jueves, 11 de febrero de 2016

Dontancredismo y gilipollez

Lo que por desgracia define últimamente a España son dos características sumamente peligrosas: el dontancredismo y la gilipollez.  Ambas particularidades, por cierto también comunes  por otros lares (véase a Merkel gestionando el caso de los falsos refugiados y los repudiables hechos de Colonia en Nochevieja o a Hollande permitiendo la humillación y detención de un ilustre general de la Legión Extranjera en  una manifestación antiinmigración),  van a llevar a nuestra histórica nación al abismo más profundo.  

Y ya puestos, teniendo en cuenta lo que nos rodea, el nivel cultural de nuestros conciudadanos y el aberrante futuro multiculti y empobrecido que nos espera, tampoco me preocupa mucho.  

Si hay que tirarse al vacío, (o tirar a alguien al precipicio), defender nuestra milenaria historia y evitar a nuestros hijos y nietos una España rota, zafia, pobre y en manos de titiriteros que se arrogan representar a la cultura y la verdad, pues adelante. No será la primera vez que los españoles avancemos, sin miedo a la muerte y cantando bellas canciones, mientras todo a nuestro alrededor se derrumba.  Y sería de nuevo para defender nobles ideales, como en Krasny Bor hace 73 años, batalla en la que 4.500 valientes soldados neutralizaron una ofensiva rusa de más de 44.000 hombres, 100 carros y 800 cañones.  O como en la batalla de Lepanto, o la de las Navas de Tolosa, todas ellas actuaciones heroicas de nuestro pueblo que nos han permitido (a España y la cultura occidental) subsistir, crecer, evolucionar y por ende vivir unos cuantos siglos más bajo una noble bandera, en unión, paz y prosperidad.

Pero todo esto se acabó. España, Europa y la civilización occidental están finiquitadas. Lo hablaba el otro día con mi amiga y compañera de trabajo Teresa: esto se hunde, y no queda lugar en nuestro planeta hacia el cual girar nuestra mirada y encaminar nuestros pasos.  Ni Canadá, como solté en la conversación,  es ya una alternativa esperanzadora. Con llegada al poder de Trudeau, vástago de otro personaje nefasto, ese país,  hasta hace poco correcto y último refugio de los valores occidentales, ha tomado también la senda de la estúpida tolerancia, de la gilipollez y el suicidio colectivo.

Y en nuestro patrio suelo, Rajoy y el Borbón,  pintados de blanco cual Don Tancredo y esperando alelados a que pase la tormenta que ellos mismos han generado; el patriarca y capo mafioso Pujol usando el castellano para seguir mintiendo cual bellaco ante los jueces españoles; los miembros del Partido Popular de Valencia adelantándose a las sentencias y pidiendo descuentos de grupo antes de abarrotar las cárceles levantinas, y, para rematar, los nuevos “gobernantes”, para llamarles de alguna manera, los gilipollas, demostrando una vez más con sus actuaciones que mi lema preferido sigue vigente: contra la derecha, revolución, contra la izquierda, educación.

Porque entre la Colau, que la está metiendo doblada a diestra y siniestra sin importarle raza, género o afinidad política, el mesías Pablo Iglesias que está arramplando con todo lo que puede (en línea con cualquier izquierdista que se precie)  y que simplemente busca la redistribución de la riqueza entre los suyos, la responsable de “cultura” de Madrid Celia Mayer y sus amiguetes titiriteros del patio Maravillas; Errejón, su hermano y su novia liándola parda y masturbándose pensando en sus futuras tropelías, las feministas que solamente ven violaciones cuando las realizan hombres de raza blanca y toleran los continuos abusos de los falsos inmigrantes sin levantar la voz, y, sobre todo, los millones de españoles atontados que creen que la vida son cuatro cutre-programas de televisión, las majaderías de unos cuantos presentadores de telediarios más manipuladores que los embaucadores de la Puerta del Sol con su burundanga y esa anunciada lluvia de dinero que caerá del cielo por la gracia de ZPedro y Pablo y de la izquierda “culta y liberadora”; entre todo esta fauna que nos rodea, poco queda por hacer.

Buscar el precipicio y lanzarse al vacío.

O la versión hispana y guerrera: buscar ese precipicio, asegurarnos de que es lo suficientemente profundo, y lanzar a toda esta ralea al fondo sin contemplaciones.


En nuestras manos está.