Me dormía ayer con una sensación de profundo vacío, de final
de verano, como hace tiempo que no me pasa. Había acabado el libro
que da título a esta entrada, y tomando las últimas notas al tiempo que pegaba el
enésimo pósit sobre otro párrafo más que por alguna razón quiero recordar,
intenté pasar a la sesión de tertulia radiofónica habitual para acelerar el encuentro
con Morfeo, pero me fue imposible.
Entre la rabia de que todo hubiese acabado
(el verano, el libro y las desventuras del protagonista), las ganas de poder escribir
esta pequeña reseña y, sobre todo, poder recomendar vehementemente su lectura,
ni prestaba atención al tertuliano de turno ni conseguía conciliar el sueño. Así
he acabado, sentado ante el teclado dos horas antes del inicio de mi horario laboral
habitual (ya podría venir hoy algún mandado de la Inspección de Trabajo a comprobar
si hago horas extra), con la ciudad de Madrid plácidamente durmiendo, la M-30 más
vacía que el cerebro de Bea Talegón y los primeros rayos de sol asomando por Levante.
Y hete aquí que lo primero que veo antes de ponerme a
redactar, es un trino de un querido y admirado amigo alabando el libro y pidiendo
una pronta segunda parte. Ya tenía yo durante toda la semana la sensación de
que no estaba solo disfrutando de la lectura, que de alguna forma estaba viviéndolo
todo como si fuera un cliente más de La Barrena (el bar habitual de los
protagonistas). Y encima acompañado por Juanjo. ¿Qué más se puede pedir a un
libro?
Seré sincero: en estos
momentos me muevo entre la rabia de no haber leído antes esta novela, de que ya
no queden páginas por disfrutar, y, sobre todo, intentado sofocar un fuerte sentimiento
de envidia nada sana de no haberla escrito yo (por desgracia yo no tengo a un amigo que
me insista en ponerme manos a la obra, y “nuestro” Carlos particular, que igual
lo habría hecho, por desgracia nos dejó hace unos años, d.e.p.).
Porque
vivirla, sin duda que lo he hecho. Y mucho. Ha sido como un largo «Déjà vu»,
como revivir mi juventud: rodeado de personas muy cercanas, escuchando melodías
más que conocidas, viviendo de nuevo muchas aventuras casi olvidadas y hasta deseando
volver a estar con Natalia (la casi novia idealizada del protagonista), antes
de que todo a mi alrededor se derrumbe definitivamente (sobre todo esta nuestra
querida España que cada día veo más cerca de desaparecer en un mar de estupidez,
egoísmo y maldad).
Pero como bien canta Garth
Brooks, hay muchas veces que tenemos que alegrarnos de que Dios no haya contestado
a nuestras plegarias. Porque en ese caso igual estaríamos casados con la
persona equivocada, viviríamos en el sitio erróneo o ejerceríamos una absurda profesión
que no nos llena nada.
O hubiéramos escrito una
novela aburrida, sin contenido, sin pasado, presente ni futuro.
No como esta espléndida obra
que acabo de terminar y que me ha llenado, me ha hecho amar, odiar, reír y que, sobre
todo, me ha inyectado ese chute de vida que cada tanto nos hace falta.
Sometimes I thank God for unanswered prayers
Remember when you're talkin' to the man
upstairs
And just because he doesn't answer doesn't mean
he don't care
Some of God's greatest gifts are unanswered prayers
P.D. Muchas gracias, Kiko. He disfrutado mazo. No tardes con
la segunda parte, como bien te pide Juanjo.