lunes, 26 de octubre de 2020

Abel

Pasados ya unos días desde la moción de censura de Vox contra el aprendiz de dictador Pedro Sánchez, nuestro Fraudillo por la gracia de comunistas, separatistas, terroristas y los siempre atentos recolectores de prebendas, en especial los racistas del PNV, ahora les toca a los protagonistas del lamentable hecho afrontar sus responsabilidades. Y sus pecados.

Como era de esperar, al día siguiente, tanto ilustres columnistas como "periolistos" a sueldo del mal, publicaron sus análisis, comentarios y columnas al respecto, de todos los cuales me quedo con la siempre acertada aportación de Juan Carlos Girauta y su Caín.  

La historia de las sagradas escrituras, con la que se intenta explicar al pueblo llano lo que es justo y lo que no, lo que es un esfuerzo y lo que no lo es, no tiene vuelta de hoja. Ante un sacrificio exigido por Dios, un hermano, Abel, obra con fe y ofrece lo mejor que posee, en esa época los primogénitos de sus mejores ovejas, mientras que Caín entrega lo primero que tiene a mano, unas frutas y verduras, más por obligación que por generosidad. Pero no fue ese el gran pecado de Caín, que Dios sin duda hubiera perdonado, si no su rabia y sus celos ante la reacción del Señor por preferir la ofrenda de Abel.

«¿Por qué estás tan enojado? —preguntó el Señor a Caín—. ¿Por qué te ves tan decaído?
Serás aceptado si haces lo correcto, pero si te niegas a hacer lo correcto, entonces, ¡ten cuidado!
 El pecado está a la puerta, al acecho y ansioso por controlarte;pero tú debes dominarlo y ser su amo». (Génesis 4:6-7) 

El resto de la historia lo conocemos de sobras: Caín persistió en su mosqueo, asesinó a su hermano Abel, lo negó descaradamente ante Dios y fue condenado a vagar por el mundo, desterrado y marcado de por vida.

Ya deja caer Girauta en su comentario que Abascal “no es el muñeco del pimpampum que se han figurado”, y cuánta razón tiene: no olvidemos que donde hay un Caín por fuerza hay un Abel. Y donde hay un Casado hay un Abascal.

No haré aquí y ahora de hagiógrafo de Santiago Abascal. Carezco de la suficiente información, del conocimiento en profundidad o personal de la persona o de la autoridad moral para santificar a nadie (aunque siendo desde hace muchos, muchos años amigo de varios de los diputados que le acompañan en la lucha por lo que ellos creen una España mejor, me siento inclinado a pensar que es una buena persona, puesto que mis amigos lo son. Y mucho.), pero sí que puedo juzgar los hechos, los modos y las consecuencias de la vil traición perpetrada por Caín, digo Casado.

Una rabieta, un infantil ataque de celos ante el empuje, las verdades, el arrojo, la razón y la valentía de Abascal, llevaron a Casado, a partir de hoy marcado cual Caín como “fraCasado”, a perpetrar la traición, a matar a su hermano, con la enfermiza obsesión de ser el protagonista, de no perder su privilegiada posición, de asegurar su futuro y de apartar celoso y rabioso a la única persona que le puede hacer sombra a este lado del arco parlamentario.

¡Y cuanta sombra le hará a partir de ahora! Esta misma semana Caín se tendrá que retratar de nuevo ante las medidas dictatoriales que quiere imponernos el gobierno de la inutilidad, la mentira, la corrupción y la maldad. Y ahí veremos si Caín / Casado se merece el perdón o si va a tener que seguir vagando por la tierra marcado cual apestado.

En la Biblia a Abel se le considera como aquel que “estaba con Dios”. Yo no voy a llegar a tanto, no vayamos a mezclar religión y política, pero de que Abascal estaba y sigue estando en el lado de la verdad, la corrección y la honradez, no tengo ninguna duda.

“Recuerda que ese rollo de los celos, llevó a Caín a aquello con Abel(Luis Eduardo Aute)

 

martes, 22 de septiembre de 2020

Alt Heidelberg

Leyendo con tristeza la noticia sobre el cierre (dicen que temporal, ojalá sea así) de una de las cervecerías más antiguas y entrañables de esa Barcelona que está despareciendo, perdón, que ya despareció, me asaltan nostalgia y rabia a partes iguales.

Nostalgia lógica por lo que simboliza este local para mí: nuestra casa familiar, llamada “Haus Heinz” en homenaje a mi abuelo muerto en la segunda guerra mundial, sigue en pie en Heidelberg (hace tres años tuve la suerte de poder volver a verla, aunque fuera desde el exterior); Heidelberg fue la ciudad en la que se casaron mis padres, yo pasé algunos veranos de mi infancia ahí, y cuando mis padres aún vivían, la visita a la entrañable cervecería era algo habitual, casi siempre después de asistir a un estreno en alguno de los cines cercanos. Salas de cine en las que por cierto no pagábamos, ya que la empresa fundada por mi abuelo paterno, Construcciones Martí, fue durante varios decenios la encargada de la construcción, reforma y mantenimiento de todos los locales de la familia Balañá, lo que incluía la mayoría de los cines y ambas plazas de toros de la Ciudad Condal.

Tampoco es nada que sorprenda. ¿Cuántos locales entrañables han desaparecido en estos últimos años en Barcelona? Incontables. Y no solo en Barcelona, lo mismo ha sucedido en Madrid y sin duda en el resto de las poblaciones españolas, pero en el caso de mi querida ciudad el declive ha sido tan drástico, triste y continuado, que a veces hasta me entran ganas de llorar.

Las causas son bien conocidas. La invasión de cadenas multinacionales, el nulo apoyo municipal o gubernamental, las cortapisas legales y fiscales, la degradación del centro de Barcelona, las modas y la maldita globalización y uniformización a base de McDonalds, Starbucks y demás templos del consumismo esclavo, igualitario, carente de calidad, de carisma, de historia y de encanto.

Ya podemos considerar un milagro que esta cervecería haya sobrevivido 86 años a tantos avatares históricos, a golpes de estado, a milicias rojas y anarquistas asesinas, a separatistas ávidos de sangre, a huelgas y revueltas, a diversas y duras crisis económicas, a la ocupación de la vecina plaza de la Universidad por la chusma populista y racista de las dementes huestes de Puigdemont y su banda de iluminados y por ende a la desgraciada, perniciosa y vomitiva alcaldesa Colau y sus continuas y destructivas idioteces, que por cierto seguimos sufriendo.

Si a ello sumamos la actual crisis que estamos sufriendo debido a una pandemia que en otros países se ha quedado en eso, en una crisis sanitaria dura pero controlable, pero que en nuestra santa tierra ha sido aprovechada por todos los seres malignos para hacer de las suyas, para desmontar, robar, denigrar, cambiar, inventar, destrozar, tergiversar y arrasar con todo lo anterior, por el simple afán revanchista y la búsqueda de su propio beneficio y placer, pues poco se puede hacer.

Rezar por que todo pase, por que vuelvan la sensatez, el estilo, la ética, la cultura, el orden, la higiene, la igualdad y la libertad. Y la entrañable cervecería Alt Heidelberg (que vuelva la bodega Víctor de Sarriá ya podemos dejarlo por imposible).

Claro que para ello tendrían que desparecer populistas, naZionalistas, iluminados, vagos, maleantes, violentos inmigrantes ilegales y los malvados e inútiles dementes que nos están desgobernando.

Y eso va a costar mucho. En Barcelona. En Madrid. En España. En Europa.

martes, 1 de septiembre de 2020

España, un triste tablero de juego

(Con razón me acaba de corregir un buen amigo y fiel lector: son diecisiete tristes tableros de juego).

Visto el nuevo y esperpéntico espectáculo que protagonizó ayer nuestro presidente por accidente, ese vomitivo y despreciable “Fraudillo” ventrílocuo que solamente escupe discursos redactados por sus bien untados lacayos, juntando a sus “amigos” del mundo empresarial para soltar una más de sus diatribas inconexas, cada vez lo veo más negro.

En los últimos decenios ya habíamos alcanzado el cénit de la estupidez en nuestra alelada juventud, y por pura desidia les hemos dejado hacer y deshacer, en aras de una falsa libertad y un aún más falso progreso, con lo que esta generación sin preparación, sin valores, sin experiencia laboral, sin ton ni son, sin objetivos ni recuerdos, sin pasado ni futuro, ha tomado el poder.

Se lo pusimos fácil: planes de educación erráticos y cambiantes, libertinaje absoluto disfrazado de libertad, eliminación de cualquier valor de antaño, como pueden ser el honor, los modales, el amor, la fidelidad, la cultura, la compasión, el esfuerzo, la solidaridad, la paciencia o la caridad, y la paralela generación artificial de nuevos “valores” acordes al nivel intelectual de la ciudadanía, todo ello con el único objetivo de manipular, dominar y regir el destino del amaestrado rebaño.

La riqueza, la fama, las tetas grandes y el pene erecto permanentemente cual macaco en celo, el coche deportivo a pagar a plazos durante veinte años, el “no-uniforme” de marca muy cara, la fugaz fama en programas de telebasura, la aparición de los llamados “influencers”, esos personajes barriobajeros que con su bazofia poligonera quieren sustituir a los comunicadores filósofos o pensadores de antaño, con la picaresca y la mentira como pilares fundamentales de su nuevo decálogo de valores,  han generado esa nueva biblia apócrifa o manual de instrucciones para ser alguien en la “sociedad”, y con ello han propiciado este declive de nuestra querida patria y de gran parte del mundo occidental.

La mentira, como dije en escritos anteriores, ya cotiza en bolsa por encima de cualquier otra acción, se ha convertido en una más de las posibles maneras de actuar. Ha perdido toda connotación negativa, ha sido interiorizada por gran parte de la sociedad y se ha convertido en la herramienta estrella para triunfar de forma cómoda y rápida en cualquier entorno social, laboral o político.

La verdad anda de romanía mientras perversos personajillos salidos de la nada rigen los destinos de todos nosotros. Políticos de tres al cuarto conchabados para mantener su estatus y su cuota de poder contra viento y marea, desde los “regres” de la rancia extrema izquierda hasta los melifluos socialdemócratas de siglas variadas (PPSOECS) y mismos objetivos, muchos de ellos sin una mínima experiencia que justifique sus cargos y funciones, se ríen en nuestras caras, nos mienten día sí día también, trabajan el mínimo posible y aprovechan todas las ventajas y prebendas que ellos mismos se han otorgado.

Juegan con nuestro pasado, con nuestro presente y con el futuro de toda una nación, sentados delante de la mesa de juego en el que se ha convertido la antaño llamada Piel de Toro. Y no se trata un tablero de los añorados juegos reunidos Geyper, ni de un tapete verde para jugar al remigio o al mus, ni de una elegante mesa de billar francés: el tablero ante el que se regodean todos estos siniestros personajes es un gran mapa de nuestra vida, pero con múltiples casillas trampa, como si fuera el juego de la Oca, malos dados y peores casillas que acabarán con nuestro bienestar, nuestra salud, nuestros ahorros, nuestras propiedades, nuestros valores y nuestra esperanza.

Los impresentables que rigen nuestro destino, esos ministros que nadie ve y cuyas funciones o logros desconocemos, andan cazcaleando alrededor de la mesa de juego, alrededor del mapa de nuestra querida España, partiéndose el culo, despreciándonos, disfrutando de la “dolce vita”, haciéndose los importantes y llenando su casa de autorretratos y reportajes sobre sus logros, redactados obvia- y servilmente por sus asesores, mientras el pueblo languidece cual presa abatida, pisoteada y devorada por una jauría de hienas hambrientas.

Rompamos la partida. Volquemos el tablero y que todas las fichas rueden por el suelo, levantemos el tapete y barajemos de nuevo las cartas, hagamos treinta carambolas seguidas en la mesa de billar para ganar la partida, pero, por favor, hagamos algo. Cada uno como pueda.

Que estos malditos nos van a arruinar la vida. O ya lo han hecho.


Y no se trata de un juego más, se trata de la partida más importante de nuestra existencia: nuestra propia nación, nuestra propia vida.

 



 

 

 

 

 

 

 

martes, 11 de agosto de 2020

Agosto

Otrora en nuestra querida España (y en muchos otros países mediterráneos) el octavo mes del año, el mes “augusto” de los romanos, mantenía su carácter “sagrado”, lo que en términos terrenales se convertía en un amado ritual. Con el inicio de las vacaciones llegaba todo aquello vivido desde joven y repetido año tras año: la revisión de los niveles del coche, la agobiante guerra contra el saturado tráfico radial hacia nuestros mares, el calor (deseado y odiado al mismo tiempo), la playa, la visita al pueblo, la reunificación familiar (en muchos casos forzada pero gracias a Dios temporal), los chiringuitos, las diversas y apetitosas paellas, las sardinas sufriendo ensartadas o a la parrilla, la sangría o el tinto de verano, la crema solar grado máximo, (“Ferragosto” y la obligatoria sandía en Italia), las fiestas mayores, los petardos, alguna excursión “cultural”, algo de lectura, amores de “boite”, pub, “dancing” o terraza, tan eternos como rápidamente olvidados, la refrescante tormenta y su correspondiente cambio de planes (que abarcaban desde los juegos de mesa hasta la visita a la tumba del abuelo), la canción del verano, simple y por ello inolvidable, la ligereza en el vestir y, en definitiva, el relax en la disciplina y los horarios diarios. La “dolce vita”. Y la paga extra, obviamente. 

Otra más de las herencias franquistas que tanto odian, pero tan a gusto aceptan y disfrutan los idiotas habituales.

Pero en este desgraciado agosto nada ha sido igual. Ni por asomo. De la misma forma que no fueron iguales los pasados meses de marzo, abril, mayo, junio o julio. Atentos: estamos hablando de seis meses de nuestra vida. ¡Seis meses, seis! Que no es moco de pavo. Y los que nos quedan, supongo. Ya ni me atrevo a hacer predicciones. Ante la desinformación, la manipulación, la mentira, los vaivenes informativos y las más que probables conspiraciones, ¿quién es el guapo que se atreve a predecir como serán el otoño, el invierno y el resto de nuestra existencia? Ni Rappel. Ni Nostradamus. Igual solamente nos sirva Fernando Sermón. Porque este muñeco al servicio del déspota de turno quizás sea la fuente más fiable: pasará justamente lo contrario de lo que él anuncie entre risas y chanzas. En línea con las directrices de su enfermo titiritero, el innombrable, malvado y repugnante Fraudez. Burlándose de nosotros. Mintiendo con todo descaro. Como decía esta mañana en un tuit: la mentira cotiza al alza.

“Ande yo caliente, y jódase la gente”. O muérase.

El peor país en la gestión de la “plandemia”, una salvaje, organizada, tolerada y bien comisionada invasión de jóvenes inmigrantes ilegales y violentos, muchos de ellos infectados con la COVID-19 en origen, confinamientos selectivos sin ton ni son, cortinas de humo en forma de malintencionados ataques a la monarquía y a la gestión en aquellas comunidades en las que no manda el Frente Popular: mentira tras mentira, manipulación tras manipulación, todo ello para tapar su corrupción, su perfidia, su maldad innata, su revanchismo y su odio. Y sus abyectas intenciones que pasan por la destrucción de todo lo que nos es querido.

Así andamos en este nada sagrado mes de agosto, en el que las perseidas que serán visibles entre hoy y pasado mañana, más que lágrimas de San Lorenzo deberían pasar a llamarse las lágrimas de España.



jueves, 18 de junio de 2020

Madrid, siempre Madrid.


 De Madrid al cielo, y en el cielo, un agujerito para verlo.
Luis Quiñones de Benavente


En octubre de este aciago año que estamos sufriendo se cumplirán nueve años de mi llegada a Madrid, esta magnífica, acogedora, bella, tolerante, rica, variada, culta, educada y brillante urbe, aún capital del Reino de España (a ver cuánto duran lo de Reino y lo de España). Al año de plantar mis nobles posaderas en este bello centro de nuestra piel de toro, ya escribí mi primer “artículo – homenaje” de agradecimiento, y desde entonces he tenido la constante tentación de volver a dar rienda suelta a mi creatividad e insistir en la grandeza de la Villa y Corte.

Y a raíz de las últimas declaraciones de paletos, pueblerinos, rancios naZionalistas, dirigentes peperos de provincias con ínfulas de rey celta cual Breogán renacido, ignorantes rojos, sucios narcoterroristas podemitas, gordos vividores gaditanos y demás bazofia que puebla nuestra sagrada tierra, se me ha hinchado la vena.

¿Qué diantres habláis de Madrid? Eso es un tema sagrado. Agarradme el mini de güisqui, que voy.

Hablemos pues de Madriz. O de Madrit, como solemos pronunciarlo algunos oriundos del condado de Barcelona, parte del histórico Reino de Aragón. Esa bonita tierra que dejé, harto de mentiras, odios, invenciones, discriminaciones y latrocinios, y que cada vez me atrae menos. Y que cambié por una metrópoli tan famosa como desconocida, tan variada como auténtica, tan lejana del mar como cercana al corazón. Como decía acertadamente Calderón de la Barca: “Es Madrid patria de todos, pues en su mundo pequeño son hijos de igual cariño naturales y extranjeros”. Y así es. Que a nadie le quepa ninguna duda.

Madrid es patria sin imposición, hogar acogedor sin exigencias, chulería sin arrogancia, belleza sin engreimiento. Abierta a toda buena persona y cerrada a los descalificadores. Presta a ayudarte cuando es menester y a echarte a navajazos y garrotazos cuando corresponde.

Pero cuando no tienes el nivel para siquiera pisarla, cuando hablas de oídas, cuando en el timbre de tu voz resuenan envidia y rabia, cuando no la conoces y la juzgas sin "haberla" dado tiempo de desnudarse y enseñarte su dulce cuerpo y su pura alma, mejor que calles.

En fin, qué os voy a contar, amigos míos, que no sepáis ya.

Por eso rabio cual perro encerrado, cual Guardia Civil denostado, cual dirigente político ninguneado, cual periodista despedido, cual sanitario manipulado, cual ciudadano engañado; rabio y me alzo ante los insultos contra los “madrileños”. Ya tuve bastante en mi querida Barcelona aguantando odio, menosprecios, mentiras y violencia de los enfermos nazíonalistas, para tener que soportar ahora un desprecio infundado contra la buena gente de Madrid. 

Entre la que ya me incluyo con toda modestia y mucha honra.

Citando a Tirso de Molina (Sol, Gran Vía, Tribunal…): “Madrid es mi patria, corte digna de España, madre benigna del mundo”.

De Madrid al cielo.




lunes, 15 de junio de 2020

Y lloró la primavera


Y ahora todos los borregos corriendo sonrientes a la playa a lucir camisetas con la cara de Fernando Sermón  Es lo que toca. Imbéciles. 

El estado de alarma por el brote de COVID-19 se decretó el sábado 14 de marzo, con una duración inicial de 15 días. Aún era invierno. Desde ese momento se ha ido prorrogando a trompicones, a base de mentiras, datos falsos, improvisaciones, sucios pactos con naZionalistas y narcocomunistas y traiciones de partidos otrora constitucionalistas, ahora preocupados en sobrevivir a su propia inutilidad e indefinición a base de venderse al mejor postor. Al estilo del FDP alemán. No sirven para nada, pero siempre están ahí explotando su mínima representatividad social para seguir mamando de las ubres del Estado. Y encima con arrogancia y un sumo complejo de superioridad intelectual y moral. ¡Puaj!

Y con todo esto ya estamos virtualmente en verano, a falta de seis días para el solsticio estival.

Es por lo tanto el momento para preguntarnos qué fue de la primavera.
De esa estación del año que otrora significaba alegría, luz, renacimiento, siembra de tomates, pepinos, pimientos, berenjenas, maría y melones y, sobre todo, época de ilusión. Como dice la canción, ahora tocaba que volviera a reír la primavera. Pero por desgracia no llegaron las risas, sino los llantos. Los de los familiares de las víctimas de esta desgracia. Llantos estériles de miles de personas, de millones de ciudadanos, de toda una nación, salvo para algunos déspotas y sucios enfermos mentales como Ábalos y demás purria socialista, que han pasado esta época de teórico florecimiento convirtiéndola en una nueva estación de abyecta podredumbre, riéndose de nosotros y bailando sobre las tumbas de más de 50.000 compatriotas.
Tan panchos. Tan autocomplacientes. Tan arrogantes. Tan bien alimentados como los líderes de Podemos en Andalucía, los marqueses populistas en Galapagar o la tan trabajadora esposa del Fraudillo en su dorado retiro de Doñana. Con sus papis. Degustando marisco a destajo. No hay nada como pertenecer a la clase trabajadora. Y volar en Falcon. O en un Superpuma a 5.000 euros la hora.


Y el pueblo atontado a sus pies, alabándoles, defendiendo lo indefendible, diseñando camisetas con sus caras, apoyando con su estupidez borreguil el nada disimulado golpe de estado que han perpetrado mientras nos recluían en nuestras casas. Escuchando e interiorizando, inanes clavados en su sofá, las mentiras del gran hermano social-comunista desde sus múltiples canales de televisión. Casi todos. El 95% de la audiencia está en sus sucias manos. Por no hablar de la prensa subvencionada, las redes sociales controladas y los divergentes despedidos y silenciados. Así cualquiera hace y deshace a su antojo. Y en ello están.


Ahora toca reescribir la historia. La de la pandemia, la de España, la del mundo. Y por si acaso quedase algún ciudadano lúcido, ávido de verdad y justicia, escenifican (aquí y en el resto del mundo) una lucha contra un supuesto mundo racista y violento, lanzando a sus cachorros a la calle a apalizar, derribar estatuas, saquear y destrozar, y a sus peleles mediáticos, periodistas, deportistas analfabetos, “artistas”, influencers y el resto de los títeres, más manejables que el antiguo blandiblub, ahora llamado “Slime” para sentirse modernos y cosmopolitas. Para alinearse con el nivel de inglés de Pablo Iglesias. Que no es nivel. Es penoso. Es casposo. Es infantil. Es regre. Es querer y no poder. Es el reflejo de lo que son todos ellos: unos bocazas arrogantes. Que ni tienen doctorados, ni han trabajado nunca, ni creen en el pueblo, ni son clase obrera, ni buscan el bien común, ni tienen valor alguno. Ni saben idiomas. Ni el suyo mismo, como la ministra portavoz. Cuya oratoria parece sacada de una película española de serie B. O quizás C.

Una primavera que hemos pasados encerrados, en una cuarentena que de cuarenta solamente ha tenido la presencia de cuarenta ladrones. De cuarenta mentirosos. De cuarenta indecentes golpistas. Y de cientos de nombramientos bajo mano. Repartiéndose ministerios, altos cargos, prebendas, falsos contratos y abusivas comisiones.

Y ahora todos los borregos corriendo sonrientes a la playa a lucir camisetas con las caras de Ali Baba Sánchez, Salvador MentirijILLAs, Fernando Sermón y sus cuarenta secuaces. Es lo que toca. Imbéciles.

Se os tendría que caer la cara de vergüenza. A todos los que seguís a esta tropa de malnacidos, ignorantes y malvados populistas.


Y lloró la primavera.



jueves, 11 de junio de 2020

La multilatría


Lo malo que tiene dejar de creer en Dios, es que enseguida se empieza a creer en cualquier cosa”. - G.K.Chesterton

Siendo hoy la festividad del Corpus Christi, en la que los católicos reafirmamos nuestra fe en la presencia real de Jesucristo, hay que recordar que la latría solamente se debe a Dios. A nadie más. Cualquier otra adoración es mala “per se”, es una desviación, una enfermedad, un pecado.

Partiendo de esta base, nuestra sociedad, y con ella la mayoría de nuestros dirigentes, sufren una multilatría variada y en todas las dimensiones posibles. Adoran o fingen adorar cualquier cosa de forma temporal, impuesta, carente de base, interesada, infantil y, por desgracia, muchas veces maligna. Lo que nos lleva a pensar que no entienden absolutamente nada, que en el fondo no adoran nada real y eterno, y que su única latría es la idolatría a ideas, personajes, modas, logos y lemas temporales, vacíos, oportunistas y dirigidos.

Y el origen de esta nueva fe radica en la egolatría de los dirigentes, los conocidos y públicos, que no son más que marionetas, y los ocultos y menos visibles poderes fácticos que controlan la sociedad y la economía desde sus siniestras mansiones, esos reductos satánicos que esconden infinidad de mazmorras totalitarias en las que nos quieren encerrar a todos. Adorándoles, votándoles, haciendo lo que nos dicen cual robots y consumiendo todo aquello que ellos, los elegidos, ponen a nuestra disposición cuando, como y donde les interesa.

Ya sea una dudosa crisis sanitaria, una exagerada emergencia climática, una nueva resolución de 16K de las pantallas del ojo del Gran Hermano, un novedoso alimento transgénico, la muerte de un delincuente en los EE. UU., el racismo subyacente de la película “Lo que el viento se llevó”, la eliminación de la limpia energía nuclear, la imposición del coche eléctrico (mucho más contaminante en su producción y su reciclaje que cualquier vehículo a motor tradicional), la indecencia de la canción del Cola-Cao o la inmoralidad del envase de nuestros adorados conguitos: cualquier nueva indicación de los poderes totalitarios hay que convertirla en la nueva latría. Como si fuera la insufrible canción del verano, aunque en este maldito 2020 no estemos para mucha música.

Quién sabe que nos tocará adorar mañana. Quien sabe que distracción pondrán en marcha en las próximas horas para captar nuestra atención y poder seguir, en su inmensa maldad totalitaria, desmontando nuestra sociedad, nuestra cultura, nuestra fe, nuestra historia, nuestra patria, nuestro pasado y nuestro presente.

Y con ello, nuestro futuro.

Y nosotros, bien pastueños, acudiendo de rodillas al altar de la modernidad, del falaz progresismo, de la vieja anormalidad totalitaria que nos van a imponer si no reaccionamos a tiempo. Hasta que toque otra cosa.

Una nueva latría. Para dominar a todas.









jueves, 4 de junio de 2020

Mascarillas, bozales, vendas y anteojeras


Quien nos iba a decir que en cinco eternos e insoportables meses íbamos a usar más veces la palabra mascarilla, y hasta el propio producto (en sus abundantes variantes catalogadas por suministrador, calidad, origen, precio, comisión pagada o proveedor desconocido designado a dedo), que en toda nuestra vida anterior.

Hasta enero de este desgraciado año, la mascarilla no pasaba de ser un trozo de tela o plástico utilizado en hospitales y consultas médicas o durante detenciones y cacheos. Salvo casos excepcionales de personas que por su profesión estuvieran acostumbradas a ella, léase pintores, exterminadores de plagas, jardineros, dentistas, proctólogos, acupuntores, y, no vayamos a olvidarnos, violadores, bandoleros, atracadores, terroristas, antifas, borrokas y demás deshechos de la sociedad.

Esos que cual mortal plaga han invadido de nuevo nuestras calles a destrozar, saquear, agredir y hasta matar sin ton ni son. Al dictado de siniestras organizaciones internacionales que aprovechan cualquier evento, sea grave o nimio, real o inventado, para intentar imponer sus ideas al resto de la sociedad.

¿Miedo el coronavirus? Más miedo tendrían que darnos los descerebrados que a toque de pito protestan por hache o por be, sin saber el porqué ni importarles un bledo la razón, asaltan y saquean tiendas, agreden a otros ciudadanos y, si pueden, apalean sin piedad a quien se opone a su pensamiento único. Te apalizan en grupo, se entiende.
No les veo yo luchando de forma noble, cara a cara, uno contra uno, y por una causa mayor. Esos son los otros, los buenos, los médicos, los Guardias Civiles, algunos policías, los soldados, los bomberos (menos los de la Generalitat), los misioneros, los monjes. Los nuestros. Los que representan la bondad, la hombría y el honor.

Los que en esta nada nueva anormalidad buscada por los totalitarios están siendo apartados, destituidos, calumniados e insultados.

Y si encima la mascarilla que te han obligado a lucir, sucia en origen por la tardanza, la disparidad de opiniones sobre su efectividad y las idas y venidas de los supuestos expertos, más obsesionados en atacar al rival político que en salvar vidas, si encima de todo esto han convertido el maldito trapo en un bozal con el que nos quieren hacer callar, pues malditas sean las mascarillas.

En épocas gloriosas, las máscaras se utilizaban para ocultar la identidad ante un opresor, para combatir la tiranía, como el caso de los héroes reales o novelescos Guido Fawkes, el Zorro o el Coyote (aunque yo prefiera al Capitán Trueno, que jamás ocultó su cara) , pero esta supuesta pandemia (aún no he llegado al punto del negacionismo y las teorías conspiranóicas, pero dadme tiempo), lo que nos ha impuesto es una mordaza, lo que sumado a las anteojeras que luce la mitad del país y la venda en alta resolución que se encasqueta la misma mitad de España en cuanto enciende la televisión y sintoniza los canales “oficiales” del Gran Hermano, que hoy en día ya son todos, pues esclavos somos.

Lo dicho en el título: mascarillas, bozales, vendas y anteojeras.

Esclavos enmascarados que llevan varios días sembrando el caos, la destrucción y la muerte por las calles de todo el mundo, alentados por un poder oculto que no admite más que una única verdad, la suya, y que derriba cualquier posible disidencia a golpe de campaña, ya sea por un falso niño muerto varado en la playa, veinte falsos inmigrantes en busca de una generosa paga, un perro sacrificado por poder contagiar el ébola, una exagerada emergencia climática, un aquelarre mortífero de supuestos y depravados nuevos "géneros", cuando todos sabemos que solamente existen dos sexos o por un delincuente muerto en las calles de los EE.UU. , quizás en un caso de violencia excesiva, pero en ningún caso para ser una razón que justifique esta reacción en cadena de las ovejas obedientes del supuesto progresismo, ese atajo de psicópatas ateos, antihumanos, materialistas, déspotas y falsos.

Tan falsos como el número de muertos por el virus en España, la leal defensa de la clase obrera de los golpistas dirigentes de Podemos, las descaradas y continuas mentiras del venenoso presidente, la buena educación de Ábalos, la presencia de neuronas en la cabeza de Adri Lasta o la cabellera postiza de Iván Redondo.

Una gran impostura en la que un gobierno formado por enfermos mentales, amiguísimos, excrementos comunistas y socios terroristas y nacionalistas, ha aprovechado una pandemia para llevar a cabo un sucio plan de desmantelamiento de la sociedad, de inversión de la realidad y de toma del poder de forma rastrera.

Un gobierno al que la mascarilla se le cayó hace tiempo. Un gobierno que sin pudor alguno nos enseña su verdadera cara. Ya no les hace falta taparse. Lo tienen todo atado y bien. Los tres poderes controlados, los medios subvencionados de por vida, los ciudadanos engañados, asustados y confinados y su dulce y lujoso futuro garantizado.







Como antes hicieran sus referentes, desde Lenin hasta el Ché, desde Castro hasta Chávez, desde Maduro hasta Evo Morales, desde Mao a Pol Pot.

Sembrar la mentira, el odio, el mal y la muerte para instalarse en el sucio trono de la arrogancia, la mentira, la maldad y el despotismo. Por encima de miles de cadáveres. En nuestro caso, como bien ha confirmado el INE, de más de 44.000 inocentes compatriotas abandonados, sacrificados, asesinados.

No lo olvidemos jamás. Ni lo perdonemos.


Malditos.




miércoles, 13 de mayo de 2020

El rebaño feliz


War is Peace. Freedom is Slavery. Ignorance is Strength.
  George Orwell, 1984

Que somos un país de borregos no es nada nuevo. Por lo menos en su inmensa mayoría. Quizás lo sean también en muchos otros países, quién sabe. Pero aquí he venido a escribir sobre España, que no a hablar de mí libro. España, esa santa tierra que me preocupa. Mi patria. La tierra en la que nací y probablemente moriré. Y en la que vivo, aunque sea encerrado y engañado. Como el resto de las ovejas.

¿Somos borregos? Simplemente analizando (con toda la objetividad posible) las aficiones, las fiestas populares, la manera de vivir, los ritos, las tradiciones, los gustos, las preferencias musicales o las audiencias en televisión, está muy claro que somos un triste ejemplo de sociedad uniforme, obediente, simple y manejable. Un rebaño. Ojalá por una vez esto nos sirviera para algo, pero ni la mitificada “inmunidad del rebaño” ha funcionado con esta pandemia, como destacan artículos de expertos por toda Europa. Expertos con nombres y apellidos, por cierto, no como los misteriosos hombres de “Fernando Sermón” y el filósofo ministro de Sanidad “mentirijILLAs”.




Si hay que cantar y bailar el eterno “Paquito el Chocolatero”, ahí estamos. 
Si hay que hacer la infantil y ridícula ola en la grada, se hace (aunque pocas olas ceo que veremos en el futuro próximo). 
Si toca correr delante de un toro, no falla ni uno de los mozos, las mozas y hasta los/las moces. 
Si por Semana Santa toca convertirse durante una semana en ferviente creyente, pues capirote, túnica, vesta o capa y cirio, y a pasear nuestra pasión por las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades.
Si hay que gastarse un dineral un Black Friday, pues se tira la casa por la ventana.
Si hay que amar locamente el día de los enamorados y regalar una rosa, pues pasamos nuestras infidelidades y mentiras a la parte trasera de la memoria y a ver si por lo menos cae un polvo.
Si por imposición externa de golpe ya no creemos en el Niño Jesús y los Reyes Magos pues nos adaptamos a Santas, Elfos y demás seres extraños, no vaya a ser que no estemos a la última moda. 
Si hay que salir a correr en chandal color fucsia brillante de ocho a diez porque lo manda la autoridad competente, pues salimos. 
Si hay que decir “desescalada”, palabra no correcta según la RAE, o hay que aceptar lo de “nueva normalidad” tal cual, cuando ni es nueva (la dictadura del Gran Hermano lleva años aplicándose), ni es “normalidad”, pues usamos la “neolengua” a diestro y siniestro. 
Si hay que citar a George Orwell y su obra 1984, pues se cita, sin saber quién fue Orwell, conocer su opinión sobre el comunismo o haber leído el libro (o haber visto alguna de las cuatro adaptaciones a la gran pantalla, alguna de las cuales está a disposición de todos en Youtube). Claro que dejar de ver Sálvame, o como se llamen los programas de moda, para tragarse un drama sobre dominación, despotismo, manipulación y maldad, como que no. Si hubiera un meme gracioso, un TikTok “molón” o una galleta de la suerte china que resumiera la novela, igual triunfaría. Lo que no significa que la entendieran. (Si alguno tiene interés en verla, le recomendaría la versión de 1956, aunque en las redes no he podido encontrarla en español, hay una versión en español hispanoamericano, pero sería muy duro aguantar de una tacada la trama, el blanco y negro y el idioma).

Y, finalmente, si toca quedarse en casa, encerrado, arruinado, aislado, engañado, manipulado y utilizado, pues nos quedamos. Asistimos atontados a las ruedas de prensa de “Fernando Sermón”, que por cierto no es doctor, nos tragamos los monólogos dominicales del enfermo presidente, y al son del pito salimos a la ventana, cantamos el Resistiré, insultamos o delatamos al vecino, y volvemos a nuestros quehaceres normales, es decir, a atiborrarnos de croquetas mientras la telebasura fluye por nuestras neuronas cual veneno terminal.

Dicen que donde hay ovejas hay pastores. Pero también lobos. Y zorros. Y si por desgracia, como nos está sucediendo a nosotros, falta un buen pastor y los únicos que nos gobiernan son depredadores, lobos golpistas buscando imponer su maligna ideología, o pícaros zorros que buscan sacar provecho del sufrimiento ajeno a base de concesiones a su enfermizo nacionalismo o a su avaricia cobrando comisiones millonarias en compras fraudulentas de material sanitario, pues apañados vamos.

Los tímidos intentos de protesta en forma de caceroladas o manifestaciones con banderas de España han sido abortados de raíz por el poder absoluto de este encubierto estado de excepción. Y nuestro golpista presidente ya está planificando otro mes largo de reclusión obligatoria. Ganando tiempo para manipular, engañar, colocar a sus afines, desprestigiar a la oposición, blindar su futuro y el de los suyos y dejar el solar patrio más yermo que el césped del antiguo campo de Sarriá.

“Reunión de pastores”, oveja muerta, como bien resume un dicho popular. Y si los pastores son lobos, zorros o Jokers, sentenciados estamos.

Como bien dice un amigo tuitero, Beni de Tabarnia, sobre la nueva etiqueta aparecida en el tan creativo mundo de Twitter, “lo de #Fraudillo le viene a @sanchezcastejon como anillo al dedo”.


“Federalísimo Sánchez, Fraudillo de España”.




lunes, 27 de abril de 2020

Soberbia


“El orgullo, cuando vienen momentos de crisis, de caos, es útil porque te mantiene erguido. Es primo hermano de la dignidad. La soberbia no, la soberbia te ciega”.
Arturo Pérez-Reverte, “Sidi”.

Los creyentes, y quizás los pocos estudiosos que aún quedan en esta España alelada, inculta y primitiva, saben muy bien lo que significa la palabra soberbia. Para los menos lectores o seres superiores que creen que saben todo y más (esto va por si alguno de estos zurdos y despreciables censores leyera esto), simplemente decíos (o “quiero deciros”, que es equivalente) que la soberbia es uno de los siete pecados capitales, y dentro de estos quizás el peor y original de todos ellos. Nuestra apreciada Real Academia de la Lengua la define de la siguiente manera:

soberbia

Del lat. superbia.

1. f. Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros.
2. f. Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas conmenosprecio de los demás.
3. f. Exceso en la magnificencia, suntuosidad o pompa, especialmente de un edificio.
4. f. Cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas.
5. f. desus. Palabra o acción injuriosa.


Seguro que todos vosotros al leer esta definición, y de forma inmediata, habéis pensado en alguien en concreto. Por algo se considera el padre de los pecados: por su tan extendida presencia en la sociedad. Y a Pedro Sánchez, el padre de todos los soberbios.

¿Quién no es o ha sido soberbio en algún momento?
¿Quién no conoce a personas que lo son bastante o lo son siempre?

Aquel que no entone aquí un “mea culpa” más sonoro que todos los malditos “Resistiré” vespertinos que el desgobierno nos ha impuesto junto al ilegal confinamiento para ocultar su inutilidad como gobernantes, su zafiedad como pauta de comportamiento y su inhumanidad como personas, es que miente.

Como mienten nuestros gobernantes.

Como mienten sus portavoces.

Como miente la prensa subvencionada y por lo tanto atada a los dictados del mando único. Ahora llamado Comité Técnico. El de los científicos expertos desconocidos. Están ahí, pero nadie los conoce. Como a la niña de la curva. Pero estos impresentables son bastante más mortíferos que la pobre chiquilla que solamente busca un poco de compañía. No como estos, que buscan prebendas y notoriedad. Para alimentar su ego. Para nutrir su soberbia.

Y cuando les echas en cara esas mentiras, esas ocultaciones de la realidad, esa manipulación constante y caótica de las cifras, esas compras fraudulentas y encima poco efectivas, cuando no completos fracasos, pero que seguro ligadas a jugosas comisiones, cuando les pones ante el espejo de su manifiesta incapacidad y sus burdas e infantiles tácticas de ocultación, se les hincha la vena. Y de su podrido interior asciende esa vergonzosa, exagerada y sucia soberbia hasta colorear su cara maquillada hasta un rojo diabólico, hinchar sus ojos cual animal de presa a punto de atacar y expulsar babas de rabia a chorros por la comisura de los labios de su sucia boca abierta de par en par en gesto amenazante. Como hienas a punto de atacar. Atacar a la yugular. A la verdad. A la decencia. A la libertad. A la vida misma. Nuestra vida.





Esta pesadilla ya está durando demasiado. Estamos a pocos pasos del precipicio más profundo. Económico, social, cultural y personal. Si no dejamos de cantar y tragar con toda la basura con la que nos están alimentado, empezamos a darle a las cacerolas, a protestar, a responder a este golpe de estado gestado por los menos preparados, los más malos y los más soberbios, acabaremos siendo esclavos del mal. 

De la mentira institucionalizada.

De la verdad única.

De la dictadura regre.

De la maldita soberbia que contenía la marmita en la que cayó Pedro el sepulturero al nacer. Y ahí sigue chapoteando.








miércoles, 22 de abril de 2020

Mentiras, episodio II.


Empecemos por el porqué del título. Iba a llamarlo simplemente “mentiras”, pero resulta que ya titulé así un artículo en septiembre el 2012. Nada extraño, por otro lado, teniendo en cuenta que vivimos rodeados, inmersos, atados y manipulados por la mentira desde que nacemos. Cuando no adictos a ella. 
Que lo de “mentiroso compulsivo” por desgracia no es el título de una película americana o una comedia de situación que tanto se llevan ahora, sino un trastorno psicológico que sufren muchas personas. Muchísimas. Demasiadas. Y en puestos relevantes. Con inmensas responsabilidades. 
Esos puestos que, por puro instinto de supervivencia de la especie, tienen que ocupar los más preparados. Y no hablo del tan manido macho alfa que lidera la manada. Eso por suerte ya lo superamos hace siglos. Ya no somos animales, ni homo sapiens recién llegados de allende del mar mediterráneo, ni miembros de una sociedad primitiva en plena evolución. Estamos en el siglo XXI. No pasamos por Babilonia, por Judea, por Grecia, por Roma, por el cristianismo, por el Sacro Imperio, por el Imperio español y su eterna herencia llamada hispanismo, no pasamos por toda la evolución social, intelectual, cultural y científica, para ser dirigidos por animales guiados por sus instintos básicos. Cuando no por su afición por los pecados capitales. 

Esta piara no es la más preparada. De eso no hay duda. 

Los más preparados son los de siempre, hoy en día con más razón: los expertos, los sabios, los trabajadores, los inteligentes, los buenos, los rectos, los solidarios, los honrados, los sinceros, los altruistas, los justos. Pero de estos pocos veo en puestos clave de nuestro inmenso poder ejecutivo. Que no por inmenso es acertado en sus decisiones y correcto en sus actuaciones. Lo que veo, lo que vemos, son ineptos vividores, floreros impuestos por los naZionalistas, enfermos de yoismo adictos al espejo y al teleprónter, golpistas regres oliendo la sangre del empresario mientras acumulan propiedades, engendran niños y satisfacen a las hembras mono-neuronales de su entorno. Por turnos. Para compensarles con un ministerio y volver a salir a rondar cual perro en celo.

¿Y qué pasa cuando gobiernan (junto a estos dementes) los menos indicados, los “ninistros” como Garzón, las hembras despechadas con ansias de venganza, los filósofos de la improvisación, los macarras de lupanar y otra decena de desconocidos que según el BOE existen, son ministros y cobran?

Pues que todo se va al garete. Dicen los filólogos que lo de “irse al garete” viene del francés “être égaré”, estar a la deriva, extraviado. Será así.


Y así es.

No hay duda de que estamos a la deriva. Muchas fotos, muchos memes y varias viñetas han circulado estos días por las redes sociales, esas trampas en las que nos tienen atrapados tanto nuestra adicción como los censores del gobierno. Sin duda la mejor la de La Gallina Ilustrada, último reducto del humor con base, culto, patriótico y ajeno al pensamiento único del “Pequeño Hermano” que nos vigila. Porque de grande tiene bien poco. Pequeño en moral, enano en inteligencia y nimio en humanidad. Un primitivo, sucio y básico homo sapiens que acaba de descubrir su imagen reflejada en una charca de maldad. Hablo de Pedro Sánchez. Por si alguno se ha perdido.


Escribía en mi artículo de 2012:
la solemne apertura de sesiones del “Club Social de los Mentirosos”, también llamado Parlamento.  La sede de esos personajes a los que tan bien definió ayer Clint Eastwood en el congreso del partido republicano: “los que en el fondo son empleados nuestros, que deberían de estar a nuestro servicio y ser despedidos en el caso de no cumplir con sus obligaciones.”  Como sucede en cualquier empresa. Menos en la malvada multinacional llamada DemocraciaParlamentaria S.L.”.  Limitada en responsabilidades, obviamente, que no en prebendas y beneficios para sus empleados”.

Los parlamentarios, los ministros, los secretarios de estado, todos ellos son eso, nuestros empleados, los que nosotros elegimos para dirigir con profesionalidad y honradez la parte de la administración para la que están preparados.

Menos en España, donde ni los elegimos (nos los colocan bajo mano en base a acuerdos secretos con chantajistas naZionalistas, comunistas inmaduros y nada arrepentidos terroristas), ni son profesionales, ni tienen honradez, ni, por supuesto, están preparados para su cometido.

Como si me pusieran a mí a dirigir una operación a corazón abierto en un quirófano.

Si aceptamos que un enfermo, egotista, mentiroso, plagiador y falso doctor dirija el gobierno del Reino de España, todo vale.

O no. En nuestras manos está cambiarlo.