Después de mi artículo de ayer, en el que hablaba de la operación de blanqueo (lejía Conejo de por medio) de los delitos y faltas de los golpistas
separatistas en Cataluña (nótese que no digo de los golpistas catalanes, a ver
si la gente allende del Ebro entiende de una vez que la mayoría de los catalanes
ni somos golpistas, ni odiamos a España ni padecemos demencia), hoy toca hablar
de lo contrario, de la operación tinte,
del proceso de ennegrecer con medias verdades, completas mentiras y noticias
falsas a los contrincantes políticos.
Sabemos muy bien que los de siempre, los manipuladores,
embaucadores y mentirosos, no dan puntada sin hilo. Y en cuestión de echar
mierda sobre los demás somos, por desgracia, campeones del mundo. Hasta destacamos
hablando mal sobre nosotros mismos, como bien demuestran la persistencia de la
leyenda negra acerca de la historia de España, los prejuicios hacia los vecinos
del norte, del sur, del este y del oeste de nuestra patria, la expresión “panchito”
para referirse a los otrora conciudadanos de las provincias de ultramar, los
chistes sobre Lepe, las chanzas sobre la siesta continuada en Andalucía, los
prejuicios sobre la racanería de los catalanes y la chulería de los madrileños
o las risas sobre los ridículos peinados y las pobladas cejas de las mozas de
las provincias vascongadas (esto último quizás sea lo único acertado).
Ya lo decía el escritor catalán Joaquín Bartrina:” Oyendo hablar a un hombre, fácil es / acertar dónde vio la luz del sol; / si os alaba Inglaterra, será inglés, / si os habla mal de Prusia, es un francés, / y si habla mal de España, es español”.
Ya lo decía el escritor catalán Joaquín Bartrina:” Oyendo hablar a un hombre, fácil es / acertar dónde vio la luz del sol; / si os alaba Inglaterra, será inglés, / si os habla mal de Prusia, es un francés, / y si habla mal de España, es español”.
Entre amigos nos reímos mucho del “y tú qué”, “y tú más” que
solemos usar cuando somos incapaces de responder a nuestro interlocutor con
argumentos, con sensatez, con conocimiento de causa y con educación. Pero por
desgracia justamente esto es uno de nuestros grandes defectos: somos incapaces
de aceptar que algo no lo sabemos, de digerir una derrota, de que el contrario sea
mejor que nosotros o que nos hayamos equivocado en algo. Y de esta triste manera
de ser solamente dista un pequeño paso hasta el insulto, la tergiversación, la
manipulación y la difamación.
Y así andamos ahora, en plena vorágine electoral, con las
espadas alzadas, las lenguas afiladas y los documentalistas trabajando a
destajo para encontrar el mínimo error o la mayor equivocación en la vida
pasada del contrario (o de su familia, sus vecinos, sus allegados, sus
antepasados o sus animales de compañía), y así poder insultar, exagerar y vilipendiar
a cámara y micrófono abiertos hasta quedar roncos de voz y llenos del placer que
al parecer produce hacer daño al prójimo. Daño al contrario y sobre todo réditos
electorales. Que de eso se trata en estas semanas previas a unas importantes y
trascendentales elecciones generales.
Y si a todo este proceso de hurgar tanto en lo público como en
lo más íntimo de la vida de los adversarios políticos, añadimos la mentira estratégicamente
planificada y organizada, la complicidad de los medios afines, los medios económicos
disponibles sin control alguno (como el abusivo uso de las instituciones del
estado para su campaña electoral que está haciendo Pedro "cum fraude" Sánchez) y la creación
de bulos y noticias falsas usando las facilidades técnicas de nuestro entorno social
tan altamente conectado, pues poco podemos hacer para evitar que una persona de
historial blanco y virginal se convierta en un ser de color gris ceniza, y un
contrincante político con algunas mínimas manchas grises en su por lo demás
admirable currículum acabe más negro que un túnel sin tren expreso (Sabina
dixit).
Añadamos a esta maldad “democrática” la recién aprobada “ley
de protección de datos” que permite a las formaciones trazar perfiles
ideológicos de sus potenciales votantes en las redes sociales y lanzar
publicidad por sistemas electrónicos de mensajería, sin que podamos oponernos,
y que obviamente fue refrendada por unanimidad por todos los partidos políticos
(listillos todos ellos), pues qué queréis que os diga.
Esto acaba de empezar: nos quedan 39 largos días y sus
correspondientes noches de sucia, perversa y poco humana campaña electoral, en
la que quien más quien menos repartirá o recibirá estopa. Sin piedad. Con toda
la maldad posible. Sea verdad o no lo sea, eso no importa. Lo que prima (y aquí
enlazo con mi artículo anterior) es el resultado: conseguir mis votos y mis
privilegios.
A los demás, a su nombre, su integridad, su familia, su honor y su salud, que
les den morcilla.
Asco de sistema, asco de democracia, asco de políticos. Asco
en general.
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