jueves, 18 de noviembre de 2010
Sexo, mentiras y política
miércoles, 10 de noviembre de 2010
La década prodigiosa
En mi caso, la década prodigiosa abarca esos maravillosos años que van desde el 1980 al 1992, más o menos. Son esos 10 o 12 años que siguen presentes en todo momento, son los años en los que fui más feliz, en los que cimenté con buena cal y arena las columnas de amistades que aún perduran, donde forjé mi manera de ser y elegí mis compañeros de viaje y el relleno de las alforjas que sigo llevando a cuestas.
Viene todo esto a cuento de un reencuentro hace unas cuantas semanas con un buen amigo del servicio militar, con el que coincidí en el lejano 1985 en la calurosa y genial Córdoba, y de unas cuantas fotos que acabo de volver a ver y que han conseguido emocionarme y valorar de nuevo todo aquello que quedó atrás.
Atrás en el tiempo pero no en el sentimiento y en el recuerdo.
Después de esa década prodigiosa que vivimos todos el presente pasa a ser una rutinaria realidad, bonita en muchos casos, triste en otros, repetitiva en la mayoría de ellos; pero carente de la emoción, la ilusión, la alegría, la frescura, de la idealización y exageración de los sentimientos, del morir por su amor o por los ideales, del soñar despierto y dormir impaciente para volver a levantarte y disfrutar de todos y cada uno de los segundos del día.
Y conforme pasa el tiempo, recurres a dicha década, a tus recuerdos, para sorber un poco del elixir de la vida que al parecer se agotó en esos 10 años maravillosos que todos hemos pasado.
Y vuelves a encontrarte con viejas amistades, que no han cambiando un ápice en su interior, aunque físicamente hayan envejecido (algo que ni notas). Y abres un álbum de fotos y lloras y ríes de emoción y felicidad recordando ese día tan especial, ese concierto de los Nikis en Madrid, esa excursión a la montaña o esa salida a la playa con toda la vida por delante, los mejores compañeros arropándote y las chicas más guapas a tu lado.
Y todo esto sucede por una simple razón: la década prodigiosa de tu vida no desaparece. Es la base, el soporte, la columna, la roca sobre la que has construido el resto de tu vida. Es la red a la que recurres cuando estás a punto de caer, la manta que te envuelve cuando tienes frío, la brillante luz que te ilumina cuando andas por el oscuro túnel de la madurez en soledad.
Qué bonito es tenerla siempre a mano, a esa década que te marcó y te permite seguir soñando cual joven aprendiz de pintor. Y que te ayuda a no olvidar todo lo bonito que te ha dado la vida y a la gente maravillosa que has conocido. Va por ti, Alejandro, estés donde estés. Y por Antonio, por Paloma, por Chus y por todos los demás que a ciencia cierta leyendo esto saben que son parte de esa década. De nuestra década prodigiosa.
martes, 2 de noviembre de 2010
Las elecciones, un show más
Conforme pasan los días previos a la apertura “oficial” de la campaña electoral en la Comunidad Autónoma del Reino de España llamada Cataluña, el panorama se va volviendo cada vez más alucinante. De entrada no entiendo el porqué de la limitación temporal a las campañas electorales (oficialmente no entramos en campaña hasta el 12 de Noviembre), sabedores todos que la vida de los políticos es una campaña constante, de día y de noche, llueva o haga sol, para seguir manteniendo sus privilegios contra viento y marea. La campaña política de cualquier “elegido” empieza el mismo día en el que los votos de los simplistas ciudadanos le han aupado al poder. A seguir engañando a todos para no perder sus privilegios. A eso se dedica un político, y no a cumplir sus promesas electorales. Si la única diferencia entre la campaña “oficial” y la “no oficial” es que se puedan decorar las paredes, los árboles, los plafones y demás objetos de mobiliario urbano con carteles pagados por todos nosotros, en los que nos sonríen las falsos salvadores de la patria con sus patéticas caras (retocadas en la mayoría de los casos con herramientas de edición gráfica), pues sinceramente no entiendo nuestra ley electoral. Dejémonos de formalismos, de leyes que nadie cumple, de normativas electorales y demás sandeces, cuando aquí todo el mundo hace lo que le rota, cuándo y cómo quiere. Si hay que reunirse con terroristas para arañar votos, pues adelante. Si hay que vigilar al contrario contratando detectives privados, pues por qué no. Si lo útil es tirar de hemeroteca, de hechos acaecidos hace tiempo y hasta prescritos, para echar un poco de mierda sobre el contrario, pues vale. Si hay que irse a comer o cenar con determinados jueces para asegurarse su apoyo en sucias maniobras electorales, pues adelante. ¿La división de poderes, para qué la queremos? Si hay que mentir a diestro y siniestro sabedor que no se demostrarán las mentiras hasta que las elecciones hayan acabado, pues divirtámonos mintiendo, que es gerundio. Esto es la guerra por el sillón, por las prebendas, la obsesión de los “representantes del pueblo” por llegar cuanto antes al mínimo legal requerido para disfrutar de una pensión vitalicia. Lo demás, mentiras como una olla.
Poca diferencia hay, por desgracia, entre nuestro sistema democrático y su sistema electoral y cualquier “reality show” o programa de telebasura. Se trata de vender humo, de soltar mentiras, cuan más exageradas, mejor; de sorprender, entretener y manipular a la gente como si se tratara de un juego más, de un show televisivo, de darles carnaza para que caigan en la trampa de votar, que se sientan partícipes de un proceso que no es nada más que un montaje para que los de siempre, los políticos profesionales, obtengan su certificación, refrendada por el voto de los tontos ciudadanos, y puedan seguir unos cuantos años más viviendo del cuento.
No descubro nada nuevo con todo lo dicho antes, grandes escritores, columnistas, pensadores y filósofos, lo han descrito en el último siglo y medio de esta o de mucha mejor manera. Todo es un cuento para mantener al pueblo atontado y hacerle creer que participa realmente en las decisiones trascendentales que afectan a la sociedad, a la convivencia, al futuro del ser humano, al bien de su patria o a la limpieza física y social de su barrio. Y un carajo. Igual tiene razón el escritor Sergio Fidalgo, que ha decidido dar su voto a un partido de “frikis”, el CORI, ya que en su opinión los “frikis” de verdad ya están en el poder. Igual no. Tiene toda la razón del mundo.