lunes, 30 de octubre de 2023

¿Y ahora qué, España?



Después del éxito de participación y del chute emocional que significó la manifestación de ayer en la Plaza de Colón, con cientos de miles de personas luchando por la misma y justa causa,  y encima contra viento y marea, el viento que soplaba ayer en la Villa y Corte y la marea generada por los medios hostiles a cualquier acto en el que participe VOX, muchos nos hemos quedado vacíos, como si de un orgasmo se tratara y de golpe hayamos pasado a un estado de impotencia. Si esto lo escribiera Houellebecq, sin duda incluiría ahora algún tema sexual explicito, pero si ya me da apuro usar la palabra orgasmo, me saltaré esa parte que tanto le gusta al gran escritor y que a mi me pone de los nervios.

Y nos planteamos la gran pregunta: ¿y ahora qué, España? ¿Qué podemos hacer desde la sociedad civil contra una dictadura disfrazada de democracia? ¿Qué herramientas podemos usar, qué teclas tocar, qué himnos entonar o qué armas desempolvar, para defender la unidad de nuestra patria, algo mucho más importante en este momento que cualquier otro “valor”, llámese Constitución, llámese “estado democrático y de derecho”. Porque visto lo que hay, tanto la tan amada y santificada Constitución permite cualquier interpretación si tienes en tus manos el Tribunal Constitucional, como el “estado democrático y de derecho” te permite gobernar a base de decretos leyes o con sucios pactos con terroristas y golpistas que de forma notoria, pública y violenta, combaten ese estado y esa constitución, que simplemente aprovechan para su abyectos fines.

Y al no haber constitución que valga, no estamos ni de largo en un estado democrático y de derecho: estamos sometido a una dictadura de una camarilla de enemigos de la patria, de la unidad de España, que simplemente usan las debilidades de un autócrata enamorado de si mismo, explotando su demencia y su falta de votos, para conseguir sus rastreros, racistas y clasistas objetivos.  En Cataluña, en las provincias vascongadas, en Navarra y próximamente en Galicia y hasta en Asturias.

Porque, seamos realistas, no tenemos mucho que hacer: Europa hace oídos sordos a nuestras peticiones de ayuda ante la involución de Pedro Sánchez, obviamente por el sumo interés de Alemania y de Francia de convertir a España en su “Hinterland”, su granero y refugio particular, donde colocar a millones de falsos inmigrantes, donde arruinar su economía por el “bien común” de su Europa, donde instalar sus mansiones y donde, si no les atamos en corto, reinstaurar el derecho de pernada y llevarse a nuestra bellezas patrias. Todo ello envuelto en su satánica Agenda 2030, panfleto infantil, falso y pernicioso, que acabará con todas y cada una de las nobles e históricas naciones de Occidente. De la Cristiandad.

Descartada Europa, tornemos la vista a nuestra tierra: ¿quién nos ayudará a salir de esta encrucijada? ¿Los partidos políticos al uso? ¿El Partido Popular, que no es más que la hermanastra pija del PSOE? ¿El poder judicial, que ya ni es poder, y ha sido infiltrado, conquistado y capturado por las hordas socialistas? Sin duda tenemos una esperanza, un clavo al que agarrarnos, que se llama VOX, pero sigue siendo un David frente al Goliat que encarna el duopolio PPSOE, más sus accesorios y temporales compañeros de viaje.

Y si ni Europa ni la partitocracia moverán un solo dedo para evitar la fragmentación, la balcanización de España, que tan bien les iría a los supuestos “socios” del norte del Europa, de los medios de comunicación no podemos esperar ni el agua. Empresas en déficit eterno, mantenidas vivas a base de subvenciones y fieles escribanos de lo que mande el poder que las unta, ya hace tiempo que dejaron de ser medios de comunicación libres e independientes. Son la voz de su amo, como lo es el Granma en Cuba o lo fue el Pravda en la URSS. Y los contados medios que alzan la voz, las cabeceras digitales, las radios inconformistas, las nobles fundaciones que luchan por la justicia, la libertad, la dignidad y la unidad de España, o los influencers en redes sociales, pueden animar y apoyar una tímida o hasta notable reacción de los ciudadanos, como bien se vio ayer en Colón, pero siempre se tratará de una minoría. Más aún si los medios silencian sus éxitos. La mayoría de la sociedad, que al fin y al cabo es la que decide el futuro con sus votos, ni está ni se entera. No es consciente de la triste realidad, de lo que se avecina: viven en su mundo, embobados por modas, noticias sesgadas, superficialidades, continuas mentiras tornadas cambios de opinión, hechos insignificantes magnificados y crueles realidades ocultadas. Sometidas a la metodología woke (no es ideología, es una herramienta de manipulación y sumisión) que tanto mal está haciendo en todo el mundo occidental. No hace falta ir muy lejos para darnos cuenta: los falsos relatos sobre la bárbara invasión de falsos inmigrantes o la defensa de Hamas y sus crueles, salvajes e inhumanas acciones, muestran claramente que una cosa es la verdad y otra lo que te cuentan. Esa posverdad que no por prevista se ha impuesto definitivamente.

Como sucede con la ya pactada amnistía, redactada por Conde Pumpido y los suyos y aprobada por un comité federal del PSOE que cada vez se parece más a una sesión del partido comunista chino: el único y supremo líder hablando y las sumisas ovejas balando y aplaudiendo.

Y hasta aquí llego… y me sigo planteando la pregunta inicial: ¿y ahora qué, España?

Pues está claro: a seguir luchando hasta el último aliento. Como llevamos haciendo desde hace muchas, muchas décadas. Y como hacen y seguirán haciendo las personas ejemplares que ayer hablaron en Colón. A todas y cada una de ellas: muchas gracias. 

España está en deuda con vosotros.

miércoles, 4 de octubre de 2023

The best day of my life – un relato del Camino




 Preámbulo

Todos los que solemos andar el Camino de Santiago, ya sea por tramos como en mi caso (llevo 24 años seguidos, quitando los 2 años “covidianos”, y más de 3.800 km pateados), o de un tirón, como hacen bien pocos, somos conscientes de los cambios que se han producido en esta ruta milenaria. Siendo estrictos podríamos llamarlos degradación, ya que se han perdido los valores religiosos o espirituales, de esfuerzo, de solidaridad, de amor al prójimo, de reflexión y hasta de penitencia, pero bien sabemos que no se pueden poner puertas a este negocio, que la supervivencia de muchos pueblos y aldeas depende del incesante goteo de extranjeros (los más) y autóctonos (los menos), que necesitados de cobijo y alimentación riegan con sus diezmos en forma de euros esa España vaciada por la que discurren la mayoría de las rutas que llevan a la tumba del Apóstol. Poco podemos hacer, más que aislarnos del mundanal ruido de los “turigrinos”, elegir variantes menos transitadas y buscar el espíritu originario del Camino en nuestro interior. O en el fondo de las botellas de cerveza, una alternativa sin duda sana y reconfortante.

Pero olvidemos todo lo anterior, que no tiene solución, y vayamos a lo importante, a lo vivido este año en nuestro primer tramo fuera de nuestras fronteras, a las etapas andadas entre Oporto y Valença do Miño, en ese país vecino llamado Portugal, al que tan poco caso hacemos y que tan maravilloso es, por su paisaje, por sus pueblos y ciudades, y, sobre todo, por la amabilidad y educación de sus gentes, algo que en las grandes ciudades españolas ya es imposible encontrar. Amabilidad y educación igualmente presente en los pueblos y aldeas de España, como bien me corrige Edu: lo que pasa es que yo lo comparo con mi entorno urbanita de la capital, Madrid, deshumanizada y fría como cualquier otra gran ciudad el mundo.

 

La previa

Este año el habitual traqueteo del tren lo cambiamos por el insonoro y anodino vuelo en un avión de Ryanair, esa línea aérea de bajo coste que ya se ha convertido en la número uno de Europa por número de pasajeros y, como era de esperar, por quejas y reclamaciones de los usuarios. Vamos, como el propio Camino: cuanto más uso, más abuso.Lamentablemente no nos acompañaban nuestros compañeros del año pasado, Chris y las gacelas Lurdes y Rocío, cuyos servicios de enfermería echaría de menos a los pocos kilómetros, pero por lo menos tuvimos la suerte de ver un rato a Rocío y su pareja, Victor, que aprovecharon el billete ya comprado para echarse un garbeo por Oporto. Algo es algo. 

El inicio de este año no pudo tener un acto previo más patético: esperando a Edu se me ocurrió tomar una cerveza en la calle, en la zona de fumadores del aeropuerto, y de la nada surgió el siempre atento y diligente policía para llamarme la atención. Bueno, más que diligente le podríamos llamar exhibicionista, gallo altivo o chulo de barrio, porque se comportó como cualquier matón acosando a un inocente en el patio del colegio: sin modales y con una sonrisa de superioridad, pavoneándose delante de las dos agentes femeninas que le acompañaban, me identificó, me amenazó, me obligó hasta a apagar el cigarrillo y me preguntó si llevaba algún tipo de drogas en la mochila. Porque bien es sabido (modo ironía ON) que las rutas del tráfico de drogas en España y Portugal van paralelas al Camino de Santiago, y que las mochilas suelen ir cargadas de marihuana, cocaína y últimamente de fentanilo: cómo iban a soportar sino los esfuerzos de la ruta los peregrinos, personas normalmente de avanzada edad, en otros tiempos cargadas de sintrom, omeprazol, almax, betadine, gasas y fijadores dentales, y hoy en día dedicadas al rentable negocio de muleros por las sendas jacobeas.  En fin, olvidado el lamentable comportamiento del que está ahí “para servir y proteger”, embarcamos y volamos sin más incidencias hasta nuestro destino, Oporto.

El hotelito reservado pintaba bien, aunque al final ni pudimos disfrutar del desayuno, ni utilizar la cocina por la mañana, ni dormir tranquilos por culpa de un grupo de turistas que salieron de fiesta casi a medianoche, volvieron de madrugada, durmieron vestidos y dejaron encendido un despertador que sonó durante un largo rato a las 4:30 de la mañana. No fue un inicio bueno, pero a cambio disfrutamos por la tarde un de un agradable paseo por Oporto, un “espectacular” recorrido en el funicular de Guindais, en el que por unos módicos 6 euros pudimos superar los “interminables” 150 metros que separan la catedral del río. Una vez turista, siempre turista. Tomamos una cervecita rápida con Rocío, antes de retirarnos al hotel de marras, comprar algo en el súper, cenar en la cocina compartida e intentar descansar un poco.

Oporto- San Pedro de Rates, 23 de septiembre de 2023 (28 km)

Antes de empezar el Camino de este año hice mi habitual “cherry-picking” de las diversas guías del Camino que suelo consultar, por lo que decidimos saltarnos los primeros 8 km de la etapa por discurrir por zona urbana e industrial, y cogimos el metro desde Trindade hasta Custió. Incluyendo dos paradas adicionales en contradirección, sin haber visto que Trindade es estación término y que todas las líneas comparten vías y paradas en el centro de la ciudad. Tampoco fue grave, unos pocos minutos perdidos sobre todas las horas de caminata que teníamos por delante. Peccata minuta.

Un rápido y excelente café, como es habitual en Portugal, y echamos a andar sobre el empedrado que nos iba a acompañar toda la semana: verdadero prodigio urbanizador, heredado de las vías romanas (también árabes y cartaginesas, pero somos romanos y los 7 siglos continuados de presencia romana sin duda han conformado los pilares de nuestra nación), que unieron y civilizaron el continente europeo (al final del Camino de este año hasta pisamos una de estas vías milenarias). Pero este meticuloso y al parecer irrompible método de darle consistencia a las vías, tiene sus lados negativos: rompe los pies a los pocos kilómetros, y si encima lo tienes que sufrir durante más de 100 km, pues ya sabes: pies dolidos, tobillos ensangrentados, uñas rotas, algunas ampollas y hasta las nuevas suelas “vibram” de las botas de Edu despegándose. Si no calculo mal diría que de todo el tramo de este año no pisamos tierra más que durante 5 o 6 km. Una pena, pero es lo que hay. Lo tomas o lo dejas. Y en el Camino, la opción de dejarlo no existe. Solamente hay una dirección. Adelante, siempre adelante.

Avanzando poco a poco, con paradas cada 2 horas o cada vez que localizábamos un bar, nos cruzamos con los primeros peregrinos, no muchos, una pareja de jubilados de Nueva York, que no volveríamos a ver, dos parejas simpáticas de Valladolid que iríamos viendo cada día, aunque nunca en los albergues, y sin nada que resaltar aparte del calor y las bien alineadas piedras que machacaban nuestras plantas de los pies, llegamos a San Pedro a las 4 de la tarde, una hora poco habitual para nosotros, sin duda debido a las obligadas paradas para sellar la credencial en todos los bares y contribuir con ello a la economía local.



El inmenso albergue, un edificio antiguo pero bien conservado, con jardín, varias habitaciones, duchas de sobras y la habitual falta de retretes (nunca entenderé este hecho: un refugio con más de 30 plazas dispone solamente de un retrete, cuando cualquier persona suele precisar de ese rincón para pensar por lo menos una vez al día, salvo que ande con pañales o le guste defecar en prados o recovecos del camino). Nos recibe una hospitalera voluntaria llamada Yvonna, simpática y dicharachera, aunque nos oculte que por la noche hay prevista una fiesta popular en el jardín del albergue, lo que nos llevará a cenar de forma acelerada cuatro frankfurts y unos tomates en la cocina, sin saber que al rato iban a montar una barbacoa en el exterior, con carne, sardinas, barriles de cerveza y vino, música popular y unas pequeñas braguitas ahumándose al aroma de las sardinas. Chiste fácil que me dejan en bandeja: lo de que hueles a pescado esta vez tendría su clara justificación. Pero no todo sería negativo, la rápida y poco sana cena en la cocina nos permitió conocer a Corina, una simpática, educada, guapa y hasta rockera chica suiza, que nos acompañó mientras cocinaba sus espaguetis y sorprendentemente conocía a los Onkelz, a Gotthard y Krokus, por lo que hubo fiesta metalera en la cocina, mientras en el exterior se iba agrupando cada vez más gente, los lugareños acumulaban ramas de maíz en un gigantesco circulo y empezaba a sonar música folclórica por los altavoces. Acabada la cena salimos, y al buen estilo de las fiestas populares, casi como un Oktoberfest trasladado a estos confines occidentales del continente, además coincidiendo en fechas con la multitudinaria fiesta de Múnich, nos unimos al grupo de Corina en los bancos de madera alineados entre las brasas y la barra. Llegó pues el momento divertido y curioso de cada año: conocer a los personajes que nos acompañarán los próximos días. O no, porque de los 7 u 8 que compartimos mesa, chistes y las primeras fotos, solamente volvimos a ver a 2. Los demás desaparecieron por la ruta, buscando su destino en otros albergues, con otros peregrinos y con sus ideas, ilusiones, traumas, problemas, adicciones o tratamientos médicos. Porque como suele ser, el Camino sigue siendo una gran terapia de grupo, de la que por otro lado ni intentas aislarte, ya que es parte intrínseca de la ruta: todos los comensales habían dejado algo, o estaban en ello: de beber, de fumar, de ir con mujeres, de tocar el ukelele, de dar la mano, de tener amigos, de ser felices. (Nota: sobre todo los que estaban dejando de fumar. A lo largo de la semana por lo menos cuatro me dijeron eso para pedirme acto seguido un cigarrillo). Es esa parte del Camino que viene ya pregrabada en la mayoría de los peregrinos que te encuentras: “el Camino es algo especial, volverás cambiado, es una experiencia vital, es mágico, repetirás, no te lo pierdas, etc. etc.”. Hijos de Paulo Coelho, fans de Hape Kerkeling o entusiastas de la película “The Way” de Emilio Estévez. Y son tan palpables los problemas de relaciones, de comunicación, de felicidad y de satisfacción de los caminantes del norte de Europa, que no hay ni uno que no tenga su “problema” que compartir. Algo que jamás he visto en los peregrinos españoles, salvo el año en el que nos topamos con un grupo del “Proyecto Hombre” en su última fase de terapia. Bueno, igual me tengo que excluir a mi mismo, porque si se trata de hablar, hablar y hablar, no soy el más indicado para quejarme. Bienvenidos sean pues esos problemas de cada uno. Y que a todos les sirvan los sufrimientos, penurias, pero también las risas, las viandas y los brebajes, para pasárselo bien, disfrutar de los paisajes y conocer a gente curiosa. O las terapias, sean científicas o no, porque lo importante es ayudar a los demás, aunque sea con placebo (esto va por el descubrimiento de la “terapia” que practica Corina en su tierra. No soy yo nadie para dudar de su efectividad, aunque esté catalogada como pseudociencia por la WHO). Porque gente extraña, sorprendente e interesante siempre aparece. Una simpática “freak show”. En el grupo de la mesa estaban el alemán Karl-Heinz con su esposa cubana Leticia. Él, eufórico con el vino, fumando mis cigarrillos y emocionado de la vida, acabó soltando la frase que da título a esta crónica: “This is the best day of my life”, proclamó, para acto seguido excusarse por tener que llamar a sus amigos en Alemania para contárselo. Seguimos riendo (ahora con más razón) y hablando en la mesa, y con máxima discreción y delicadeza intentamos averiguar algo sobre el otro peregrino, un alemán que hablaba en perfecto español, risueño y divertido, que vigilaba al resto del grupo: nuestra discreción consistió en preguntarle directamente si era un espía. Hasta el punto de que en mis notas apunté: se llama Rolf y es del Mossad. Un gran tipo, del que seguro volveré a hablar más adelante, y con el que coincidimos el resto de las etapas. Nunca andando, que es algo que él hace solo cámara y dron en ristre, pero si en los pueblos de destino y las agradables tertulias a media tarde. Y, por cierto, a la vuelta del camino miré algunos de sus vídeos publicados en su canal de Youtube, y son espectaculares. Seáis o no aficionados al camino, os los recomiendo encarecidamente.

 



San Pedro de Rates – Portela de Tamel 24 de septiembre de 2023 (24 km)

La noche no fue de las más relajantes que recuerde: la música entre folclórica y verbenera de la fiesta popular no acabó hasta las 00:30, por lo que lo de descansar quedó en agua de borrajas, y a las 5:30 ya estábamos en pie, sabedores que el bar de enfrente abría a las 6. La única que me dio pena fue Corina, que al oír por la tarde que yo roncaba mucho se cambió de habitación y…, acabó metiéndose sin saberlo en la nuestra. En fin, espero que a pesar de todo pudiera descansar un poco. Por cierto, antes de acostarnos descubrimos el secreto de las ramas de maíz apiladas en el centro del jardín: al contrario de lo que pensaba, de que iban a encender una hoguera por el solsticio de otoño, de lo que se trataba era de una tradición rural de separar todos juntos las mazorcas de las ramas, algo que realizaron jóvenes y mayores con entusiasmo. Y de paso aprendí que cada planta de maíz solamente genera un único fruto. Nunca te acostarás sin aprender algo, sobre todo si eres un urbanita que se adentra en el mundo rural una vez al año.

La etapa no presentó dificultades extremas ni anécdotas dignas de resaltar, paramos “solamente” 3 veces para tomar nuestras imprescindibles cervezas, y a las 12 entramos en Barcelos, donde se celebraba una carrera ciclista en medio de la localidad, por lo que cruzamos sin parar todo el centro urbano y paramos en un primer bar a tomar algo, y salimos de la población raudos y veloces…, en busca de la siguiente terraza que invitara a un descanso más prolongado. Tocadas las 3 de la tarde llegamos a Porta de Tamel, donde nos encontramos con un muy bonito albergue, bien equipado y con unos hospitaleros amabilísimos. Ducha, lavado de ropa y justamente cuando nos íbamos al bar de enfrente, apareció Corina, a la que emplazamos a reunirse con nosotros en la terraza del local contiguo. Tanto ella como nosotros estábamos hambrientos, pero dado el horario y la corta carta del restaurante, encima restringido a cuatro platos por estar cerrada la cocina, optamos por no pedir nada y aprovechar la posibilidad de que alguien del pueblo hacía pizzas y las traían al albergue. Corina en cambio optó por pedirse un plato normalmente considerado una “delikatessen”, melón con jamón, pero la pobre tuvo que conformarse con un melón insípido acompañado de panceta cruda. Ahí se quedó la mitad del embutido, por obvias razones. Charlamos un rato con el camarero, quien en un buen alemán suizo nos contó su vida de separado, con su hija en Berna y él aquí, sin que nadie le hubiera preguntado por ello. Supongo que de tanto escuchar las letanías de los peregrinos, se había acostumbrado a compartir sus problemas personales con los demás, cuando lo que en el fondo queríamos es que nos sirviera algo bueno, bonito y barato. En fin, si él tiene que aguantar cada día los traumas personales de los demás, está en todo su derecho de hacer lo mismo. Esperando las pizzas en el amplio salón del albergue, con varios peregrinos más en la misma situación, apareció también Rolf, y en cuanto llegaron compartimos con ellos la frugal cena, mientras descubríamos más detalles del interesante a la vez que intrigante Rodolfo: resulta que aproveché algún descanso durante la etapa para buscar su nombre en Internet, y con su mismo nombre aparecía una famosa persona alemana, uno de los personajes colaterales de la película “Siete años del Tíbet” y protagonista de una hazaña similar, pero que en vez de refugiarse en el Tíbet como hicieron los famosos montañeros, optó con otros compañeros por cruzar la India, y en una ruta de más de 2.500 km logró llegar a Burma, en esa época en manos de los japoneses, y por lo tanto zona segura para los alemanes. Y, bingo, este famoso personaje resultó ser el tío de Rolf, nuestro compañero de Camino. Sorprendente, tanto la aventura original como encontrarnos con su sobrino en una pequeña aldea portuguesa. Con lo que me gustan estos temas, tuve claro que volvería a ver cuanto antes “Siete años en el Tíbet”, simplemente para disfrutar viendo a susodicho personaje, habiendo conocido a su sobrino, que visto su curriculum (que también investigué por la red) ha heredado el espíritu aventurero y el don de gentes de su famoso Onkel. Nada más y nada menos que 120 países ha visitado Rolf, nuestro particular agente secreto, según consta en su perfil público. Casi tantos países como nosotros bares. 

Así acabó el día, con un poco de charla, la ropa sin secar, Corina escribiendo, Rolf leyendo y todos prestos a atacar nuestra siguiente etapa.

Portela de Tamel – Ponte de Lima 25 de septiembre de 2023 (24,5 km)

Como en las etapas anteriores, la noche fue calurosa, el duermevela continuo y a las 5:30 ya estábamos en pie. Y no éramos los primeros, en el salón ya teníamos a las alemanas haciendo estiramientos, yoga o lo que fuere. Comí los restos de la pizza de la noche anterior, con un batido de chocolate, y a las 6 estábamos en marcha, en plena noche, con las linternas en la mano y buscando las flechas salvadoras de cada año. A pesar de que la guía explicaba que había servicios cada 4 o 5 km, hasta las 10 no encontramos el primer bar abierto, y vista la tardía hora, optamos por un Früschoppen, al mejor estilo alemán, pero sin Bretzel ni Bratwurst: un desayuno a media mañana con cerveza. El ritmo que llevábamos era bueno, por lo que andamos una hora y media más y volvimos a parar, no fuera a ser que nos quedáramos sin ver alguna de las curiosas etiquetas de la cerveza SuperBock, que iban desde un “Carpe Diem” hasta un “Amigas” pasando por un “Bora falar” (hablemos), que bien usó Rolf en nuestro último encuentro diciendo que era la etiqueta adecuada para mí. ¡Como si yo hablara mucho! Si soy la persona más tímida y callada que uno pueda imaginar. Y la más normal de la mesa. 



A la una de la tarde entramos en Ponte de Lima, y cruzando todo el mercadillo semanal que bordeaba el río Lima (o Limia en España, donde nace), mercadillo que nos volveríamos a encontrar en Valença, cruzamos el puente antiguo a cuyo extremo estaba el albergue. En la puerta ya encontramos bastantes peregrinos esperando, ninguno de ellos conocido, y dado que el albergue no abría hasta las 3, dejé mi mochila, volvimos a la otra ribera del río y nos sentamos a tomar unas cervezas (oh, sorpresa, cerveza) para hacer tiempo. A la vuelta, y tal cual se abrió la puerta del refugio, los 20 o 30 peregrinos se lanzaron a pillar su posición en la cola, algunos sin respetar el orden de llegada. No me pude reprimir, pegué un grito, y la gente se alineó más o menos en orden, aunque un listillo, que iba con una chica que se parecía un montón a Greta Thunberg, alias Greta Majareta, se quejó a voz en grito y encima se me encaró de forma amenazante en la cola, diciendo que dejáramos de faltar al respeto a su amiga Greta. Ni que habláramos de ella: los chistes eran sobre el personaje público del #Fridaysformoney, perdón, #Fridaysforfuture, movimiento “ecolojeta” radical inventado por los padres de dicha Greta, en el qué la pequeña marioneta es utilizada desde hace años para vendernos el cercano apocalipsis climático y con ello ganar su buen dinero, eso sí, por el bien de nuestra supervivencia. Mira que llevo años luchando contra esta imbecilidad, y hasta en el Camino tengo un incidente causado por ella. Parece una maldición que me persigue por donde quiera que ande. En fin. Malditos Gretos y maldita Agenda 2030. El albergue sin duda estaba en un sitio privilegiado, con jardín, amplia terraza con vistas al río y a la parte antigua de Ponte de Lima, según algunos lugareños la ciudad más bella de Portugal, pero la dureza de los colchones, las almohadas rebeldes imposibles de fijar en la cama y el techo de madera, creaban un microclima similar al infierno, con un calor insoportable y una incomodidad de las camas que nos hicieron imposible echar la siesta, por no hablar de la dura noche que pasaríamos más tarde. Se me presentó una chica bastante rara, desaliñada, con el pelo sucio, con esa frase que ya había oído tres veces en las etapas anteriores: “¿Estoy dejando de fumar, pero me puedes invitar a un cigarrillo?”. Igual es una tradición rural lusitana esto de sacarle el tabaco a los peregrinos, pero bueno, generosamente le ofrecí un pitillo y se lo fumó con total ansiedad sentada en el suelo delante de mí. Normal, lo que se llama normal, no lo era la chiquilla. Sin duda. Pero, no soy yo nadie para decidir quién es normal y quién no, válgame, Dios. Allá cada uno con sus problemas, si puedo ayudar, ayudo, y si me molestan mucho, pues sigo mi camino, sin criticar, blasfemar o insultar. Bueno, criticar un poco, sin duda. 

Después de ducharnos e intentar en vano descansar, hacia las 5 salimos con mucha hambre e intentamos acercarnos a un Burger, dado que el restaurante bueno, bonito y barato localizado por Edu no abre hasta las siete de la tarde. Anduvimos un rato, pero visto que la ruta nos lleva fuera de la ciudad a un polígono industrial, decidimos volver sobre nuestros pasos y buscar otra opción. Al final encontramos un búrguer / fast-food local, cerca del puente antiguo en la zona ferial de la villa, y comimos ahí un Eggburguer, hamburguesa con patatas, huevo etc. No estaba malo, pero distaba mucho de ser tan excelente como nos lo describió el parlanchín propietario, que orgulloso nos mostró los premios recibidos por su local. Lo importante es que nos sació y que estábamos cerca del albergue. Rolf nos había mandado fotos de un hotel/albergue en el que se había quedado con Corina y otras alemanas, por lo que volvimos al albergue, charlamos un rato con Ibo y Antoinet, un simpático matrimonio de 68 y 67 años que andaban celebrando su 44 aniversario de boda, un pintas bastante pijo me vio curándome los pies, y se me acercó: pensaba yo que iba a ayudarme al ver mis problemas para curarme los pies, pero nada de eso. Lo que quería era hacer una foto de mi concha tatuada. En fin. A intentar descansar, algo que realmente no fue posible por el calor.




Ponte de Lima – Rubiaes 26 de septiembre de 2023 (18 km)

A las 6:30 de la mañana nos pusimos en marcha, sin haber dormido nada, cruzamos el puente, sacamos dinero y desayunamos un buen café con bollería. Después de unas horas de tramos fáciles, llegó la temida subida de esta etapa, según todas las guías la más dura del Camino Portugués. En una tienda, al borde de un rio, con terraza y un buen ambiente, paramos para coger fuerzas. Poco a poco fueron apareciendo más y más peregrinos, en lo que al parecer es un punto de descanso habitual. Conocimos a la pareja de recién casados e Torredembarra y Altafulla, muy majetes y educados, y los holandeses Ibo y Antoinet se nos unieron en la mesa. Estuvimos bastante rato, entre cervezas, risas y charlas varias, mientras reservé por teléfono un albergue privado en Rubiaes. Se trataba de nuestra última noche, y después de tantas noches en vela, nos merecíamos algo mejor. La subida fue realmente lo más duro del camino, pero a pesar de ello, y a un ritmo lento pero constante, conseguí coronar el alto. Sin parar, empezamos el descenso y paramos en el anunciado punto de descanso de la “Roulote”, con su jardín y bastantes peregrinos comiendo y descansando. Al poco rato aparecieron la pareja de holandeses, y desgraciadamente Antoinet venía con heridas en la frente, brazos y piernas: en el descenso se había caído de bruces, y teniendo en cuenta su edad y su envergadura, se entienden las heridas sufridas. Edu soltó el chiste a Ibo: ¿No la habrás empujado para celebrar los 44 años? Risas generales, la mujer del pijo de la foto a mi pierna se levantó anunciando que es enfermera, miró de forma superficial las heridas de Antoinet, le hizo las pruebas de si veía bien los dedos, uno, dos, derecha, izquierda, a lo que nosotros replicamos con una o dos cervezas en alto, y se volvió a sentar. Un pequeño espectáculo que no sirvió de nada a la pobre amiga, pero que sin duda llenó el ego y afán de protagonismo de la supuesta “enfermera”. 



Descansados y recuperados, atacamos los últimos 2,5 km, para llegar al poco rato al oasis de este Camino, a Casa Sebastao, un albergue privado, con habitación individual, bar y restaurante cerca y una preciosa piscina que invitaba a pasar la tarde. Nos instalamos, vimos a la guapa alemana pasearse en bikini por el local (según ella no le queda otra ropa ya que ha lavado todo), y bajamos al restaurarte de carretera a ver si aún podíamos comer algo. Los menús se habían acabado, pero nos sirvieron un plato combinado con, suponemos, los restos de los menús: pollo frito con patatas y arroz. Nada del otro mundo, pero correcto y a buen precio. Sin dilación volvimos al albergue, y a falta de bañador decidimos bañarnos en gayumbos. Tampoco hay mucha diferencia entre un boxer y un bañador, aunque al soltarlo a la alemana empezó a reír y dijo que le gustaría vernos haciendo FKK (Freie Körper Kultur, nudismo en alemán). No le dimos ese gusto y nos bañamos en ropa interior, en una piscina fresca pero revitalizante, para acabar sentados en las mesas que la rodean, disfrutando del paisaje, con música para todos y una cerveza tras otra que fueron trayendo Ibo y Edu. Así pasamos varios horas, hasta que decidimos movernos un poco, nos vestimos y fuimos al cercano bar, que pertenece al albergue, nos sentamos en la terraza con queso y cerveza y con los catalanes al lado, hasta que para nuestra alegría volvieron a aparecer Rolf, y al poco rato también Corina. Se nos unieron, les enseñamos nuestro curioso albergue, organizado por dentro en cabinas como si fuera un submarino, y les acompañamos al restaurante a que cenaran, mientras nosotros nos tomábamos una garrafa de vino con Sprite, a falta de gaseosa. A la cena se apuntó una rumana que vive en Blanes, y que para nuestra sorpresa anunció que no llevaba ni un duro, pero que se lo devolvería a Corina. Extraña persona que se va a cenar sin dinero, pero bueno, supongo que al final nuestra terapeuta suiza cobraría. Acabada la cena, cada mochuelo a su hoyuelo, y a descansar ante la última y corta etapa que nos quedaba. Como siempre, se me ha hecho corto: ahora que ya conocemos a la gente, que las heridas de los pies se han consolidado en una masa de sangre y piel bien compacta y que el sabor de la cerveza local ya ha sido asimilado por mi cuerpo, se acaba. A esperar al año que viene. Como cada año, desde 1999.

 


Rubiaes – Valença do Miño 27 de septiembre de 2023 (20 km)

Esta última etapa dio poco de sí en cuanto a anécdotas, caminamos todo el tramo sin ver a casi nadie, salvo a Pedro de Zamora, que nos contó que iba a coger un autobús directo de Valença a Vigo, y algún peregrino suelto que hasta ahora no habíamos visto. La idea del bus directo nos pareció buena, ya que así evitábamos el último tramo de 4 km hasta Tuy, compramos los billetes online, y en nuestra última parada, a unos 5 km de Valença, volvieron a aparecer primer Rolf y después Corina. Rolf nos demostró las maravillas de su ingenio fotográfico, un stick con cámara de 360º o algo similar, tomamos la última cerveza con ellos y ya nos despedimos. Ellos siguieron su camino, mientras que nosotros nos fuimos hasta la estación de autobuses y con un par de cervezas y unas croquetas de bacalao, el único alimento autóctono que probamos en 5 días, acabó nuestro tramo anual. Autobús con retraso, el código QR de la Wallet no le valía al conductor malhumorado, por lo que tuvimos que recuperar los PDFs, llegada a la nueva estación de tren en Vigo, espera, conseguí pasar la navaja sin que me la quitaran y tren de vuelta. Una charla casual con el revisor, que olía a vino como si saliera de una vetusta bodega, y resultó que conocía a mi amiga Deborah, por lo que intercambiaron saludos por Whatsapp, y con esto acabó la aventura de este año.



Epílogo

¿Cómo resumir el tramo de este año? Pues está claro: paisajes preciosos, empedrado mortal, personajes pocos pero curiosos, un placer haber conocido a Rolf y Corina, decisión de optar en el futuro por más albergues privados y menos noches en vela en los municipales, y con ganas de volver a empezar cuanto antes. Porque, no hay que olvidarlo, estos días han sido “the best days of my life”. Por lo menos para Karl-Heinz, Carlos Enrique, del que nunca más supimos nada, salvo el jocoso recuerdo de su frase y la ráfaga de 25 fotos hechas durante la barbacoa en el primer albergue. 

De alguna forma tenía que documentar para sus amigos su absoluta felicidad: desde un fondo, desde el otro, con las manos hacia arriba, las manos hacia abajo, riendo o diciendo PATATA.

¡ULTREIA!