martes, 20 de diciembre de 2011

Na’vidad

Ya estamos inmersos en la vorágine de cada año. Bueno, me imagino que los 5 millones largos de parados de nuestra patria lo estarán menos, pero aún así seguro que muchos de ellos sucumbirán ante la “imperiosa” y “vital” necesidad (que no obligación) de comprar. No importa el qué. Prescindirán por un día de sus cañitas, sus finos, sus gin-tonics y sus devaneos sexuales carentes de amor, se rascarán los bolsillos e intentarán cumplir con el mensaje intrínseco de la “Navidad”, el que ordena gastar, cuanto más mejor, para mantener los ratios de venta de la economía occidental. Un 78% de las ventas anuales de artículos de perfumería, un 50% de los juguetes y otros porcentajes similares demuestran la importancia de la “Navidad” y su mensaje de paz y amor para el entramado de la sociedad capitalista y consumista.

Leía yo el otro día un genial artículo (en cuanto pueda añadiré aquí el nombre del autor) sobre la evolución del concepto navideño, la desaparición de la simbología cristiana, la aparición de nuevos “iconos” irremplazables, como el reno de nariz roja, el “Olentzero” en las provincias vascongadas, los omnipresentes “caganers”en Cataluña, que han copado ya gran parte del otrora bonito mercado de Santa Lucía de Barcelona, el orondo (y seguro que sudoroso) Santa Claus (reconversión del San Nikolaus católico) y demás sandeces que vemos por nuestras calles, y volví a sentir esa tristeza que en el fondo deberíamos de sentir todos en fechas tan señaladas, tan espirituales y tan manipuladas y desvirtuadas por la sociedad y el único combustible que la mueve, el maldito dinero.

No me extenderé más en describir lo que debería de ser la Navidad. Es de sobras conocido. Por lo menos por mis lectores.

Que la mayoría de la sociedad, entre jóvenes “des” o “contra” educados, inmigrantes de otras razas y religiones, activistas anti-iglesia promotores de bautizos y comuniones “civiles” pero renegados de cualquier cosa que huela a raíz cristiana, izquierdistas trasnochados pero consumistas (con el parné de los demás, eso sí) creadores de decorados navideños sin estrellas, reyes o pastores o las recién aparecidas promotoras de un novedoso desfile de “Reinas Magas”, en pos de la igualdad de género y de estupidez; que todos estos no sepan o no quieran saber lo que hay detrás de estas celebraciones, me la trae al pairo.

Pero que como mínimo le cambien el nombre, que dejen de llamarlo “Navidad”. Con la intercalación de un simple apóstrofe ya tengo bastante, de ser la Natividad de Nuestro Señor pasaría a ser la fiesta de los Na´vi, la raza de la película Avatar. Seguro que generaría más cash-flow. Y dejaría de molestar a aquellas personas que con todo convencimiento e inocencia celebramos el nacimiento de Jesucristo, sabedores en la mayoría de los casos de que son fechas reutilizadas, heredadas de ancestrales ritos paganos. Algo que no quita ni un ápice de valor a la celebración cristiana. Simplemente se trata de adaptar unos ritos y unas creencias a unas fechas concretas del calendario natural de la raza humana. Como la siembra o la cosecha.

Yo intentaré vivir estas fiestas con un mínimo de decoro y de espiritualidad, de fe y de oración. Y más me vale que mis oraciones sean escuchadas, ante los cambios que se avecinan en mi vida. Veré a algunos buenos amigos, reiré y cantaré con ellos, asistiré a la misa del gallo, disfrutaré, sin duda, de una gran comida familiar el día 25, daré lo que pueda y recibiré lo que me merezca. Tampoco pido más.

De todo corazón, Feliz Navidad a todos vosotros y vuestros seres queridos.

martes, 13 de diciembre de 2011

Compás de espera

Ha llovido bastante, y en este caso no es figurativo, desde mi último artículo, escrito después del debate televisado entre los candidatos a salvar a España y en vísperas de unas elecciones cuyo resultado todo el mundo anunció con semanas, meses y hasta años de antelación. En este largo mes que ha transcurrido mi vida ha dado un giro, que no vuelco, que me ha impedido centrarme en los temas transcendentales de la vida, es decir, la situación personal de mis amigos, de mi familia, mi propia salud o mi felicidad, ni me ha permitido seguir los problemas “candentes” de nuestra sociedad, léanse los chanchullos de los políticos, los tejemanejes de los duques, las repetitivas victorias del Barza, las concesiones administrativas a los amigotes, la lucha por los puestos de postín en los nuevos organigramas de nuestras múltiples administraciones, la subida del precio de los Donuts en el supermercado del barrio, regido por pakistaníes, o el precio del “coltado” en el enésimo bar que los chinos han conquistado en tierra patria.
La situación económica, el paro, la prima de riesgo, la posible desaparición de Europa tal como la conocemos, el expolio de los archivos de Salamanca o el penúltimo intento de asalto al Valle de los Caídos por parte de las tropas derrotadas, esta vez a base de papeletas, tampoco me han quitado el sueño. Bastantes temas han rondado mi cabeza en este mes como para preocuparme por asuntos en los que no pincho ni corto. Ni yo ni ningún otro hijo de vecino.

He estado a punto de titular este artículo “impasse”, que con mi mediocre (pero latente) francés de entrada hubiera equiparado al “compás de espera” que he utilizado, pero mi siempre presente obsesión por la corrección lingüística me ha hecho recurrir, como casi siempre, a la Real Academia, que me ha ilustrado con la siguiente definición: “situación de difícil o imposible resolución, o en la que no se produce ningún avance”. Gracias a Dios no estoy en tal situación, de “impasse”, aunque en algunos momentos se le haya parecido bastante: mi situación tiene solución y los avances ya se han producido.

Después de más de 20 años he dejado mi trabajo, estable, seguro, cómodo, por razones que no vienen a cuento aquí, y me he visto lanzado a una nueva aventura laboral, cambiando de empresa, de tareas, de objetivos, y hasta de barrio, municipio, mancomunidad, provincia, región y Comunidad Autónoma (y hasta de veguería si las hubieran implantado).

Cual jovenzuelo con la carrera recién terminada y con ganas de comerme el mundo, sin miedo a lo desconocido, me lanzo a un vacío del que solamente me protege la red de mi propia capacidad, mi experiencia y mi saber hacer. Es una red tupida, tejida a lo largo de 20 años de trabajo en la misma empresa, la que en teoría deberá salvarme de caer de bruces sobre el duro suelo de la realidad.
Aparte, y como diría la mayoría de nuestros compatriotas, están los atributos masculinos, que tanto nos gusta nombrar en España como símbolo de bravura, valentía, fuerza e iniciativa..

Entre redes y huevos todo proyecto puede triunfar. Siempre y cuando ponga de mi parte la profesionalidad, la seriedad, la constancia y la ilusión necesarias.

Y esto, está garantizado. En todo lo demás, Dios dirá.


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