Poco honorable
patria la nuestra en la cual las envidias, los celos, las artimañas, los
rencores y los odios tribales son y han sido el motor de la involución de la
sociedad, que ha pasado en pocos siglos de ser grande, conquistadora con
intención creativa, colonizadora con un
claro y declarado objetivo de unión, evangelizadora con afán de aportar fe,
consuelo y alivio y culturizadora con intenciones sumatorias e integradoras, a
ser pequeña, ladrona y mezquina.
Y tal
como avanza el siglo XXI me da a mí que cada vez será más pequeña, más pícara y
menos noble.
Hasta no ser.
Porque
bien sabido es que no todos los habitantes de las provincias vascongadas son
asesinos que pistola en ristre rematan por la espalda, o que certificado médico
falseado en mano pasean su moribundo cuerpo en fase terminal de bar en bar disfrutando
del “carpe diem” en un insulto continuo a todas las víctimas del terrorismo y a
España entera; también es notorio que no
todos los andaluces se han beneficiado de EREs fraudulentos ni que se dediquen
a vigilar cual perro de presa a sus vecinos para abalanzarse sobre sus predios
a las primeras de cambio para arramblar con ellos a precio de saldo, cual
subasteros mafiosos tan omnipresentes en nuestra piel de toro. Y tampoco creo
que nadie pueda afirmar que todos los habitantes de Huelva, provincia de origen
del ínclito tesorero, inversor y alpinista Bárcenas, se dediquen en cuerpo y
alma a medrar, invertir lo ajeno, intermediar y cobrar comisiones, o a defender
los intereses de regiones remotas, como hizo este bicharraco representando a
Cantabria como senador, digo yo que algo lejos esta región de su pueblo natal como para conocer
sus necesidades y poder defender sus intereses con un mínimo de honestidad.

Vaya diferencia de “Marcas”.
Pero
por desgracia en nuestra sociedad, entregada, conformista y alelada, la tan cacareada y cacareante
“minoría ruidosa” acaba siempre imponiéndose a esa “mayoría silenciosa” que
calla (luego otorga). Y si encima que padecemos la dictadura de esa minoría
ruidosa nacionalista, que controla el poder y los medios en importantes partes
de España, nos crecen los enanos con centralistas
que no ven más allá de sus confines mesetarios, mal vamos.
La
culpa es compartida. De todos. Y si la mayoría de los españoles optamos por la
vida fácil, por cerrar los ojos, por seguir manteniendo a toda esta chusma con
nuestros votos y nuestros impuestos, sin pedir un mínimo de decencia a los que
nos representan, pues entonces no tenemos el mínimo derecho de quejarnos a
estas alturas de que existan separatistas y separadores.
Perfiles
ambos que buscan simplemente el enfrentamiento para conseguir sus sucios objetivos.
Incultos,
manipuladores y vengativos ambos colectivos, que no pretenden
otra cosa que su propia notoriedad y su ansiado bienestar a costa del esfuerzo
de los demás; alimentadores de prejuicios,
leyendas y mentiras altisonantes lanzadas al aire para en su caída llenar el
bolsillo de ruines políticos y cargos nombrados a dedo y poder así seguir
pasando los lunes, martes y demás días de la semana al sol sin hincar los codos y ponerse a
trabajar por el bien común.
Eso sí,
insultando (a poder ser en la barra del bar de moda ante unas gambas y una
cerveza bien fresca), al inocente del barrio, pueblo o región vecinos, sin
conocimiento de causa ni razón que lo justifique.
Digo yo
que con tantas etiquetas circulando por el ciberespacio cual sentencias
dogmáticas, pero con menor alcance y vida útil que cualquier mentira piadosa o programa electoral, el
único “hashtag” que debería imperar en las redes sociales es el de
#AmoaEspañaporquenomegusta.
¿Españoles
de mierda?