jueves, 21 de mayo de 2015

Regeneración democrática y otros cuentos infantiles

Los que llevamos toda nuestra vida inmersos de alguna manera en la lucha política, con fases de mucha actividad y otras más contemplativas (pero no por ello menos críticas), y que encima tenemos ese convencimiento de estar intelectualmente por encima de la mayoría inculta y atontada que nos rodea, no salimos de nuestro asombro ante el panorama político actual. Por lo menos es mi caso.

No es que me sorprendan los políticos de toda la vida, esos viejos conocidos que dedican los quince días de campaña a soltar perogrulladas, medias verdades o completas mentiras, a fin de arañar un puñado de votos que les permita seguir disfrutando de amplios privilegios en este paraíso “partitocráctico” en el que se ha convertido nuestra querida España. Que va. 
A éstos los tenemos identificados desde los lejanos años setenta del siglo pasado. Son aquellos que,  enarbolando banderas separadoras y de tristes recuerdos y al grito de democracia, libertad, amnistía y autonomía, se apoderaron en exclusiva de esos valores universales y del derecho a llamarse justos y demócratas; esos mismos que llevan ya más de 40 años viviendo del cuento, es decir, de nuestro trabajo y esfuerzo diario  en forma de impuestos, prometiendo y no cumpliendo ni una de las grandes proclamas que han ido soltando a lo largo de estos decenios. Eso sí, a cuerpo de rey, cual Bribón listillo, deficiente y mujeriego, mientras la estructura de ese sólido edificio milenario llamado España, esa patria común de millones de personas y en su época ejemplar Imperio mundial (imperio del bien, por cierto, frente a otras naciones imperialistas que lo único que dejaron atrás fueron muertos y odio eterno), se ha ido desmantelando en beneficio de los intereses globales del capital, los lobbies, las logias, las multinacionales, la globalización, los productos transgénicos de Monsanto, el sionismo y los demás poderes ocultos que nos tienen bien presos en sus maléficas redes.

Nada nuevo hasta aquí. Esta obra de teatro, sus personajes, su attrezzo y la trama de la tragicomedia que interpretan,  ya los conocemos desde que se inició esa mal llamada  transición, que mejor deberíamos llamar destrucción, o desmembración, o hecatombe, o cualquier otra  de las equivalencias que nos ofrece nuestra tan rico idioma español.

Lo nuevo, lo que me sorprende, son esos inteligentes, visionarios y sagaces compatriotas que de golpe han descubierto que este sistema es corrupto, que los partidos políticos son estructuras de poder ligadas a intereses particulares y que la libertad y la justicia brillan por su ausencia en nuestra casa común. Es decir, personas con sensatez, con intelecto, que por fin han dicho basta (un poco tarde teniendo en cuenta que son más de 40 años de insensatez), y que de una forma u otra luchan por encontrar una alternativa a este sistema injusto, inmoral y corrupto llamado pomposamente “estado social y democrático de derecho”. Ya me diréis, queridos lectores,  dónde encontrar lo social, lo democrático y lo de derecho en nuestra patria. Si no es en un viaje alucinógeno a base de psicotrópicos, en una farra más tradicional a base de vinos y destilados (o en una salida a comer a Colmenar Viejo), no veo yo justicia ni democracia por ningún lado.

Pero por desgracia, esta minoritaria parte de la sociedad que se ha hartado de la mentira, la manipulación y la explotación (eso sí, cuando les han tocado los cuartos, porque en tiempos de bonanza aquí no se movía ni el tato, a no ser que fuera para irse al bar a tomar un botellín a la salud del sistema que tan bien les protegía y tan poco les exigía), ha dejado que nuevos redentores se apoderen de sus ideales, su lucha y sus ilusiones, creando partidos y  movimientos súper guays, que, como era de esperar, han acabado siendo simples calcos de lo que ya tenemos. O peores. Porque los pasados 40 años de servicio de colocación que han llevado a cabo los partidos tradicionales tienen su peso, y desalojar a cientos de miles de amigos, familiares y acólitos para colocar a los nuevos candidatos, asesores, consejeros, amiguetes y colegas, nos va a costar un ojo en la cara. O ambos. Ni Vox, ni Ciudadanos, ni UpyD, ni Podemos, ni ninguno de los demás grupúsculos que han emergido en estos años aportan nada nuevo. Por mucho que Ciudadanos proclame que no es “ni de izquierdas ni de derechas”. O que los asesores de Podemos dejen caer sutilmente que Pablo Iglesias admira a José Antonio. O que Vox sea el único partido que alza la voz a favor de la vida y contra el aborto, sabedor de que no va rascar nada y que no tendrá que cumplir ni una de sus promesas. Al final todos se han integrado (o han tenido que integrarse) en el sistema “social, democrático y de derecho” de tal forma, que directamente han heredado todo lo malo que esta falsa democracia contiene. 

La inexistencia de valores, el interés particular, el afán de protagonismo, la buena vida, el compadreo por encima de las siglas, la subrogación de los intereses patrios a los intereses del capital, es decir,  se han entregado a la sumisión, la sodomía, el latrocinio, la prevaricación, las prebendas y los privilegios. ¡Que ahora nos toca a nosotros! ¡Y que nos quiten lo bailado, como tanto le gusta decir a los españoles!

¿Y dónde radica el problema? Pues que el Sistema es malo “per se”, con intención, y se sostiene a sí mismo: es de ilusos pensar que desde dentro se pueda acabar con él. Más aún cuando las tentaciones que acechan al idealista pero iluso ciudadano en el momento en el que se adentra en el ruedo democrático,  son peores que cualquier manzana que una bella Eva pudiera ofrecernos. Solamente las  podrían superar las 72 vírgenes del paraíso yihadista. (Algo que por desgracia también está pasando. Y sobre todo en las “democracias” occidentales.)

El Sistema ha creado a sus esclavos, carentes de cualquier valor superior, encadenados a lo material, a lo que dicta la mayor herramienta del poder, la telebasura, a lo efímero, a lo sucio, a lo intrascendente. Y cada tantos años les deja jugar un rato con las papeletas, corear sus eslóganes, contestar a las encuestas, asistir a los mítines, creer en las promesas y hacer el paripé en las urnas. 

¡Venga ciudadanía, hoy jugamos a ser libres, a creer en algo y a cambiar el mundo! Y en cuanto nos hayáis votado, ahí os quedaréis. Pobres, esclavos y tontos. Eso sí, con muchos gadgets, modas, drogas, sexo, violencia y sobre todo consumo. Que hay que mantener en marcha la máquina de generar dinero para que un 1% de la sociedad mundial domine al restante 99%.

¿No será que los “valores” que anuncia, vende, proclama y dice defender y representar nuestro estado “democrático, social y de derecho” no son tales?

¿A votar? Anda y que os den.



P.D. Como siempre un abrazo a los que a pesar de todo lo intentan. A los idealistas de verdad. A la buena gente. A los que buscan el bien común. ¡Ánimo y suerte!


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