Los que
llevamos toda nuestra vida inmersos de alguna manera en la lucha política, con
fases de mucha actividad y otras más contemplativas (pero no por ello menos
críticas), y que encima tenemos ese convencimiento de estar intelectualmente por
encima de la mayoría inculta y atontada que nos rodea, no salimos de nuestro
asombro ante el panorama político actual. Por lo menos es mi caso.
No es
que me sorprendan los políticos de toda la vida, esos viejos conocidos que dedican
los quince días de campaña a soltar perogrulladas, medias verdades o completas mentiras,
a fin de arañar un puñado de votos que les permita seguir disfrutando de
amplios privilegios en este paraíso “partitocráctico” en el que se ha convertido
nuestra querida España. Que va.
A éstos los tenemos identificados desde los
lejanos años setenta del siglo pasado. Son aquellos que, enarbolando banderas separadoras y de tristes
recuerdos y al grito de democracia, libertad, amnistía y autonomía, se
apoderaron en exclusiva de esos valores universales y del derecho a llamarse
justos y demócratas; esos mismos que llevan ya más de 40 años viviendo del
cuento, es decir, de nuestro trabajo y esfuerzo diario en forma de impuestos, prometiendo y no cumpliendo
ni una de las grandes proclamas que han ido soltando a lo largo de estos
decenios. Eso sí, a cuerpo de rey, cual Bribón listillo, deficiente y mujeriego,
mientras la estructura de ese sólido edificio milenario llamado España, esa
patria común de millones de personas y en su época ejemplar Imperio mundial (imperio
del bien, por cierto, frente a otras naciones imperialistas que lo único que
dejaron atrás fueron muertos y odio eterno), se ha ido desmantelando en
beneficio de los intereses globales del capital, los lobbies, las logias, las
multinacionales, la globalización, los productos transgénicos de Monsanto, el
sionismo y los demás poderes ocultos que nos tienen bien presos en sus
maléficas redes.
Nada
nuevo hasta aquí. Esta obra de teatro, sus personajes, su attrezzo y la trama
de la tragicomedia que interpretan, ya los
conocemos desde que se inició esa mal llamada transición, que mejor deberíamos llamar
destrucción, o desmembración, o hecatombe, o cualquier otra de las equivalencias que nos ofrece nuestra tan
rico idioma español.
Lo
nuevo, lo que me sorprende, son esos inteligentes, visionarios y sagaces
compatriotas que de golpe han descubierto que este sistema es corrupto, que los
partidos políticos son estructuras de poder ligadas a intereses particulares y que
la libertad y la justicia brillan por su ausencia en nuestra casa común. Es
decir, personas con sensatez, con intelecto, que por fin han dicho basta (un
poco tarde teniendo en cuenta que son más de 40 años de insensatez), y que de
una forma u otra luchan por encontrar una alternativa a este sistema injusto,
inmoral y corrupto llamado pomposamente “estado social y democrático de derecho”.
Ya me diréis, queridos lectores, dónde encontrar
lo social, lo democrático y lo de derecho en nuestra patria. Si no es en un
viaje alucinógeno a base de psicotrópicos, en una farra más tradicional a base
de vinos y destilados (o en una salida a comer a Colmenar Viejo), no veo yo justicia
ni democracia por ningún lado.
Pero
por desgracia, esta minoritaria parte de la sociedad que se ha hartado de la
mentira, la manipulación y la explotación (eso sí, cuando les han tocado los
cuartos, porque en tiempos de bonanza aquí no se movía ni el tato, a no ser que
fuera para irse al bar a tomar un botellín a la salud del sistema que tan bien
les protegía y tan poco les exigía), ha dejado que nuevos redentores se
apoderen de sus ideales, su lucha y sus ilusiones, creando partidos y movimientos súper guays, que, como era de
esperar, han acabado siendo simples calcos de lo que ya tenemos. O peores.
Porque los pasados 40 años de servicio de colocación que han llevado a cabo los
partidos tradicionales tienen su peso, y desalojar a cientos de miles de
amigos, familiares y acólitos para colocar a los nuevos candidatos, asesores,
consejeros, amiguetes y colegas, nos va a costar un ojo en la cara. O ambos. Ni
Vox, ni Ciudadanos, ni UpyD, ni Podemos, ni ninguno de los demás grupúsculos
que han emergido en estos años aportan nada nuevo. Por mucho que Ciudadanos
proclame que no es “ni de izquierdas ni de derechas”. O que los asesores de Podemos
dejen caer sutilmente que Pablo Iglesias admira a José Antonio. O que Vox sea
el único partido que alza la voz a favor de la vida y contra el aborto, sabedor
de que no va rascar nada y que no tendrá que cumplir ni una de sus promesas. Al
final todos se han integrado (o han tenido que integrarse) en el sistema “social,
democrático y de derecho” de tal forma, que directamente han heredado todo lo
malo que esta falsa democracia contiene.
La inexistencia de valores, el interés
particular, el afán de protagonismo, la buena vida, el compadreo por encima de
las siglas, la subrogación de los intereses patrios a los intereses del
capital, es decir, se han entregado a la
sumisión, la sodomía, el latrocinio, la prevaricación, las prebendas y los
privilegios. ¡Que ahora nos toca a nosotros! ¡Y que nos quiten lo bailado, como
tanto le gusta decir a los españoles!
¿Y
dónde radica el problema? Pues que el Sistema es malo “per se”, con intención, y
se sostiene a sí mismo: es de ilusos pensar que desde dentro se pueda acabar
con él. Más aún cuando las tentaciones que acechan al idealista pero iluso ciudadano
en el momento en el que se adentra en el ruedo democrático, son peores que cualquier manzana que una bella
Eva pudiera ofrecernos. Solamente las podrían
superar las 72 vírgenes del paraíso yihadista. (Algo que por desgracia también
está pasando. Y sobre todo en las “democracias” occidentales.)
El
Sistema ha creado a sus esclavos, carentes de cualquier valor superior,
encadenados a lo material, a lo que dicta la mayor herramienta del poder, la telebasura,
a lo efímero, a lo sucio, a lo intrascendente. Y cada tantos años les deja
jugar un rato con las papeletas, corear sus eslóganes, contestar a las
encuestas, asistir a los mítines, creer en las promesas y hacer
el paripé en las urnas.
¡Venga ciudadanía, hoy jugamos a ser libres, a creer en
algo y a cambiar el mundo! Y en cuanto nos hayáis votado, ahí os quedaréis. Pobres,
esclavos y tontos. Eso sí, con muchos gadgets, modas, drogas, sexo, violencia y
sobre todo consumo. Que hay que mantener en marcha la máquina de generar dinero
para que un 1% de la sociedad mundial domine al restante 99%.
¿No
será que los “valores” que anuncia, vende, proclama y dice defender y
representar nuestro estado “democrático, social y de derecho” no son tales?
¿A
votar? Anda y que os den.
P.D.
Como siempre un abrazo a los que a pesar de todo lo intentan. A los idealistas
de verdad. A la buena gente. A los que buscan el bien común. ¡Ánimo y suerte!
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