And even though the stars are listening
And
the ocean's deep, I just go to sleep
And then I create a silent movie
You become the star, is that what you are, dear?
Your whisper tells a secret
Your laughter brings me joy
And a wonder of feeling I'm Nature's own little boy
But still the tears keep falling
They're raining from the sky
Well there's a lot of me got to go under before I get
high.
Even in the quietest moments.Roger Hodgson. 1977.
Me permito usar como introducción
a esta reflexión un par de párrafos de un artículo
que escribí hace ya diez años a raíz de la muerte de Dani Jarque. En este caso
se trata de un autoplagio, algo bastante diferente a los rastreros remedos del
burdo copiar y pegar de nuestro presidente por accidente, sus ministros y sus perritos
falderos. Vaya banda, por cierto. ¿Dónde quedó aquello de que nos gobiernen los
mejores?
Existen pues personas de lloro
fácil que por cualquier banalidad dejan escapar unas lágrimas y que, en casos
más serios, se derrumban sin contención posible echando por los ojos sus
sentimientos de rabia, dolor, alegría o tristeza.
También existen personas más
templadas, que han sufrido lo suficiente en su vida para no llorar a la primera
ocasión o que simplemente guardan sus sentimientos en su interior, personas que
sienten y sufren igual que los demás pero que no expresan sus conmociones de la
misma forma que las anteriores. Personas curtidas en sufrimientos, personas que
han perdido a familiares, que han sufrido maltratos o que han vivido tales
decepciones en la vida que el recuerdo de estas les impide llorar a rienda
suelta a la primera ocasión.
Finalmente tenemos a los duros.
Personas que no lloran ni llorarán jamás. Están de vuelta de todo. Han perdido
la fe y la esperanza. Ya no creen en nada porque las han visto de todos los
colores o porque carecen de la mínima humanidad necesaria. El dolor y la
tristeza no consiguen arrancarles ni una simple lágrima, quedándose atascados
los sentimientos, si los tienen, en su interior, mordiendo sus entrañas sin que
nadie se percate, a veces ni ellos mismos, de lo que están sintiendo. Pueden
ser de todo tipo: insensibles, pragmáticos, primitivos, consecuentes, realistas,
fríos o escépticos. Pero no lloran ni a la de tres.

¿Y a qué viene toda esta
introducción? De forma resumida: estos días pasados he disfrutado cual enano con
la visita de mi familia, en concreto de mi hermanito, mi cuñada y uno de mis sobrinos. Y
han sido tres días inolvidables, con paseos, excursiones, comidas, cervezas (más
bien pocas) y, sobre todo, recuerdos, complicidad y risas, muchas risas. Como
si el tiempo no hubiera pasado. Las mismas bromas de antaño, los mismos tics,
reproches, manías, puntos débiles y reacciones que hace 30 o 40 años. Me
imagino que es algo natural, que sucede a todos los hermanos o amigos íntimos cuando
se reencuentran: vuelven las imágenes pasadas, recuerdas esas situaciones cómicas,
te recreas en algún viejo chiste repetido hasta la saciedad, tarareas una canción
que por alguna razón marcó vuestras vidas o te pones a hablar de aquel amigo
que hizo tal gamberrada varios decenios atrás. ¡Bendita memoria! Ojalá ninguno
de nosotros acabe siendo una de las pobres personas que padecen Alzheimer y nos
perdamos estos momentos tan reconfortantes e importantes llamados recuerdos. Uno
de los componentes básicos de nuestra vida, junto a los planes y los sueños.
Sin estos tres pilares la vida carecería de sentido. Seríamos un simple vegetal.
Y encima serviríamos de alimento a los veganos. Dios nos libre.
Y no estoy hablando de la
exageración de los sentimientos y la exaltación de la amistad y el amor
producidos por la ingesta abusiva de alcohol y demás drogas: esos casos son una
simple reacción química forzada en nuestro cerebro por elementos externos.
Hablo de lágrimas naturales. Parecidas, pero no iguales.
Paseos por mi cada vez más querida
ciudad de Madrid, una tapa aquí y otra allá, vistas increíbles de la ciudad desde
el mirador del nuevo hotel Riu de la plaza España, una bonita escapada a Toledo,
y todo ello disfrutando de la compañía familiar y conociendo un poco más a mi
sobrino, al que llevaba años sin ver (mea culpa, sin duda), y que ha resultado
ser un cómplice más, conocedor al dedillo de nuestros tics familiares, nuestros traumas, nuestras hazañas juveniles,
nuestros defectos y nuestras virtudes. Sorprendente y emotivo: más que un
sobrino parecía otro hermano más, y encima inteligente, divertido, guapo, espabilado
y valiente. Porque lanzarte solo, a sus 18 añitos, a pillar 3 aviones para viajar
a las antípodas, en concreto a Noosa, en Australia, es digno de
admiración. O quizás lo vea yo así, marcado por la edad y la experiencia, y en
el fondo sea algo normal a esa edad. No lo sé. Pero huevos le ha echado, con perdón.
Hay una escena en la película “Salvar
al soldado Ryan” en la que el protagonista explica que no es capaz de recordar
las caras de sus tres hermanos fallecidos. Su capitán, antiguo profesor, le
recomienda intentar recordar momentos o aventuras, y a los pocos minutos al pobre
James Ryan se le empieza a iluminar la cara y explica con todo detalle una
anécdota vivida con sus hermanos y una vecina fea que pretendían seducir en un
granero. Momentos. Escenas. Situaciones. Canciones. Imágenes. Olores. Recuerdos.
La vida pasada revivida en esos instantes.
Que te hacen llorar. Que te hacen reír. Y te permiten seguir planeando y soñando.
En resumen: seguir viviendo.
Muchas gracias por la vista
familia. Ha estado genial.
P.D.: Mientras escribo esto voy
mirando en el Flightradar por donde anda ya mi sobrino Robin. Llegando a Taiwan
en estos momentos. Vaya viaje. Mucha suerte tengas sobrino, disfruta a tope y Dios
(y ahorro) mediante nos veremos en marzo en Bali. Y si no es allí, pues en
Mallorca. O en Panticosa. O en Madrid.
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