Si yo
votara, en las próximas elecciones autonómicas
catalanas (y por primera vez) tendría mis dudas. Véase la posición de la coma
en la frase anterior para entender mi punto de partida. Yo no suelo votar a
partidos políticos. Mejor dicho, nunca les he votado. Voté una vez, en el referéndum
sobre la entrada en la OTAN del 1986, al no haber partidos por medio, y encima salí
escaldado. Mejor dejarlo.
Y
encima en esta ocasión ni tengo el derecho a votar. Después de 6 años fuera de mi
tierra, de mi patria chica Cataluña, justamente en Mayo de este año del señor
de 2017 decidí empadronarme en Madrid por razones prácticas: el acceso al servicio
sanitario sin cortapisas por llevar una tarjeta sanitaria catalana (¿para cuándo
la unificación, señores políticos?) y la menor carga fiscal que se me aplica en
esta comunidad autónoma (¿para cuándo la igualdad de todos los españoles ante
la ley y el fisco, señores políticos?)
¿A qué
viene entonces este artículo? Pues la razón es que por una vez, y sin que esto
sirva de precedente, de tara o de traición, creo que hay que votar. Los que me
conocéis y los que opináis lo mismo que yo en la mayoría de los temas serios de
la vida, os podéis hacer una idea de lo difícil que es para mí recomendar la
participación en un proceso electoral, cuando desde pequeño siento una gran aversión,
que no profundo asco, por los partidos políticos de nuestro país, por el
sistema que se autoproclama democrático pero que en mi opinión no lo es, por el
régimen político de corrupta y borbónica monarquía parlamentaria, por el a todos luces injusto sistema electoral y la intolerable Ley D'Hondt y por el maldito
estado de las autonomías, que no ha hecho más que traer desgracia y ruina a
nuestra patria.
Conque
tengo que recular. Y lo hago sin traumas, sin sentirme traidor a mí mismo ni a
los ideales que siempre he defendido. Ni renunciando, por supuesto, a mi crítica
al sistema en sí, a nuestro ordenamiento jurídico y a nuestro caduco sistema político
y a los impresentables ladrones, corruptos y vagos profesionales que rigen
nuestros destinos en las múltiples y costosas administraciones del estado. Esa
lucha es eterna: mientras quede un halo de vida en mi cuerpo seguiré al pie del
cañón, maldiciendo lo malo, proponiendo mejoras y soñando con un nuevo amanecer.
Faltaría.
Y
encima lo tengo fácil: os recomiendo votar pero yo mismo no tengo que hacerlo. Vaya
suerte la mía.
Bromas
aparte, estamos ante una encrucijada en la
que, por desgracia, no vale cerrar los ojos, ni escudarse en ideales o
convicciones opuestas al sistema político y electoral actual, ni tampoco votar
a partidos minoritarios, abstenerse o pintar las papeletas con la cara de Homer
Simpson o invalidarlas con proclamas e insultos.
El
discurso (muy mío por cierto) de que el “mal menor” no me sirve, de que
prefiero la “nada” a no conseguir el “todo”, en estos momentos no sirve para absolutamente
ningún propósito.
Si los partidos “constitucionalistas”, o “unionistas”, o cómo
diablos los quieran llamar unos y otros, no consiguen hacerse con la mayoría en
estas elecciones, la maldición del “prusés” nos perseguirá durante muchos,
muchos años, con el agravante de que una parte importante de España, Cataluña, se
irá económicamente al garete, que las relaciones sociales y familiares acabarán
por reventar, que la violencia será el pan nuestro de cada día, y que nos volverán
a gobernar iluminados, mediocres, violentos, mentirosos, revanchistas y enfermos.
Y todos
sabemos lo que significa este escenario: volver a empezar, la cantinela de
siempre, la historia inventada y reescrita, los imaginarios países catalanes,
el España nos roba, la contraeducación como arma política, los medios públicos
como altavoz de la insensatez y la mentira como leitmotiv de la vida de las
mafiosas familias de la burguesía catalana que mueven los hilos y hacen bailar
a las pobres marionetas abducidas.
Y tocaría
de nuevo aguantar al bufón Rufián, al enfermo Fuigdemont, a la limitada Marta
Rovira, al payés Tardá, a la vaga Colau, a los cobardes exconsellers, al tan poco
católico Junqueras, a los argentinos infiltrados, a los sucios e inútiles miembros
de la CUP, a los curas y obispos que han olvidado al Dios al que sirven y
representan y que de golpe adoran al ídolo dorado del separatismo, en resumen,
a la herencia de 35 años de latrocinio, mentira y manipulación de la sagrada famiglia Pujol Ferrusola y sus siervos.
Dicen
hoy en la prensa que faltan unos 300.000 votos para acabar con esta pesadilla.
Si yo votara, faltaría uno menos.
Votad
pues, que yo no puedo, y que Dios reparta sensatez.
Habla
pueblo habla
Tuyo es
el mañana
Habla y
no permitas
Que
roben tu palabra
Habla
pueblo habla
Habla
sin temor
No
dejes que nadie
Apague
tu voz
No hay comentarios:
Publicar un comentario