Me
permito usar este reciente tuit (sin solicitar el Copyright) de la excelente
revista “Jot Down Cultural Magazine”, cuya lectura atenta y continuada
recomiendo encarecidamente a todos mis lectores, para titular este
artículo escrito en la agria fase del
año en la que toca entonar lo de “El final del verano”, mítica canción del Dúo
Dinámico (¡esta cita va por ti Rafa!). Desagradable parte del año esta, que casi siempre implica el fin de algo bueno
y la vuelta al tedio, la normalidad, la rutina y, en estos tiempos que corren,
el reencuentro con la zozobra, la intranquilidad y la maldita crisis. Crisis
económica, crisis de identidad española, crisis de los treinta, los cuarenta o
los cincuenta, crisis del cumplimiento del deber de los charlatanes y
embaucadores profesionales, esos seres llamados eufemísticamente representantes
del pueblo, cuando deberían denominarse simplemente mentirosos, o “los del
valor añadido cero”. Suelo recurrir al símil de curas y políticos, los
profesionales del habla, o mejor del hablar por hablar, para ilustrar mi
absoluto desprecio hacia la clase política, pues aún no he conocido a ningún cantamañanas
mantenido con nuestros impuestos que con sus vacíos discursos aporte algo a la
sociedad, mientras que en el caso de los curas podría nombrar algunos buenos ejemplos
de personas sinceras y altruistas que aportan con sus palabras apoyo y alivio espiritual
a personas necesitadas; pero en el caso de los políticos, y ya rozando el medio
siglo de vida, me sobran dedos en una mano para enumerarlos. Y con tantas
reservas que me jugaría algún dedo más con mi inseparable Zippo emulando la
escena de “El hombre del Sur” (o del tributo de Tarantino titulado “El hombre
de Hollywood). Mechero este que por cierto llevo usando desde los 17 años, en
línea pues, y de largo, con el título de estas líneas.
Mientras
tecleo esta modesta reflexión recibo una llamada desde Cornellá del Llobregat, población
del exilio del más auténtico equipo de fútbol que existe en la ciudad de
Barcelona, llamada esta de mis grandes y añorados compañeros de fatigas (¡ese
Bolsicas!), en esa ardua e inexplicable, pero enriquecedora, tarea de ser
aficionado del equipo pequeño en apoyos pero grande en sentimientos. Léase el
Real Club Deportivo Español. Y la oportuna llamada se presta como anillo al
dedo para ser parte de este relato: han pasado bastante más de 20 años desde
que muchos de nosotros nos unimos en esa sana afición y camaradería que
significa ser “periquito” en Barcelona. Dando la cara, contra viento y marea, frente
al pensamiento único y la manipulación del deporte en aras de beneficios
políticos y económicos. Que les den a los del otro lado de la Diagonal.
Y otros
tantos decenios han pasado desde que obtuve mi primera dirección de correo
electrónico, un número ininteligible y poco personalizado con la coletilla “Compuserve”.
Pocos jóvenes de hoy en día serían capaces de imaginarse un mundo sin sus
herramientas de comunicación habituales, sus mensajes cortos, sus cuentas de
correo, de redes sociales o su usuario en Whatsapp. Si les intentara explicar
lo complejo que era escribir a mano, doblar el folio, ensobrarlo, comprar un
sello con la cara del Borbón, impuesto e impostor, humedecerlo con la lengua y quedarte con un agrio
sabor en el paladar, pegarlo boca abajo en tímida pero habitual medida de
protesta, echarlo en el buzón de la
esquina en la rendija de “Provincias y Extranjero” y tener que esperar días o
semanas para recibir confirmación de su recepción o en el mejor de los casos hasta
una contestación, me tacharían de viejo loco. Tampoco se lo podría echar en
cara, algo de viejo y mucho de loco seguro que tengo. (Cuanto gesto de
afirmación habrá provocado esta frase en mis lectores: como si lo viera).
Cuatro lustros
que han transcurrido también desde que tuve el honor y el placer de casarme con
una gran mujer y conocer a una familia igual de grande. Lástima que no supe
estar a la altura (o que Dios es sabio) y dicha unión no duró más de 8 años, pero el
recuerdo es imborrable y será parte de mi vida no solamente después de veinte
años, sino en todo lo que me quede de vida. Lo cortés no quita lo valiente, como
se suele decir en estos casos. Y asumir y reconocer los propios errores y
defectos es una obligación moral. E intentar aprender y mejorar es la otra cara
de la moneda. En eso estoy, que nunca es tarde.
Menos tiempo
hace desde que abandonaron mi casa los primeros invitados que he tenido en mi
nuevo hogar, en concreto unas pocas horas, pero el sentimiento de soledad y tristeza no
se cuantifica en tiempo sino en la intensidad del rato disfrutado en buena
compañía. Y en este caso parece que hayan pasado años desde que mi casa
parecía una comuna hippie, con colchones por el suelo para superar el calor de
las habitaciones en esta ola de calor mesetaria, cervezas frescas saliendo de
la nevera sin parar y música y películas con sentimiento compartidas por una
vez con alguien más que el móvil y las fotos familiares del mueble del salón y todo
ello bajo una romántica luna de Agosto.
Muchas gracias por la visita amigos. Aquí tenéis vuestra casa.
Y no tardéis
veinte años en volver, que dudo que siga por aquí en el 2032. Lo único que
seguirá pendiente será mi hipoteca. Eso seguro.
Excelente como siempre Ernesto, gracias por la mención...
ResponderEliminarCásate otra vez y ten hijos,no volverás a escribir artículos tan tristes.
ResponderEliminarErnesto,
ResponderEliminarNo estés triste, hombre. La soledad es una vieja amiga muy menospreciada. Tiene sus momentos malos, no te lo negaré, pero en silencio es como mejor se escuchan los acordes de nuestra propia música.
Un abrazo, periquito.