Aunque
mi ex mujer me vuelva a tachar, con una cínica sonrisilla en la comisura de los
labios, de “españolito” por escribir este
artículo, en línea con esa soberbia y complejo de superioridad de los progres
de los años 60 y 70, fieros y valientes luchadores anti-franquistas (de
boquilla) todos ellos, pero bien apoltronados hoy en día a la sombra de un
sistema que dicen despreciar pero del que maman a borbotones y gracias al cual viven
como reyes, es decir, como el otro pájaro borbollón y bribón que entre resbalón,
revolcón y operación va esquilmando nuestras cuentas y nuestra buena imagen,
sin cumplir con su deber de Jefe de Estado y sus responsabilidades marcadas en
la Constitución (el artículo 2 del Título
preliminar, para poner un ejemplo), no puedo dejar de escribir estas pocas
líneas para descargar mi rabia y, quien sabe, igual abrir los ojos a alguna
oveja descarriada
Y en lo
que será un claro “déjà vu” para aquellos pocos lectores asiduos que tengo (ya escribí hace un
año un artículo con el mismo título que, releído esta mañana, con toda
modestia, me parece muy bueno), tengo que volver a insistir en el tema del tan cacareado
referéndum y el “queremos decidir” de los separatistas catalanes.
Pues
claro que queremos decidir. Si después de sufrir esta pseudo-democracia durante
más de 40 años, de aguantar esta partitocracia antisocial y nada representativa,
que lo único que ha creado es una casta de vividores incultos que se proclaman políticos, encima nos van a quitar lo único bueno que tiene la Constitución
Española del 1978 (junto con el escudo que la encabeza, que sin duda va a ser
proscrito con la interpretación que hagan los “imparciales” jueces del nuevo
Código Penal), y que es la Ley Orgánica 2/1980 de 18 de Enero sobre la regulación de las distintas modalidades de referéndum, es decir, el derecho a
votar de forma directa sin que por medio aparezcan los innecesarios partidos
políticos (aunque desde el “backstage” lo sigan manipulando con los espacios
publicitarios gratuitos, proporcionales
a su representación parlamentaria, que les otorga la misma ley), estaríamos
apañados. Y eso que la única vez que voté, en concreto en el referéndum del 1986 sobre la permanencia en
la OTAN, el tiro me salió por la culata y del “de entrada no” pasamos a ser puras marionetas de los
yanquis en sus múltiples guerras, inventadas y provocadas todas ellas para
preservar su hegemonía económica mundial.
Los catalanes,
los españoles, queremos decidir. Queremos que se plantee un referéndum con
todas las de la ley, ya sea por el artículo 92, el 152, el 167 o el 168 de la
Carta Magna, ceñido a las circunscripciones provinciales previstas, con un
control férreo de la aplicación del artículo 14 sobre las campañas de
propaganda, y una aplicación real del artículo 15 sobre la duración de la
misma, que no deberá ser superior a veinte días (a diferencia de la campaña
actual que lleva a cabo el aprendiz de rey Artur Mas, cuya duración ya suma varios
años, cuando no decenios si contamos a sus predecesores).
Un
referéndum en el que TODOS los españoles, los que viven en las provincias
catalanas y los que habitan cualquier otra de las 50 provincias y 2 ciudades
autónomas que componen nuestro Estado, puedan expresar libremente su opinión
sobre la pertenencia o no de Cataluña a la nación Española (una pregunta por
otro lado bastante estúpida en términos históricos y sociológicos, pero que por
tan manida ha pasado a ser dogma ya no solamente para los “inventores de
historias e historietas” catalanes sino también para el resto de los
españoles).
Queremos
una consulta popular en la que la pregunta que se plantee sea clara, concreta y
libre de posibles interpretaciones malintencionadas (algo por otro lado harto
difícil estando en manos de políticos su redacción).
Más aún
cuando el ínclito Arturo está empezando a girar la tortilla, a manipular a la
gente, cambiando el discurso anti España por el discurso anti Estado. Paso
previo para lavar la cabeza a las serviles ovejas catalanas y convencerlas de que no se plantea la
independencia de España sino la liberación del yugo y el constante robo por
parte del Estado español (otra falacia demostrable con cifras, pero ocultada de
forma consciente y continuada a la población catalana).
Sutil
maniobra de pura mercadotecnia que inició ayer el tan poco honorable presidente
de la Generalidad de Cataluña, en aras de cubrirse las espaldas y poder seguir
negociando, a escondidas, sin luz ni taquígrafos, con Mariano Rajoy, otro gran culpable,
junto con el Rey, de la situación a la
que hemos llegado por la desidia, los intereses partidistas y el poco
patriotismo que inspiran en el fondo sus actuaciones.
Porque
por mucho que nos vendan humo con su participación en el próximo acto unitario del 12 de Octubre en Barcelona tanto el Partido Popular como Ciudadanos, no hay
ni un partido político (de los parlamentarios) que realmente busque el bien
común, y en este caso mantener la unidad de España. Lo único que buscan es
mantener su cuota de poder, su estatus y sus privilegios.
Lo
demás, mentiras. Y lo siento por esos lectores míos que siguen engañándose a sí
mismos con su apoyo a dichas entidades antinaturales. Ellos son conscientes de esta verdad, pero se escudan en el mal
menor, en la comodidad, en la imposibilidad de darle un vuelco a la situación, cuando es momento de revuelta y revolución, como bien proclaman mis admirados amigos del MSR.
Al PP,
a Ciutadans, a UpyD y al PSOE les importa un santo rábano la unidad de España.
Igual
que a CiU, ERC y PSC les da igual lo que suceda con Cataluña. Todos ellos persiguen
sus propios objetivos.
Sus jugosos ingresos por no hacer nada. Su “dolce vita”
a costa del resto de la sociedad.
Sus
escaños, sus sueldos y sus inaceptables privilegios.
Que no
os engañen, amigos míos.
¡Viva
España!
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