Puebla de Sanabria- Orense, 22 al 28 de septiembre de 2018
A Carlos Oriente y todos los que nos
precedieron. ¡Siempre presentes!
Empiezo
a redactar este relato un 8 de octubre, una semana después de haber vuelto del
Camino de Santiago de este año, y justamente cuando conmemoramos la histórica
manifestación contra la irracionalidad, el golpismo y la mentira, celebrada
hace un año en Barcelona. Buen día, por lo tanto, ya que el paralelismo entre
la reacción popular catalana contra el pensamiento único y la dictadura
nacionalista y las experiencias de solidaridad, bondad, esfuerzo, alegría,
igualdad e hispanidad del Camino son innegables. El bien y el mal. El esfuerzo,
la generosidad y la sinceridad frente a la manipulación, la mentira y el robo. El camino correcto frente al atajo
pestilente. La verdad frente a la mentira.
Me ha
costado empezar a escribir este año. Igual se deba a que al llegar, un viernes,
y previo descanso recuperador de 12 horas en la cama, el resto del fin de
semana pasara de una salida teóricamente “light” con Ramis a tomar el
vermú y comer en la Oktoberfest de la parroquia católica alemana de Madrid, a convertirse en una fiesta completa, acabando todo ello a altas horas de la madrugada con un buen “colocón” e
imágenes difusas de todo lo que puede dar de sí un sábado de juerga. Pero sin
nada que reprocharme ni a mí ni a los demás: risas, salchichas, cervezas,
música, tómbola, bailes, la conga de Ramis al son de los 300€, pero todo ello
de forma correcta, inofensiva, respetuosa y alegre. Como tiene que ser. ¡Malditos
güisquis!
Combinaré,
al igual que otros años, las notas manuscritas y casi telegráficas tomadas durante
el camino con mi aportación “literaria” posterior. Vamos allá.
Sábado 22/9/18
Tren Madrid-Puebla de Sanabria y ruta Puebla de Sanabria-Requejo 12 km.
Salida desde Chamartín. A las 10:30 ya en la estación, desayuno basura, prensa y a esperar a Edu. Tren a Puebla (con cerveza mala y cara, 2,90 la lata). El año que viene compraremos una nevera desechable. Primer bote de 50€. Casi nos equivocamos a la salida de Puebla pero una señora nos corrige y carretera, bosques, carretera. A las 19 estamos en Terroso, iglesia de Santiago, fuente, cura con sotana y muchos feligreses, paradita y a las 19:30 en el albergue. 5 euros, cerveza en el rincón de Maite y a cambiar de bar a ver si dan el fútbol. 1 esloveno, un canario y uno de San Sebastián. Dice que le sueno de algún Camino. Cena huevos fritos con chorizo y ensalada. Vino y gol del Madrid. Queda la segunda parte.
De
nuevo nos sentamos en un Alvia, ese proyecto de tren de media distancia que,
comparado con las excelencias del AVE, más bien parece una diligencia de otras
épocas. ¡Cuánta razón tienen nuestros conciudadanos de Extremadura, de
Castilla, de León y de otras tantas partes de España en quejarse de las
nefastas comunicaciones en pleno siglo XXI! La maldita y cobarde manía de todos
nuestros gobiernos, desde los tecnócratas de Franco hasta nuestros últimos y
tan estúpidos presidentes (pensad en ZP, en Mariano, en la media porción Soraya
o en el último fichaje, el vividor y amigo de los aviones, los espejos y la
autocomplacencia, el doctor cum fraude Pedro Sánchez y su enchufada esposa):
todos ellos viles negociantes en manos de los nefastos chantajistas
nacionalistas y populistas, vendidos por cuatro votos para seguir gobernando y
favoreciendo a contrapartida las infraestructuras, los traspasos de competencias y las subvenciones a los enemigos de la patria, de la igualdad y la justicia. Y
de paso dejando de lado al resto de nuestra nación, enriqueciendo a unos y
empobreciendo al resto.
Esperemos que, de una santa vez, España despierte y
acabe con esta infausta herencia de taifas, reyezuelos, mentiras, corrupción y
falsa historia sobre la que asientan su chantaje.
Poco
que contar del viaje y de la primera y corta etapa; los abusivos precios del
coche bar del Alvia claman al cielo: pagar 2,90€ por una lata templada de
cerveza extranjera (si al agua sucia que embotella Heineken se le puede llamar
cerveza) no es de recibo, más aún cuando se trata de un líquido sagrado y
necesario para nuestro cuerpo y nuestra mente. El paseo de poco más de 12
kilómetros desde Puebla de Sanabria hasta el primer albergue fue eso, un fácil
recorrido entre bellos bosques, riachuelos estancados y carreteras comarcales
sin tráfico ni sombra. Está claro que no son horas para andar por tierras de
España: de 4 a 7 de la tarde cualquier cristiano antiguo tiene que estar en
casa, en su patio o en la cama con el orinal cerca. Hay tradiciones que seguir.
Y honrar.
La
aldea de Requejo nos recibió con un albergue normalito, pocos peregrinos aún
desconocidos repartidos entre los 3 bares y una bella puesta de sol detrás de
la siempre presente y bonita iglesia. Cerveza (asín si, a 1€, fresquita y
Mahou), cena nada frugal (tampoco opípara, simplemente una ensalada variada y
tres huevos con chorizo), partido del Madrid en televisión y a descansar.
Intentando adivinar de dónde y cómo son los pocos peregrinos presentes. A
sabiendas que en pocas horas se convertirán en conocidos, cuando no amigos, y
que con ellos compartiremos muchas horas de ruta. Como siempre pasa. No se
trata de una excursión gastronómica, ni de una visita a un bar de un centro
comercial: estamos hablando del Camino. En mayúsculas. Otra historia, como bien
sabéis los que ya lo habéis disfrutado alguna vez. Y como bien aprenderéis los
que estáis a punto de iniciarlo.
Domingo 23/9/18
Requejo de Sanabria – Lubián, 20
km.
La noche dura,
ardor hasta el final, casi no duermo … cosas de cenar fuerte . A las 7 en
marcha, desayuno café y magdalenas. El canario se llama Manolo y el de Sanse
Vicente. A las 9:30 en Padarnelo con el matrimonio escocés (ella irlandesa).
Encantadores. Por casualidad su hija nació en la clínica Corachán. Cae el
primer apodo: Don Vicente el Vascón y su amigo el doctor (alias Juan el
Golosinas). Bárbara irlandesa, Clive escocés. Viven en Edimburgo. A las 11:30
llegamos a Lubián. Albergue con cocina completa, paseo, pueblo muy bonito,
compra en súper y lavado de ropa. Música cocinando espaguetis… Camino total.
Tarda una eternidad en hervir el agua, pero al final triunfamos con la pasta, 2
platos cada uno y el matrimonio aporta un tomate y una bolsa de aceitunas. 4
litronas mano a mano y aparecen otros españoles que se toman su fabada litoral.
Parecen deportistas. Son las 3, toca siesta. Dura, con pesadillas y ruidos
varios y el albergue se llena. 2 guarros de Tarrassa con sus porros y otros
españoles, 20 personas en total y algunos se han tenido que ir. Paseo, iglesia
(restaurada, pero cono chochonas, muy Ecce Homo), café en el bar de Vickie el
Vikingo (Tejure), compramos cerveza y de vuelta a sellar entre charlas y
chanzas (Nemesia Lubían Lubían se llama la hospitalera… de pura cepa). Segundo
bote de 50€. Padre e hijo son de Granada (Orce, con el mejor embutido del
mundo, cerca de Vera, de donde es la prima de Pepo) y Valencia. Paseo de nuevo
al bar, cerveza y orujo y nos confirman que mañana abrirá Maria de Carracedo a
las 6:30. A dormir.
No
hemos tardado mucho en juntarnos con algunos de los pocos peregrinos que parten
hoy con nosotros. Pocos por una obvia razón: Requejo no es final de etapa, por
lo que los presentes ya son muchos. Nos juntamos con Vicente, de San Sebastián,
pero originario de Galicia y Dušan, el primer esloveno que conozco. Seguro que
caerá alguna conversación interesante, más aún cuando hace unas semanas estuve
viendo un documental de 4 horas sobra la guerra de la ex Yugoslavia (si llego a
saber que el amigo es profesor de historia ya le hubiera atacado la primera
noche con mil preguntas sobre dicho triste conflicto, tan parecido en sus
inicios al problema catalán, pero mi natural “timidez” me hizo esperar un
poco). La ruta es bastante más dura de lo esperado, con subidas y bajadas
constantes y un alto con cruce de un largo túnel de la antigua nacional
incluido. Al lado discurre la nueva autovía, aunque en ambas carreteras los
coches lucen por su ausencia. Si no recuerdo mal en 20 km habremos visto pasar
un máximo de 3 vehículos. Igual se deba a que es domingo. O a que estamos en
medio de la nada. A ambas cosas, supongo.
Pasado el alto paramos en un pequeño
pero curioso bar en Padarnelo, y hablamos por primera vez con Bárbara y Clive,
un matrimonio irlandés / escocés de pura cepa. Cosas del destino: de jóvenes
vivieron en Barcelona y Lérida, hablan un más que aceptable español y encima
una de sus hijas nació en la clínica Corachán, sita en Sarriá y en la que nos
trataron de cáncer tanto a mi como a mi madre. ¡Qué pequeño es el mundo! Un fácil
paseo en bajada nos condujo a Lubián, una preciosa aldea cuidada con esmero
(los altos de los alrededores están coronados por innumerables molinos de
viento, significando cada uno de ellos 6 millones (de euros o pesetas, no nos
aclaramos) de inyección para las arcas del pueblo: y se nota. Casi todas las
casas están restauradas con sumo gusto, incluida la bonita iglesia, aunque en
esta última las figuras recuerdan más a las muñecas "chochonas" de una feria que
a los santos personajes. No llegan a la vergüenza del Ecce Homo de Borja, pero
por ahí andan.
El albergue es de los bonitos: casa antigua pero cuidada, cocina
completa, bancos, sombra, castaños y panales de miel en la parte exterior y
amplias terrazas para colgar la ropa y la bandera de Tabarnia. Toca dar la nota
un poco. Viendo que se puede cocinar y que vamos sobrados de tiempo invitamos
al matrimonio escocés a comer y compramos lo necesario para cocinar pasta. La
eterna espera hasta conseguir que hierva el agua la amenizamos con música
apropiada para los invitados: Rod Stewart para Clive y los Chieftains para
Bárbara. Para rematar nos comentan que el primo de Rod tiene un hotel puerta
con puerta con su casa en Edimburgo. Lo dicho, el mundo es un pañuelo. La pasta
sale buena, acompañada por un buen tomate y unas aceitunas que aportan los
guiris y bien regada con 4 o 5 litros de cerveza. Las miradas extrañadas de los
demás no hacen mella en nosotros: la cerveza es buena y necesaria para los
caminantes. Que ellos lo ignoren no es culpa nuestra. Ya aprenderán.
Después
de una reparadora (más o menos) siesta nos sorprende la presencia de una decena
de nuevos peregrinos en el albergue. Desde 2 deportistas con su lata de fabada
litoral hasta un par de “guarros” fumando porros, hay de todo. El bonito
albergue se ha quedado pequeño y nuestra inicial intención de dormir en el
salón de la planta baja para partir a primera hora sin molestar queda olvidada.
Ya han tomado posesión de las cuatro literas los porretas y un admirable padre
granadino con su hijo. Admirable por su edad, su fuerza, su capacidad de andar
con la mega ampolla en un pie que nos muestra, y encima simpáticos y divertidos.
Gente sana, de un pueblo llamado Orce, famoso por tener el mejor embutido de
España. Como otros tantos pueblos de España. Sin abuelas, pero ricos en
deliciosas viandas. Esa riqueza no nos la quitará nadie. Ni los separatistas,
ni los separadores, ni la maldita globalización y su comida basura ¡Viva el
vino y viva el buen jamón!
Un último paseo al bar para asegurarnos de la hora
de apertura del día siguiente, café y orujo y a descansar. Nota: Edu me llama
la atención sobre el enorme parecido de la simpática camarera con Tejure (de la
serie Vickie el Vikingo). Jamás hubiera pensado que los vikingos rondaron por
estas tierras.
Nos
hemos quedado sin ver la famosa lobera o “cortello” del pueblo, aunque por
suerte Vicente ha hecho el esfuerzo de acercarse y nos la describe. Como ya
ponía en la guía, estamos en tierra de lobos, y hasta la prensa local hablaba
ayer mismo de una manifestación en Zamora para alargar el permiso de caza del
“canis lupus” unas semanas. La eterna lucha en estas tierras: hasta el punto que
la fiesta tradicional de Lubián en otras épocas era atrapar lobos en su
gigantesca lobera, atarlos vivos y humillarlos paseándolos por el pueblo en señal de
victoria. Aquí lo explica con más detalle D. Felipe Lubián, sin duda familiar de la simpática hospitalera que nos
atendió, llamada Nemesia Lubián Lubián.
De pura cepa la señora, sin duda.
Lunes 24/9/18
Lubián - La Gudiña – 25 km
A las 6:30 en la
puerta del bar, a las 6:50 aparece Maria y tomamos café con bollería (con
Vicente y Dušan. A las 7:10 en marcha. (La amiga de Tejure ni es guapa ni tetas
ni hostias). Camino duro pero muy bonito. A las 9:30 coronamos el alto y
entramos en Galicia. Conocemos a nueva gente, Georg de Aachen y los simpáticos
de la marihuana (ya he cambiado de opinión) me han dado un poco. Desayunamos en
Vilavella, bocata de tortilla francesa y unas cervezas. (El entrar hemos visto
un perro con pinta de lobo, pocos animales por ahora). El resto del camino sube
y baja con mucho calor, pero bonito. Llegamos a las 14:00, paramos en el bar
Oscar y llamamos al Albergue. Hasta las 7 no abren por desinfección. Algunos
deciden ir a pensiones, nosotros hacemos tiempo comiendo hamburguesas, jamón
asado, cervezas…. Paseo buscando tienda de zapatos para Vicente y Edu se hace
un masaje en un fisio, volvemos al bar a esperar. La conversación va subiendo
de tono sexual ;-.) Ya se habla de hacer un tatuaje a Vicente.
Albergue, espera
en el patio con todos, camas, ducha, música en el patio y de paseo con Don
Vicente a un hotel al final del pueblo (aún no sabemos para qué), vuelta con
luna llena y bonitas fotos y cenamos en el mismo sitio, jamón y calamares, poco
más… a dormir.
Confiados en lo que nos dijo Tejure la noche anterior nos plantamos a las 6:30 en la puerta del bar. Por ahí rondaban ya un par de peregrinos estirados (de esos que van a la suya, no hablan, no comparten y te miran por encima del hombro), los cuales por suerte desistieron al rato y partieron en la oscuridad. Como Dios es justo, y más aún cuando estás haciendo el Camino, los chuletas se equivocaron de camino, y después de desayunar nosotros con tranquilidad (acompañados por Dušan y Vicente, es decir, el cuarteto ya fijo para lo que quedaba de Camino), nos topamos de nuevo con ellos. Cosas de las prisas y la soberbia.
Hoy tocaba abandonar tierras zamoranas y entrar en Galicia por un tramo anunciado como bonito y duro, y así fue. El inicio en descenso constante entre bosques frondosos, puentes de piedra, riachuelos, una bella ermita y una oscuridad absoluta presagiaba un posterior y largo ascenso. Al rato (es decir, hora y media después) nuestros temores se confirmaron: el ascenso fue considerable, duro para algunos (sobre todo para mi), pero la llegada al alto, la entrada en Galicia a las 9:30 de la mañana, las preciosas vistas y el espléndido día que asomaba por detrás de los montes compensaron el esfuerzo previo. Ya de bajada el tramo fue perfecto y, rodeados de verde, con buena música sonando (2 cedés clásicos escuchamos paseando alegremente entre robles y abedules), llegamos sin problemas a Vilavella, donde nos recibió un perro que más bien parecía un lobo. Algún ancestro salvaje tendría, digo yo. Nos juntamos unos cuantos en un bar a tomar unos buenos bocadillos de tortilla a la francesa (con Tabasco que me pasó el mexicano porreta, que de golpe pasó de ser un guarro a un amigo peregrino más), los escoceses sentados con unos canadienses muy estirados y nosotros a lo nuestro, apurando las cervezas para afrontar el resto de la jornada. Un sube y baja constante, alternando caminos agradables y duros tramos de asfalto, nos llevó sin más sorpresas a La Gudiña (en español, si escribiera en gallego obviamente pondría A Gudiña, al igual que escribo Londres en español y London en inglés. Algo que los “lazis” en Cataluña no logran entender: los topónimos se usan, siempre que exista una versión, en el idioma en el que se esté hablando o escribiendo. En español Gerona es Gerona, Nueva York es Nueva York, Lérida es Lérida, y Huesca es Huesca. I en el cas de parlar en català Girona, Nova York, Lleida i Osca).
La larga y pesada entrada por asfalto a La Gudiña nos deparaba otra sorpresa: el albergue estaba cerrado por fumigación y no abriría hasta las siete de la tarde. Varios peregrinos optaron, dado que eran las 2 de la tarde, por tirar de hoteles y pensiones, pero nosotros, fieles al espíritu peregrino (y considerando el precio de más de 35€ por habitación doble en la pensión más barata), optamos por hacer tiempo comiendo, paseando y charlando hasta que nuestro albergue abriese. La comida en el bar Oscar, a base de hamburguesas, calamares, jamón asado y algún capricho más, transcurrió entre risas y bromas sobre bares de luces rojas y mujeres que duermen de día, hasta el punto que se nos ocurrió buscar en Google “bares de citas en La Gudiña”. A la gracia de que el propio bar en el que estábamos apareciera como primer resultado, se sumó la sorpresa de que a los pocos minutos se presentara en el bar una mujer de mediana edad con pinta de tener la moral distraída, intentando acercarse a nosotros de modo discreto, pero claramente identificable. No tenemos muy claro si el Gran Hermano Google lanzó una alerta para que se presentara, o bien el dueño del bar nos oyó bromear y llamó a una conocida. Más tarde se lo comentaríamos entre risas y nos informó que era una chica portuguesa que iba y venía sin rumbo fijo…, como mínimo sonaba sospechoso. A partir de aquí ya tuvimos la broma a mano y cada dos por tres tiramos de la historia de la portuguesa para “picar” un poco a Don Vicente. Por no hablar del tatuaje que le íbamos a regalar una vez llegados a Orense. Había momentos en los que el bueno de Vicente no sabía a ciencia cierta si le tomábamos el pelo o si íbamos en serio, cambiando su semblante, cual veleta al viento, de la risa al pánico en cuestión de minutos. Por no hablar de Dušan, que alucinaba con lo poco que llegaba a comprender (entre mis parcas traducciones y su conocimiento del español) y nuestro jolgorio general. Si llego a saber que nuestro buen amigo esloveno recientemente había publicado un libro titulado “Amor, pecado y castigo. Imágenes y desarrollo de la moral del amor en Eslovenia hasta el siglo XIX” igual me habría cortado un poco. O quizás no. Ya nos conocéis: somos muy de la broma.
Dejamos las mochilas en el bar y nos dedicamos a pasear arriba y abajo por la calle principal (al mismo tiempo carretera nacional), buscando por un lado una tienda para que Vicente se comprara unas sandalias, y por otro haciendo tiempo sin ton ni son. Nos cruzamos con un funeral, encontramos un fisioterapeuta que atendió con inmediatez y simpatía las dolencias cervicales de Edu, y finalmente nos dirigimos al Albergue a esperar junto al resto de caminantes la apertura del local y con ello la ansiada ducha y el cambio de ropa y calzado. El rato en el patio tuvo su gracia, conversaciones cruzadas, risas y al voluntarioso mexicano barriendo el polvoriento suelo y convirtiendo de este modo, cual chamán del desierto de Yucatán, la camisa blanca que la peregrina holandesa Anna van den Putten (sin risas, que es su nombre real) había lavado y colgado a secar, en una moderna camiseta color gris marengo.
Llegaron a las 7 en punto los empleados de Protección Civil, airearon un poco el local, nos abrieron las puertas y pudimos instalarnos en un albergue amplio, limpio y cómodo. Por no hablar de la amabilidad y gracia de estos dos lugareños, algo extensible a todas las personas con las que nos habíamos cruzado desde que entramos en Galicia: el interés y la simpatía que muestran todos los autóctonos por los peregrinos es de agradecer, y en cierto modo comprensible: el Camino en Galicia lleva años recuperado y firmemente implantado, por no hablar de su aporte a las economías de aldeas, pueblos y ciudades. Y eso se nota en el trato de la gente. Somos parte de su paisaje, de su tiempo de ocio y de su economía familiar. Por no mentar su curiosidad por nuestros países de origen, nuestro recorrido y nuestras razones para andar por ahí cargando peso y desgastando las suelas de las botas. Como una continuación de las peregrinaciones de la Edad Media, en las que los caminantes eran portadores de noticias, novedades… y sobre todo poseedores de dorados doblones para pagar los diezmos correspondientes en Santiago (ese “Voto de Santiago” concedido por Ramiro I de Asturias e reinstaurado oficialmente por Felipe IV un 25 de julio, día del Patrón, de 1643). Esa descarada simonía que siempre ha servido para mantener la parte oscura de la Iglesia.
Un último paseo hasta el final del pueblo a tomar una cerveza en un hotel, a instancias de Vicente (aún nos estamos preguntando por qué diantres fuimos a dicho local), una vuelta disfrutando de una espectacular luna y una ligera cena, de nuevo en el ya mítico bar de citas Oscar, cerraron este día largo, duro, pero bien entretenido.
Martes 25/9/18
La Gudiña – Campobecerros 20,1
km.
A las 6 en pie, a
las 7 desayunando donde la cena. Noche con radio, sin ardor y tranquila. Buen
albergue. Apunto mail de padre e hijo Andres y Emilio, para mandar enlace blog.
Apuesta sobre la edad de Dušan, ver foto. Al final tiene 55 años, pierde
Bárbara. Camino precioso con la montaña en un lado y el embalse Das Portas (río
Miño) al otro. La luna poniéndose en un lado y el sol saliendo por el otro.
Algo raro de ver. Andamos con Viva México cabrones (Luis y Juan) y Dušan. Etapa
genial, bajada final dura de 1 km y albergue de Rosario increíble. En su tienda
compramos cebolla, chorizo, pan, pasta (penne) y bebidas y tomates (regalados)
y a cocinar, siguen todos de largo menos Bárbara y Clive, Dušan y el tonto
resabido. Es navarro. Y tonto. La comida sale buena, pasta y ensalada de la
huerta que está a 2 metros de la ventana. Ahora toca café y cobrar la apuesta
de la edad de Dušan . Dice Vicente que la portuguesa no es puta.
Clive sabe de
todo, es como Google pero en ecológico. “The Green Googlelin·. Dušan tiene 55 años, hijo de 19 que nos sigue
a una etapa, y una hija de 28 doctora dentista, él es historiador. Tarde de
risas, futbolín, música y “Saber y Ganar” en la tele: con Googlelin y Dušan no
hay quien gane. Ponemos tercer bote, 50€. Hay un perro mata peregrinos, Juas
juas. The Killer Dog, O the Pilgrim Killer. El que lo ha dicho es el tonto
notas del pueblo, como dice otra lugareña. En todos los pueblos hay uno. Siesta
hasta el momento clave: con una garrafa en ristre y a grito pelado una señora
mayor irrumpe en el albergue: “¿No habrá nadie durmiendo verdad? A tomar por
culo la siesta, y contesto desde mi litera “Ahora si que ya no duerme nadie”.
Pues a beber de nuevo. En la puerta de la tienda con Dušan y Ana (la del apellido
gracioso). Nos reímos observando a la abuela Esther matando moscas a cámara lenta.
Deben llevar 4 años dando vueltas a su cabeza. Cervezas en el bar, viendo al Mágico, ya algo
piripi todos. Ganamos, risas, hacemos cantar a todos (Apañó, Apañó), cena secreto
ibérico y al albergue. A las 10 en cama, llegan los nuevos ciclistas media hora
después y no molestan nada. A dormir.
Esta cuarta etapa fue sinceramente memorable. Y eso que, con todo lo que sucedió, en el fondo apunté bien poco en mi sempiterno cuadernito. Como comentó Bárbara, las anécdotas de este día darían para un relato aparte. A las 6 ya estábamos en pie, y a las 7 en punto desayunábamos en el mismo lugar de la comida y la cena del día anterior. No quiero pensar mal, pero habiendo varios bares y restaurantes a lo largo de la calle principal no entiendo la fijación de Vicente por repetir en el mismo sitio (por sus aromas portugueses, supongo). Bromas aparte, partimos pues a buena ahora y nos encontramos ante un tramo de los más bonitos que he recorrido en todos estos años (y van ya 18). Andando por la cresta de unos preciosos y verdes montes, con las montañas a un lado (Verín y al fondo Portugal) y el embalse Das Portas (río Miño) al otro, el esfuerzo de la larga subida y la posterior bajada quedó diluido entre el placer de una naturaleza limpia, unas vistas espectaculares y un fenómeno del que pocas veces se puede disfrutar: a nuestra izquierda se ponía la luna tras las lejanas montañas, y a nuestra derecha despuntaba el sol reflejándose en las azules aguas del embalse. Impresionante. Y todo ello en un absoluto silencio, con nada más que algunas pequeñas ventas desperdigadas por el recorrido, y 2 únicas personas que vimos durante nuestra marcha. El último tramo fue tal como estaba anunciado: una fuerte bajada casi campo a través nos dejó a la entrada de la pequeña y cuidada aldea de Campobecerros. Lo único que rompía el idílico ambiente eran las obras de varios túneles para el nuevo AVE, aunque para los lugareños sean una bendición: mejores comunicaciones para el futuro y un tropel de trabajadores durmiendo y haciendo gasto en el pueblo.
Paramos en la primera (y única) tienda de la localidad, regentada por Rosario, dueña también del precioso albergue. Sentada en una mecedora descansaba su muy anciana madre, intentando ahuyentar las moscas con una destreza que certificaba años de práctica (la misma destreza adquirida por las moscas para evitar con cuatro aladas los ataques furibundos de doña Esther). Algunas risas cayeron observando a la buena señora. Nos instalamos en el albergue (algunos siguieron la ruta, por lo que solamente nos quedamos los cuatro jinetes del apocalipsis, además de Clive y Bárbara, Anna van den Putten y un resabido y desagradable navarro. (Ya volveré a hablar de este personaje más adelante). Visto el impresionante comedor y su cocina bien equipada decidimos volver a cocinar: y como por añadidura la atenta y servicial señora Rosario suele regalar las verduras de su huerta a los peregrinos (de este simpático y generoso detalle ya nos había informado Vicente el día anterior), compramos pan, pasta y bebida y lo combinamos con tomates, cebollas, ajos y pimientos de la huerta casera. Realmente buenos. Como los que compramos en el Alcampo o el Carrefour, pero al revés. Naturales y con un sabor exquisito.
Durante la comida se nos unieron en la mesa Bárbara y Clive, que en vez de aceptar nuestra nueva invitación a comer pasta optaron por unos bonitos tomates de la huerta y el pan recién llegado en la correspondiente furgoneta. Años llevan en las aldeas con este servicio, mientras que en las grandes urbes nos sorprenden servicios como Amazon Prime. Está todo inventado, aparte de que en las ciudades “nos engañan”, como cada tanto va recordando Edu. Después de comer quedaba pendiente cobrarnos una apuesta: horas antes, durante el trayecto, habíamos apostado sobre la edad que tendría Dušan, y resultó perdedora Bárbara. A por los cafés pues. (Bárbara no es muy ducha en acertar las edades, o quizás demasiado generosa: el primer día le supuso 42 años a Edu y unos 47 a mí. Thanks Barbara!). Tomados los cafés y algún chupito de hierbas decidimos optar por una reparadora siesta, más aun siendo tan pocos en el albergue, algo que garantizaba una tranquilidad poco habitual en el Camino.
El espectro con la garrafa (una historia aparte)
Echados en nuestras literas, cual jovenzuelos de campamentos o reclutas en los ya desaparecidos y con tanta ilusión recordados CIR del ejército español, dormitando, leyendo o escuchando música, nada parecía poder perturbar nuestro merecido descanso. Craso error. Habíamos superado ya casi todos la fase de adormecimiento y algunos hasta disfrutaban ya del ciclo de sueño ligero, cuando unos gritos y ruidos nos despertaron cual avisadora señal del inicio de la invasión francesa. Desde mi litera no llegaba a ver con claridad quien había sido el o la causante de este estruendo, pero si qué entendí con toda claridad el grito de batalla final del intruso: “¿No habrá nadie aquí durmiendo la siesta, verdaaaaaaad?”. Me asomé, y plantada en el medio de la sala, distinguí a una anciana señora, toda ella vestida de negros y grises, con una garrafa vacía en una mano y unas llaves en la otra, gritando divertida y moviendo la garrafa al ritmo de sus gritos, cual cencerro al cuello de una vaca local. No pude más que contestar en un también alto tono de voz; “Ahora sí que ya no duerme nadie, señora”. Me salió del alma. Hasta los amigos guiris se partían de risa. Adiós siesta. Nos levantamos pues a regañadientes, mientras la susodicha señora seguía en la puerta con sus monólogos, sin prestar atención ni a mis comentarios ni al grupo de ciclistas que justamente en ese momento llegaban al albergue. “Nunca hay que dejar la puerta del albergue abierta”, iba murmurando, “hay que hacer como yo, que siempre ando con mis llaves en la mano y mi casa a salvo con la puerta bien cerrada”. Nos acercamos al bar de Rosario a tomar un café y comenté la extraña aparición de la señora con la dueña. Mi retrato de la invasora no sirvió de mucho: la describí como una señora bajita, de negro y de unos 85 años, a lo que me contestó la señora que esa descripción encajaba con la mayoría de los habitantes de la aldea. Esa triste y constante despoblación del medio rural. En cualquier caso, se quedó bastante intrigada, y a los pocos lugareños que pasaron les iba preguntando quién podría ser esa señora que nos desveló a media tarde. Al final se quedó en un misterio. Nadie parecía conocerla. O quizás no querían admitir que era un familiar. O confesarnos que era la tía Aurelia, fallecida hace varios lustros. Nunca lo sabremos.
No nos quedaba otra opción que volver al bar. Y encima jugaba el mágico Real Club Deportivo Español, y no nos íbamos a perder el partido por nada del mundo. Después de muchos, pero muchos, muchos años, nos estamos codeando con los líderes de la categoría. El sitio que nos corresponde. Por historia, por valores, por ser pericos. La mejor gente que hay. Hicimos tiempo tomando algunas cervezas, intercalando hierbas del lugar y unas partidas al futbolín y hasta estuvimos viendo con Dušan y los amigos gaélicos una parte del diario y mítico concurso “Saber y ganar”. El inmortal Hurtado iba planteando sus preguntas, sobre música, sobre historia, y, pese a ser guiris, tanto Clive como Dušan respondieron con acierto a muchas de las cuestiones. Como comentó Barbara, Clive sabe de todo, es como un pequeño Google (aunque físicamente nos sacaba a todos un mínimo de 15 centímetros), y Dušan, siendo historiador, nos sorprendió con alguna respuesta que ni los propios concursantes fueron capaces de contestar. ¡Y todo ello en un idioma extraño para ellos! ¡Cuánto tenemos que aprender en España, qué poco leemos y qué poco sabemos! Sobre todo, las nuevas generaciones. Ya lo dice Claudia a Jorge Juan en un pasaje de la novela “El espía del rey” que estoy leyendo y disfrutando estos días: “Me sorprende ver que en España todo el mundo opina de todo. Desde que estoy en Madrid no he oído a nadie indicar que no tiene conocimientos para formarse una opinión de un determinado tema”. Así nos va. Nivel Rufián. O Talegón. O de cualquier otro de la inmensa piara populista, izquierdista, inculta y altiva. Y resabida.
Casi se me olvidan dos detalles sobre animales: delante del bar andaba dando vueltas un simpático perro negro, ladrador, pero a todas luces inofensivo, hasta que un tipejo que estaba apoyado en la barra nos espetó que tuviéramos cuidado, que el susodicho can ya había atacado a varios peregrinos. No pudimos hacer más que reírnos a rienda suelta del personaje, que obviamente (como nos confirmó más tarde una lugareña) simplemente quería llamar la atención. Tontos hay en todas partes, como bien dijo la señora. Entre Bárbara y yo bautizamos al momento al simpático perro: The Pilgrimkiller. El mataperegrinos. Por otro lado, y a media cena, un fuerte ruido a cencerros hizo que todos nos levantáramos, como empujados por un resorte, a ver que se cocía en la calle. Urbanitas que somos. El gran y estruendoso suceso no fue más que un simple rebaño de cabras que bajaba de los pastos guiado por el pastor, se supone que para recogerse en su corral.
Una buena cena con secreto ibérico, vinito y los goles del mágico Español redondearon una jornada memorable. Hasta conseguimos que todos los comensales siguieran nuestros cánticos al finalizar el partido. ¡Apañó, Apañó! Pleno de felicidad me dormí con una sonrisa en los labios y con un ojo entreabierto por si volvía el ruidoso espectro, muy parecido al “Poltergeist” de las leyendas germánicas, que literalmente significa “espíritu que hace ruidos”. Como la señora de negro.
Miércoles 26/9/18
Campobecerros – Alberguería 27,1
km.
A las 4 de la
madrugada empiezan los paseos al baño, y a las 6 ya nos movemos. A y media
estamos ya en la puerta del bar esperando a que abra, y en punto a las 7
aparece la señora en una especie de negligé, casi sin hablar y hasta con
problemas de sordera. Aun así, tomamos nuestros cafés con magdalenas y nos
ponemos en marcha los 4 (Don Vicente, Dušan, Edu and me). Camino muy bonito,
sube y baja, impresionantes obras del AVE a lo lejos y andando por los bosques
con buena música (2 discos enteros, Céltica e Hispánica). En Erias hay un
pequeño puesto sin atender con café, galletas y después de una mini parada y
una dedicatoria al bufón de Rufián seguimos, y a las 10:20 ya estamos en Laza,
mitad de la etapa. Compramos chorizo, queso y cervezas y desayunamos en la
calle. Al rato seguimos alternando carretera y caminos hasta Tamicelas. Ante la
dureza anunciada del cortafuegos final (4 o 5 km) , paro a un señor del lugar que pasa con su caballo y carro y le pregunto
si por 10€ nos puede subir a Vicente, a mí y las 4 mochilas hasta el albergue.
Dice que con el carro a caballo no, pero que con su coche sí. Solucionado. Albergue y bar de lo más curioso, conchas
firmadas a miles… y eso que el hospitalero empezó en 2004. Ducha y a esperar a
los valientes. Edu no tarda mucho (45 minutos creo), y Dušan un poco más.
Apunto el mail de Dušan: y su móvil. Calimero es Navarro. O viceversa. No tiene
amigos.
Un milagro: el
hospitalero de Alberguería es del ESPAÑOL de toda la vida. Nos cuenta una
anécdota de un peregrino de Gerona que en el 2010 durante el mundial pasó por
ahí Gerona y le arrancó la bandera de España…, por lo que hubo bronca. Se va a
ganar la bandera de Tabarnia. Llega un (ruso) húngaro mayor y solamente habla
alemán. Bela. La holandesa Ana, ataca mucho . También está Anneliese, de
Stuttgart.
Entre el apellido
de Anna (van den Putten) y que Anneliese
se apellida Voegele (pajarito), que también significa hacer el amor en alemán,
las risas se multiplican. Cocinamos Dušan y yo para todos, sale bueno (pasta
con atún), cafés, chupitos y pierde el puto Barza. ¿Qué más queremos? Aparece
el Calimero (que se había quejado del precio de la cena) y le multo. Se va
indignado. A chuparla. La tele por cierto es UHD 4k (profundidad tiene) (ver fotos). Pierde el Madrid 3-0 y a dormir.
Sin sobresaltos descansamos hasta las 4 de la madrugada, hora en que empezaron los paseos a los aseos. Por la similar edad de los caminantes, las vejigas y su capacidad de retención también iban a la par. Incluyéndome a mí, obviamente. A las 6 estamos ya listos esperando la apertura del bar. Teniendo en cuenta que la etapa del día iba a ser la más larga del recorrido de este año hubiera sido apropiado partir sin degustar el café, pero no nos pudimos resistir y esperamos hasta las 7 para calentarnos un poco y partir en plena forma. El camino volvió a ser espectacular, subidas y bajas por frondosos bosques, espectaculares vistas, impresionantes obras del AVE a lo lejos y unas horitas de música a pleno volumen sin molestar más que a los centenarios robles y a algún que otro bicho que andaría por los matorrales. Este año ha sido realmente parco, cuando no nulo, en avistamientos de animales salvajes: el perro lobo de hace unos días, el caballo en Lubián, el perro asesino mata peregrinos de Campobecerros, el rebaño de cabras, alguna vaca en la lejanía y poco más. Igual habría que añadir al navarro pesado a la categoría de animal. Para sumar y tal.
Una corta parada en un pequeño puesto de reposo en la aldea de Erias, con galletas y café a nuestra libre disposición, y un libro de dedicatorias que aproveché para mandar un caluroso saludo a los malditos “lazis” y en especial al gordo e impertinente Gabriel Rufián, y a las 10:30 ya nos plantamos en Laza, más o menos a mitad de etapa. Como nos sobraba pan compramos los necesarios complementos, léase chorizo, queso y cerveza, y desayunamos en plena calle antes de afrontar los siguientes 13 kilómetros. Alternando caminos al lado de la carretera y cruzando bonitas aldeas llegamos sin mayores problemas a Tamicelas. Yo iba bastante molido, Vicente también, y ante el desafío que representaba la última subida, unos 4 o 5 km en vertical por un cortafuego, decidí interpelar a la primera persona que viera a ver si nos podía subir hasta el alto, que coincidía con el final de etapa. Un señor entrado en años se acercó con un caballo tirando de una desvencijada carreta, y mi propuesta de subirnos a Vicente y a mí más las 4 mochilas por unos módicos 10€ la aceptó sin pensárselo 2 veces. Eso sí, liberó al pobre y joven caballo del esfuerzo y nos auxilió con su utilitario.
Llegamos Vicente y yo,
como ancianos sufriendo perlesía,
cansados y sedientos
a la bella aldea de Alberguería
Mientras tanto los valientes Dušan y Edu afrontaban ligeros de equipaje y llenos de brío y alegría la para mi terrible y temida subida. ¡Pesan los años!
Un rústico albergue con todo lo necesario, desde una cocina completa hasta un salón comedor con capacidad para varias decenas de comensales, una guitarra con sus seis cuerdas intactas y hasta utensilios para preparar una queimada, por no hablar de los miles de conchas firmadas que colgaban del techo, presagiaba otra jornada interesante. Y así fue. Vicente y yo hicimos tiempo con algunas cervezas, ducha y decorando la terraza con la bandera de Tabarnia, hasta que poco más de 40 minutos más tarde ya apareció Edu y poco después también Dušan. Los valientes e incombustibles peregrinos ya estaban con nosotros, por lo que nos dedicamos a la tertulia en la terraza del bar del hospitalero, el sorprendente Don Luis. Nos contó que inició su aventura con el bar y el albergue en el 2004, y que desde entonces no ha parado de pedir una concha dedicada a cada uno de los peregrinos que han pasado por sus estancias. Por miles cuelgan de paredes y techos, tanto en el bar como en el albergue, y para sorpresa de todos y a pesar de su ingente número el propietario fue capaz de encontrar al segundo una concha firmada por los “Irreductibles” del RCD Español unos años atrás.
Algo de truco había: Don Luis es seguidor del Español de toda la vida, ha tenido pubs y bares en Esplugas y en Cornellá, y encima es amigo de Tomás Guasch. ¡Viva Tabarnia! Como os podréis imaginar no tardé ni un minuto en descolgar la bandera de Tabarnia con la que había decorado la terraza del albergue y regalársela, nombrándole de forma “oficiosa” embajador de Tabarnia en Alberguería. Poco a poco vamos conquistando aldeas y corazones. Esto no hay quien lo pare.
Vistas las facilidades del albergue y teniendo en cuenta que éramos solamente ocho personas propusimos cocinar pasta para todos y cenar juntos en el espléndido salón. Todos se apuntaron, y hasta tuve el detalle (que no se merecía, como veréis más adelante) de invitar al pesado navarro a unirse a nosotros. Mientras el grupo se quedaba al sol apurando cervezas y relajando las piernas, Dušan y yo nos pusimos manos a la obra, cocinamos pasta, añadimos atún, ajo, cebolla y tomate, Vicente preparó la mesa como si fuera una boda y cenamos a gusto todos juntos escuchando música, riendo e intercambiando teléfonos y direcciones de correo. Por los elogios y el completo vaciado de la olla quedó claro que el plato agradó a todos. Tanto que Bela, el húngaro solitario que se unió al grupo ese día, repitió 3 veces. ¡Qué aproveche!
Recogido todo acabamos en el bar viendo la derrota del Real Madrid, charlando con Don Luis y ahogando nuestras penas en cervezas y chupitos de hierbas. En un momento dado Vicente comentó que el navarro se había quejado del precio de la cena: le parecieron caros 7 euros por 2 cervezas en la terraza, 2 platos de pasta, pan, vino y nuestra compañía. Me enrabietó tanto el comentario que al aparecer el susodicho le espeté un “Tú de qué vas” en tono claramente amenazante. Multa. Salió disparado y ya no volvimos a cruzar palabra alguna con él. Por la noche hasta me dio un poco de pena, pero logré olvidarlo. ¡Qué le den! Por desgracia cada año aparece algún tiparraco de estos: pesado, entrometido, sabelotodo, desagradecido, borde… Me imagino que este tipo de gente hace el Camino porque nadie les aguanta en casa. Pero a pesar de este nimio detalle fue un día completo, diferente y memorable. A dormir tocaba.
Jueves 27/9/18
Alberguería - Xunqueira de Ambía
22 km
A las 6:30 nos
levantamos, pero sim prisas, ya que Luis no abre hasta las 8. Hoy en teoría es
fácil, 21,8 km. Después del desayuno paseo bonito y a las 10 ya estamos en
Vilar del Barrio (hemos salido a las 8:10). Paradita, cafés y seguimos. Camino
eterno con una recta interminable, pero bonito. Con la tormenta siguiéndonos,
pero sin pillarnos, hasta Bobadela, donde hacemos la última parada, cervezas y
olivas picantes, y charla con el hospitalero/bombero/protección civil. Quedan unos 4 km. Albergue perfecto al entrar
en el pueblo, municipal, con Bela que llega, y nos vamos a comer los cuatro el
menú al bar Tomás. En la terraza menú correcto (ensalada, pechugas de pollo,
cervezas y vino con gaseosa) y una francesita vieja, enana y fea pero simpática
en la mesa de al lado. Flanes con nata de postre, y aparece el multado Calimero
que nos mira con cara de miedo. En vez de ir al albergue se ha instalado aquí:
por algo será. Vaya cagado. Café, orujo, vuelta al albergue y a las 7 de nuevo
al pueblo a misa a la preciosa iglesia (me falta averiguar porque tienen la
bandera de la Orden de Malta en el altar y las vidrieras). Esta mañana hemos
puesto el último bote, 30€, en total pues 180 euros. No está mal. Como cambia
cuando cocinas en los albergues y bebes menos. Después de misa subimos al
Albergue a sellar en el Nissan del Hospitalero, nos vuelve a bajar y hacemos
otros cafés y orujos en una terraza en la que vemos a un peregrino andrógino,
que acaba en nuestro albergue (más tarde sabremos que es de Elche... y un poco
pesado). A las 10 en la cama. Queda una etapa.
El final del camino se acercaba. Como cada año la “morriña” empezaba a impregnar el aire, y eso que aún nos quedaban dos etapas. Nada nuevo, la intensidad del Camino tiene eso, más aún cuando la realidad que te espera a la vuelta no tiene ni uno de los ingredientes de esta anual peregrinación. Libertad, salud, naturaleza, esfuerzo, solidaridad, recogimiento, silencio…, tantas cosas que echaremos de menos, que más vale mirar al cielo, cerrar los ojos y empezar a pensar en el siguiente tramo.
Madrugamos como siempre, pero sin prisas esperamos a que Don Luis abriera su curioso e inolvidable bar para tomar nuestro café de rigor y emprender la marcha. Unos pocos kilómetros, 22, nos esperaban, por lo que nos lo tomamos con toda la calma del mundo. En un agradable paseo (a pesar del excesivo asfalto) y sin ninguna dificultad a resaltar nos plantamos en Vilar del Barrio a las 10:30 para tomar un café y afrontar el resto de la etapa calentados por dentro. De ahí hasta Bobadela caminamos por una interminable recta de más de 5 km. con una amenazante tormenta pisándonos los talones, aunque nuestro ritmo se impuso a la naturaleza y cual liebre escapando en zigzag del acoso del lobo llegamos a dicha localidad para hacer la última parada.
Con unas cervezas en la mano y unas olivas picantes de aperitivo entablamos conversación con el responsable de protección civil, que al mismo tiempo era el hospitalero de nuestro albergue en destino, además de bombero y varias cosas más. Persona muy agradable, bromista y servicial hasta el punto de que se ofreció a llevarnos las mochilas en su todoterreno. Obviamente renunciamos a la tentadora oferta: solamente quedaban 4 km de trayecto, sin altos que coronar, ríos que vadear o puentes que cruzar. Al entrar en Xunqueira nos topamos directamente con el albergue municipal, bien cuidado, completo, con varias duchas y aseos, una buena cocina y un gran salón para descansar y charlar. Aunque poco uso le dimos a estas magníficas instalaciones: nos aseamos, dejamos a Bela a cargo del local y nos fuimos paseando al pueblo a comer algo y admirar lo cuidado del entorno y la belleza de su famosa iglesia (con origen románico y pasado templario). Una comida normalita en la terraza del bar Tomás, durante la cual conocimos a una francesa que estaba dando tumbos por el Camino ella sola con total desparpajo (a pesar de su avanzada edad, su mínima estatura y su poco agraciada cara. Pero ya sabemos que lo importante son los valores interiores), acabó con la entrada sorpresiva del Calimero navarro, que sin atreverse a mirarnos a los ojos se instaló en el local (era hotel también) y se puso a comer solito en la barra interior. En vez de ir al albergue y afrontar su no saber estar, se escondía de nosotros. ¡A mí, plim! (Dicen algunas fuentes que esta expresión proviene de la referencia al General Prim: cuando a alguien se le preguntaba “¿A quién prefieres para sustituir a Isabel II?", la respuesta común y evasiva, como queriendo decir que les llegaba con el General, era: “A mí, Prim”).
Cafés, orujos y charla en otro bar y volvimos al albergue a hacer tiempo. A las 7 de la tarde bajamos a la iglesia ya que algunos queríamos asistir a misa, mientras los demás se quedaron fuera charlando con nuestro amigo el hospitalero, el cual se ofreció a subirnos al albergue para sellar después de misa, y volvernos a bajar al pueblo posteriormente para cenar algo. No estamos hablando de grandes distancias, pero ahorrarnos unos 2 km siempre va bien. El último ratito antes de volver a descansar lo pasamos de nuevo en una terraza, compartiendo anécdotas, intentando averiguar el sexo de un peregrino andrógino que se sentó cerca nuestro (resultó ser de Elche, bastante pesado, rozando el nivel del sabihondo navarro), aunque no nos dio tiempo a conocerle a fondo, apartarle y en su caso multarle. Otro año será. (Y quién sabe, igual era una persona encantadora, servicial, culta y divertida. Chi lo sa!).
Eché una mirada al diario local, que por casualidad hablaba del románico “franquista” que protege el alcalde de Xunqueira, que al parecer se niega a retirar las doce fuentes con el yugo y las flechas que siguen adornando las calles de la bella localidad. Esa maldita ley de “memoria histérica” que lo único que pretende es imponer la mentira de los perdedores a la verdad de nuestra historia patria. Chusma populista, falsa, interesada y engreída. Para al final acabar siendo defraudadores, plagiadores o ladrones.
Así acabo esta penúltima etapa, acostándonos a las diez y con la vista puesta ya en la finalización del Camino y la planificación del siguiente.
Viernes 28/9/18
Xunqueira de Ambía – Orense 22,3
km.
A las 5:45 suena
el despertador de Antela, y a las 6:30 estamos en la puerta del bar que
prometió abrir a las 6:40. En punto aparece la simpática chica, cafés y al lío
y a por los últimos 22 km de este año. A las 8:40 hacemos la primera parada
para esperar a Dušan. Llevamos ya 10 km desde el albergue. A las 11:30 sin
sorpresas y con una horrible entrada a Chernobil / Orense llegamos al albergue
(hacemos un mínimo de 2 km en subida por dentro de la ciudad). Tomamos unas
cervezas en la terraza delante del albergue, Dušan y Vciente dejan sus mochilas
en el bar (el albergue no abre hasta la 1) y bajamos por unas escaleras a la
catedral. La visita es de pago por lo que nos limitamos sellar, vamos a la
plaza mayor y optamos por bajar un poco más hasta el mercado de abastos a picar
algo. El pulpo soñado (nos explican que las pulpeiras están solamente el
domingo) en el único bar que encontramos sale malo malo, pero bueno, mala
suerte, Ultima foto de despedida los 4 con Dušan y pillamos un bus de línea a
la estación. Sacamos el billete a Vicente y tomamos unas cervezas finales.
Vemos al doble de Luis (embajador de Tabarnia en Alberguería) y en un horrible
(por eterno) viaje de vuelta con retraso de 40 minutos llegamos a las 8:45 a
Madrid. A las 9 en casa, molido, a las 9:15 en la cama.
Última etapa. Decidimos madrugar para intentar llegar con tiempo a Orense y, si fuera factible, aprovechar las aguas termales de la ciudad antes de emprender el viaje de vuelta a la cruda realidad de la gran urbe, los horarios, los pesados, los políticos, los saldos negativos en el banco y el esplín absoluto que sin lugar a dudas me invadiría a la vuelta. La noche anterior una simpática camarera de un bar nos prometió que a las 6:40 abriría su bar para desayunar, y cual reloj suizo de gama alta abrió en hora y nos atendió con presteza y dulzura. Esa ternura que tienen las gallegas y que las hace tan agradables. Buena tierra, sin duda. Andamos los cuatro a buen ritmo hasta que tuvimos que hacer un alto para esperar a Dušan ante un desvío no previsto en busca de un bar. Solamente eran las 8:40 de la mañana y ya habíamos recorrido más de la mitad de la etapa. En un camino a pie de carretera que ya anunciaba la llegada a una gran ciudad, con los consiguientes polígonos industriales a cruzar y la gris realidad urbana destrozando paso a paso la naturaleza, la belleza y la tranquilidad que habíamos disfrutado durante una semana. Como en todas las etapas del Camino que cruzan grandes ciudades: un contraste que igual en otras épocas, pienso en la Edad Media, significaba un alivio para el peregrino, lugares con vida, servicios, hospitales, portuguesas de vida alegre, seguridad y cobijo, pero que a todos nosotros se nos antojaban más que molestos.
Pensar en las entradas y salidas de León, Burgos y hasta la propia meta final en Santiago, me volvía a reafirmar en mi idea (y la de casi todos los peregrinos, supongo) de que lo más bonito del Camino no es llegar, sino andar. Como bien canta mi admirada Cecilia en su bella “Andar”, canción que todos los años y en cualquier tramo del Camino acabo cantando, escuchando, recitando y hasta enseñando a algún caminante. Me sale de dentro, me emociona y describe a todas luces lo que para mí significa esta caminata anual.
Aunque el camino sea estrecho,
El polvo se pegue al cuerpo,
Aunque los vientos me arrastren,
Sigo mis sendas sin lastre
Andar como un vagabundo,
Sin rumbo fijo, sin meta,
A vueltas de veleta,
Al soplo del viento al azar,
El caso es andar
El resto del día tuvo poco misterio. Una interminable subida hasta el albergue donde se quedaría Dušan, unas cervezas en una terraza, una rápida visita a la catedral para sellar (la visita, como en tantos otros lugares, es de pago, por lo que lo dejamos para mejor ocasión), y un intento de tomar una buena ración de pulpo en esta ciudad conocida sobre todo por sus pulpeiras y sus termas. Pulpeiras que para desgracia nuestra solamente están los domingos, por lo que nos tuvimos que conformar con una tapa de pulpo salado, pasado, caro …, en resumen, un pulpo de mierda. Como un gatuperio de la peor taberna del puerto más sucio de las indias españolas en la gloriosa época de descubrimientos, conquistas y fundación del glorioso imperio hispano que tanta falta nos hace en estos días. Unas últimas fotografías delante del mercado de abastos y un corto recorrido en el bus urbano acabaron con los tres (Vicente seguía con nosotros para sacar su billete de vuelta) sentados delante de la estación apurando la última cerveza juntos y planificando ya las próximas escapadas.
Dios mediante será el Camino Portugués desde Oporto, aunque nunca se sabe por dónde soplarán los vientos del destino y que aguas descargarán las tormentas de la vida.
¡Ultreia et suseia!
P.D.: Un saludo muy especial a Vicente, a Dušan, a Barbara y Clive, a Andrés y Emilio, a Anna van den Putten, a Anneliese, a Bela y a todos los demás peregrinos (Calimero incluido) que este año se cruzaron en nuestro camino. O nosotros en el suyo.
¡Buen Camino amigos!
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