Siempre he tenido la intención de escribir un artículo,
un relato corto o hasta un libro dedicado a la letra EÑE, tan característica y
representativa de nuestro querido idioma (aunque no sea una letra exclusiva de
nuestra lengua, ya que también es parte de muchos otros alfabetos como el asturiano,
el aimara, el bretón, el bubi, el gallego, el chamorro, el mapuche, el filipino,
el quechua, el guaraní, el otomí, el mixteco, el papiamento, el rohingya, el tagalo,
el tártaro de Crimea, el euskera, el zapoteco y de otras muchas lenguas
minoritarias).
Si hasta he pensado infinidad de veces en tatuarme una
preciosa eñe en alguna parte de mi avejentada piel.
Como bien canta “Hispánica”:
Tinta negra en mi
piel
Son recuerdos del
ayer
Una vida, un
sentimiento, una historia y un porqué
Tinta negra en mi
piel
Aún recuerdo lo que
fue
Una idea, una
lucha, un deber
Porque más allá de ser una letra muy nuestra, la eñe es
claramente un símbolo del hispanismo, de ese concepto integrador y motor de la
evolución social, científica y cultural durante los muchos siglos en los que el
Imperio español aportó tantas cosas buenas a la humanidad (frente a las mentiras
de la “Leyenda negra”, auspiciada, inventada y utilizada a destajo como arma
contra nosotros por ingleses y franceses, nuestros históricos y tan mentirosos
enemigos). La maldita envidia de unos y de otros. Pero bueno, eso es harina de
otro costal sobre lo que se han escrito un sinfín de tratados. Tampoco soy yo
una autoridad para desgranar la historia de España y de Europa en un simple
comentario en este cuaderno de bitácora. Suficientes maestros y eruditos tiene
el hispanismo para alumbrar lo bueno de nuestra historia. Como por ejemplo María Elvira Roca Barea en su magnífico
ensayo “Imperiofobia y leyenda negra”.
Pero por desgracia hoy iba a escribir sobre otra cosa.
Sobre el prefijo “EX”. Y sobre Expaña, título de este artículo, que refleja la
maldita realidad en la que vivimos: España ya no existe. Por lo menos la España
que fue, que amamos, que soñamos y que visto lo que hay se perderá
irremediablemente en la vorágine de la Europa actual y en la basura de sociedad
carente de valores en la que nos ha tocado vivir. Y ya es extraño que la “Real
Academia de la Lengua” acepte tantas nuevas (y muchas veces ridículas) palabras
y no añada de una vez “Expaña” a su
tan preciado diccionario. Si ya existen en el DRAE más de 8.800 palabras que empiezan con el
prefijo “ex”, no nos viene de una más, digo yo.
Expaña con una única acepción:
1. m. Nación que una
vez fue y que entre todos se cargaron.
Vamos pues a por el maldito prefijo “ex”.
Una Expaña expuesta a las excentricidades (siendo benévolo) de mil y un payasos (siendo más
benévolo aún).
Una Expaña en
la que los exabruptos de políticos, pseudoartistas,
pseudoperiodistas y demás ralea sobrepasan día sí día también la mínima educación
en un país antaño culto y educado.
La exasperación
que produce aguantar las sandeces que sueltan inútiles como Rufián, Irene
Montero, Eche-Nike, personajes que parece que usen el excretor en vez de la boca.
La exuberancia
con la que vive el fugado iluminado Puigdemont en Waterloo (acaba de pedir unos
pocos millones de Euros para mantener su alto nivel de vida, su mansión y sus
cenas a base de buenos vinos, mejillones y jamón patrio).
Las mil y una excusas
que usan tanto Podemos como Ciudadanos para cambiar la ley electoral, cuando lo
único que les interesa es cambiar a una nueva fórmula de cálculo que les
beneficie. Como su excéntrica petición de que puedan votar los mayores de 16
años. Cuando ellos mismos, léase Pablo, su cortesana Irene, Iñigo y demás vagos
populistas tienen menos madurez que los renacuajos de cualquier charca inmunda.
La pendiente excomunión
de Sor Lucía Caram y demás religiosos (los monjes de Montserrat los primeros) al servicio del rancio separatismo.
La cansina e insistente petición por parte de los casposos comunistas de la exhumación de cadáveres asesinados por uno de los bandos de la guerra civil, ocultando al mismo tiempo la existencia de muchos miles más en el otro bando. Poca cosa más explícita puede haber que pasear un rato por el camposanto de Paracuellos.
La cansina e insistente petición por parte de los casposos comunistas de la exhumación de cadáveres asesinados por uno de los bandos de la guerra civil, ocultando al mismo tiempo la existencia de muchos miles más en el otro bando. Poca cosa más explícita puede haber que pasear un rato por el camposanto de Paracuellos.
El excluidor
racismo y clasismo de los nacionalistas catalanes y vascos.
La rebuscada y falsa exégesis
que se han sacado de la manga los populistas asturianos para aupar el asturiano
a lengua cooficial y con ello poder empezar a clasificar y separar a la
sociedad sin que ni un experto
lingüista, sociólogo o historiador les dé la razón. Y a mangonear con
subvenciones hasta la extenuación.
El continuo extravío
de dinero, de pruebas judiciales, de testigos y de imputados en los miles de
juicios por corrupción pendientes a lo largo y ancho de la península ibérica.
El fanático extremismo
nacionalista de otros siglos que está enfrentando a los ciudadanos en cualquier
rincón de España, desde Cataluña, pasando por Baleares y Valencia hasta Galicia
o Asturias.
La expropiación
de la voluntad real de un pueblo a base de pactos bajo mano, chanchullos, connivencias
y prebendas de todo tipo.
Los experimentos
educativos y sociales que han conseguido en pocos lustros convertir los dos únicos
sexos existentes en un sinfín de
desviaciones y enfermedades que quieren aupar a rango de ley de la naturaleza a
golpe de invenciones y mentiras.
En fin, para que seguir.
Acabaría extenuado,
excitado y exaltado.
Y con ello expuesto
a que con la nueva ley de memoria histérica que nos quieren imponer me tacharan
de extremista, explosivo o extemporal.
Y tuviera que vivir expatriado
en alguno de los pocos países que aún se resisten a perder sus orígenes occidentales
cristianos y europeos. Como Hungría. O Polonia.
Porque por lo que atañe a nuestra patria, lo dicho:
EXPAÑA.
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