Dedicado a María José T. Hoy el día brilla un
poco más. A pesar de todo.
Como hace
ya unas semanas que me persiguen las referencias al efecto Dunning-Kruger (hoy mismo
Juan Manuel de Prada lo usa como apellido del retrasado socialista Pedro Sánchez), pues no voy a ser menos que los brillantes autores que citan este
trastorno psicológico para hablar de las “eminencias” patrias. Faltaría. Porque
en el fondo, tal como título este comentario, yo también soy un borrego. Como
la mayoría. Aunque lo intente disfrazar o disimular haciéndome el interesante,
remando (en teoría) contracorriente, criticando la necedad y la incultura de
los demás, leyendo (en muchos casos a regañadientes) obras interesantes o mirando
canales de televisión “serios” (es decir, alemanes). Un ardid que en el fondo
no es nada más que acabar siendo otro borrego. Quizás no de la misma raza,
quién sabe si con un poco más de intelecto, pero borrego al fin y al cabo.
Ahí
está el factor clave del efecto Dunning-Kruger. No importa tanto el punto
inicial del gráfico, en el que se cruzan los menos doctos con el mayor complejo
de superioridad. En ese punto está la mayoría de borregos de nuestra sociedad. Lo
realmente valioso es quedarse en el valle de la curva, asumiendo que no sabes
nada y que cada día hay algo nuevo que aprender. Pero llegar a ese punto, o por
lo menos mantenerse, es harto difícil.
El
propio y casi siempre certero Jorge Bustos habla hoy del mismo trastorno, eso sí, sin citarlo. A cuento de las elecciones presidenciales celebradas ayer en
Francia nos dice el autor “…el
abstencionista a menudo se juzga superior al vulgo engañado por un sistema que
no le representa, pero solo es otro esclavo mudo de la corriente mayoritaria”.
¡Cuánta
razón, pardiez! Como me siento reflejado en estas palabras. Y retratados a tantos
otros conocidos y amigos míos que por mucho que practiquemos la humildad,
digamos públicamente que en el fondo no dominamos nada, nos arroguemos estar en
el punto más bajo de la curva de Dunning-Kruger: bien sabemos todos que nos
creemos poseedores de la verdad, que con lo poco que sabemos nos sentimos superiores
a la mayoría de seres que nos rodean. Con lo que volvemos a estar en el punto
inicial de la curva.
Como el
pez que se muerde la cola. Decían los eminentes psicólogos en su estudio (que ganó
el premio Nobel, por cierto): “La sobrevaloración del incompetente nace de la
mala interpretación de la capacidad de uno mismo. La infravaloración del
competente nace de la mala interpretación de la capacidad de los demás.”
Quizás la única manera de no creerse superior a los demás sería vivir aislado, cual ermitaño, sin acceso a las noticias, a los medios en general, sin mensajería instantánea, correo o redes sociales. Porque mientras sigamos inmersos en esta sociedad, en manos de los “millennials” y sus gadgets, bombardeados día y noche por noticias verdaderas, falsas, sesgadas o manipuladas; con líderes políticos y sociales ("influencers" se llaman a sí mismos) que en cualquier otra época hubieran acabado como esclavos o pasto de las llamas, con lunáticos que son “tendencia” y tecnologías absorbentes que cada día que pasa nos convierten más y más en meros juguetes en manos de la mercadotecnia y las grandes corporaciones; con todo este maldito mundo moderno rodeándonos y acabando poco a poco con las pocas neuronas que nos quedan.
¿Cómo no nos vamos a creer superiores?
¿O
quizás lo seamos? (Viendo a estos, por ejemplo)
Chi lo sa
Me viene a la mente una pregunta absurda: ¿Tienes ya tu spinner? Sí, la última moda de un sistema grotesco que genera en la infancia la necesidad inútil, complaciente y bien capitalista de dar vueltas a un objeto para no sufrir estrés. Firmado: oveja negra.
ResponderEliminarMás aún cuando Spinner en alemán significa, entre otras acepciones, estar loco. Lo que me faltaba.
ResponderEliminarSpinnst du? ;-P
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