El patético vividor Gabriel
Rufián tiene esa extraña facilidad de ponerme a huevo replicas a las soberanas estupideces
que dice. Claro que no es sólo él: en esta España nuestra del siglo XXI vamos
sobrados de lerdos y lerdas iletradas, pero sin duda el glotón mal vestido se
lleva la palma día sí, día también.

Decía ayer el infame diputado Rufián
que el Rey no les representa, que la monarquía es una institución anacrónica. Y
para más inri soltaba sus majaderías acompañado por la “crème de la crème“
de nuestros políticos, léase Laura Borràs, la golpista racista catalana, Oskar
Matute, un maldito etarra, Mireia Vehí, una
pija burguesa convertida en antisistema a la sombra de la fugada Anna Gabriel y finalmente Néstor Rego, un comunista
trasnochado con constantes y húmedos sueños de ser terrorista y sembrar el mal.
Ni que fueran los hermanos Dalton al completo. Aunque faltaría “Ma Dalton”,
papel que podrían encarnar tanto Nuria de Gispert como Pilar Rahola (por
aquello de viejas, locas, violentas y enfermas).
Agarradme mi copa de buen güisqui,
que le voy a resumir al tonto del haba Rufián todo lo que es anacrónico.
Empezando por su propia existencia.
Anacrónico es querer imponer la
voluntad de una minoría al resto de la sociedad. Es decir, toda la demencia del
“prusés” catalán, engendrado y alimentado por los ladrones señoritos de la
burguesía catalana para esconder sus miserias y seguir expoliando a la buena y
trabajadora sociedad catalana.
Anacrónico es utilizar un idioma
como arma arrojadiza, herramienta de chantaje y salvoconducto para dividir a la
sociedad, crear muros inexistentes y mangonear con asociaciones de protección o
recuperación de algo que no necesita ayuda de ningún político interesado. Un
idioma es algo superior, inherente a la población que lo habla, con su
nacimiento, su evolución, su uso y hasta su desaparición. No existe filólogo o
persona con un mínimo de cultura que pueda negarlo. Otra cosa ya sería hablar
de enfermos racistas como los hermanos Arana y sus herederos, o los “historiadores”
del Instituto de Nueva Historia catalán, que fueron y son capaces de reescribir
la historia universal con tal de imponer sus enfermizas paranoias a la
sociedad.
Anacrónico es vivir sin trabajar,
sin aportar nada a la sociedad. Algo que hacen la mayoría de nuestros políticos,
pero que se agrava en casos tan flagrantes como los partidos separatistas o los
antisistema de la CUP, que con toda desfachatez declaran no creer en el
sistema, en España o en la democracia, pero al mismo tiempo no dudan de cobrar
sus generosos sueldos y sus prebendas adicionales en forma de descuentos,
dispositivos digitales de última generación, bonos para el taxi y, si les dejan,
hasta invitaciones para disfrutar de los parques de atracciones de la región y
corticoles para las compras de temporada.
Anacrónico es ser parte de una banda
de inútiles sin oficio ni beneficio, cual corte medieval alrededor del mandamás
de turno, chantajeado y esclavo de sus apestosos votos, pasando el día ejerciendo
de bufones, de correveidiles, de cortesanas o de forzudos, cobrando un
intolerable dineral por insultar y menospreciar al pueblo español.
Anacrónico es vivir en una
mentira permanente, usando la falsedad, la manipulación, el ocultismo y la
tergiversación con el único fin de mantenerse en el poder. Estos malignos sistemas
ya los sufrimos en Europa en los siglos pasados, y no es de recibo que la
involución de los necios nos lleve de vuelta a las cavernas comunistas y
nacionalistas que tanto mal hicieron al mundo occidental.
Anacrónicos son el matonismo y la
chulería barriobajera, cuando no la amenaza violenta y asesina de los filo-terroristas, que utilizan para imponer sus ideas retrógradas, excluyentes y carentes de
cualquier valor, a una sociedad atontada y esclavizada por sus medios afines.
Medios dominados y comprados con malas artes a fin de manipular y utilizar la
incultura de la masa para su propio beneficio.
Anacrónicos son la cleptocracia, la
institucionalización de la corrupción, el nepotismo y el clientelismo, rasgos característicos
del socialismo, el nacionalismo y el maligno comunismo.
Anacrónico es usar el feminismo
como bandera de enganche en una sociedad tan avanzada como la nuestra, en la
que hombre y mujer tienen los mismos derechos y obligaciones, no desde hace
pocos años, sino desde hace un siglo largo de igualdad y justicia entre ambos
sexos. Por no mencionar que aparte de anacrónico todo el montaje de la
ideología de género es tan anti-científico como renegar de las vacunas o creer a
pies juntillas lo que digan marionetas como Greta Thunberg y demás oenejetas,
todos ellos socios, familiares y amigos de la ralea populista que se está
adueñando de la sociedad.
Anacrónicos son el reggaetón, las
batucadas y gran parte de la “música” de Rosalía, que nos devuelven a los bailes,
tambores y gritos guturales de épocas prehistóricas.
Anacrónico es el maldito
populismo, que no es una ideología sino una simple herramienta para alcanzar el
poder, ya sea de izquierdas, de derechas, nacionalista, comunista, socialista o
ecologista. Simples banderas de enganche para captar acólitos, apropiarse de
sus votos y alzarse con el poder, la gloria y, sobre todo, el dinero contante y
sonante que generan los nobles trabajadores.
Anacrónico es ir de la mano de
terroristas, racistas, golpistas y demás gente de mal vivir.
Anacrónico es no tener estudios (o no haberlos interiorizado),
no tener cultura, no saber leer ni escribir, no tener ni un mínimo de
educación, no saber vestir, no saber estar.
Anacrónico eres tú, Gabriel Rufián.
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