martes, 15 de junio de 2010

La boda de mi prima (I’ve got a feeling)

Notas previas:

Para mis lectores habituales: Este largo relato es un poco diferente a lo que suelo escribir, por lo que si os aburrís lo entenderé bien y os permito dejarlo a medias.

Para los que asistieron a la boda: Cada uno de vosotros lo habrá vivido de otra forma, y seguro que hay otros mil detalles que podría haber incluido, pero espero que a pesar de todo paséis un rato ameno.

Para la familia, en especial para Sandra y Santy: todo lo que sigue va por esta estupenda pareja que formáis. Muchas gracias por haberme dejado compartir estos días maravillosos con vosotros.

Para todos: Os recomiendo imprimir este artículo y leerlo con calma, sentados en un sitio cómodo y con unas hierbas ibicencas en la copa. Y si suena buena música, mejor que mejor.

Ahí vamos…

I’ve got a feeling, that tonight it’s gonna be a good night. Así empieza la canción de moda de los Black Eyed Peas, y por una vez la canción del verano ha acertado. Por lo menos en lo que a mí respecta. Pero lo vivido en Ibiza el fin de semana pasado no ha sido simplemente una buena noche, han sido 3 días geniales cargados de alegría (teniendo a toda la familia Alegría rondando por ahí tampoco es de extrañar), de risas, de felicidad y de momentos inolvidables que me harán cantar por siempre la dichosa canción, pero con una pequeña variante, cambiaré el “good” por el “best” y lo dejaré en “it’s been the BEST night”. Los afortunados que tuvisteis la gran suerte de asistir a esta boda única entenderéis muy bien lo que escribo, a los demás intentaré describiros un poco lo vivido entre el 10 y el 13 de Junio en la isla de Ibiza. Como es de entender esta descripción se basará en mis propias vivencias y sentimientos, que poco (o en algunos casos mucho) tendrá que ver con la impresión que se puedan haber llevado los demás participantes en este memorable evento. Pero seguro que cada uno de los más de 80 jóvenes de “carnet” y el resto de jóvenes de “espíritu” sentirá cosas similares. Me jugaría un mojito y hasta unas hierbas ibicencas a que es así.

La gran aventura comienza un jueves al mediodía, ya que estamos citados el viernes por la mañana en el puerto de Ibiza para coger un catamarán a Formentera. Embarco en Barcelona sin conocer a nadie, pero intuyo que algunas de las personas que están en la cola son parte de los invitados. Una pena no conocerlos, por cierto, ya que una de las “figuras” de todo el fin de semana, y en parte causante de todo el lio, es hermano del novio y está justo detrás mío embarcando hacia Ibiza: fue precisamente esta persona la que propició hace unos años que la pareja que está a punto de casarse se conociera. Pero esto es harina de otro costal, son historias que sucedieron hace años entre Australia y Barcelona y que no vienen al caso (o quizás si). En el aeropuerto me recogen mi tía, mi prima y el futuro marido y después de una corta visita a su casa en la que admiro no solamente la construcción en sí y la tranquilidad del idílico paraje sino también los progresos de la pequeña Alexa, que sonriendo como siempre ya empieza a dar sus primeros pasitos con un mínimo de ayuda, nos acercamos al hotel. Un rápido check-in y al chiringuito a comer algo en “petit comité”. La cosa ya pinta bien, a pesar de tratarse de un hotel del Grupo Playasol cuyo propietario acaba de ser encarcelado por múltiples fraudes en la operación “Trueno”. En este caso el nombre que le han dado los investigadores es bastante apropiado, porque la historia de este empresario ha estallado como una caja de truenos: el clásico pelotazo de los 80 con más de 70 hoteles en propiedad, aderezado con personal ilegal, hacinamiento en zulos, camareras con cláusulas de favores sexuales, más de 15 millones de Euros defraudados a Hacienda y millones de euros escondidos en bolsas de basura para la compra de terrenos en su pueblo natal. La (por desgracia) tan repetida historia de empresarios que se han enriquecido en España gracias a su simpatía, su populismo y el apoyo de políticos y autoridades corruptas. Pero dejemos de lado a este defraudador y volvamos a lo nuestro. Decía que la cosa pinta bien. El hotel tiene una situación privilegiada, casi a ras del agua, y una cómoda pasarela de madera bordea la playa en ambas direcciones, con la ciudad de Ibiza al fondo y pequeños veleros anclados en las verdes y tranquilas aguas de la playa de Talamanca. Realmente bucólico, si se pudiera aplicar esta palabra a un paisaje marino. Comemos mejillones, gambas y pescado con arroz en un acogedor chiringuito que por ahora no se ha visto afectado por la Ley de Costas (me pregunto qué va a ser de nuestras playas sin estos locales que son el paradigma del veraneo en España), y gracias a un par (¿o fueron cuatro?) de sangrías de cava y algunas hierbas ibicencas la conversación se convierte en un presagio de lo que va a dar de sí el fin de semana y nos reímos bastante. En un momento de euforia miro a Santy, miro a Fina, y le comento a mi tía: “Ha valido la pena esperar, verdad? Y tanto, me contesta…”. Llamamos a los “tiets” que faltan, es decir, a mi padre y tía Montse, y ya tenemos la primera anécdota del día: “Traidora, traidora” grita mi prima desde su silla (se entiende que es por no haber venido), y la respuesta de nuestra tía no puede ser otra: “¿Ya habéis bebido, verdad?” Risas, unas cuantas fotos (que pena que luego se perdiera la cámara) y a descansar, que por la noche hay cena “light” para los jóvenes. Por primera vez en este viaje echo de menos mi clásica libretilla que suelo llevar encima cuando hago mi tramo anual del Camino de Santiago y en la que suelo apuntar las anécdotas que van sucediendo. Mi memoria ya no da para tanto y es una pena, porque seguro que me olvido de algún detalle. Lo de descansar, es un decir. Al llegar al hotel nos encontramos con algunos invitados que ya pululan por ahí, y nos juntamos unos cuantos en una mesa para disfrutar de la sobremesa. Se nos unen Gisèle y Jens que han venido desde Alemania y una simpática pareja de franceses que también son “herencia” de la estancia de mi prima en Australia y entre hierbas ibicencas que van cayendo cual hojas de los árboles alargamos la conversación hasta casi las 8. (Estas hierbas se irán convirtiendo poco a poco en el “leitmotiv” de toda la boda y hasta aparecerán en el discurso de mi prima durante la ceremonia nupcial). Nos damos un margen de 1 horita antes de reencontrarnos en la piscina, y hacia las 9:30 nos ponemos en marcha hacia el centro de Ibiza. Como hemos quedado en el centro de la ciudad de Ibiza seguimos las recomendaciones de los autóctonos y cogemos un pequeño “vaporetto” que por el módico precio de 1 euro te deja en el mismo centro de la capital, a pocos metros del local en el que hemos quedado. Paseamos un rato ente tenderetes hippies, gente extraña y guiris de todos los colores y sexos (eso de que solamente existen 2 sexos parece no poder aplicarse a esta isla y en muchos casos tengo serias dudas sobre lo que ocultan los pareos y demás prendas veraniegas que lucen los paseantes, pero no me pongo a investigar. No vaya a ser que me lleve una sorpresa a las primeras de cambio), y nos reunimos con el resto en la pizzería Pinocho. (http://www.pizzeriapinocho.com/html/es/galeria.html) La “reserva” es muy sui generis, como al parecer todo en Ibiza, ya que hay que ir esperando a que la gente vaya vaciando las mesas y tomarlas al asalto. Al final conseguimos sentarnos todos y cenamos pasta y pizza entre presentaciones, pequeñas charlas introductorias y un ligero sentimiento de que se avecina algo grande. Todo el mundo está risueño, todo son buenas caras y ganas de disfrutar del momento. La alegría natural de mi prima parece que se contagia bastante más que la mítica gripe “A”, que al final se quedó en “a” minúscula y no pasó de ser un resfriado invernal de lo más light de los últimos años. La felicidad que rodea a este grupo de gente sí que es una epidemia. Y de las fuertes. Después de la cena visitamos un local de copas, de cuyo nombre por desgracia no me acuerdo, y la presunta cena “light” se convierte en un buen aperitivo de lo que nos espera al día siguiente. Conozco a mucha gente pero no me acuerdo de la mitad de los nombres. Como ya decía, tendré que volver al tema de la libretilla y tomar apuntes a escondidas. No vaya a ser que la gente me llame desmemoriado y quieran practicar conmigo algún tratamiento de memoria histórica o histérica. Cogemos unos cuantos taxis a última hora y de vuelta al hotel. La pequeña fuente que decora la recepción del hotel se convierte en improvisado “meeting point” reconvertido en “lava pies” y sin más dilación que algunas chanzas e intentos desesperados de encontrar algo bebible en el hotel nos retiramos a nuestras respectivas habitaciones (yo por lo menos, pero no pondría la mano en el fuego por los demás y seguro que alguno se “equivocó” con el número de su puerta). Pero estos errores no creo que sean malos, peores cosas hacen por el mundo que quedan sin castigo.

Y llega el viernes. Me despierto bastante pronto y con el día nublado, “pero algo me dice, que voy a pasármelo bien (muy bien)”. Despacho en pocos minutos el bufet libre del hotel con la normal y única selección que se puede hacer en un hotel de playa de 3 estrellas: huevos con beicon y un poco de zumo, y ni tocar el grisáceo café laxante o los embutidos de tercera que parece que los fabriquen solamente para que los guiris se preparen sus sándwiches para pasar el día sin gastar y amortizar aún más su pulsera de todo incluido. Al jamón de york solamente le falta el sello del Grupo Playasol incrustado entre las duras vetas de grasa y el queso es una masa deforme inyectada sobre una bandeja de plástico. (Para quesos, los de la boda, pero aún no hemos llegado a esa parte de la historia). Como me sobran casi 2 horas me voy a pasear un poco y me recorro todo el puerto de Marina Botafoch en busca de la prensa del día, que por cierto se mueve entre nublado, más nublado y muy nublado. Tengo serias dudas de que el sol haga acto de presencia, pero yerro de cuajo. Me olvidaba que la agencia que ha ayudado a mi prima se llama “Remedios sin Receta” y que su realmente insuperable servicio no incluye solamente profesionalidad, simpatía y saber hacer sino también un timing perfecto con el tiempo y un pacto secreto con el sol que algún día tendrían que desvelar y compartir con los demás mortales. Si alguna vez precisas una agencia que sepa organizar eventos inolvidables no dudes en contactar con estos cracks. (http://www.remediosinreceta.com/) Lo han bordado.

El catamarán tiene previsto salir hacia las 11:30, pero a esa hora se ve a muy poca gente por el embarcadero. Está el personal de la agencia cargando la embarcación con viandas y bebidas (más de lo segundo) y algún despistado como yo que no ha tenido en cuenta que por la mañana en Ibiza todo va a un ritmo bastante más lento que en los demás lugares. Si no me acuerdo mal partimos hacia las 12:30 después de algunos amagos de chaparrón y poco sol a la vista. La subida al catamarán incluye el primer “obsequio” de los novios, un precioso pareo/toalla para cada uno, blanco para los chichos, violeta para las féminas. Sandra y Santy han pensado realmente en todo. Que monos. Las instrucciones de la “encargada” del barco, una señora alemana de mediana edad, son bastante simples: los zapatos se quedan en un banco a la izquierda, los fumadores se sirvan usar solamente el lado derecho de la embarcación (deduzco que los depósitos de combustible quedan debajo de los zapatos), no saltar en marcha al agua, no usar las telas del solarium como trampolines y cuando lleguemos a Formentera “recordad todos que a las 5 hay que estar de vuelta “albaco”. Primeras risas por el acento de esta simpática mujer e iniciamos la travesía hacia la isla de Formentera. Hay un par de empleados más del propio barco, dos simpáticos sudamericanos encargados de la barra y un DJ muy especial (que resultará ser muy bueno, como cabía esperar) que nos amenizará el día. Al rato comienzan a carburar los “cocteleros”: empiezan a servir un mojito tras otro, que vamos consumiendo al mismo ritmo que van saliendo de las diestras manos de los camareros. Un primo menor de edad que se ha colado en el barco me pide poder tomar un trago de mi primer mojito, no se lo niego, pero decido que lo más apropiado es que se tome uno entero. ¿Dónde vas con un traguito con todo lo que nos queda de viaje? A las 2 horas me arrepiento de esta iniciativa tan “generosa”, ya que vivo en directo la primera “potada” del día, que acaba solucionada con un buen baño en las frías aguas de Formentera y una siesta en el lateral del barco bajo mi atenta mirada (solo faltaría que se cayera al agua dormido).

El vaivén del barco, la excelente música del DJ Sergio (http://ragde.com/web/sergioserrano/index2.html) y el bailoteo de todos convierten el viaje en una fiesta de risa fácil, conversaciones amenas y algún que otro pequeño tropezón en el suelo mojado de la cubierta. Una pequeña cura a un chico que se ha clavado un cristal en el pie, arreglado por las diestras manos de la alemana con un poco de betadine y un guante de plástico a modo de calcetín y la realmente triste desaparición de mi cámara de fotos son las únicas notas negativas del día en alta mar. Anclados durante varias horas delante de la playa de Ses Salines damos buena cuenta de los más de 500 mojitos que al final se sirvieron y de alguna que otra sandia rellena de un misterioso líquido embriagador que acaba por rematar hasta el último “mi cuit” que nos persigue. Los “mi cuit” son gaviotas que nos siguen nadando para pillar los restos de comida y que he bautizado así porque parecen patitos. Al final les sale redondo el viaje (se lo deben saber), ya que reciben al vuelo bastantes patas de pollo de la comida que nos sirven. Es que hay poca hambre y mucha sed. Y un sol que flipas (lo dicho, la agencia se las sabe todas). La vuelta a Ibiza es tranquila, y en el muelle nos espera el comité de bienvenida, ansioso de saber cómo nos ha ido. Padres, tíos, amigos nos reciben vigilantes para observar cualquier balanceo fuera de lo normal, pero al final desisten. Los 76 héroes del catamarán parece que nos movamos al unísono, y la razón es obvia: el oleaje nos ha mareado a todos un poco (¿oleaje has dicho? Si el mar parece una balsa…). Nos disolvemos con algún pequeño incidente en las rocas que bordean el muelle (una caída tonta debida de nuevo, digo yo, al oleaje) (¿ya estás mejor, Gisèle?). De vuelta al hotel intentamos comer algo en un chiringuito, pero lo que ofrecen no entusiasma a nadie, y como casi todos hemos vuelto con hambre (cuanto daría ahora por los muslos de pollo que tan alegremente se disputaban las gaviotas hace unas horas), montamos una pequeña reunión en la terraza del hotel y decidimos llamar a Telepizza. Las 8 o 10 pizzas desaparecen en un santiamén y algunos nos retiramos a descansar. Doy por sobreentendido que el sector juvenil seguirá un rato con la fiesta (como así fue), pero para mí el día ya sido tan placentero que no necesito emociones adicionales. Mañana toca boda, y visto el ambiente promete bastante.

Es sábado, me levanto pronto y paso de nuevo por la tortura del bufet libre del hotel. El manido recurso de los huevos con beicon me sirve para llenar un poco el estómago, que a pesar de las pizzas de la noche sigue gruñendo cual perro antidroga en el aeropuerto de Bangkok y doy una vuelta por la playa a por la prensa, haciendo tiempo hasta la llegada de mi hermano. Hacia el mediodía llega el resto de mi familia, hermano, cuñada y mis dos increíbles sobrinitos, que cada día son menos “itos”. Como pasa el tiempo…, aunque es fácil de entender: viéndolos en tan pocas ocasiones los saltos en la edad sorprenden cada vez que los ves. Dentro de poco aparecerán con sus respectivas novietas y mi dentadura reposará en un vaso lleno de polident o cualquier otro desinfectante, vaso que en épocas gloriosas habría contenido hierbas ibicencas, orujo o cualquier otro elixir de eterna juventud. Qué le vamos a hacer, es ley de vida.

Pasamos lo que queda de la mañana desayunando, intercalamos una corta visita al mercadillo hippy de las Dalias y un largo baño de los niños en la piscina del hotel, esperando la hora de salida hacia casa de mi tía para asistir a la lectura del poema y la sesión de fotos familiares.

Hacia las 5 partimos, ya todos de blanco, rumbo a la residencia Alegría-Martí, dónde nos esperan los demás. Realment fem goig. Un poco de cava, fotos de todo tipo, desde todos los ángulos y con todas las combinaciones posibles de primos, hermanos, cuñados, padre y tíos, y llega el momento de la entrega de ramo y lectura del poema por parte de Pablo. Acompañado a la guitarra por otro de los invitados (cuanto daría yo por tener memoria fotográfica y poder recordar los nombres de las 100 y pico personas que me presentaron ayer…), el íntimo acto resume lo que estamos viviendo desde hace ya 2 días: un ambiente de amistad, simpatía, alegría y complicidad que pocas veces he visto. Todo muy normal, sin estridencias, sin gritos, sin exageraciones ni teatro, simplemente bonito. Mi prima Sandra está preciosa. Muy, pero que muy guapa, aunque esto lo sabéis todos los que estuvisteis en la boda. Acabada esta parte del ritual de las bodas nos subimos en las furgonetas para, ahora sí, dirigirnos a la cala en la que se celebrará la ceremonia y posterior cena. El viaje no se nos hace largo, y después de media horita avistamos ya el increíble entorno en el que se celebrará la unión. Se trata de Cala Comte, o Conta, o Compte (si googueleas salen estas tres acepciones). No podía ser mejor: una idílica cala, con las islas la Conillera y des Bosc enfrente, delante un altar sobre el acantilado, y como no podía ser de otra manera, en el momento de llegar aparece un resplandeciente sol al fondo. Solamente faltaría que el sol proyectara las sonrisas de Sandra y Santy sobre la playa (si lo leen los amigos de Remedios sin Receta que tomen nota, hubiera sido la guinda a un evento tan perfecto). De nuevo los bonitos detalles: esta vez se trata de un pai pai para las señoras, por si hiciera demasiado calor. Van llegando los autobuses cargados de gente guapa vestida de blanco, y ya ubicados todos sobre el acantilado nos prestamos a asistir a la ceremonia “civil”. No voy a entrar ahora en la discusión sobre estas bodas civiles que imitan hasta el último detalle una celebración religiosa. Falta solamente que nos den la comunión al final en forma de tarta de almendras y la misa sería completa. Olvidadlo, que temas así los dejo para mis artículos habituales, cargados de crítica, cinismo, rabia y demás. Hoy estoy feliz, contento y positivo. Hacen la entrada los 3 niños, con la pequeña Alexa en el centro, estrenándose en este tema tan cansado que se llama andar (cuanto daríamos nosotros hoy en día porque nos llevaran en brazos), y el momento es realmente emotivo. Los primeros aplausos y alguna que otra lágrima de emoción dan paso al discurso de la funcionaria que oficia la ceremonia, la cual inicia el acto con una bienvenida en varios idiomas, con un sorprendentemente correcto francés y alemán, e intercala una bonita leyenda sobre la isla que tenemos al frente. Aprendemos todos que no se llama Conillera por lo de los conejos en catalán, sino que el origen etimológico se debe a la palabra cueva en latín y a la multitud de cuevas que agujerean dicho islote. Siguen los discursos propios de los novios, del padrino Pablo, omnipresente en los momentos clave, y entre fuertes aplausos los novios son declarados marido y mujer y ceden su lugar a una multitud de testigos que tienen que firmar en el preceptivo libro. Da gusto verlos, parecen una pareja de cine de los años 20, e irradian una felicidad que contagia a todos y que nos hace mirar al fondo, hacia el sol que se está poniendo entre ambas islitas, como si de una película se tratara. Lo dicho, un sueño hecho realidad.

Se abre la fase del aperitivo, que como era de esperar es de una calidad sublime. Degustación de quesos digna del mejor Relais&Chateaux francés, jamón del mejor inalcanzable por las colas que se forman inicialmente, y delicatesen de todo tipo que van siendo servidas por un perfecto servicio vestido de negro para contrastar con los 200 hombrecitos y mujercitas vestidos de blanco virginal. Por una vez hasta yo mismo me siento guapo, viéndome rodeado por bellezas de ambos sexos, que se superan uno a otro en educación, simpatía y saber estar. Pasamos así todos un rato increíble, asistiendo a una puesta de sol digna de las mejores ocasiones, degustando manjares y bebiendo vinos y cavas que fluyen por nuestro cuerpo alegrando nuestro interior para estar a la altura del momento tan bello que tenemos el privilegio de compartir. Al final del aperitivo nos sorprende el ya marido, Santy, con una actuación musical, dedicándole una canción a Sandra, y poco a poco nos vamos sentando en las mesas que nos han asignado, cada una con el nombre de una cala de Ibiza y localizable en los mapas que tenemos todos en las mesas. No solamente disfrutamos de la comida, sino que encima aprendemos un poco de geografía. Toma ya. De la cena poco voy a contar: con lo bueno que estaba todo no podía ser de otra manera, y los deliciosos platos y el excelente servicio acompañan las interesantes (por lo menos en mi caso) conversaciones de las mesas. Por cierto, para aquellos que nos estuvieron o no se acuerdan del nombre del restaurante (como me ha pasado a mí), se trata del Ses Roques. ( http://www.minube.com/rincon/restaurante-ses-roques-a13609). Acabada la cena se rompe por fin el protocolo y la gente se va acercando poco a poco a la barra y la pista de baile. A partir de este momento empieza el desmelene total. Arreglados todos con un nuevo obsequio de los contrayentes, un elegante foulard blanco, por si acaso nos entra frío, y acompañados por una banda sonora acertada en todas y cada una de las canciones, pasamos la noche bailando, cantando y disfrutando, sin límites de edad, sin problemas de relación, disfrutando como niños pequeños de esta boda que va a dejar un recuerdo imborrable en todos y cada uno de nosotros. Admiramos los juegos de luces que van iluminando las rocas y el altar, que va pasando de un azul a un violeta, fundiendo el increíble paisaje en un escenario tan acogedor y mágico que solamente recordarlo ya embriaga. Pero la noche aún nos depara la última sorpresa insuperable: después de la canción que Santy dedicó a Sandra a la hora del aperitivo, mi prima nos sorprende a todos, y sobre todo a su ya marido, con un videoclip de lo más original: el “Words don’t come easy” con ella misma de protagonista. Ya lo digo, original, bien hecho, profesional, y con Santy temblando y con ganas de coger a su recién estrenada mujer e irse a casa corriendo.

La mayoría de los comentarios apuntan en la misma dirección: “ha sido la mejor boda de mi vida”. Esperemos que lo haya sido para Sandra y Santy, que realmente se lo merecen. Sorry, corrijo lo último, sabemos a ciencia cierta que ha sido la mejor boda para ellos. Como para nosotros. Gracias Sandra. Gracias Santy. Si os volvéis a casar (esto lo digo por un amigo común que tenemos Sandra y yo y que se ha casado 3 veces con la misma mujer) o celebráis aniversarios pensad en mí. No me lo perdería por nada del mundo. Y este mágico y entrañable cuento acaba con todo el mundo reunido en medio de la pista, saltando y botando al ritmo de una canción que hasta ahora no me gustaba, pero que nos ha acompañado durante estos 2 o 3 mágicos días en esta isla que ahora sí que he aprendido a querer, canción que por tanto no podré dejar de tararear durante mucho, mucho tiempo…

I’ve gotta feeling...

That tonight's gonna be a good night...

Tonight's the night

Let's live it up...

I got my money

Let's spend it up

Go out and smash it

Like Oh My God

Jump off that sofa

Let's get get OFF

I hasn't been just a good night, it has been the BEST night.