lunes, 30 de mayo de 2011

Los pilares de la vida

Hasta la persona más necia se habrá preguntado alguna vez sobre los pilares de su vida. Doy por supuesto que en la mayoría de los casos no habrá sido en plan filosófico y trascendental, ni me arrogo que sea así en mi caso particular, pero seguro que todos y cada uno de nosotros nos hemos interrogado en alguna ocasión, en una confesión cara a cara con el “espejito mágico”, sobre las bases y razones de nuestra existencia.

¿Qué cosas son las que realmente dan sentido y consistencia a mi propia vida? ¿Qué columnas son las que mantienen en pie el edificio que es mi propio ser?

Esto son dos serias y trascendentales preguntas que, válgame Dios, ni me atrevo a contestar. Para ello hay y ha habido mentes preclaras, a años luz de mí en su capacidad intelectual y de análisis, que han intentado definir estos pilares. Cualquiera de vosotros que desee profundizar en el tema puede usar al siempre dispuesto explorador Sr. Google para que le encuentre definiciones a mansalva. A mí me viene muy grande.

Pero lo que está bien claro, y para ello no hay que ser filósofo ni disponer de grandes capacidades analíticas, es que cada persona es un mundo, y que los pilares que sostienen a cada uno de nosotros son tan diversos que sería misión imposible intentar encontrar una definición que cubriese todas las existencias actuales. Miles de factores externos influyen en ellas, desde los materiales y los geográficos hasta los culturales y religiosos, pasando por los familiares, asociativos, deportivos o laborales, por lo que no hay receta mágica ni formulación científica que permita delimitar de forma clara estos cimientos que nos mantienen en pie.

No tiene nada que ver, por ejemplo, mi vida, incrustada en un sitio irrelevante de un mundo occidental ahogado por el consumismo, el materialismo y la carencia de valores, con la vida de un monje budista en el alto del Himalaya o con un voluntario de Caritas que se desvive en cualquier país tercermundista dando un poco de alivio a personas necesitadas. Ni tengo nada en común con un acomodado directivo de una multinacional que cuenta su “bonus” anual en millones de Euros ni con un pobre mendigo que tiene que arrastrar sus malformaciones por el asfalto de nuestras calles y plazas para poder subsistir. Más aún, igual los pilares de mi vida no tienen ni un ápice de similitud con los de mi compañero de trabajo, que es coetáneo, vive en la misma ciudad y ejerce un papel similar en la misma empresa.

Soy lo que en Alemania llaman un ciudadano 08/15 [1] (“Nullachtfünfzehn”, escrito todo junto según el diccionario alemán), es decir, un ciudadano medio, del montón. Tengo mi trabajo, lo que queda de mi familia, mi círculo cada vez más pequeño de amigos, mis aficiones y mis vicios. También profeso la fe católica y siento un gran un amor por mis raíces tanto españolas como alemanas, por la historia común de Occidente y por el ideal de la mejora continua a través de las buenas obras y el amor al prójimo. Y sobre estos pilares construyo mí día a día.

Aunque en muchas ocasiones tenga la sensación de que esté fracasando en el intento. De que la guerra está perdida, de que los pilares que antes me sostenían se derrumban cual baraja de naipes mal cimentada.

¿O serán quizás los pilares de la sociedad en sí que están agrietándose a marchas forzadas, cual edificios aquejados de la peor de las aluminosis posibles?

¿No será esa superestructura llamada sociedad o civilización la que se está tambaleando, y con ello moviendo mis propios pilares como un tsunami enviado por un ser superior para castigar nuestros despropósitos?
¿No estamos en el fondo ante un nuevo episodio como Sodoma y Gomorra que se merece lo que está sucediendo?
¿Qué valores defienden ya las élites de la sociedad, aquellas personas que deberían de ser ejemplo paras los ciudadanitos de a pie?
¿Qué ejemplo positivo podemos ver en políticos, gobernantes, líderes mediáticos, escritores, deportistas,  cantantes o actores?

Y si no lo podemos ver nosotros, los que gracias a Dios tenemos una cierta base cultural, económica y de extracto social que nos permite seguir capeando el temporal de una sociedad sin valores,
¿cómo vamos a esperar que lo vean personas más humildes, mas incultas o más atontadas por años de alienación fomentada por el poder y los medios de comunicación “manipuladores” por definición y objetivo?

Así no llegaremos a ninguna parte. Y los pilares de nuestras vidas seguirán siendo los que interesen a las personas aupadas al poder. La incultura, la adicción al consumo material y la inexistencia de valores trascendentales. Así seguirán rigiendo nuestros destinos, riéndose a nuestras espaldas y disfrutando de la vida a costa nuestra.

O dicho de otra manera, las columnas de la vida seguirán siendo las “acampadas” sin sentido, las victorias de un club cada vez menos deportivo y el meneo de caderas de Shakira. Y el sexo sin amor.

Vaya civilización que hemos creado.

* [1] Esta expresión proviene de la metralleta estándar que recibían todos los soldados alemanes en la Primera Guerra Mundial, y que se siguió manteniendo al principio de la Segunda Guerra, pasando a significar algo estándar, masivo y hasta anticuado.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Identidad

Estaba yo en un tris de titular este artículo “Identitarios”, cuando un buen amigo mío me ha aconsejado “no meterme en estos fregados. Estando en época de elecciones, con la mayoría de nuestros conocidos, amigos y camaradas inmersos en la campaña electoral defendiendo posturas diversas y en muchos casos bajo siglas harto extrañas, este mi amigo debe de considerar que es mejor arrimar el hombro, apoyar a los nuestros aunque consideremos que están equivocándose y ser práctico. Es decir, usar la política, los partidos y las elecciones para conseguir arañar un poquito de poder consiguiendo alguna representación local o autonómica.

Pero yo sigo en mis trece. Esto, en el fondo, no aportará nada al bien común, a nuestros ideales compartidos durante años ni, menos aún, a la idea de patria que hemos soñado durante tantos años. No desprecio sus consejos. Suelen ser acertados. Pero siempre hay algún punto que prefiero discutir y no dar por válido por que sí.

Hablemos pues de la identidad, que no del concepto “identitario”. Concepto tan extraño, nuevo y rebuscado que ni lo acepta el corrector del procesador de textos que estoy usando. Por no hablar de la Real Academia, que ni en su versión actual ni en el “Panhispánico de Dudas” incluye esta palabra. Si alguien tiene algún interés especial en saber a qué hace referencia este nuevo concepto aplicado a los partidos políticos simplemente tiene que tirar de Google, Wikipedia o cualquiera de las demás fuentes de información “fidedignas” que se están convirtiendo pasito a pasito en la biblia de los incultos, iletrados y vagos. Aún dudo yo si esta apertura informativa que ha supuesto el acceso a la Red, las wikis, los foros, los blogs y las redes sociales realmente esté aportando un mayor nivel cultural al ciudadano medio o si por el contrario está liando las mentes un poco más y convirtiendo hasta al ministro socialista más burro en un “culturetas” sabelotodo. Aunque esto es harina de otro costal que se merece un artículo aparte.

Volvamos entonces a nuestra identidad. Esta viene impuesta por unos factores muy claros. Nuestra filiación y nuestra raigambre. Tenemos por lo tanto como componentes de nuestra identidad la nacionalidad, el (o los) idioma(s) y la cultura que hemos heredado de nuestros progenitores, sumado a las raíces culturales y sociales en las que nos hemos criado. Aquí cada uno puedo reflexionar sobre cuál es su identidad. Si la de su bloque de pisos, la de su barrio, la de la urbanización donde veraneaba, la de su ciudad, de su provincia o la de su región o comunidad autónoma actual (que por cierto son variables en la vida de muchos ciudadanos y más lo han sido aún en la historia de España).

¿O será quizá otra nuestra identidad? Digo “nuestra” refiriéndome a la de “la mayoría de nuestros conocidos, amigos y camaradas” ya nombrados al principio. ¿No podría ser, pongamos el caso, que nuestra identidad sea un compendio de todo lo detallado anteriormente? ¿Del barrio, la ciudad, la provincia y la región, sumado a nuestros viajes y vivencias de juventud (muchos de estos compartidos), a los barrios, ciudades, provincias y regiones de nuestros padres, amigos y camaradas que nos han acompañado hasta ahora en nuestras vidas?

¿Y cómo hemos llamado a todo esto hasta ahora? Yo diría que siempre lo hemos llamado nuestra Patria. Y que esta nuestra patria siempre se ha llamado España.

Somos herederos de nuestra historia milenaria, de nuestra cultura tan rica y diversa, de las acantilados de la Costa da Morte y los desiertos del Sáhara. De los bosques del pirineo catalán y las llanuras burgalesas. De la Reconquista iniciada en Covadonga al descubrimiento de las Indias. Del bocadillo de calamares de la Plaza Mayor de Madrid a la butifarra de payés del Montseny. Del gazpacho y del pacharán. De la sidra del norte al fino del sur. De Figueras a Tarifa y de Tortosa a Finisterre. Del “Nodo” que algunos hemos llegado a ver a las repeticiones de Verano Azul. De Jaume Sisa y la Orquesta Platería a los Nikis o los Toreros Muertos. De Gasol a Induráin y de Juanito a Ballesteros. De la sardana a la jota y de los castellers a las traineras. De la Semana Santa sevillana a la “Rompida” de Calanda pasando por la Dança de la Mort de Verges. De la Vuelta y la Volta. De Sarriá, Malasaña, el Brillante cordobés o del Poble Nou. ¿Sigo?

Quién nos los iba a decir, a estas alturas. Tenemos una identidad. Y se llama España.

lunes, 2 de mayo de 2011

El local de moda

Los que me tratáis conocéis de sobras mi afición a los bares. No es algo extraño, teniendo en cuenta que en los años 80 ya ayudé en algún bar, que a final de dicha década (¡del siglo pasado, casi nada!) estuve trabajando “duramente” como animador turístico en Menorca, que en los noventa conseguí regentar mi propio bar musical con bastante éxito y, sobre todo, que siendo español y de Barcelona sería muy raro que no tuviera esta afición tan propia de esta tierra que me vio nacer.

Aún así, y conforme pasan los años, la selección de bares que frecuento ha ido mermando de la misma forma que el aguante de mi hígado, el saldo de mis tarjetas y la capacidad de un local de sorprenderme de una forma tan grata que tenga ganas de volver. Si hago un rápido repaso mental a los locales que sigo visitando de tanto en tanto (es decir, una vez a la semana), me sobra una mano. Son bodegas y bares pequeños, en los que casi todos los clientes son conocidos, lo cual evita por un lado las posibles sorpresas de personas que no se adaptan a mi estilo (o viceversa) y por otro las siempre latentes discusiones con el barman de turno sobre el precio de una copa, la siempre injusta proporción entre el elixir y el refresco, la caída de una copa recién estrenada (y el automático “te lo juro que estaba llena” que siempre tiene que oír el camarero) y, sobre todo, la temible hora de cierre. Hora maldita esta, que todos, sabedores de que tarde o temprano llegará, intentamos olvidar, obviar, negar y hasta sobrepasar a base de copas en el último momento, charlas intensivas con el camarero, postreros paseos al lavabo o un simulado y "profundo" malestar para poder apurar la última gota mientras los sufridos empleados se afanan en limpiar el local maniobrando entre los impertérritos clientes , incapaces estos de cumplir su palabra de “la última y nos vamos”, dada con toda la solemnidad y un cierto retintín bastantes horas antes.

Pero, oh sorpresa, este fin de semana ha sido el del descubrimiento de un nuevo lugar donde ahogar mis penas, escuchar buena música, conocer a gente divertida, bailar, comer y beber bien y encima gastar poco. Situado en la zona alta de Barcelona, con una terraza abierta expresamente en las alturas para burlar la ley antitabaco, con vistas a la montaña del Tibidabo y equipada con todo lo necesario para pasar un buen rato, este local te recibe como si fuera el salón de una casa particular. Las personas que lo regentan son abiertas, amigos de sus amigos, y te hacen sentir como en casa a los pocos minutos de haber pisado el suelo de este nuevo refugio para los soñadores que seguimos buscando la felicidad en la barra del bar. La clientela, bárbara. Exceptuando los intrusos que en todas las fiestas aparecen de la nada, como caídos del cielo o expulsados de un helicóptero de los Navy Seals que buscando a Obama acabó en la Bonanova atraído por la fama del local, y que encima de ser desconocidos se mueven como pez en el agua sin rendir cuentas a nadie y creyendo que el local es de su propiedad, llegando hasta el punto de soltar frases como “¿pero este local no tiene más lavabos?”, pues exceptuando a esta gente el resto de la clientela daba gusto. El paradigma de la “beautiful people”. Personas abiertas, guapas, con ganas de hablar, de bailar, de probar nuevos cócteles, simpáticas, ocurrentes…, y, cómo no, ya pasadas las preceptivas horas bebiendo, pesadas, hiper cariñosas, buscando consuelo, empalagosas, cansadas, solitarias, tristes o alegres, pero siempre bien acompañadas en sus penas o en sus alegrías por los demás clientes, los dueños del local, los excelentes pinchadiscos (sobre todo un tal Marc), y los camareros. Para eso están los locales. Los buenos locales. Y como no podía ser menos, la barra seguro que marcó un antes y después en la vida de muchos de los clientes. Cócteles de todo tipo, a cual mejor, una gran variedad de Gin Tonics, a cual más sorprendente, y dos camareros, a cual más solicito, simpático y abierto. Sin colas, sin quejas y sin problemas con los precios, los cubitos aguados, el güisqui de garrafón o la proporción de alcohol/refresco ya nombrada antes. ¿Qué más se puede pedir a un local? ¿Qué encima acabe todo con un gran recital de chistes y monólogos de una futura estrella llamada Sergi? Pues también. ¿Qué para acabar pueda quedarme a dormir sin miedo a que me despierte la Guardia Urbana por estar tirado en posición extraña en mi coche? Sin problemas.

Hombre, ya puestos podría daros el nombre y la dirección exacta del local. Lo que sucede es que no me acuerdo muy bien. Igual me sentaron mal los sándwiches (que buenos, por cierto), el sushi, el pollo, los Tigretones, las Panteras Rosas o los “pocos” cócteles que probé. Me suena algo como “Ibiza Reloaded”. O “Déjà vu”. Lo dicho, no me acuerdo muy bien, pero seguro que seré capaz de volver a encontrarlo. Y espero que no pase mucho tiempo antes de volver a disfrutar de una fiesta como Dios manda.

"Bares, qué lugares, tan gratos para conversar No hay como el calor del amor en un bar."
Gracias Sandra, gracias Santy.