Ahora que hasta el faro
intelectual de occidente llamado Adriana Lastra (igual “Lastre” le iría mejor
como apellido) ha descubierto la palabra fascista y ha interiorizado que todos
los que no comulguen con las directrices de su partido (iba a decir “con las
ideas” pero, como bien es sabido, los actuales “socialistas” españoles carecen
de ideas, de ideales, de honradez y del mínimo exigible de cultura) somos fascistas,
pues tendremos que pasar al siguiente adjetivo: xenófobos. Palabra por
cierto harto complicada de vocalizar: igual por ello la utilizan tan poco las lumbreras
del PSOE, los vividores de Unidas Mamemos y los demás grupos de garrapatas que están
destrozando nuestra patria a marchas forzadas.

¿Cómo ha podido suceder algo así?
¿Qué ha pasado en estos últimos años que ha propiciado que la nación más justa, más
tolerante, más libre, más avanzada y más culta, como ha sido España con su Imperio,
se haya convertido en tan poco tiempo en una pocilga llena a rebosar de violentos racistas,
de odiadores profesionales, de malditos y repugnantes xenófobos?
Nada complicado es contestar a
esta pregunta: por culpa de los intereses de las minorías burguesas catalanas
y vascas (como en su momento la avariciosa burguesía criolla en las
provincias de ultramar). Instaladas en sus reinos mitológicos sacados de la
chistera por sus dementes padres fundadores (los Arana Bros., los Badia
Bros., Companys, Pujol…), bien cubiertas social y económicamente por sus
latrocinios, sus oscuros negocios y sus chantajes a los sucesivos gobiernos centrales,
las minorías burguesas catalana y vascuence han amaestrado, manipulado y sodomizado
a esa parte importante de la sociedad española, convirtiéndola en el peor
ejemplo de la xenofobia europea de los últimos 30 años. Y ahí no quedará: el
odio al vecino es contagioso, sus tentáculos son extremadamente largos, y ya
empieza a florecer en Valencia, en Galicia, en las Baleares, en Navarra, y
dentro de poco, si no lo impedimos, contaminará Asturias, Andalucía, Canarias, León
y hasta Aragón. Suerte que siempre nos quedarán Murcia y Extremadura como
salvaguarda del hispanismo, la sensatez, el esfuerzo, la honradez y el valor.
El odio al extraño, al diferente,
al habitante de la región colindante y al vecino del quinto segunda, ha calado
profundamente en nuestra sociedad. Ese “tsunami” de maldad que tan bien
queda reflejado en la película “La Ola” (mira que son lerdos los lazis y
van y eligen justamente este nombre para su movimiento terrorista/racista), se
ha apoderado de las mentes de adultos, jóvenes y niños, sin que nadie con mando
en tropa en España haya querido remediarlo. Ni el Partido Popular ni el PSOE
han intentado en ningún momento atajar esta epidemia, cortar la cabeza a esta
serpiente envenenada llamada nacionalismo.
No les convenía, ni les conviene:
dependen de sus cuatro miserables votos para seguir gobernando, y siendo este
su único fin y objetivo en la vida, cómo van a ser tan tontos de matar a la
gallina de los huevos dorados. O de perseguir al malvado reptil.
Está claro que nuestra patria,
España, está siendo intoxicada poco a poco. Que la xenofobia promovida por los
movimientos nacionalistas ha calado fuerte en vastas partes de nuestra hermosa
piel de toro.
Y que solamente hay una manera de
curar esta enfermedad: la extirpación de los tumores ya existentes, la
aplicación de quimio y radioterapia a los órganos que rodean a esos
tumores (que no son otra cosa que las televisiones mal llamadas públicas ETB y
TV3), la recuperación de las competencias de educación y seguridad
(entre otras), que deben ser únicas para todos los ciudadanos españoles, y el inmediato encarcelamiento de todos los delincuentes que promueven el odio racista en
nuestro país.
Urge un cambio para acabar
con la xenofobia y la violencia en España.
Y el próximo domingo día 10 de noviembre
tenemos la oportunidad.
Acabemos de una santa y
definitiva vez con la maligna serpiente del nazionalismo y recuperemos la
grandeza y la libertad de España.
¡ESPAÑA, SIEMPRE!
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