miércoles, 1 de diciembre de 2021

Ante la próxima Navidad

Si fuera un borrego descerebrado de esos que hoy en día pueblan este antaño próspero, creyente, trabajador y culto continente llamado Europa, tendría que haber titulado este comentario “ante las próximas fiestas”. Porque como bien sabéis la Comisión Europea intentó ayer (por el 30 de noviembre) desterrar la palabra Navidad y obligarnos a usar en cambio algo tan genérico como “fiesta”. Suerte que el tiro les salió por la culata: ante la avalancha de lógicas protestas han retirado el folleto que contenía tamañas estupideces (¿cómo justificarían sino sus felicitaciones “oficiales” por el Ramadán, el Año Nuevo Chino, las Luminarias judías o el nacimiento de Luke Skywalker?). Aunque sea para la galería y en breve los malos vuelvan al ataque con sus demencias encaminadas a acabar con nuestra herencia cristiana e imponer su nueva cosmovisión totalitaria. De eso no nos salva ni el tato. A no ser que nos levantemos de una vez, al unísono, emulando a Polonia y Hungría, y echemos de nuestras vidas a la maldita ralea que puebla los despachos de Bruselas, Estrasburgo y demás sedes de la secta globalista.

Una Navidad que se avecina con las ya conocidas preocupaciones de gran parte de nuestra sociedad: la grave situación económica, el constante dislate con la supuesta pandemia y sus incongruentes, infundadas e ineficaces medidas para combatirla y la creciente inseguridad en nuestras calles. Casi nada. Los pilares de nuestra existencia, la libertad, la salud, la cobertura económica y la seguridad, están en juego y todos nosotros somos funambulistas viendo el cercano y profundo precipicio en un cada vez más difícil equilibrio. Equilibrio físico y psicológico. No llegamos a fin de mes, no comemos lo que nos apetece, no visitamos a nuestros familiares y amigos, no nos sentimos seguros paseando por las calles, no calentamos la casa lo suficiente para sentirnos abrigados…, en resumen, no vivimos. Porque languidecer bajo un régimen autoritario, con el miedo metido en vena en generosas y diarias dosis, con los acreedores haciendo cola en la puerta, con las vacunas caducando y nuevas apareciendo día sí día también, con hambre, sed y frío…no puede llamarse vivir. Digo yo.

Pero aún hay algo peor a todo esto: nuestra propia culpa. Porque si lo analizamos con objetividad, la culpa de la propia sociedad occidental de todo lo que está sucediendo es clara. Y demostrable. Datos y no relatos. El buenismo, el igualitarismo, el falso progresismo y el globalismo han ido minando poco a poco todas las bases de nuestra sociedad, desapareciendo con ellos los valores fundamentales necesarios para garantizar la supervivencia de una cultura avanzada: la unidad, la solidaridad, la caridad, la fe, la laboriosidad, la fidelidad…, tantas piezas necesarias y ya inexistentes, que al final va a ser imposible recomponer el puzle, lo que significa un desastroso presente y un mucho peor futuro para todos nosotros.  

“…Y al llegar aquí (los inmigrantes) ¿qué ven? El caos de un mundo sin principios, sin autoridad, sin decencia. Y hacen lo que no hacemos nosotros, naturalmente, y violentan toda esta podredumbre nuestra. Violencia que nos subleva, pero a la que no tenemos nada que oponer: ninguna verdad, ninguna…”.

Esto anterior es parte de un  hilo en Twitter de nuestro admirado Coronel Pakez. Léanlo si les place y lo verán todo más claro.

Somos nosotros mismos, cada uno en su justa medida, que hemos permitido los desmanes de una burocracia europea dedicada al bien de unos pocos a costa de la larga y fructífera historia del mundo occidental.

Somos nosotros mismos los que miramos a otro lado cuando los inmigrantes ilegales cometen delitos, no vaya a ser que nos traten de racistas.

Somos nosotros mismos los que sucumbimos ante viernes negros consumistas, martes combativos a favor del colectivo del abecedario, miércoles del tofu en salsa y sábados de burdo y soez sexo televisado.

Somos nosotros mismo los que toleramos que nos gobiernen mentirosos compulsivos y que tengamos parlamentarios maleducados y altamente limitados intelectualmente como por ejemplo Rufián. Por citar al gordito líder de la banda de despreciables garrapatas.

Somos nosotros mismos los que no leemos, no comparamos, no analizamos, no pensamos y no protestamos.

Somos nosotros mismos los que hemos renunciado a ser personas y hemos preferido ser ovejas en un redil bien alto y vigilado.

Somos nosotros los que nos hemos suicidado lenta pero inexorablemente.