martes, 19 de marzo de 2019

Operación lejía


Ya estamos. A los que tenemos un mínimo de intelecto y cultura y conocemos el objetivo último que persigue cualquier político, la operación de blanqueo de los golpistas separatistas no nos sorprende un ápice. Y por mucho que me repita y algunos conocidos me llamen cansino, hay que proclamarlo a los cuatro vientos, cien veces, o mil, hasta que todo el mundo lo entienda: los políticos no son personas altruistas y preparadas que se ponen al servicio de la sociedad que los elige por sus capacidades y sus buenas intenciones. Por lo menos no lo son los políticos al uso, léase los socialistos, los blandengues populares, los populistas manipuladores, los patéticos comunistas o los mentirosos, poseídos y racistas nacionalistas. Todos estos grupos de vividores que se agrupan alrededor de una bandera sin historia, un logotipo infantil, una historia milenaria inventada, una herencia manipulada, un falso mandamiento de la sociedad, una veleta anaranjada al viento, un ridículo himno o veinte promesas que no piensan cumplir, no pretenden otra cosa que o bien mantenerse en el poder o bien llegar a él. Y sanseacabó.

Obviamente (por ahora) no existe solución a este grave problema. En las falsamente llamadas “democracias” occidentales, los que mandan no son los ciudadanos con sus votos: mandan los lobbies, ya sean económicos (la banca y las multinacionales) o políticos (los partidos políticos y sus matrices internacionales), que utilizando los medios de comunicación cautivos y los amplios resortes del poder que les entregamos como borregos cada tantos años en esa simulación de libertad que llaman elecciones, se perpetúan en el poder, manteniendo así su hegemonía social y económica mientras se ríen en nuestra cara día tras día.

Cientos de veces habré hablado y escrito sobre el valor añadido de un político, sobre ese cero a la izquierda que representan estos tan bien pagados “intermediarios” entre el ser humano, la voluntad popular, las necesidades de la sociedad y las actuaciones reales para mejorar la vida de las personas. 

¿Qué aporta un político al bien común?
¿Una buena gestión de los recursos de un país?
¿Una buena dirección de las empresas públicas en aras de mejorar las condiciones de vida de la población?
¿Un esfuerzo diario por mejorar y con ello ayudar al resto de la sociedad?

Anda ya. Eso lo hacían los dirigentes en la antigua Grecia, o los buenos reyes (que los hubo), o los tribunos romanos antes del declive del Imperio Romano (al que debemos tantas cosas, por cierto), o los buenos pastores de la Iglesia (que los hubo y los sigue habiendo), antes de su conversión en enfermos dictadores, minoritarios pero asquerosos pederastas, déspotas iluminados o revolucionarios trasnochados.

Hoy en día no queda nadie bueno de verdad, salvo algunos misioneros en remotos países, expuestos a ser degollados por integristas sin que a la sociedad occidental le importe un pimiento (el mismo día de la masacre en Nueva Zelanda murieron asesinados 200 y pico cristianos a manos de islamistas y nadie se hizo eco de ello), algún que otro profesor de pueblo lleno de bondad e ideales, una decena de periodistas independientes, un puñado de intelectuales desconocidos por la amplia mayoría de la sociedad y que predican en el desierto intelectual en el que se ha convertido el mundo occidental y quizás una pequeña parte de la juventud que parece que se está despertando y que pretende rebelarse contra la mediocridad general, el letargo de la sociedad y la inacción de la anterior generación. Sin olvidarnos de los amigos de verdad, los camareros de los bares, los sumilleres en los restaurantes y los cocineros que preparan un buen arroz, que son la única reserva cultural, espiritual y social que nos queda.

Por lo demás, un pozo negro.  Y que encima pretenden blanquear ahora que estamos en periodo electoral. Lo que podríamos llamar “operación lejía”. O para ser más creativos “Operación Conejo”, por ser dicha marca la primera lejía que se hizo popular en nuestro país allá por el 1889, hace nada menos que 130 años.  Época para más inri de nefasto recuerdo, de la Regencia, del Pacto del Pardo, de inestabilidad, de corrupción…, en resumen, de preludio a las desgracias que derivaron de todo ello, la pérdida de las últimas provincias de ultramar, la Semana Trágica de Barcelona, la huelga de 1917 y finalmente la maldita segunda república, el golpe de estado de la izquierda asesina y genocida y el levantamiento militar de los últimos patriotas para salvar los pocos muebles que quedaban enteros en nuestra patria.

Pues así andamos de nuevo, en esa inexorable repetición de los mismos errores. De dejarnos embaucar por los intermediarios, los políticos, para al final salir perdiendo.

Los golpistas catalanes están ya a remojo en los barriles de lejía que han situado en todas las estratégicas esquinas de la piel de toro. En Cibeles, en las maniobras de Sociedad Civil Catalana, en el Orinal (también llamado Nou Camp), en las interferencias masónicas del gabacho Valls en la política española, en el descafeinado juicio por el “procés” que acabará sin duda en generosos indultos o en las maquiavélicas intenciones del PSOE de Sánchez y su afán por alargar su estancia en la Moncloa a costa de desmembrar lo que queda de España.

Al racista PNV le darán lo que haga falta, sea quien sea el que se lleve el pato al agua el 28 de abril. El PP de Galicia está emulando lo peor de CiU en Cataluña, apartando la lengua mayoritaria y común de la sociedad para ganarse los favores de los enfermos nacionalistas, en Valencia llevan tiempo intentando ser más estúpidos que los separatistas catalanes (y están a punto de conseguirlo), en Andalucía todas las promesas de los veletas de Ciudadanos y los inanes dirigentes populares han caído en saco roto y en el resto de España la sociedad solamente está pendiente del calendario laboral y del próximo puente que puedan disfrutar en nuestras costas, prados, valles o montañas.
Cerrando los ojos a la triste realidad. Ojos que no ven, corazón que no siente. Como no entiendo y no me interesa la política, pues nada, a ver la tele, a consumir y a vivir que son dos días.

Y aprovechándose de esta sociedad aletargada y carente de intelecto, los malditos partidos ficharán a cualquier figura que les pueda aportar esos cuatro votos que les faltan para conseguir su sueño dorado, su concejalía en un ayuntamiento, su asiento en el parlamento autonómico o su escaño en el Congreso o en el Senado. Desde actores, pasando por militares de uno u otro signo, deportistas, astronautas, músicos o “influencers” (antes llamados cantamañanas). Cualquier personajillo, personaje o hasta eminencia es útil para alcanzar sus últimos y únicos objetivos: vivir bien, ganarse una pensión vitalicia y observar el hundimiento de una de las naciones que más han aportado a la historia del mundo desde la barrera, con un libro plagiado, una carrera no estudiada, un master inexistente, un currículum hinchado, una mansión en Waterloo, unas embajadas inventadas e ilegales en Europa y los EE.UU., un chalet en la sierra o en la costa y un coche oficial o un avión a su disposición. Cada uno con sus caprichos, sus obsesiones, sus anhelos y sus locuras.

¿Y aún os creéis que alguno de todos estos lamentables y nefastos actores llamados políticos buscan el bien común?

Yo no me creo nada. Sigo siendo, como tantos otros, una humilde “vox clamantis in deserto”.  En ese desierto que cada ene años intentan blanquear con lejía para ocultar la realidad. En ese maldito "año del conejo” que estamos viviendo. Ni que fuéramos chinos. Y nos vuelvan a engañar como les sucedió a ellos en el Perú del siglo XIX (y ahora nos están devolviendo a base de productos falsificados, gato por liebre en los platos, sonrisas engañosas y una lenta pero continua colonización dirigida por el poder de Pekín).

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