Debemos
ser protagonistas del destino de nuestra Patria actuando conforme a los
intereses de la misma, que demanda en los actuales momentos un diálogo nacional
inaplazable y necesario para definir su futuro, demostrémosle a la Patria con
hechos y no con vanas palabras que somos capaces de enaltecerla.
(Emrique
Sandrés Ferrera)
Antes de ponerme a escribir en
base a las pocas notas tomadas desde que me he despertado, en el metro, el
ascensor y hasta desayunando, me he permitido realizar una simple búsqueda en Google:
en concreto mi pesquisa ha sido “amar a la patria”. Y no como recoveco
para plagiar alguna cita, frase, página u obra completa, al estilo de muchos de
nuestros políticos, sino con la sana intención de citar a alguien que haya
expresado con anterioridad y de forma apropiada lo que quiero usar como
introducción. Y como era de esperar, el procesamiento de la ingente cantidad de
datos sobre los que actúa el buscador, sumado a sus optimizados algoritmos y su
“inteligencia artificial”, ha dado en el clavo con el primer resultado sobre 10.700.000.
Ojalá acertara yo alguna vez con una lotería o un fugaz amor con tal precisión.
Y ha atinado de tal manera el artilugio digital que en el fondo ya podría dejar
de escribir en este mismo instante y simplemente enlazar el artículo
en cuestión, digno de ser enmarcado y aplicable de pe a pa a nuestra querida España. Y más aún en estos
momentos críticos que estamos viviendo en este Reino que va camino de dejar de
serlo. De dejar de ser Reino y dejar de ser cualquier cosa. A un paso de
desaparecer, más bien. (Nota: el artículo en cuestión lo firma en fecha
desconocida un ex catedrático llamado Enrique Sandrés Ferrera en el diario hondureño
“El Heraldo”. Ni sé quién es, ni conozco su filiación política, ni he
leído nunca dicho periódico. Y tampoco viene al caso. Lo que me importa es el
contenido de dicho escrito).
¿Y quién ama a España hoy en
día? Aquí me refiero a amar como sinónimo de entrega, de querer dar algo, de
sacrificio; no hablo de un enamoramiento egoísta que busca una recompensa, ni
de una pasión infantil y momentánea cual celebración de un gol de la selección
o de una victoria del insigne e insuperable Rafa Nadal.
¿Pedro Sánchez quizás, el
plagiador, ególatra y mentiroso vividor que con sus ínfulas es capaz de
cargarse siglos de historia con tal de seguir ocupando su castillo en la Moncloa?
Dudo mucho que este abyecto ser ame a alguien más que a sí mismo. Pobre familia
la suya. Lo único que le debe de estar preocupando en estos momentos es que sus
nuevos socios quieran eliminar la monarquía constitucional y sustituirla por una
república chavista con sus líderes millonarios y su pueblo atontado, subyugado
y arruinado. Él, el gran Pedro, que si la memoria no me falla pasaría a
ser Pedro V al haber sido el último rey hispano de este nombre Pedro IV
de Aragón el Ceremonioso, llamado el del “punyalet” en los condados con
playa de la Corona de Aragón, por el puñal que solía llevar al cinto. Daga que
nos están clavando por la espalda sin que nos demos cuenta. Porque su afán por suplantar
y ningunear a nuestro Jefe del Estado, en claro incumplimiento del
artículo 99 de la Constitución (entre otros), denota su enfermiza obsesión por
ser rey y presidente a la vez, y a poder ser también príncipe heredero,
princesa casadera, ministro principal, arzobispo, consejero mayor, virrey,
adelantado, primer ministro y sobre todo “Ministro Plenipotenciario de Viajes
y Festejos” de su reino imaginario. Este funesto personaje a España no la
ama. Eso está claro.
¿Los previsibles socios de
Pedro V aman a España? Ni hace falta que entre en muchos detalles. Pensemos en el
chepudo chavista de Galapagar, cuyos dientes de rata brillan desde hace días de
emoción y rabia animal ante la posibilidad de ser vicepresidente; ese personajillo
deleznable que al tiempo que negocia entrar en el gobierno disfrazado de inocente
oveja, convoca manifestaciones para pedir un referéndum que acabe con nuestra
monarquía constitucional y con ello con nuestra patria y nuestra convivencia. O
echemos una mirada a otro de los protagonistas de este orquestado golpe de
estado, al ridículo, seboso, iletrado y renegado mentiroso Gabriel Rufián,
que se jacta en público de “poner y quitar gobiernos”, como si estuviera
jugando una partida al Risk mientras engulle una magdalena tras otra. O
será quizás el racista Aitor Esteban, digno heredero de los hermanos
Arana, esos nazis de mujeres unicejas, idioma muerto resucitado a base de setas
alucinógenas, regodeándose con sus chantajes continuados, repetidos durante
decenios, respaldado por sus socios asesinos de Bildu, ¿este ser inmundo puede
ser que ame a España? Olvídenlo.
¿Aman a España los diputados y
dirigentes del Partido Popular? Mis dudas tengo. Demasiado callados los
veo ante el desmembramiento de nuestra Patria, más preocupados al parecer por
mantener sus privilegios que por dar la cara, alzar su voz y resistirse a la
involución frentepopulista que se avecina.
¿Quieren el bien de España los
pocos supervivientes del altivo galeón naranja que ha acabado siendo una
pequeña barcaza que ni conseguiría permiso para navegar por el estanque del Retiro?
No haré aquí leña del árbol caído, dura es ya la penitencia que están pasando los
buenos que hubo en Ciudadanos, que los hubo, por no hablar de sus antaño
votantes que hogaño han tenido que huir despavoridos buscando alternativas serias
a la indefinición y el narcicismo de un partido que fue ilusión de tantos y
placer de tan pocos.
¿Buscan el bien de España los paniaguados
miembros del Consejo de Estado, con Soraya Sáenz de Santamaría como
máxima exponente de egoísmo y arribismo? Ni están ni se les espera. Y mejor así.
¿Luchan por su patria, España, los sindicatos de clase, los fiscales politizados o las oenegés subvencionadas? Por favor.
¿Hace algo la jerarquía de la Iglesia
Católica, credo mayoritario en nuestro país, a fin de parar esta sinrazón?
¿Rezan por lo menos por la salvación de España o hasta han olvidado sus propios
preceptos? O callan y otorgan ante la previsible y definitiva nueva desamortización,
esta vez no a cargo de Mendizábal sino de algún economista de renombre
internacional como por ejemplo Alberto Garzón. Dios nos proteja.
“Amar a la Patria es
desprenderse de intereses mezquinos tratando de servirse de ella y más bien
adoptar una conducta propia de buen ... español … sirviéndole en todo lo
posible, amarla es no callar y más bien denunciar lo que le hace daño en
magnitudes que ofenden su dignidad” dice tan acertadamente el autor hondureño
que cito arriba.
¿Y quién hace esto? ¿Quién
demonios quiere a España y la defiende día a día?
Pues haberlos, haylos. Los
militares en su abnegada defensa de la Patria y en cumplimiento de su
sagrado juramento, los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del
Estado en su constante y tan mal remunerada labor, pagando siempre los
platos rotos por la desastrosa gestión política; los llanos y simples trabajadores
que con su diario esfuerzo mantienen viva esta bendita tierra que nos vio nacer;
los médicos, los enfermeros, los bomberos, los mecánicos, los vigilantes, los barrenderos,
las amas de casa, las abuelas, los pescadores, los agricultores, los pocos
profesores no manipulados que quedan, los misioneros allende los mares, los
investigadores de renombre exiliados por carecer de apoyo y recursos en este
país que derrocha su dinero en la mayor casta política del mundo Occidental…los
españoles de bien.
Y quizás algún que otro político,
de esos pocos que no se han echado al ruedo para ganar dinero, prestigio y
prebendas, sino que al contrario han abandonado su segura y plácida zona de
confort para meterse en la boca del lobo y luchar con todas sus fuerzas por la
supervivencia de nuestra Patria.
Dicen que de esos también hay. Y
hasta creo conocer a alguno de ellos. De un signo político y de otro. Más de
uno que del otro.
Todos estos son los que aman a España.
Los que amamos a España.
Esperemos que nuestra lucha no
sea en balde, que la ilusión no decaiga y que, entre todos, podamos mantener a
flote este barco en el que navegamos todos juntos buscando un futuro mejor para
nuestros descendientes.
Porque al presente poca solución
le veo.
A no ser que, como escribí en un
reciente tuit, una nueva y súbita descompresión en la cabina del Falcon a seis
mil metros de altura nos saque del atolladero.
Aunque eso es algo que no se
puede pedir. Por humanidad. Por cristianismo.
Aunque quizás si se puede soñar. Soñemos pues.