miércoles, 9 de noviembre de 2011

Idos a cagar


Ante la madre de todos los debates, es decir, en vísperas del histórico, único y decisivo debate en pro de la salvación de la patria española, andaba yo (y espero que algunos cientos de miles más), con la mosca detrás de la oreja. Aunque más que una mosca, por el ruido elevado, incesante y penetrante,  creo que se trataba de un moscardón, de aquellos que cazan abejas y arruinan la apicultura por donde pasan.

El “mainstreaming” oficial, el de los lobbys, léase los grandes partidos, los medios de comunicación afines, las instituciones financieras aliadas, las constructoras,  los gestores de gasolineras, los sastres, las oeneges , las fundaciones  sin ánimo de lucro, las sicavs y los demás centros de poder,  asociados todos ellos con el único fin de mantener su posición de privilegio ante el resto de la sociedad,  esa “corriente principal” ya había decidido de antemano quién, cómo y cuándo se celebraría el debate, el color de las corbatas, el modelo de mocasines, los temas que se abordarían y aquellos “problemillas” que se obviarían para no asustar y ahuyentar al votante.

Cualquiera de los columnistas de prestigio, (como por ejemplo hoy Jimenez Losantos y Raúl del Pozo), ha coincidido en destacar el absoluto vacío de esta absurda escenificación fruto del bipartidismo, de ese ente que hoy en día empezamos a llamar la “casta política”, que no lucha ya por arreglar algo, sino simplemente por el múltiplo en euros que le otorgará cada uno de los votos que robe al insensato, por poco preparado, elector.

¿Sinceramente alguien cree que sea de recibo que se gasten 80 millones de las antiguas pesetas en montar un escenario para que dos marionetas se enfrenten en un preparado debate hablando un poquitín de de todo,  menos de aquello que realmente importa?  Estoy por repasar el vídeo del debate para ampliar con el zoom al máximo la parte superior de la imagen y poder detectar los hilos casi invisibles de los titiriteros que movían las manos de uno, y los papeles del otro, mientras que el moderador ya ni necesitaba hilos, dado su papel meramente decorativo del magno evento.

Ya lo deja bien claro Losantos hoy en El Mundo: la corrupción, no existe en España. La sumisión a los terroristas, y con ello la derrota y humillación de las víctimas, tampoco. Para no hablar de desahucios, violencia en la calle, invasión de inmigrantes con nula intención de adaptarse, beneficios astronómicos de la banca y sueldos e indemnizaciones millonarias a sus peores gestores, o nepotismos de última hora, colocando a “corre-cuita”, como decimos aquí en  Cataluña, (aún España), hasta al primo más tonto, la prima más desaliñada y al cuñado más cleptómano, en cualquier puesto de las múltiples administraciones que sufrimos, en sus empresas asociadas o en embajadas tan exóticas que ni Tintín las visitará en las próximas secuelas de su gran película estrenada hace unas semanas.
Qué fácil es manipular cuando tienes la sartén por el mango. Qué bonito y entretenido es intercambiar cromos en el patio, una vez cada cuatro años, asumiendo hoy el papel  de opositor y mañana el de gobernante, como si se tratara de un simple juego infantil.  
Juego, al que por cierto, no dejan entrar a nadie más. No vayan a quedarse sin el placer y el poder de hacer y deshacer a su antojo.

Los demás, a verlo desde la barrera, desde el grupo mixto mezclados con etarras, enfermizos nazionalistas catalanes o incorregibles comunistas ciegos y sordos, desde  la cola del INEM o  el comedor de beneficencia, desde la cafetería del hospital, tiritando de frío  por no haber camas para el acompañante o desde cualquier lejano país al que han tenido que emigrar,como en los años 60, por carecer de futuro en su propia tierra.


Lo dicho,idos a cagar. (1)






(1). Verbo ir, según la RAE.



viernes, 4 de noviembre de 2011

Elecciones y excepciones

Llevo ya más de 30 años de militancia, si se puede llamar de esta forma a una actividad política mínima, extraparlamentaria, en partidos minoritarios, que no marginales,  y centrada  casi en exclusiva en proclamar a los cuatro vientos  (si es en la barra del bar, mejor),  mi disconformidad con el sistema político actual y mi aspiración a conseguir un sistema político más justo y más cercano a los valores eternos que considero básicos para una sociedad avanzada.  Es de cajón que esto y la nada absoluta se asemejan mucho, sobre todo si la escala para su ponderación la ponemos en las metas y logros alcanzados.  Detalle éste que tampoco me preocupa, dado que cualquier utopía por definición “es irrealizable en el momento de su formulación” (RAE), y por lo tanto equiparable a la nada, al vacío, al agujero negro del espacio que todo se traga y nada devuelve (y si se llegara a realizar dejaría de ser utopía). Llevo por lo tanto 30 años siendo un soñador.

En estos seis lustros he compartido la anteriormente nombrada actividad (para ser sinceros más bien inactividad) con muchos camaradas y amigos, de los cuales una parte residual ha seguido la senda del soñador, refugiándose en ilusiones preciosas pero irrealizables, mientras que la mayoría o bien ha dejado de lado cualquier lucha más allá de la necesaria para la propia supervivencia, o bien ha puesto los pies en el suelo, renunciando a buscar una alternativa política al actual régimen, aceptando el mal menor del sistema político que nos rige, aún a sabiendas que no es bueno, ni justo, ni apropiado, y lanzándose a la batalla escabrosa de bregar desde dentro del sistema para intentar mejorarlo.  Lo describo de esta forma tan “poética” sabedor que no todo son rosas en esta vida, y que en muchos casos (quién sabe en qué proporción) la entrada en el ruedo político no se ha debido al altruismo, al idealismo, sino más bien al interés personal de colocarse en el mejor puesto posible para vivir de las prebendas, los regalos, las relaciones y las subvenciones de la mega-estructura de la sociedad democrática, en la que por cada persona que aporta algo hay cientos detrás rascándose la pancha y viviendo a cuerpo de rey a costa de nuestros impuestos.
De estos pocos que han seguido por la vía política “oficial”, estructurada alrededor de partidos políticos legalizados y registrados, algunos han optado por la opción más consecuente con nuestros ideales, fundando, fusionando, desmontando, coaligando, torpedeando, atacando o defendiendo “ene”  mini-partidos revolucionarios, sociales, patrióticos, unificados, auténticos, ortodoxos, y otros han ido a buscar refugio en aquellos partidos mayoritarios que de una u otra forma cubren, aunque sea parcialmente, sus ideales y aspiraciones de luchar por una sociedad mejor.
“Chapeau” por todos ellos. Por lo menos lo intentan o han intentado.  
En estos treinta largos años que han pasado solamente he votado una vez, en el referéndum del año 1986 sobre la permanencia en la OTAN,  sin haber cometido aún el para mi pecado mortal de depositar en una urna una burda papeleta con las siglas de un partido político, ente que no considero representativo del ser humano ni adecuado para regir sus destinos.  Hoy en día ya ni participaría en un referéndum,  acto que representa la mayor tomadura de pelo dentro del sistema democrático, ya que delega de forma cobarde la incapacidad de los elegidos para desempeñar una función de liderazgo en la masa anónima, que es la misma que le ha encargado una tarea muy seria, la de gobernar. Como si un responsable financiero de una multinacional o de un banco, ante la crisis financiera actual, reuniera a todos sus empleados, desde el repartidor de cartas hasta el guardia jurado del parking, para tomar las decisiones necesarias. Inconcebible e intolerable. Como el amago de Papandreu ,  que ha durado menos que un caramelo en la puerta de un colegio y que de forma tan genial describían ayer en “El Mundo” tanto Arcadi Espada (lector, no te pierdas este artículo, está a la mitad de esta página enlazada, titulado “Una broma de pueblo”) como, en menor medida, Salvador Sostres.

Y seguiré sin votar.

Termino con una dedicatoria. Todo este artículo nació ayer en mi cabeza, tirado en el sofá, cuando cogí mi teléfono móvil  y lancé a la nube invisible que nos rodea y que contiene todo, un SMS con el siguiente mensaje,, dirigido a una querida amiga, destacada ejemplo de la parte buena explicada anteriormente:  “Mucha suerte en la campaña. ¡A por ellos!”

Jamás hubiera pensado que animaría a alguien ante el inicio de una campaña electoral.  Pero en este caso no me he podido resistir, se trata de una persona que rompe todos los tabúes y prejuicios que tengo hacia los partidos políticos y las demás sandeces del sistema.  España se merece que salga elegida. (Y si es capaz de cambiar el sistema, mejor aún).  ¡Mucha suerte Elisabeth!

P.D. Elisabeth es candidata del Partido Popular al Senado.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Del Siglo de Oro al siglo del moro

Sepa de entrada el lector que el título de este artículo no pretende echar pestes sobre ningún colectivo de inmigrantes ni ser reflejo de posibles ideas racistas de un servidor, en el caso de que las tuviera, sino que ha sido elegido por el simple hecho de evidenciar de forma gráfica y clara la intención de estas líneas.  Y sabedor de que una imagen vale más que mil palabras y que el titular de un artículo es por desgracia lo más leído del mismo, por lo menos en este nuestro querido país, pues aprovecho este defecto para por lo menos atraer e interesar un poquito más al lector.  Aunque tampoco mentiría mucho si contrapusiera la época dorada de la cultura española, los siglos XVI y XVII, a la nula educación, higiene, voluntad de integración o formación de la mayoría de los inmigrantes del norte de África que vagan por nuestras ciudades y a los que históricamente siempre hemos llamado moros. Y lo de vagar no es un decir: yo tengo el “privilegio”, bueno, más bien la desgracia,  de vivir cerca de una mezquita “donada” por nuestros inefables políticos progres al “honorable” colectivo de inmigrantes musulmanes y los veo deambular arriba y abajo varias veces al día, algo harto difícil si en sus trabajos tuvieran que cumplir un horario.  Y que no me venga nadie ahora con la cantilena (o cantinela, que ambas valen) de que los vecinos del sur trajeron la cultura, el arte y todo lo bueno a esta península cuando nos invadieron.  Sabedores somos ya, en este Siglo XXI, que ni tanto ni tan poco.  Pero dejemos la historia de España y  la invasión berebere, que no árabe,  para otra ocasión y vayamos al grano.
En los pasados días se han cumplido diez años de la existencia de la archiconocida “Wikipedia”, un proyecto de enciclopedia global y abierta que ha extendido el acceso al conocimiento a una gran parte de la sociedad, adoleciendo eso sí,  según sus detractores, de exactitud y fiabilidad. En los diferentes medios que suelo consultar, se han publicado bastantes artículos sobre el tema, por lo que no incidiré en los problemas propios de un proyecto de “código común” como este, como pueden ser la falta de participación o de financiación, sino  que me centraré en un detalle: es una quimera afirmar que el “acceso al conocimiento” se ha ampliado a la mayor parte de la humanidad. Ya lo decía en otro artículo que publiqué hace unos meses: frente a los ya 7.000 millones de seres humanos,  somos una exigua minoría los que navegamos por Internet, de esta minoría aún son menos aquellos que leen algo, aunque sean los titulares: de hecho está demostrado y cuantificado que los usos principales que damos a la Red son el acceso a pornografía,  a juegos, a imágenes y a descargas gratuitas. Lo de leer más allá de un titular queda para esa pequeña “elite” que aspira a algo más en la vida que a cubrir sus instintos básicos y animales.  Por lo que, por mucho que la Wikipedia lleve diez años, existan unos cientos de miles de editores (en 240 idiomas) y hasta 136 bibliotecarios  en español (aquellos que se dedican a corregir y editar los artículos), eso no significa que el nivel cultural medio de nuestra sociedad haya crecido en esta última década.
Yo más bien estoy convencido que todo ha ido a menos, sobre todo aquí en la península ibérica: que la sociedad culta, aquella que lee y entiende, aquella que no memoriza sino que relaciona, está perdiendo terreno a marchas forzadas frente a la “masa”, al consumidor de titulares, imágenes y “chutes” de actualidad que entran por un lado, satisfacen un instinto primario, y salen por el otro orificio sin dejar ni el mínimo rastro en las neuronas del individuo.
Y no me las voy a dar ni aquí ni ahora de ser parte de esa “élite” capaz de entender. Más bien me siento cada día más pequeño intentando comprender a gente realmente capacitada, a personas que tienen algo importante que contar y transmitir a los demás, algo duradero y que aporta valor a la propia existencia,  llámense Girauta, Albiac, Espada, Pérez-Reverte, Gistau, Arcas, el Trasgo de la Gaceta o Lerín Riera. A este último, por desconocido para la mayoría, os lo recomiendo a todos fervientemente (aquí tenéis el enlace). De los otros nombrados (que no nominados, que eso es cosa de la telebasura) poco os tengo que contar. Hay muchos más, pero tampoco pretendo hacer ahora una lista de todos aquellos columnistas, escritores o pensadores que realmente valen algo. Son los primeros que me han venido a la cabeza. O quizás los que me más me gustan. Chi lo sa.
Y en cuanto al título del artículo, pues eso. Del esplendor cultural del Siglo de Oro español hemos pasado a una sociedad sumida en la decadencia absoluta, en la crisis de valores, en el nulo afán de aprender o aportar algo, en la ley del mínimo esfuerzo, en la corrupción, en el uso de la política como trampolín para el propio enriquecimiento, en el sexo lujurioso, deportivo y competitivo carente de un mínimo de amor o de valor superior, en la importación de mano de obra extranjera, explotada,  para mantener nuestras prebendas y en la entrega a estos nuevos “ciudadanos”, al moro (o al chino, o al paquistaní,o al rumano, o al inglés mafioso, o al ruso violento ), de nuestras creencias, nuestro pasado, nuestra cultura, nuestras calles y edificios, nuestras subvenciones, es decir, de nuestra herencia entera, inventado para ello historias para no dormir que ni Ibáñez Serrador, o  usando recursos públicos, esos que salen de la nada, para iniciativas disfrazadas de igualdad, integración, resarcimiento de pecados del pasado o alianzas de extraterrestres, cuando no teníamos ya bastante con los subvencionados clubs de aventura de los progres llamados ONGs, los programas de máxima audiencia, las porno-telenovelas, la telebasura ,los seriales, las modas artificiales, importadas  y consumistas, como el  maldito Halloween de ayer mismo,  y demás pamplinadas, que por poco que nos giremos o escondamos,  llevarán a la completa desaparición de la cultura occidental, a la trivialización de la existencia humana  y al fin de ese árbol común llamado Europa del que España y los españoles fueron semilla en siglos pasados y que, por desgracia, se han tornado en segadora, cuando no plaga, en este Siglo XXI que por desgracia nos está tocando vivir.