lunes, 14 de septiembre de 2009

Tocar el cielo

Sorprendido estaba él. Y con una felicidad en el cuerpo que hacía años que no recordaba. De golpe su vida parecía encaminarse hacia una normalidad absoluta. Estabilidad laboral, estabilidad emocional, amistades sinceras, retorno de amigos que por diversas razones habían estado fuera de la ciudad durante un tiempo, un nuevo estadio para su equipo del alma, en fin, esos detalles que hacen feliz a cualquier persona.
Los síntomas eran los mismos, los sudores, los nervios, la emoción, se repetían en un orden parecido al de otras ocasiones. Ya muy lejanas, eso sí, pero presentes en su corazón. La música volvió a cobrar su sentido original, que es acompañar a las personas en los momentos alegres o tristes, los libros de recetas para preparar alguna cena romántica volvieron a su sitio natural, que es la cocina y no un cajón perdido del armario y la guitarra que estaba abandonada en un rincón volvió a sonar con las canciones de siempre. Aparecieron los álbumes de fotos, los planes de excursiones, de viajes, de conciertos, de una vida tranquila y sosegada disfrutando de las cosas buenas que nos brinda este mundo tan duro y complejo.
Por desgracia volvió a echar las campanas al vuelo. No era la primera vez en su vida que pasaba por una situación similar y recordando anteriores experiencias intentó abstraerse un poco de la excesiva ilusión. Misión imposible. No era la primera ocasión (aunque igual si la última, por aquello de que la edad no perdona) en la que creía haber tocado el cielo, y como ser humano que siempre vuelve a tropezar en la misma piedra, se estampó contra la pared. Contra esa oscura pared que siempre aparece delante de uno cuando cree haber llegado al destino soñado.
De golpe las amistades ya no lo eran tanto, en el fondo cada uno seguía yendo a la suya, la alegre inauguración del nuevo estadio se nubló con la muerte del joven capitán del equipo, y el amor que creía haber encontrado de golpe se tornaba extraño, duro, muy diferente a lo que le habían vendido en la tienda de sus ilusiones. Igual era amor, pero tan opuesto a lo que conocía que le costaba mucho entenderlo. Y recordó un pequeño y simple poema que escribió 5 años atrás, la última vez que creyó tocar el cielo y en la que acabó a las puertas del infierno, sentado en un rincón, solo, triste y sin ganas de seguir viviendo.
Tiempo al tiempo, que todo llega,
y por cada mácula oscura
Que algún día fue una emoción
Otra vivencia penetrará
Con aire fresco y a toda vela
Para traernos una nueva ilusión
¿Era esto lo que se merecía en su vida? ¿No tenía derecho a un poquito de alegría y de paz?
¿Qué diantres tenía que hacer para dejar de sufrir, no ya para tocar el cielo sino para quedarse con un trozo, aunque fuera pequeño?
Quien lo sabe. Siguió su camino. Como siempre. Soñando. Esperando que al siguiente despertar las nubes le dejaran ver un poco de luz en lo alto. Eso no se lo quitaría nadie; soñar. Poca cosa para la mayoría de las personas que ya solo creen en los valores materiales y en el consumo sin freno de la despensa de la vida. Pero suficiente para él. ¡Qué remedio!