De Madrid al cielo, y en el cielo, un
agujerito para verlo.
Luis Quiñones
de Benavente
En octubre de este aciago año que estamos
sufriendo se cumplirán nueve años de mi llegada a Madrid, esta magnífica,
acogedora, bella, tolerante, rica, variada, culta, educada y brillante urbe,
aún capital del Reino de España (a ver cuánto duran lo de Reino y lo de España).
Al año de plantar mis nobles posaderas en este bello centro de nuestra piel de
toro, ya escribí mi primer “artículo – homenaje” de agradecimiento, y desde
entonces he tenido la constante tentación de volver a dar rienda suelta a mi
creatividad e insistir en la grandeza de la Villa y Corte.
Y a raíz de las últimas declaraciones de
paletos, pueblerinos, rancios naZionalistas, dirigentes peperos de provincias
con ínfulas de rey celta cual Breogán renacido, ignorantes rojos, sucios narcoterroristas
podemitas, gordos vividores gaditanos y demás bazofia que puebla nuestra
sagrada tierra, se me ha hinchado la vena.
¿Qué diantres habláis de Madrid? Eso es un
tema sagrado. Agarradme el mini de güisqui, que voy.
Hablemos pues de Madriz. O de Madrit, como
solemos pronunciarlo algunos oriundos del condado de Barcelona, parte del
histórico Reino de Aragón. Esa bonita tierra que dejé, harto de mentiras, odios,
invenciones, discriminaciones y latrocinios, y que cada vez me atrae menos. Y
que cambié por una metrópoli tan famosa como desconocida, tan variada como
auténtica, tan lejana del mar como cercana al corazón. Como decía acertadamente
Calderón de la Barca: “Es Madrid patria de todos, pues en su mundo pequeño son
hijos de igual cariño naturales y extranjeros”. Y así es. Que a nadie le quepa
ninguna duda.
Madrid es patria sin imposición, hogar
acogedor sin exigencias, chulería sin arrogancia, belleza sin engreimiento.
Abierta a toda buena persona y cerrada a los descalificadores. Presta a
ayudarte cuando es menester y a echarte a navajazos y garrotazos cuando corresponde.
Pero cuando no tienes el nivel para siquiera
pisarla, cuando hablas de oídas, cuando en el timbre de tu voz resuenan envidia
y rabia, cuando no la conoces y la juzgas sin "haberla" dado tiempo
de desnudarse y enseñarte su dulce cuerpo y su pura alma, mejor que calles.
En fin, qué os voy a contar, amigos míos, que
no sepáis ya.
Por eso rabio cual perro encerrado, cual Guardia
Civil denostado, cual dirigente político ninguneado, cual periodista despedido,
cual sanitario manipulado, cual ciudadano engañado; rabio y me alzo ante los
insultos contra los “madrileños”. Ya tuve bastante en mi querida Barcelona
aguantando odio, menosprecios, mentiras y violencia de los enfermos
nazíonalistas, para tener que soportar ahora un desprecio infundado contra la
buena gente de Madrid.
Entre la que ya me incluyo con toda modestia y mucha
honra.
Citando a Tirso de Molina (Sol, Gran Vía,
Tribunal…): “Madrid es mi patria, corte digna de España, madre benigna del
mundo”.
De Madrid al cielo.