
los españoles siempre nos ha gustado seguir el refranero popular: sobre todo
cuando nos hace falta.
Yo he
tenido el honor de participar por primera vez de forma activa en una de estas
procesiones (muchas gracias Raúl), la del Santo Entierro en Madrid, y ha sido
una experiencia enriquecedora en muchos aspectos. Dejando a un lado la parte
mística o religiosa, por la que participé y cuyos efectos son tan personales que no pintan nada en este
artículo, el “teatro” que se monta alrededor de una procesión tiene, por
desgracia, mucho verbena y poco de
recogimiento espiritual o de acto de fe.
Tampoco es que descubra nada nuevo,
pero verlo desde dentro, con la ventaja del anonimato absoluto que te otorga el
verdugo que cubre tu cabeza y te oculta ante los demás, sean conocidos o
extraños, es una dimensión nueva que da mucho que pensar. Después de pasear
durante casi 3 horas por el centro de Madrid, con un cirio en la mano y escuchando
a centímetros de mí comentarios, conversaciones banales, risas, alguna que otra
blasfemia y (menos) oraciones o peticiones, entiendo muy bien la afición de los
anti-sistema por encapucharse a las
primeras de cambio, o la capucha de rigor que llevaba el verdugo en otras
épocas. De golpe te encuentras fuera de la sociedad, ves y oyes sin tener que hablar
ni ser reconocido. Como si fueras invisible. Es la impunidad absoluta, aunque
en el caso de los nazarenos su objetivo sea bueno y, en muchos casos, sentido,
y en cambio si hablamos de los anti-sistema este camuflaje se convierta en un
arma maligna muy bien aprovechada. Por un lado les permite ocultarse y por otro
psicológicamente les libera de tal forma que de golpe se sienten como si
estuvieran por encima del bien y del mal. Así acaban reventando cafeterías y
saqueando tiendas de moda. Me imagino que en el caso de los disfraces de carnaval
los sentimientos serán similares, aunque
habiendo pasado tantos años desde que me puse mi último disfraz (exceptuando el
traje, la camisa y la corbata de rigor del día a día), no recuerdo haberme
sentido tan extraño como me sentí ayer desfilando como nazareno por el corazón de
nuestra España, a la que, por muchas rogativas que lancemos al cielo, le queda
una procesión muy larga por delante.
Y
encima con los políticos, sobre todo los nacionalistas, vestidos permanentemente de nazarenos,
escondidos sin dar la cara ante el ciudadano, cual verdugos a punto de separar
nuestra cabeza del tronco común llamado ESPAÑA.
P.D. Leer
el especial del diario ABC de hoy, dedicado a elogiar nuestra patria común y a
realzar los valores españoles, ha sido una gran alegría, más aún por su
coincidencia con el Domingo de Resurrección, aunque da mucho que pensar: ¿Tanto
miedo hay al nacionalismo que tengan que salir a la palestra políticos,
artistas, militares y deportistas a loar la grandeza y riqueza de España? ¿O se
está cociendo algo más que no sabemos y de verdad existe la posibilidad de que
algún zumbado llevé adelante un intento de separación de España?
Yo, después de
disfrutar de todos y cada uno de los artículos, me he quedado con la duda
rondando mi cabeza, ya liberada del verdugo negro que lucía ayer.
P.D.D. Han pasado escasas 12 horas y "La Tercera" del ABC abre con con un artículo de Javier Rupérez titulado "El desguace de la nación española". Lo escrito por mi más arriba parece un cuento de niños ante este análisis. Vamos mal, amigos, muy mal.
La verdad es que la independencia está tan lejos de consumarse en las taifas nacionalistas cómo la Semana Santa de extinguirse en España. Por tanto me alegro que te haya resultado enriquecedora esa experiencia y la veas desde dentro, lo mismo que otros la opinan desde fuera sin ni tan siquiera conocerla.
ResponderEliminarUN saludazo.