Por
límite el horizonte
Y por
frontera la mar
Por no
tener ni tengo norte
Y no sé
lo que es llegar
El caso
es andar
(Cecilia, 1973)
(Cecilia, 1973)
Un
año más, y suman ya dieciocho los tramos del Camino de Santiago iniciados,
sufridos y acabados. Lejano queda el primero, en el año 1999, con mi madre
recién fallecida, su esquela en la mochila, graves e insuperables problemas
matrimoniales a punto de quebrar una relación que no pudo ser como hubiera
deseado (¡mea culpa!) y ese primer contacto con el polvo, el sufrimiento, el
paisaje y la historia de un milenario camino de peregrinación. Y como cada año,
la siempre corta caminata, unos 145 km este año, ha estado plagada de
anécdotas, experiencias y, sobre todo, de ese sentimiento de libertad, de
liberación de la carga del día a día y de una necesaria introspección buscando
ese sentido de la vida tan intangible y misterioso como los méritos de Mariano Rajoy el inane, Pedro Sánchez el
limitado, Gabriel Rufián, Puigdemont, Iglesias, Echenique, Monedero, Colau
o cualquiera de los demás personajillos que cobran un sueldazo y viven a cuerpo
de rey sin aportar nada a la sociedad. A no ser disgustos. Y generando al mismo
tiempo graves enfrentamientos sociales.
Este
año mis espaldas tenían que soportar pues una carga adicional: la situación
política y social en mi patria chica, Cataluña, y por ende en mi querida
España, pesaba como una losa en la como siempre demasiado cargada mochila. Y
sigue pesando.
Malditos sean los manipuladores que con tal de esconder sus vergüenzas y ocultar sus latrocinios son capaces de destrozar una gloriosa historia común!
Y pobre la juventud adoctrinada que sigue al mentiroso pastor cual oveja alelada sin darse cuenta que al final del camino lo que hay es un precipicio sin fondo.
Malditos sean los manipuladores que con tal de esconder sus vergüenzas y ocultar sus latrocinios son capaces de destrozar una gloriosa historia común!
Y pobre la juventud adoctrinada que sigue al mentiroso pastor cual oveja alelada sin darse cuenta que al final del camino lo que hay es un precipicio sin fondo.
Andando
por lo tanto por la vega del río Tera, principal afluente del Esla que a su vez
nutre de agua al majestuoso Duero, este año partimos desde Montamarta, localidad zamorana muy cercana a la capital de la
provincia, con la Puebla de Sanabria como meta. Hablo en plural ya que volvía a
disfrutar de la siempre agradable compañía de Edu, al igual que el año pasado
(y esperando que en el futuro sigamos compartiendo penas y alegrías, cervezas y
vinos, ruidos y silencios, conversaciones y discusiones… y hasta enfados).
Y
empezó todo en un taxi que nos acercó desde Zamora hasta el punto de partida,
taxista “piratilla” por cierto que se saltó el turno del compañero al que
habíamos llamado y usurpó su puesto para ganarse unas perras. La clásica
“picaresca” española que tanto me gusta citar en mis artículos como un ejemplo
más de la falta de valores en nuestra sociedad. Porque aunque la primera
acepción de pícaro en el DRAE sea la de “listo y espabilado” bien sabemos todos
que en la mayoría de los casos hay que aplicar la segunda acepción, que reza:
“tramposo y desvergonzado”. Como los políticos impresentables citados
anteriormente. Buscando el beneficio propio a costa de los demás. Como el
taxista.
Sin
hospitalero que nos recibiera y con casi todas las camas ocupadas, nos
instalamos, paseamos por el pueblo para hacer tiempo, compramos lo necesario
para una cena ligera y conocimos a Félix y Javier, ambos residentes en
Quintanar de la Orden, veteranos peregrinos y personas interesantes con las que
conversar y compartir anécdotas y conocimientos. No puedo decir lo mismo de un
friki peregrino, de esos que como bien dijo Javier parecen feriantes con todo
lo que llevan colgado al cuello o de la mochila. Buscando protagonismo y
sabiendo todo mejor que los demás, su destino estaba escrito: quedarse solo. De
madrugada le cayó una buena bronca de parte de una chica a la que despertó con
su té a las 4:30 de la mañana, con un ¡te odio! que resonó en todo el albergue,
y también nosotros decidimos al final de etapa hacer un quiebro, cambiar el
destino y con ello no tener que volver a compartir techo con él.
Nuestra
salida a la primera etapa no pudo ser más desastrosa, dejando el dicho español
de “a quien madruga Dios le ayuda” en agua de borrajas (originalmente cerrajas
según estudiosos lingüistas). Empezamos a andar a las 6:20 de la mañana, pero
por desgracia, y a pesar de mi guía, la brújula y la en teoría fácil
orientación mirando el firmamento, en vez de ir hacia el norte fuimos andando
en círculo, lo que añadió unos 6 km a una primera etapa que presumíamos fácil y
cómoda. Suerte que Edu tuvo la sensatez de parar en seco nuestro deambular sin
rumbo (el “no arrow no way” acabaría
siendo un lema del Camino de este año), dimos marcha atrás y retomamos el
camino correcto a los pies de una antigua fortaleza de la Orden de Santiago. De
ahí a Fontanillas de Castro fueron unas largas tres horas esperando encontrar
un bar anunciado en las guías pero, maldito día llevábamos, la posada estaba
más cerrada que la mente de Irene Montero.
Dentro de la desgracia por esta vez nos sonrío la diosa fortuna y justo cuando
íbamos a retomar la marcha, hambrientos y sedientos, apareció la propietaria,
limpió el local de los excesos de la noche anterior y nos sirvió un refrigerio
a base de bocadillos y cervezas. ¡Alabados sean el Señor, el bocadillo de lomo
y la Mahou bien fría!
Saciados y descansados seguimos hasta Riego del Camino, tomamos unas cervezas con nuestros conocidos Félix y Javier y decidimos seguir la ruta normal hasta la Granja de la Moreruela y ahí tomar un taxi, desplazarnos hasta Tábara (ya habíamos barajado esta población como meta inicial) y dejar atrás dicho pueblo, sus fiestas, su poco afamado albergue y sobre todo al friki nombrado anteriormente. ¡Sabia decisión supongo, aunque nunca sabremos cómo hubiera sido a la inversa! De nuevo tiramos de taxista pícaro (en este caso ya ni era taxista sino un simple lugareño que nos oyó hablar y se ofreció a llevarnos por unos módicos 25 euros hasta destino. Un euro por kilómetro parecía ser la tarifa oficial de la región (igual que el precio de un botellín). ¡Asín si, como ya decía Edu el año anterior! La llegada a Tábara nos sorprendió con la procesión de la Virgen del Carmen, elegimos el albergue privado que incluía la cena por 15€ , aguantamos la bronca de un peregrino por dejar la mochila en la cama, mientras nos duchábamos desapareció una pareja que ya estaba instalada (intuimos que era la misma chica enfadada del día anterior…, al parecer un poco antropofóbica), paseo, preciosa iglesia románica en un región con claro pasado templario, cena en el albergue viendo una parte del partido del Madrid, llegada de unos gabachos y una holandesa sudorosa y hasta maloliente, y poco más. Disfrutamos de una noche tranquila y a las 7 de la mañana ya estábamos en pie para seguir nuestra aventura. Ni 24 horas llevábamos en marcha y ya había pasado de todo un poco. Cosas del Camino y de la cercanía intensa y continuada con extraños y en un ambiente desconocido. Como dirían psicólogos, tutores o entrenadores (ahora llamados coach por aquello de la modernidad): estábamos claramente fuera de nuestra zona de confort. Como Arturito Mas contando anonadado sus ahorrillos para enfrentarse a la multa de más de cinco millones de euros que va a tener que apoquinar en breve. ¡Por listillo! ¡O mejor, por ladrón!
La
segunda etapa empezó de maravilla, de aquellas etapas que no se olvidan: sin
asfalto, naturaleza exuberante, sin cobertura en los móviles y en un silencio
absoluto cruzando una sierra en la que igual aún se escondían “antiguos maquis y hasta sefardíes” (esta
frase la soltó el taxista de la víspera, será cosa de la soledad y del vino de
la región.
Al oírla me vino a la memoria la escena del ermitaño en “La Vida de
Brian”. Eso sí, con bandera roja y negra y soltando la letanía del “no pasarán”).
Llegamos a Bercianos a las 11:15. Ni tienda ni bar social. Edu se apresuró a
escribir en mi bloc: “Your guide is a
fucking shit”. ¡Gracias por apreciar
mi trabajo y la buena intención! Pero como Dios es justo, a los pocos segundos
de sentenciar mi trabajo con su tajante frase apareció la amiga olorosa holandesa
(se presentó como Mandy) con una lugareña que portaba las llaves del local
social, nos abrió y pudimos disfrutar de un refrigerio a base de queso y las
omnipresentes cervezas (en todos lados frías a más no poder, algo sorprendente
pero de agradecer). Los amigos Félix y Javier también se unieron, dimos algo de
comer a la holandesa (daba la sensación de que no gasta ni come nada), y al
rato salimos para rematar el día, llegando a Santa Croya de Tera a las 13.40.
La hospedería de esta etapa se llamaba Casa Anita y nos recibió la simpática Conchita
en un albergue / hotelillo rural muy bien montado pero exagerado en tamaño y
servicios para el entorno y la afluencia de peregrinos (hecho confirmado
posteriormente por la propietaria que nos comentó que lo dejaba después de 18
años, que no era rentable). Comida a base de platos combinados en el
“Chiringuito”, sorpresa por la cantidad de agua y el espléndido campo de fútbol
con una hierba que envidiaría cualquier equipo de primera, y por fin se nos
ocurrió un nombre para la banda: “Conchita no tiene …”. Lo dejo ahí, no creo
que haga falta entrar en detalles.
Paseamos hasta la vecina Santa Marta, que
alberga en la fachada de su iglesia la que dicen que es la representación más antigua
de Santiago Peregrino de España (afirman que es del Siglo XIII, aunque a
nosotros nos pareció bastante más moderna, o como mínimo restaurada), y de
vuelta al centro. Compramos algo para cenar, las guapas hermanitas hospitaleras
nos prestaron una guitarra y le dimos un poco a la música. Aunque la fiesta
quedó interrumpida por un nuevo episodio de falta de higiene de los bárbaros
del norte: apareció una señora holandesa de unos 65 años llena de picaduras de
chinches, quejándose de los albergues y reclamando ayuda para limpiar su
equipaje. Lo que tendría que hacer es quemar el saco de dormir y dejar de
transportar a los bichitos de albergue en albergue. Para rematar, la soberbia
de un holandés que la acompañaba llegó hasta el punto de llamar a unos amigos
farmacéuticos en ¡Noruega! para que nos instruyeran en cómo se eliminan los/las
chinches (mientras tanto iba vacilando, detallando las varias carreras que tenía
y lo bien que tocaba y cantaba el “Let it
be” de los Beatles. Patético.). Edu dejó caer un muy acertado: “Pues haber
estudiado biología (por lo de los chinches)”. Como si España fuera un país del
Tercer Mundo en el que la higiene brilla por su ausencia. Tendría que haberle
recomendado echar una mirada a las estadísticas de ventas de productos de
higiene personal en los diferentes países europeos. Se hubiera llevado un buen
chasco. Maldito engreído (y no sería su única salida de tono como se verá más
adelante). Otra solución sería que se juntaran todos estos sucios del norte con
las chicas de la CUP de Barcelona y se dedicaran a olerse el sobaquillo en
sucia hermandad. ¡Dios me perdone por estos insultos, pero por sus aires (y
olores) se lo merecen! Aguantar la prepotencia holandesa en mi propia tierra es
para añusgarse. ¡Viva el Duque de Alba!
Y
vamos a por la tercera etapa. ¡Solamente habían pasado 3 días desde el inicio
de la aventura anual y las anécdotas y vivencias se acumulaban! Que
enriquecedora diferencia frente a la monotonía del día a día en la gran ciudad.
Claro que es algo no apto para todos los públicos: ruidos, olores, incomodidades,
sed, hambre, dolor, hastío, impaciencia…, sentimientos a los que los urbanitas
no estamos habituados. Pero que al mismo tiempo son fuente de muchas
enseñanzas. A determinados personajes (a esos que insulto a menudo: los
malditos políticos que se están cargando nuestro país con sus mentiras, sus
comisiones, sus robos descarados o sus iluminadas teorías sobre naciones
milenarias y diferencias raciales entre iguales) les iría pero que muy bien
pasar unos cuantos días sufriendo bajo el peso de una mochila, compartiendo
aseos con desconocidos y durmiendo en literas inestables. Otro gallo nos
cantaría si conocieran en primera persona lo que significan el esfuerzo, la
paciencia, la tolerancia, la solidaridad y la generosidad.
A
las ocho de la mañana ya estábamos en camino, sabedores que hasta las 11 de la
mañana no habría tregua ni lugar donde repostar. Por fin, en el bar La Trucha
de Olleros, hicimos parada y fonda y nos juntamos con Astérix y Obélix. Al
final acabé bautizando de esta guisa (con todo cariño) a los compañeros Félix y
Javier. Objetivamente tienen un aire a los famosos galos del cómic, tanto
físicamente como por su carácter.
Después de un desayuno nada frugal (tortillas y embutidos del lugar)
seguimos hasta Villar de Farfón, con
un tramo de asfalto duro donde los haya, donde hicimos un pequeño receso en un
curioso albergue en medio de la nada, regentado por un joven sudafricano (Craig)
muy creyente (por no decir integrista: el albergue se llama Rehoboth, nombre de
un pozo que se nombra en el libro del Génesis del Antiguo Testamento). Sin
tiempo ni de disfrutar del refresco que nos ofreció el hospitalero a cambio de
la voluntad me vi inmerso en una conversación sobre la posibilidad de la resurrección
física y la fe en general. Suerte que llegaron los galos y emprendimos la
marcha al poco rato. El resto de la etapa fue por un precioso camino boscoso,
en el que un zorro cruzó nuestra senda, y hacia las cuatro de la tarde llegamos
a Rionegro del Puente, con un
albergue muy bonito pero escaso en duchas y aseos (como en la mayoría de los
casos), y localidad sede de la Cofradía o Hermandad
de Nuestra Señora de la Carballeda. Los historiadores consideran a esta
hermandad una de las primeras del Camino, y sitúan sus orígenes entre el siglo
XIV y XV. Los miembros se llaman los “Falifos”,
cuyo origen parece ser una prenda que se destinaba a la venta para recaudar
fondos para la cofradía. Hasta aquí llega lo que pude entender, si estuviera
Astérix / Félix seguro que ampliaría la historia con más detalles. Algo que
hacía con casi todo lo que veíamos o hablábamos, era una fuente de conocimiento
que daba placer tener al lado. Poco más dio de sí el día: paseo, cena de menú
muy correcto en el bar Palacio y a descansar.
Llegado
el miércoles nos levantamos al alba y a las 7 ya estábamos andando. La noche
anterior nos anunciaron que el albergue previsto inicialmente en San Salvador estaba cerrado, por lo que
nos enfrentamos de nuevo a una etapa larga, de más de 28 km. A las 9
desayunamos en un hotel de carretera en Mombuey
(que Edu conocía de algún viaje anterior), y aprovechamos que había negocios
abiertos para comprar lo necesario para cocinar en el siguiente albergue (o en
el que tocara). Después de hora y media bastante tranquila paramos en un bonito
pueblecito a dar buena cuenta del pan, las cervezas y el chorizo que llevamos a
cuestas y coincidimos con una nueva pareja de peregrinos, esta vez alemanes,
que iban con toda la calma del mundo disfrutando el paisaje. Al rato cruzó
delante de nosotros, a menos de 50 metros, un nutrido rebaño de corzos (más
tarde, al volver a estar los cuatro juntos y tener yo mis dudas consultamos en
el DRAE las diferentes
denominaciones de grupos de animales:
manadas, bandadas, rebaños.. y piaras (la única que tenía bien clara: “manada de cerdos o de políticos”). Creo
que desde la última vez que fui a un Safari Parc no había visto tantos animales
salvajes juntos. Y eso debió ser por los años 70 del siglo pasado. Un poco más adelante vimos a lo lejos a un
anciano francés (82 años), al que apodaba Gimli
por su estatura, y que comenzó a tambalearse con una mochila que medía casi lo
mismo que él. Interesándonos por su estado nos comentó que no podía más, que
llamaría a un taxi en el siguiente pueblo y que se retiraba. Pobre hombre.
Echamos una mirada a la iglesia del pueblo y conversamos brevemente con un cura
sacado de los comics de antaño: fuerte como un roble y multón como un Guardia
Civil. ¡Que si por qué llevo un tatuaje, que cómo es que un madrileño y un
catalán se hablan! Miedo me daba imaginar sus homilías, y así debían sentir
todos los habitantes de la aldea, ya que pese a ser miércoles acudían en masa a
la misa de 11. Despachado el último tramo llegamos al albergue / polideportivo de
Asturianos hacia las 12; ahí nos estaba esperando Obélix, ya que por seguir lesionado
había tenido que volver a usar un transporte mecanizado para cubrir la etapa.
Al rato se fue llenando el refugio, situado en un paraje precioso, con un inmenso roble en la puerta, un campo de tiro y hasta un frontón de tamaño reglamentario. Se nota (como bien nos comentaron los lugareños en varios bares) que por aquí hay dinero. Y bastante. Preciosas y cuidadas casas e instalaciones deportivas dignas de villas de mayor tamaño. La ya conocida holandesa de los bichos, bautizada Mama Chinches desde el día anterior, apareció también con sus antipáticos acompañantes, y siguiendo su pesada obsesión vació toda su mochila en el césped dejando que los chinches se desperdigaran por todos lados. Y encima se le ocurrió pedir a la propietaria del bar si podía dejar el saco de dormir en la nevera de los helados para rematar la plaga. ¡Anda ya! Suerte que cacé al viento sus intenciones y me chivé a la posadera, que me sonrió agradecida. El enemigo holandés volvió a soltar una de sus impertinencias: ¿Lo de tener los pies heridos es una tradición española?, sin que me dignara en recordarle todas las derrotas sufridas por su “pueblo superior” a manos de nuestros míticos Tercios de Flandes. Ni lo entendería. Ni valía la pena. Que siga con sus chulerías y sus chinches. Que a todo cerdo le llega su San Martín. O su Ambrosio Spinola como en Breda.
Cenamos,
discusión absurda con Edu, de esas que no sabes ni a qué vienen, y pasadas las
9 ya me fui a descansar. Ya solamente nos quedaba una etapa, y para variar me
sabía a poco lo vivido. ¡El año que viene haremos lo posible para alargar el
tramo! Por lo menos es nuestra intención.
Ya
era jueves, día de la última etapa. De Asturianos
a Puebla de Sanabria, un paseo de
poco más de 15 km. A las 7 estábamos en pie, y a las 8 caminando por la santa
tierra española (al no abrir el bar del pueblo optamos por ir tirando). Me
alejé del grupo y me hice toda la etapa en absoluta soledad. Supongo que se
debía a la pequeña discusión de la noche anterior. O quizás al bajón por saber
que se acababa el Camino de hogaño. O a una mezcla de ambas cosas. Llegué al
albergue tocadas las 12 del mediodía, con Javier en la puerta y la buena
noticia de que Mama Chinches y sus muchachos habían pasado de largo y seguían al
siguiente pueblo. ¡Qué alivio! Me acerqué al supermercado a comprar los
ingredientes que faltaban para preparar la comida en común planificada y al
rato llegaron Félix y Edu.
Esta vez los macarrones no me salieron nada bien
(maldita sal gruesa), pero por lo menos seguimos la tradición de cocinar un día
para los demás y pudimos compartir mesa y charla con los irreductibles
galos. Paseamos por el bonito pueblo
para bajar el exceso de sal, y a la vuelta nos encontramos con Mandy, la
holandesa, que de golpe pasó de ser la
olorosa a ser una fiel aliada:
hablando sobre los antipáticos holandeses y Mama Chinches me comentó que no los
traga…, y hablando sobre España e Inglaterra soltó una frase inesperada en boca
de una persona de su nacionalidad: “Los
españoles integraron en América, los ingleses mataron”.De golpe ya no la veía como una sudada holandesa y a mis ojos se convirtió en una simpática y hasta guapa amiga. Si nuestro Camino hubiera seguido unos días más seguro que hubiera sucumbido a sus encantos. Y hasta a sus efluvios.
¡Ultreia et suseia!
Buen Camino a todos.
P.D.:
Ayer se cumplió un año del fallecimiento de mi padre. Le recordé en la misa en Puebla
de Sanabria, al igual que recé por todos mis familiares, amigos y camaradas.
Por los presentes y por los ausentes. D.E.P.
Y siendo el día que es, no puedo olvidar ni dejar de gritar: ¡Carlos Oriente, presente!
Por los presentes y por los ausentes. D.E.P.
Y siendo el día que es, no puedo olvidar ni dejar de gritar: ¡Carlos Oriente, presente!
Ich sehe gerade, Du näherst Dich langsam Santiago. Es liegt noch ein sehr reizvolles Wegstück vor Dir.
ResponderEliminarIn Laza, im Restaurante "A Picota" gab es damals (2010) ein sensationelles Pilgermenü. Oder kam es mir nach der langen Etappe (34 km, nach Papas Messungen sogar 38 km) nur so vor?
Schön, wenigstens auf diesem Wege etwas über den Fortschritt Deiner Pilgerreise zu lesen.