Ya estamos. A los que tenemos un mínimo de intelecto y
cultura y conocemos el objetivo último que persigue cualquier político, la
operación de blanqueo de los golpistas separatistas no nos sorprende un ápice. Y
por mucho que me repita y algunos conocidos me llamen cansino, hay que proclamarlo
a los cuatro vientos, cien veces, o mil, hasta que todo el mundo lo entienda:
los políticos no son personas altruistas
y preparadas que se ponen al servicio de la sociedad que los elige por sus
capacidades y sus buenas intenciones. Por lo menos no lo son los políticos al uso, léase los socialistos, los
blandengues populares, los populistas manipuladores, los patéticos comunistas o
los mentirosos, poseídos y racistas nacionalistas. Todos estos grupos de
vividores que se agrupan alrededor de una bandera sin historia, un logotipo
infantil, una historia milenaria inventada, una herencia manipulada, un falso mandamiento
de la sociedad, una veleta anaranjada al viento, un ridículo himno o veinte
promesas que no piensan cumplir, no pretenden otra cosa que o bien mantenerse
en el poder o bien llegar a él. Y sanseacabó.
Obviamente (por ahora) no existe solución a este grave
problema. En las falsamente llamadas “democracias” occidentales, los que mandan
no son los ciudadanos con sus votos: mandan los lobbies, ya sean económicos (la
banca y las multinacionales) o políticos (los partidos políticos y sus matrices
internacionales), que utilizando los medios de comunicación cautivos y los amplios
resortes del poder que les entregamos como borregos cada tantos años en esa
simulación de libertad que llaman elecciones, se perpetúan en el poder,
manteniendo así su hegemonía social y económica mientras se ríen en nuestra
cara día tras día.
Cientos de veces habré hablado y escrito sobre el valor
añadido de un político, sobre ese cero a la izquierda que representan estos tan
bien pagados “intermediarios” entre el ser humano, la voluntad popular, las
necesidades de la sociedad y las actuaciones reales para mejorar la vida de las
personas.
¿Qué aporta un político al bien común?
¿Una buena gestión de los
recursos de un país?
¿Una buena dirección de las empresas públicas en aras de
mejorar las condiciones de vida de la población?
¿Un esfuerzo diario por mejorar
y con ello ayudar al resto de la sociedad?
Anda ya. Eso lo hacían los dirigentes en la antigua Grecia, o
los buenos reyes (que los hubo), o los tribunos romanos antes del declive del Imperio
Romano (al que debemos tantas cosas, por cierto), o los buenos pastores de la Iglesia
(que los hubo y los sigue habiendo), antes de su conversión en enfermos
dictadores, minoritarios pero asquerosos pederastas, déspotas iluminados o
revolucionarios trasnochados.
Hoy en día no queda nadie bueno de verdad, salvo algunos
misioneros en remotos países, expuestos a ser degollados por integristas sin
que a la sociedad occidental le importe un pimiento (el mismo día de la masacre
en Nueva Zelanda murieron asesinados 200 y pico cristianos a manos de
islamistas y nadie se hizo eco de ello), algún que otro profesor de pueblo lleno
de bondad e ideales, una decena de periodistas independientes, un puñado de
intelectuales desconocidos por la amplia mayoría de la sociedad y que predican
en el desierto intelectual en el que se ha convertido el mundo occidental y quizás
una pequeña parte de la juventud que parece que se está despertando y que pretende
rebelarse contra la mediocridad general, el letargo de la sociedad y la
inacción de la anterior generación. Sin olvidarnos de los amigos de verdad, los
camareros de los bares, los sumilleres en los restaurantes y los cocineros que
preparan un buen arroz, que son la única reserva cultural, espiritual y social que
nos queda.
Por lo demás, un pozo
negro. Y que encima pretenden blanquear
ahora que estamos en periodo electoral. Lo que podríamos llamar “operación
lejía”. O para ser más creativos “Operación
Conejo”, por ser dicha marca la primera lejía que se hizo popular en
nuestro país allá por el 1889, hace nada menos que 130 años. Época para más inri de nefasto recuerdo, de la
Regencia, del Pacto del Pardo, de inestabilidad, de corrupción…, en resumen, de
preludio a las desgracias que derivaron de todo ello, la pérdida de las últimas
provincias de ultramar, la Semana Trágica de Barcelona, la huelga de 1917 y
finalmente la maldita segunda república, el golpe de estado de la izquierda asesina
y genocida y el levantamiento militar de los últimos patriotas para salvar los
pocos muebles que quedaban enteros en nuestra patria.
Pues así andamos de nuevo, en esa inexorable repetición de los
mismos errores. De dejarnos embaucar por los intermediarios, los políticos,
para al final salir perdiendo.
Los golpistas catalanes están ya a remojo en los barriles de
lejía que han situado en todas las estratégicas esquinas de la piel de toro. En
Cibeles, en las maniobras de Sociedad Civil Catalana, en el Orinal (también
llamado Nou Camp), en las interferencias masónicas del gabacho Valls en la política
española, en el descafeinado juicio por el “procés” que acabará sin duda en generosos
indultos o en las maquiavélicas intenciones del PSOE de Sánchez y su afán por
alargar su estancia en la Moncloa a costa de desmembrar lo que queda de España.
Al racista PNV le darán lo que haga falta, sea quien sea el que se lleve el
pato al agua el 28 de abril. El PP de Galicia está emulando lo peor de CiU en
Cataluña, apartando la lengua mayoritaria y común de la sociedad para ganarse
los favores de los enfermos nacionalistas, en Valencia llevan tiempo intentando
ser más estúpidos que los separatistas catalanes (y están a punto de conseguirlo),
en Andalucía todas las promesas de los veletas de Ciudadanos y los inanes dirigentes
populares han caído en saco roto y en el resto de España la sociedad solamente
está pendiente del calendario laboral y del próximo puente que puedan disfrutar
en nuestras costas, prados, valles o montañas.
Cerrando los ojos a la triste realidad.
Ojos que no ven, corazón que no siente. Como no entiendo y no me interesa la
política, pues nada, a ver la tele, a consumir y a vivir que son dos días.
Y aprovechándose de esta sociedad aletargada y carente de intelecto,
los malditos partidos ficharán a cualquier figura que les pueda aportar esos
cuatro votos que les faltan para conseguir su sueño dorado, su concejalía en un
ayuntamiento, su asiento en el parlamento autonómico o su escaño en el Congreso
o en el Senado. Desde actores, pasando por militares de uno u otro signo, deportistas,
astronautas, músicos o “influencers” (antes llamados cantamañanas). Cualquier personajillo,
personaje o hasta eminencia es útil para alcanzar sus últimos y únicos objetivos:
vivir bien, ganarse una pensión vitalicia y observar el hundimiento de una de
las naciones que más han aportado a la historia del mundo desde la barrera, con
un libro plagiado, una carrera no estudiada, un master inexistente, un currículum
hinchado, una mansión en Waterloo, unas embajadas inventadas e ilegales en
Europa y los EE.UU., un chalet en la sierra o en la costa y un coche oficial o
un avión a su disposición. Cada uno con sus caprichos, sus obsesiones, sus
anhelos y sus locuras.
¿Y aún os creéis que alguno de todos estos lamentables y
nefastos actores llamados políticos buscan el bien común?
Yo no me creo nada. Sigo siendo, como tantos otros, una humilde “vox clamantis in deserto”. En ese desierto que cada ene años intentan
blanquear con lejía para ocultar la realidad. En ese maldito "año del conejo”
que estamos viviendo. Ni que fuéramos chinos. Y nos vuelvan a engañar como les sucedió a
ellos en el Perú del siglo XIX (y ahora nos están devolviendo a base de productos falsificados, gato por liebre en los platos, sonrisas engañosas y una lenta pero continua colonización dirigida por el poder de Pekín).
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