Malos tiempos para la lírica estamos viviendo, como bien cantaba en
1983 Coppini al frente de la banda Golpes Bajos. Y peor aún, a diferencia de
los años ochenta, no se atisba una salida fácil, aunque aburrida, encontrando a
un banquero bien retribuido. Hoy hasta los banqueros trabajan y sufren, tienen
que justificar sus actos y con suerte son perseguidos por la justicia en el
caso de incumplimiento de sus obligaciones. O por lo menos debería de ser así.
Algo que, por desgracia, por ahora no se aplica a los políticos. Estos
“seres”, en teoría herederos de las tradiciones griega y romana, en las que los
sabios y más preparados eran los que regían el destino del resto de la
sociedad, poco preparada en esas épocas y bien dispuesta a ser guiada por
personas con la suficiente autoridad moral para asumir tan ardua tarea como es
la de contraer la responsabilidad del bienestar de los demás. Esta responsabilidad
que hoy se arrogan, sin un mínimo de preparación y sin una verdadera y sincera
intención de ayudar, cientos de miles de políticos profesionales que a lo único
que aspiran es a colocarse, a colocar a sus familiares y a pillar el colocón a cuenta de nuestros impuestos.
Bien colocados están todos ellos, a
cubierto de cualquier tempestad, de las cíclicas crisis financieras, de las
caídas bursátiles o del incremento de la prima de riesgo. Les importa un
rábano. Ellos tienen su sueldo asegurado, por un plazo mínimo de 4 años, más
las correspondientes indemnizaciones al finalizar sus mandatos (sin olvidar el
fruto que consiguen de esos años de poco trabajo pero mucha cosecha:
relaciones, enchufes, concesiones y prebendas, para dar y tomar) , por lo que
por muchas crisis que vean pasar están protegidos con ese seguro a todo riesgo que
le otorgan los ilusos y aborregados ciudadanos cada tantos años, desfilando en
tropel, cual manada de estúpidas ovejas, para depositar en una burda caja, apropiadamente
llamada urna (mortuoria), una papeleta con el nombre de cualquiera de los
secuaces de Alí Babá. Y da igual como se llamen esos 40 compinches del mayor
ladrón (que por casualidad rima con Borbón, aunque no era mi intención nombrar
a dicha dinastía que en vez de disfrutar de 4 míseros años de cuento lo hace
directamente por decenios o hasta siglos), hoy en día no hay diferencia entre derecha
o izquierda, entre liberal o conservador, entre rojos y azules, entre buenos y
malos. Todos comparten la misma tarta, la trocean a su antojo y nos endiñan los
cuchillos ya usados por donde más nos duele.
Y, como bien sabemos, esto no tiene visos de cambiar, por una simple
razón: para los que llevan las riendas de la sociedad es el punto culminante de
la evolución de la especie humana: ellos, los que rigen los destinos del mundo,
se encuentran muy a gusto en su papel y disfrutan de su privilegiada situación,
ya sean políticos, multimillonarios, líderes de opinión, “artistas” consagrados o economistas influyentes ¿para qué van a cambiar la sociedad si viven
como reyes aunque no usen trono y no se dediquen a cazar paquidermos al
atardecer?
Y seguía Coppini en
su canción:
El azul del mar inunda mis ojos
El aroma de las flores me envuelve
Contra las rocas se estrellan mis enojos
Y nuevas sensaciones me devuelven
Por desgracia la única sensación que me devuelven las rocas es que la
sociedad tiene la cabeza blanca y el
seso por venir. Si es que viene.
Bueno, objetivo de toda clase dominante es perpetuarse en el poder...
ResponderEliminarLa cosa es que, por más que se queje, la gente sigue votando, cuando en su mano está el no hacerlo. Y, sin votos... ¿qué iban a hacer nuestros amigos?
Ya sé, ya sé: "¿Y qué hacer, si no?". Ese es el Leitmotiv español: el "¿Qué, si no?" o el "¿Y, pues, qué quieres?". ¡Qué falta de imaginación! Claro, es necesaria (no la imaginación, sino su falta); y por eso de colegios e institutos salen ya analfabetos funcionales. ¡El votante perfecto! Callado, cada cuando toca otorga su voto, incluso si seguro está de que la van a dar por culo, inconsciente de que detenta el poder de no hacerlo. Así nos luce el pelo.