(Con razón me acaba de corregir un buen amigo y fiel lector: son diecisiete tristes tableros de juego).
Visto el nuevo y esperpéntico espectáculo
que protagonizó ayer nuestro presidente por accidente, ese vomitivo y
despreciable “Fraudillo” ventrílocuo que solamente escupe discursos redactados
por sus bien untados lacayos, juntando a sus “amigos” del mundo empresarial para
soltar una más de sus diatribas inconexas, cada vez lo veo más negro.
En los últimos decenios ya
habíamos alcanzado el cénit de la estupidez en nuestra alelada juventud, y por pura
desidia les hemos dejado hacer y deshacer, en aras de una falsa libertad y un aún
más falso progreso, con lo que esta generación sin preparación, sin valores,
sin experiencia laboral, sin ton ni son, sin objetivos ni recuerdos, sin pasado
ni futuro, ha tomado el poder.
Se lo pusimos fácil: planes de
educación erráticos y cambiantes, libertinaje absoluto disfrazado de libertad, eliminación
de cualquier valor de antaño, como pueden ser el honor, los modales, el amor, la
fidelidad, la cultura, la compasión, el esfuerzo, la solidaridad, la paciencia
o la caridad, y la paralela generación artificial de nuevos “valores” acordes
al nivel intelectual de la ciudadanía, todo ello con el único objetivo de manipular,
dominar y regir el destino del amaestrado rebaño.
La riqueza, la fama, las tetas
grandes y el pene erecto permanentemente cual macaco en celo, el coche
deportivo a pagar a plazos durante veinte años, el “no-uniforme” de marca muy cara,
la fugaz fama en programas de telebasura, la aparición de los llamados “influencers”,
esos personajes barriobajeros que con su bazofia poligonera quieren sustituir a
los comunicadores filósofos o pensadores de antaño, con la picaresca y la
mentira como pilares fundamentales de su nuevo decálogo de valores, han generado esa nueva biblia apócrifa o
manual de instrucciones para ser alguien en la “sociedad”, y con ello han
propiciado este declive de nuestra querida patria y de gran parte del mundo occidental.
La mentira, como dije en escritos
anteriores, ya cotiza en bolsa por encima de cualquier otra acción, se ha
convertido en una más de las posibles maneras de actuar. Ha perdido toda
connotación negativa, ha sido interiorizada por gran parte de la sociedad y se
ha convertido en la herramienta estrella para triunfar de forma cómoda y rápida
en cualquier entorno social, laboral o político.
La verdad anda de romanía
mientras perversos personajillos salidos de la nada rigen los destinos de todos
nosotros. Políticos de tres al cuarto conchabados para mantener su estatus y su
cuota de poder contra viento y marea, desde los “regres” de la rancia extrema
izquierda hasta los melifluos socialdemócratas de siglas variadas (PPSOECS) y
mismos objetivos, muchos de ellos sin una mínima experiencia que justifique sus
cargos y funciones, se ríen en nuestras caras, nos mienten día sí día también,
trabajan el mínimo posible y aprovechan todas las ventajas y prebendas que
ellos mismos se han otorgado.
Juegan con nuestro pasado, con
nuestro presente y con el futuro de toda una nación, sentados delante de la
mesa de juego en el que se ha convertido la antaño llamada Piel de Toro. Y no se
trata un tablero de los añorados juegos reunidos
Geyper, ni de un tapete verde
para jugar al remigio o al mus, ni de una elegante mesa de billar francés: el
tablero ante el que se regodean todos estos siniestros personajes es un gran
mapa de nuestra vida, pero con múltiples casillas trampa, como si fuera el
juego de la Oca, malos dados y peores casillas que acabarán con nuestro
bienestar, nuestra salud, nuestros ahorros, nuestras propiedades, nuestros
valores y nuestra esperanza.
Los impresentables que rigen
nuestro destino, esos ministros que nadie ve y cuyas funciones o logros desconocemos,
andan cazcaleando alrededor de la mesa de juego, alrededor del mapa de nuestra
querida España, partiéndose el culo, despreciándonos, disfrutando de la
“dolce
vita”, haciéndose los importantes y llenando su casa de autorretratos y reportajes
sobre sus logros, redactados obvia- y servilmente por sus asesores, mientras el pueblo languidece
cual presa abatida, pisoteada y devorada por una jauría de hienas hambrientas.
Rompamos la partida. Volquemos el
tablero y que todas las fichas rueden por el suelo, levantemos el tapete y
barajemos de nuevo las cartas, hagamos treinta carambolas seguidas en la mesa
de billar para ganar la partida, pero, por favor, hagamos algo. Cada uno como
pueda.
Que estos malditos nos van a arruinar
la vida. O ya lo han hecho.
Y no se trata de un juego más, se
trata de la partida más importante de nuestra existencia: nuestra propia nación,
nuestra propia vida.