La forma más eficaz para destruir a la gente
es negar y
destruir su propia comprensión de su
historia. -George Orwell.
Leo en
alguno de los periódicos que repaso (o engullo) diariamente, que el 90% de los
espectadores de “Gran Hermano” desconocen el origen de esta expresión, algo que
por otro lado no me sorprende lo más mínimo. En un país (junto a muchos otros países,
no vayamos a creer que solamente hay tontos en España) que va por la edición 17
del nefasto y pernicioso programa (que encima bate records de audiencia), no vamos
a pedirle peras al olmo y esperar que los cada vez más alelados ciudadanos sepan
de literatura. Algo que queda corroborado por los últimos datos sobre los
hábitos lectores de nuestra sociedad, publicados ayer mismo, que muestran
claramente el declive lector, y con ello intelectual, de nuestra patria. Y si
no saben de dónde viene la expresión Gran Hermano mucho me temo que palabras
como utopía, ucronía o distopía, les sonarían, si leyeran, a
enfermedades infecciosas.
Queden
pues descartados y liberados de seguir leyendo este artículo la mayoría de
ciudadanos (que por cierto incluye a las ciudadanas, aunque la imbecilidad
reinante añada últimamente el femenino a cualquier expresión genérica) de este
país.
A lo
que iba: frente a las sociedades ideales, como la isla de Utopía de San Tomás
Moro, en la que todo está organizado de forma correcta, enfocado al bien
común, con sensatez, con mecanismos de autocontrol, con solidaridad, con
Traniboros preparados, un senado capacitado y un príncipe justo, y con una estructura
basada en valores e ideales reales, eternos y naturales, nos encontramos hoy en
día con el escenario contrario. Y no hablo de una ucronía, es decir, una
reconstrucción histórica basada en hechos que no han sucedido, sino en algo
muchísimo peor: hemos llegado al punto crítico en la evolución de la humanidad,
estamos viviendo en una cacotopía, en esa maldita isla de Distopía que nunca
deberíamos de haber descubierto.
Una decadente
isla en la que en vez de aprender una profesión y ejercerla con orgullo, el
objetivo principal es vivir del cuento, cumplir los horarios laborales aunque
sea durmiendo o escondiéndose en los baños, cobrar subvenciones del estado y
dedicarse a la “dolce vita” a costa de los demás.
Una maldita
isla en la que los representantes de la sociedad, los filarcos y protofilarcos
en Utopía, es decir, nuestros actuales cargos políticos de las múltiples
administraciones que nos asfixian, dedican su tiempo a la lucha por mantener
sus privilegios, a su perpetuación en los círculos de poder y a usar sus cuotas
de influencia para beneficio propio y de los suyos (con la mafia Pujol como
máximo exponente de la decrepitud del sistema).
Una
isla enferma en la que el sexo competitivo, sucio y lascivo se ha convertido en
el principal entretenimiento (véase el “juego del muelle” de moda últimamente en
la capital del Reino), dejando de lado cualquier sentimiento de amor o cariño,
para no hablar de las aberraciones actuales en forma de dictadura LGTBI y
contra-educación, hasta el punto que los nuevos libros de primaria hablan ya de
niñas con pene y niños con vulva, primer paso antes de legalizar la pedofilia o
la zoofilia, algo que ya se vivió en Alemania y Holanda en otras épocas (y a
cargo de los mismos progres pseudo-intelectuales de tres al cuarto).
Una
isla desquiciada en la que los diferentes oxímoron que se están usando en el
escribir y hablar del día a día rayan el ridículo, como por ejemplo los “fraudes
legales”, “magistrados corruptos” (frente al buen Magistrado de Utopía),
“revolucionarios conservadores”, “narcos religiosos”, “ladrones honestos” o “republicanos
monárquicos”.
Una
isla inculta en la que la historia verdadera ha sido reemplazada por ucronías
creadas por nacionalismos y populismos para engatusar a la gente (con victimas
claras como Gabriel Rufián o Rita Maestre), llevarles a su redil y utilizarles
en su afán de poder y riqueza.
Una
isla por finiquitar en la que el estudio ha perdido todo su valor, a diferencia
del concepto de estudios en la ideal isla de Utopía (“..durante el transcurso
de su vida dedican al estudio gran parte de las horas libres de sus labores
profesionales.”), con casos tan flagrantes como la epidemia de estudios ridículos e inservibles que se están dando en nuestra sociedad en la actualidad (gracias María por la aportación).
En fin,
una isla que jamás debería de haber sido descubierta, y que me ha traído a la
memoria una canción de final de los años 70 del cantante de folk progresivo barcelonés Eduardo Martí,
titulada “Y ahora que”. Versos que a
pesar de hacer referencia a una hipotética guerra nuclear me parecen bastante
adecuados para la ocasión, para maldecir esta sociedad distópica que entre
todos hemos creado y que no tiene visos de arreglarse.
A no
ser que explote la bomba de una vez.
Creyó
soñar al ver que amanecía, no supo si atreverse a respirar,
pensó
que no podía haber ya vida, si sólo hace un momento, aquello era el final.
Y vio
que alrededor no había nada, como si nunca hubiera habido Dios
La
guerra se llevó lo que quedaba, de un mundo que trataba de hacerle sombra al sol.
¿Y ahora
que? al fin lo conseguimos hacer,destruir,matar y enloquecer.
y al
final lo hicimos desaparecer, y ahora
que, y ahora que, y ahora que.
P.D. ¡Qué tiempos aquellos en los que Frank Zappa (junto a Steve Vai) aún rebosaba de optimismo y hablaba de Utopia!
Glorioso artículo.
ResponderEliminarMenos mal que cada vez hay más gente que no es así y elude tanta mugre. Te invito a escribir alguna vez sobre la belleza, solamente sobre la belleza ;)
No te falta razón. Sin embargo, escribir un texto sólo negativo no deja buenas vibraciones en el cuerpo. ¿Cuál crees que sería el primer paso para cambiar algo? A lo mejor alguien ya lo está dando y te ha pasado desapercibido.
ResponderEliminarCon tu capacidad de observar, seguro que también encuentras cosas bellas, como dice uno de tus lectores.
¡Ánimo!
Yo no pierdo la esperanza, Ernesto: cada día le pongo una vela a la virgen pidiéndole que caiga, virgencita mía, que caiga ya la bomba...
ResponderEliminarUn saludo, Ernesto. No te falta razón en lo que dices.
Feliz año.